Soy Puta (2ª parte)
A medida que el muchacho contaba su secreto, más morbo le daba a Lucía el conocerlo...
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A la mañana siguiente tras la cena y todo el vino que bebieron, Lucía se despertó tarde, faltando ya poco para el mediodía. Sin duda disfrutaba de su vida en aquellos momentos y uno de esos placeres era levantarse tarde, le gustaba remolonear en la cama hasta que ya no podía dormir más.
Se levantó, preparó café y se hizo un par de tostadas de pan de molde y sentó a desayunar en la cocina mientras consultaba en el móvil las noticias del.
Por la ventana entraban los rayos del sol, proyectándose como haces de luz perfectos sobre el suelo porcelánico. Lucía se quedó extasiada viendo como millones de motas de polvo en suspensión flotaban en el aire, desplazándose majestuosamente como las abejas en una colmena. Hoy se sentía muy bien, estaba a gusto consigo misma y en paz.
Pero de repente, su subconsciente la traicionó y por unos momentos volvieron a su mente los días del hospital, entonces cerró los ojos con fuerza y respiró hondo, apartando aquellos malos pensamientos de su mente.
El truco funcionó, se vistió y decidió ir de compras para mantener su mente ocupada, necesitaba ropa apropiada para salir por la noche, casi todos sus vestidos los dejó en el último piso y no quiso volver por miedo a que el tío que le pegó estuviese esperándola.
Al salir fue caminando hasta la parada de taxis más próxima, y pasando por el mismo parque que el día anterior, aprovechó para ver si estaba su amigo Fran arreglando los jardines.
Efectivamente estaba con el resto del grupo, en el centro bajo unos árboles, plantando flores, así que no quiso molestar y siguió su camino.
Volvió ya por la tarde, cuando el Sol se disponía a ocultarse bajo el horizonte y para su sorpresa vio a Fran en el portal, así que se sentó con él a charlar.
— ¡Hola Fran!— le gritó con alegría mientras le daba una palmada en el hombro.
— ¡Hola Lucía!— respondió igualmente el muchacho.
Lucía se acercó a él e inclinándose le dio un beso en la mejilla, el chico despertaba mucha ternura en ella y la hacía sentirse muy bien. Le preguntó por su trabajo y estuvieron hablando un buen rato sobre las flores y el césped. Su madre lo llamó por la escalera, así que se levantó y subieron juntos. Al llegar al portal su madre salió y se saludaron. Al parecer tenía la merienda lista y lo llamaba para que se la tomase. Marisa la invitó a pasar y acompañarlos. Ella se excusó pero su vecina la tomó del brazo y literalmente la metió en casa. Así que disfrutaron de café y magdalenas caseras, Fran tomó leche con cacao y dio buena cuenta del plato de dulces que había preparado su madre en el horno.
Lucía la felicitó por su destreza como pastelera y estuvieron conversando y conociéndose. Al parecer Marisa era funcionaria del ayuntamiento y trabajaba por las mañanas solamente, vivían solos Fran y ella, pues su marido murió trágicamente en un accidente de tráfico hacía ya unos cuatro años. Su madre se trasladó a vivir con ellos tras esto y también había fallecido hacía unos meses, así que volvían a estar solos de nuevo.
Lucía estaba sentada junto a Fran en un sofá, él estaba muy contento, al parecer por la compañía de su nueva a miga, al menos eso fue lo que le dijo su madre, quien sin duda lo conocía bien.
Marisa estaba junto a ella en una butaca. Ella por su parte le contó a Marisa que era universitaria y que estaba estudiando al tiempo que trabajaba esporádicamente como azafata de congresos, Marisa la felicitó por lo guapa que era y le dijo que sin duda con su cuerpo y siendo tan guapa no le faltaría trabajo, y en cierta medida no se equivocaba, salvo por el tipo de trabajo que ella desempeñaba. La verdad es que se tenía ya la mentira bien aprendida, pues lo que menos le gustaba era ser el centro de atención de las habladurías de marujas sin nada mejor que hacer.
Pasó la tarde y cuando llegó la hora de la cena Lucía se despidió, Marisa le ofreció que se quedara a cenar, pero Lucía esta vez no aceptó y su vecina tampoco insistió más.
Esa noche Lucía ya había quedado con otro cliente, esta vez no fue muy de su agrado pues el hombre estaba bastante gordo y estuvo metiéndosela por el culo de una forma bastante poco acertada, hasta que se corrió.
Lucía se alegró de terminar por fin el servicio y salió a toda prisa del hotel, el gordo después de todo se portó bien y le dio una generosa propina en metálico. A veces pasaba, no todos los tipos eran agradables y le gustaban, pero era su trabajo y así se había mentalizado.
