Soy Puta (3)
Pero Fran, ¿tú tienes novia?...
3
A la mañana siguiente tras la cena y todo el vino que bebieron, Lucía se despertó tarde, faltando ya poco para el mediodía. Sin duda disfrutaba de su vida en aquellos momentos y uno de esos placeres era levantarse tarde, le gustaba remolonear en la cama hasta que ya no podía dormir más.
Se levantó, preparó café y se hizo un par de tostadas de pan de molde y sentó a desayunar en la cocina mientras consultaba en el móvil las noticias del.
Por la ventana entraban los rayos del sol, proyectándose como haces de luz perfectos sobre el suelo porcelánico. Lucía se quedó extasiada viendo como millones de motas de polvo en suspensión flotaban en el aire, desplazándose majestuosamente como las abejas en una colmena. Hoy se sentía muy bien, estaba a gusto consigo misma y en paz.
Pero de repente, su subconsciente la traicionó y por unos momentos volvieron a su mente los días del hospital, entonces cerró los ojos con fuerza y respiró hondo, apartando aquellos malos pensamientos de su mente.
El truco funcionó, se vistió y decidió ir de compras para mantener su mente ocupada, necesitaba ropa apropiada para salir por la noche, casi todos sus vestidos los dejó en el último piso y no quiso volver por miedo a que el tío que le pegó estuviese esperándola.
Al salir fue caminando hasta la parada de taxis más próxima, y pasando por el mismo parque que el día anterior, aprovechó para ver si estaba su amigo Fran arreglando los jardines.
Efectivamente estaba con el resto del grupo, en el centro bajo unos árboles, plantando flores, así que no quiso molestar y siguió su camino.
Volvió ya por la tarde, cuando el Sol se disponía a ocultarse bajo el horizonte y para su sorpresa vio a Fran en el portal, así que se sentó con él a charlar.
— ¡Hola Fran!— le gritó con alegría mientras le daba una palmada en el hombro.
— ¡Hola Lucía!— respondió igualmente el muchacho.
Lucía se acercó a él e inclinándose le dio un beso en la mejilla, el chico despertaba mucha ternura en ella y la hacía sentirse muy bien. Le preguntó por su trabajo y estuvieron hablando un buen rato sobre las flores y el césped. Su madre lo llamó por la escalera, así que se levantó y subieron juntos. Al llegar al portal su madre salió y se saludaron. Al parecer tenía la merienda lista y lo llamaba para que se la tomase. Marisa la invitó a pasar y acompañarlos. Ella se excusó pero su vecina la tomó del brazo y literalmente la metió en casa. Así que disfrutaron de café y magdalenas caseras, Fran tomó leche con cacao y dio buena cuenta del plato de dulces que había preparado su madre en el horno.
Lucía la felicitó por su destreza como pastelera y estuvieron conversando y conociéndose. Al parecer Marisa era funcionaria del ayuntamiento y trabajaba por las mañanas solamente, vivían solos Fran y ella, pues su marido murió trágicamente en un accidente de tráfico hacía ya unos cuatro años. Su madre se trasladó a vivir con ellos tras esto y también había fallecido hacía unos meses, así que volvían a estar solos de nuevo.
Lucía estaba sentada junto a Fran en un sofá, él estaba muy contento, al parecer por la compañía de su nueva a miga, al menos eso fue lo que le dijo su madre, quien sin duda lo conocía bien.
Marisa estaba junto a ella en una butaca. Ella por su parte le contó a Marisa que era universitaria y que estaba estudiando al tiempo que trabajaba esporádicamente como azafata de congresos, Marisa la felicitó por lo guapa que era y le dijo que sin duda con su cuerpo y siendo tan guapa no le faltaría trabajo, y en cierta medida no se equivocaba, salvo por el tipo de trabajo que ella desempeñaba. La verdad es que se tenía ya la mentira bien aprendida, pues lo que menos le gustaba era ser el centro de atención de las habladurías de marujas sin nada mejor que hacer.
Pasó la tarde y cuando llegó la hora de la cena Lucía se despidió, Marisa le ofreció que se quedara a cenar, pero Lucía esta vez no aceptó y su vecina tampoco insistió más.
Esa noche Lucía ya había quedado con otro cliente, esta vez no fue muy de su agrado pues el hombre estaba bastante gordo y estuvo metiéndosela por el culo de una forma bastante poco acertada, hasta que se corrió.
Lucía se alegró de terminar por fin el servicio y salió a toda prisa del hotel, el gordo después de todo se portó bien y le dio una generosa propina en metálico. A veces pasaba, no todos los tipos eran agradables y le gustaban, pero era su trabajo y así se había mentalizado.
