SOY PUTA. Conociendo a Juan

Como decía en mi anterior relato (Mi primer trabajo), comencé a trabajar en un club que se encontraba a unos pocos kilómetros de mi pueblo. Mucha gente pasaba por allí cada día en busca de sexo, entre ellos gente de mi pueblo que cuando me reconocía, procuraba no cruzarse conmigo esperando que yo no les reconociera, y es que la hipocresía en mi pueblo estaba (y está) a la orden del día.

SOY PUTA. Conociendo a Juan.

(Relato escrito el 07-04-2009)

Hola, antes de nada voy a presentarme para quien no me haya leído aún. Me llamo Irati, tengo 28 años (soy del 80) y vivo en una gran ciudad de España, aunque soy de un pueblo del norte del país. Para ser sincera no soy una chica especialmente guapa, más bien del montón, y no tengo los pechos grandes, tengo más desarrollada la cadera con un culo carnoso y respingón que normalmente resulta atrayente a los hombres (de hecho es mi arma más recurrida cuando quiero cazar a un macho).

Esta es la continuación de mi saga de relatos SOY PUTA, que aún no sé cuándo decidiré ponerle fin. Recomiendo que antes de leer éste, leáis los anteriores. También quiero agradecer la cantidad de lecturas que han tenido mis demás relatos, y cómo no los comentarios, tanto los halagadores como los críticos. A los segundos, acepto las críticas si éstas son constructivas, como ha venido siendo hasta ahora. Este es mi estilo, cuento vivencias a mi manera y supongo que evolucionaré como autora de relatos, al igual que ha evolucionado mi vida, quizá para bien, o quizá para mal. De todas formas nunca llueve a gusto de todos.

Como decía en mi anterior relato (Mi primer trabajo), comencé a trabajar en un club que se encontraba a unos pocos kilómetros de mi pueblo. Mucha gente pasaba por allí cada día en busca de sexo, entre ellos gente de mi pueblo que cuando me reconocía, procuraba no cruzarse conmigo esperando que yo no les reconociera, y es que la hipocresía en mi pueblo estaba (y está) a la orden del día.

A mí no me iba mal con aquel trabajo, no me faltaban clientes, aunque ya me estaba cansando un poco de los límites que nos imponían a las chicas. La comisión que se quedaba el dueño del club sobre nuestros precios era abusiva, e incluso a veces nuestra propia libertad se veía cortada, si se ponían chulos no podíamos irnos a casa hasta que ellos así lo decidieran. También tengo que decir que, aunque yo era la única española entre las chicas, aquel club no era de los que se beneficiaban de la "trata de blancas". Las chicas sabían de antemano a qué venían a España, podían dejar el trabajo cuando quisieran e incluso podían vivir fuera del club si querían, elección que solía depender de si tuvieran gente en la provincia o acabaran de llegar.

Como decía, no me faltaban clientes, incluso algunos se hacían habituales y venían al club buscándome a mí expresamente. Una vez apareció en el club un hombre alto, de buena planta, con pelo largo y algunas canas encima de las orejas y piel morena, que me volvió loca. Yo hasta entonces nunca me había acercado a un cliente, siempre me apoyaba en la barra y dejaba que fueran ellos quienes se acercaran, pero esta vez tuve el impulso de hacerlo. Mientras me acercaba, ví que otra chica se me adelantó y lo abordó agarrándole de la entrepierna, pero él se apartó y la rechazó. Luego se acercaron tres chicas más y decidí desistir, o esperar mi momento. Esperé cerca, apoyada en la barra y mirándolo, arriesgándome a que me abordara algún otro hombre y me tuviera que ir con él (estaba prohibido rechazar a los clientes, salvo casos extremos). Por suerte no fue así, y él se fijó en mí. Nos sonreímos y entonces sí que me atreví a acercarme a él. Aquel hombre me atraía sobremanera, y utilicé el recurso de mi juventud para tontear con él. No recuerdo cómo fue la conversación, la verdad que sólo decíamos banalidades, me invitó a una copa y antes de terminárnosla, ya estábamos subiendo a las habitaciones.

Una vez dentro de la habitación, me iba a empezar a desnudar pero él se adelantó y empezó a manosearme por la espalda y a lamerme el cuello y las orejas. Se puso a masturbarme por debajo de la falda y yo, al palpar su paquete, pensé que se le saldría el botón de sus vaqueros. Se lo saqué y pude comprobar que era muy grande. Me dijo que antes de ponerse el condón quería que se la chupara y acepté sin reparos. Quería que aquel hombre me hiciera suya sin condiciones, me estaba volviendo loca por él. Yo seguí chupándosela con todo mi esmero, usando todos mis recursos hasta me hizo parar, diciéndome que si seguía le iba a hacer correrse en segundos.

Entonces me dijo que me pusiera en cuatro mientras él se ponía el condón, pero le dije que no, que no quería que existiera ninguna barrera entre él y yo. Al principio no le hizo mucha gracia, pero le convencí diciéndole que estaba haciendo una excepción con él, y era cierto: con los clientes nunca lo hacía sin la dichosa goma (norma del club que el propio dueño se saltaba cuando quería echarme un polvo, pero bueno…). Yo estaba mojadísima de lo cachonda que me había puesto haciéndole la mamada, así que no hubo problemas para que entrara de una sola embestida a pesar del tamaño. Se puso a empujar con cada vez más fuerza y yo me puse a sudar como una cerda. Mi grado de calentura empezó a aumentar hasta que exploté en un orgasmo que estremeció todo mi cuerpo. No podía parar soltar gemidos y alaridos, y eso a él ni lo inmutó: siguió taladrando hasta que quiso, provocándome más tarde otro orgasmo, aunque no tan intenso.

Ahí fue cuando me dijo que se estaba cansando, y que quería cambiar de postura. Él se tumbó boca arriba con la "tienda de campaña" y yo me puse a chupársela un poco antes de seguir follando. Luego me subí encima de su polla, dejándola dentro de mi coño y empecé a hacerle un pequeño baile de cadera. Me dio total libertad para moverme como quisiera, así que de mí dependía hacerle correrse, pues él no iba a moverse un centímetro. Yo sabía qué hacer perfectamente: seguí con mi baile y luego fui metiendo un movimiento más mecánico, más percutor, lo cual dio su resultado: nos fundimos en un orgasmo casi simultáneo que me pilló abrazada a él. Después de ese polvo, me pidió mi número de teléfono y nos lo intercambiamos. Me contó que se llamaba Juan, que tenía 38 años y que vivía en la capital de la provincia, donde tenía un bar. Fue el comienzo de una relación que me llevaría a vivir con él más adelante, en la ciudad.

En el siguiente relato contaré cuando me escapé a la ciudad para vivir con Juan. Gracias por haberme leído. Adiós!!!