A la mañana siguiente era sábado, por eso le extrañó cuando le tocaron en la puerta, aún así Lucía salió de la cama, aún con el pijama puesto a ver de quién se trataba. Era su vecina y con ella venía Fran.
— ¡Oh Lucía! ¿Estabas durmiendo?— preguntó su vecina ante lo evidente—. No quería despertarte— se excusó.
— ¡No importa, ya me iba a levantar! Es que anoche quedé con unas amigas y me acosté tarde —se excusó.
— ¡Oh claro, claro! Eres joven haces bien y salir y divertirte. Verás es que necesito ir al centro, porque una amiga está en el hospital, ayer se calló y se hizo daño y a Fran le dan miedo los hospitales, así que no tengo con quien dejarlo. ¿Te importaría quedarte con él hasta la hora del almuerzo? Si no puedes no pasa nada, no quiero molestarte.
— ¡Oh claro que no! Estaré encantada de que se quede conmigo, de todas formas no tenía pensado hacer nada esta mañana.
— ¡Pues muchas gracias Lucía, te debo un favor!— le dijo Marisa soltándole un beso en la mejilla.
Fran pasó a su piso y ella lo acompañó al salón. Allí puso la tele y le dijo que esperase que quería ducharse.
De modo que se encerró en el baño y se dio una ducha rápida, luego salió y se fue a cambiar a su cuarto. Como no tenía costumbre de cerrar la puerta, pues vivía sola, la dejó abierta, y se desnudó. Cuando se estaba cambiando la ropa interior vio cómo Fran se asomaba a la puerta y se sobresaltó, escapándosele un grito mientras se tapaba sus partes.
Fran se asustó, se dio media vuelta y se fue rápidamente mientras rompía a llorar. Lucía pensó que lo había asustado con su grito, así que se puso rápidamente una camiseta y unas braguitas y salió a ver cómo estaba.
Lo descubrió en el salón, sentado en el sofá tapándose los ojos mientras sollozaba. Pese a ser ya mayor, en el fondo era inocente como un niño y debió pensar que ahora Lucía le regañaría por lo que había hecho.
— ¡Vamos Fran! ¿Te he asustado? No quería hacerlo, lo siento... —le dijo mientras lo abrazaba.
— ¡Fran ha sido malo, ha mirado mientras Lucía estaba desnuda! —exclamó él mientras se dejaba abrazar por la chica.
Fran era bastante grandote y sus hombros eran anchos y fuertes. Lucía era pequeña y delgada, por lo que con sus finos brazos sólo le llegaba a los hombros y él la eclipsaba literalmente con su cuerpo. Allí abrazada a él le impresionó lo grande y fuerte que se veía tan de cerca.
Cuando lo hubo consolado un poco, se separó.
— ¿Estás bien?
— Si —dijo él aún con lágrimas en la cara.
Se levantó y buscó unos pañuelos de papel para que enjugara las lágrimas y se sentó de nuevo a su lado.
— No pasa nada Fran, antes he gritado así porque me he asustado al verte y por un momento te confundí con otra persona, ¿lo entiendes, verdad?
— Es que me aburría y estaba viendo tu casa. Los cuadros son bonitos, me gustan —asintió Fran ya completamente repuesto.
— ¿Ah si? ¡Los escogí yo misma! Son de Van Gogh, me encanta Van Gogh —exclamó Lucía.
De repente Fran comenzó a reírse, y Lucía pensó que tenía algo en el pelo que le hacía reír así que buscó si se le había enchanchado algo sin éxito.
— ¡Qué! ¿Es que tengo algo colgando? —preguntó ella ahora con inocencia.
— ¡No, es que... Lucía es bonita! —le soltó de sopetón.
— ¡Ah, es eso, antes me viste y ahora…! —dijo Lucía descubriendo el porqué de sus risitas—. ¡Es por lo de antes, no pillín! Oye, esto no se lo digas a tu madre, ¿eh? —le dijo, pues sólo le faltaba que le comentara a su madre que la había pillado en pelota picada.
— ¡No, será nuestro secreto! —exclamó Fran con mirada de complicidad.
Fran era la inocencia personificada, pero a Lucía le sorprendió que se fijase en ella y concluyó que después de todo él también era hombre y se sentía atraído por ella como mujer, aunque pensó no tenía nada que temer, él era tan bueno que nunca le haría daño y en el fondo se sintió alagada y le divirtió la situación.
— Pero Fran, ¿tú tienes novia?
— No, no tengo, sólo amigas, amigas del trabajo —aclaró.