A la mañana siguiente era sábado, por eso le extrañó cuando le tocaron en la puerta, aún así Lucía salió de la cama, aún con el pijama puesto a ver de quién se trataba. Era su vecina y con ella venía Fran.
— ¡Oh Lucía! ¿Estabas durmiendo?— preguntó su vecina ante lo evidente—. No quería despertarte— se excusó.
— ¡No importa, ya me iba a levantar! Es que anoche quedé con unas amigas y me acosté tarde —se excusó.
— ¡Oh claro, claro! Eres joven haces bien y salir y divertirte. Verás es que necesito ir al centro, porque una amiga está en el hospital, ayer se calló y se hizo daño y a Fran le dan miedo los hospitales, así que no tengo con quien dejarlo. ¿Te importaría quedarte con él hasta la hora del almuerzo? Si no puedes no pasa nada, no quiero molestarte.
— ¡Oh claro que no! Estaré encantada de que se quede conmigo, de todas formas no tenía pensado hacer nada esta mañana.
— ¡Pues muchas gracias Lucía, te debo un favor!— le dijo Marisa soltándole un beso en la mejilla.
Fran pasó a su piso y ella lo acompañó al salón. Allí puso la tele y le dijo que esperase que quería ducharse.
De modo que se encerró en el baño y se dio una ducha rápida, luego salió y se fue a cambiar a su cuarto. Como no tenía costumbre de cerrar la puerta, pues vivía sola, la dejó abierta, y se desnudó. Cuando se estaba cambiando la ropa interior vio cómo Fran se asomaba a la puerta y se sobresaltó, escapándosele un grito mientras se tapaba sus partes.
Fran se asustó, se dio media vuelta y se fue rápidamente mientras rompía a llorar. Lucía pensó que lo había asustado con su grito, así que se puso rápidamente una camiseta y unas braguitas y salió a ver cómo estaba.
Lo descubrió en el salón, sentado en el sofá tapándose los ojos mientras sollozaba. Pese a ser ya mayor, en el fondo era inocente como un niño y debió pensar que ahora Lucía le regañaría por lo que había hecho.
— ¡Vamos Fran! ¿Te he asustado? No quería hacerlo, lo siento... —le dijo mientras lo abrazaba.
— ¡Fran ha sido malo, ha mirado mientras Lucía estaba desnuda! —exclamó él mientras se dejaba abrazar por la chica.
Fran era bastante grandote y sus hombros eran anchos y fuertes. Lucía era pequeña y delgada, por lo que con sus finos brazos sólo le llegaba a los hombros y él la eclipsaba literalmente con su cuerpo. Allí abrazada a él le impresionó lo grande y fuerte que se veía tan de cerca.
Cuando lo hubo consolado un poco, se separó.
— ¿Estás bien?
— Si —dijo él aún con lágrimas en la cara.
Se levantó y buscó unos pañuelos de papel para que enjugara las lágrimas y se sentó de nuevo a su lado.
— No pasa nada Fran, antes he gritado así porque me he asustado al verte y por un momento te confundí con otra persona, ¿lo entiendes, verdad?
— Es que me aburría y estaba viendo tu casa. Los cuadros son bonitos, me gustan —asintió Fran ya completamente repuesto.
— ¿Ah si? ¡Los escogí yo misma! Son de Van Gogh, me encanta Van Gogh —exclamó Lucía.
De repente Fran comenzó a reírse, y Lucía pensó que tenía algo en el pelo que le hacía reír así que buscó si se le había enchanchado algo sin éxito.
— ¡Qué! ¿Es que tengo algo colgando? —preguntó ella ahora con inocencia.
— ¡No, es que... Lucía es bonita! —le soltó de sopetón.
— ¡Ah, es eso, antes me viste y ahora…! —dijo Lucía descubriendo el porqué de sus risitas—. ¡Es por lo de antes, no pillín! Oye, esto no se lo digas a tu madre, ¿eh? —le dijo, pues sólo le faltaba que le comentara a su madre que la había pillado en pelota picada.
— ¡No, será nuestro secreto! —exclamó Fran con mirada de complicidad.
Fran era la inocencia personificada, pero a Lucía le sorprendió que se fijase en ella y concluyó que después de todo él también era hombre y se sentía atraído por ella como mujer, aunque pensó no tenía nada que temer, él era tan bueno que nunca le haría daño y en el fondo se sintió alagada y le divirtió la situación.
— Pero Fran, ¿tú tienes novia?