— ¿Y no te gusta ninguna?
— No, me gusta Lucía —insistió Fran una vez más.
— ¡Venga chico, yo soy tu vecina! ¿Alguna amiga del trabajo te gustará no? —siguió Lucía intentando distraerlo de su persona.
— Bueno si, me gusta Laura, ¡un día me tocó el pito!— admitió entre risitas.
— ¿El pito? —preguntó Lucía extrañada—. ¿Y eso?
— Estábamos juntos en los jardines y me hacía piss así que me puse contra un árbol, ella me vio, se acercó a mi y me lo cogió.
— ¿En serio, y tú que hiciste? —Lucía no salía de su asombro.
— Pues nada, la dejé que lo tocara... y se me puso muy dura —soltó de nuevo más risitas.
— ¡Oh, pero Fran, estás hecho un bribón! —exclamó ella dándole una palmada en el hombro.
— Luego hizo piss ella y le vi eso… —confesó señalando sus ingles—. Pero el tuyo es más bonito, no tiene pelillos.
— ¡Oh Fran, qué vergüenza, me vas a poner colorada! —exclamó Lucía divertida por la conversación con el chico.
A pesar de su inocencia Fran debía pasar ya los veinte años, con lo que era un volcán de hormonas en erupción pese a su discapacidad.
— Estábamos solos, se habían ido todos al otro lado del jardín. Ella se levantó luego y se acercó y me pidió que se lo tocara, así que lo hice.
— ¿De verdad? —preguntó Lucía guiada ya por el morbo de la confesión.
— Si, luego la mano me olía a pipí— afirmó con su sinceridad habitual— . Luego ella me dijo que me tumbara en el césped y se sentó encima, encima de mi pito —le aclaró tras una pausa.
Lucía estaba ciertamente escandalizada, no lo podía creer lo que aquel chico inocente le contaba.
— Pero Fran, Laura es una compañera, como tú, ¿no?
— Bueno Laura es una monitora, como Antonio.
— Vaya tela con la tal Laura —pensó Lucía para sus adentros.
— Laura es muy buena amiga y se porta muy bien conmigo, me dice que me quiere mucho y ese día estuvo bastante rato conmigo, lo que me hacía me gustó mucho, luego me mareé un poco allí tumbado, sentí muchas cosquillas en el estómago y sentí que me hacía pipí dentro de... ella.
A medida que el muchacho contaba su secreto, más morbo le daba a Lucía el conocerlo. Se imaginaba a la tal Laura tirándoselo en el parque a escondidas, con el riesgo que implicaba el que los viesen otros chicos como él, ¡en público!
— ¿Tú quieres tocarme el pito también?— le preguntó mientras Lucía estaba ensimismada en sus pensamientos.
— ¡Oh no Fran, yo no...!
— Mira mira, se me ha puesto grande —le dijo levantándose y bajándose el pantalón a la vez que los calzoncillos, mostrando una gruesa polla en erección.
A Lucía le subieron los colores viendo aquel miembro, que sin esperarlo había aparecido ante ella. Trató de ignorarlo y le dijo que se subiera los pantalones y se sentara de nuevo tirando de ellos para ayudarle a subírselos.
— Oye, Fran, pero tu amiga Laura, ¿lo ha hecho más veces? Me refiero a lo de sentarse encima tuyo.
— No sólo aquel día, luego no lo ha hecho más pero es porque no nos hemos quedado solos más veces. Ella me dijo que si era bueno y no lo contaba lo haríamos otro día también.
Vaya lagarta que está hecha la tía esa —pensó de nuevo Lucía escandalizada ante la perversión de un alma como la de Fran. Pero luego recapacitó y pensó en el muchacho, sin duda, a su edad las hormonas tenían que correr necesariamente por sus venas igual que por las de cualquier otro chico, y este pensamiento la hizo recapacitar sobre sus necesidades.
— Fran, ¿a ti te gustaría que hiciéramos tú y yo, lo mismo que con tu amiga Laura?
— ¡Oh si, tú eres más bonita que ella! —asintió el chico sin dudar.
Aunque Lucía seguía con dudas, por un lado le daba morbo hacerlo con él, tan inocente, tan cálido, y por el otro, le remordía la conciencia. Pero el chico estaba empalmado y tenía una buena polla como ya le había mostrado justo hacía un momento, pensó que sería como hacer una obra de caridad por él.
Pero finalmente decidió apartar aquellos pensamientos de su mente, entre otras cosas, porque le aterró la posibilidad de que se lo contara a su madre y ésta se enterase de lo que había hecho. Si a ella le había contado lo de Laura, nada le garantizaba que no se lo soltara otra persona y llegara a oídos de su madre o incluso directamente a ella. Así que para despejarse decidió llevarlo a pasear al parque.
Salieron de la casa, el sol brillaba ya en todo lo alto y estuvieron paseando por el bonito parque donde trabajaba Fran. Él no paraba de contarle lo que habían estado haciendo en él durante toda la semana, desde luego el muchacho hablaba por los codos. A Lucía le hacía gracia y la hacía reír con las tonterías que hacía o decía.
Como ya era un poco tarde decidieron volver, Lucía tocó en su piso, a ver si ya había llegado su madre y efectivamente así era. Cuando le tocó y no los encontró dedujo que habían salido a dar una vuelta y pensó en invitarla a comer para compensar las molestias. Una buena comida casera y familiar, así fue como se lo definió, así que Lucía no pudo negarse.
Durante la comida le estuvo hablando de lo mal que comían las estudiantes y que sin duda ella estaba tan delgada por lo poco que comía. Marisa no es que estuviese gorda, digamos que a su edad se conservaba medianamente bien, aunque el apetito hubiese saciado su carne y ésta fuese abundante pero no en exceso.
Tras la comida se sentaron en el sofá del salón y estuvieron viendo una película de sobremesa que echaban por la tele, de esas donde hay una mujer mala malísima que los va matando a todos. El pobre Fran casi en seguida se quedó dormido, mientras su madre y la propia Lucía hacían lo propio con el sopor que produce la digestión.
A la hora o así Lucía despertó, no se podía creer que se hubiese quedado dormida con su nueva familia. Lo cierto es que la escena era de lo más familiar, sentada entre la madre y el hijo. Decidió levantarse e ir a la cocina a tomar un gran vaso de agua, pues, después de la comida se había quedado seca.
Estuvo curioseando un poco por la nevera y los armarios picó algo dulce, dándole la impresión de que estaba como en su propia casa. Luego fue al servicio a hacer un pis, sus anfitriones aún estaban sopa cuando pasó por el salón.
No pudo evitar echar una mirada por el baño, estaba bastante limpio y cuidado, aunque entre los botes uno llamó su atención, era de color rojo y tenía un dosificador, al examinarlo más detenidamente descubrió que era un lubricante sexual, que daba sensación de calor.
— Vaya con la señora Marisa, después de todo aún está viva entre sus piernas— pensó entre risas mentales.
Y lo dejó donde estaba. Luego echó un ojo al dormitorio, nada de particular, curioseo algunos cajones de la cómoda donde guardaba braguitas y sujetadores. Sin duda ahí debía guardar algún artilugio de placer, para combinar con el lubricante del baño pero no lo encontró, no estaría guardado a la vista. Finalmente abrió el último cajón de la mesilla de noche y escondido entre los calcetines apareció una réplica, en látex suave y sedoso, del miembro masculino, algo grande para su gusto, pero bien moldeado. En ese momento los ruidos la alertaron así que súbitamente cerró el cajón y salió de la habitación.
Marisa se había despertado, ella entró justo cuando se estaba levantando del sofá.
— ¿Te apetece un café? —le preguntó nada más verla aparecer.
— Vale —se limitó a asentir Lucía.
El resto de la tarde lo pasó conversando con su nueva amiga, hasta que se despidieron ya entrada la noche. Lucía tenía una nueva cita y se fue a prepararse. Era de nuevo con su primer cliente en la ciudad, así que estaba relajada, pues ya lo conocía. Al final cumplió su palabra y volvió a llamarla.
Soy Puta es una novela corta que escribí hace unos años. Está cargada de ternura y fue la primera novela donde la historia daba un giro inesperado que hasta a mi mismo me sorprendió cuando lo imaginé. A veces pasa eso, vas contando una historia y llega un punto en el que ésta se desarrolla sola en tumente, tú eres un mero canal transmisor. Sí ya sé que parecerá extraño, pero es así, quien escribe lo sabe, por eso guardo un recuerdo muy especial de ella.
Hace poco he terminado otra obra La Hija de Dorothy , esta novela es más compleja y ha sido complicado terminarla para mi, pues me quedé atascado y no era capaz de decidir por dónde seguir o qué final poner, a veces también nos pasa. Anyway, si te ha gustado este capítulo y su estilo, tal vez te guste mi nueva obra, te dejo aquí su sinopsis:
Evolet recitaba operaciones aritméticas imposibles para su madre que no la dejan dormir, de modo que Dorothy decide llevarla al médico. Allí, un buen doctor le receta pastillas y ante las reticencias de la madre, le sugiere una inquietante alternativa que la sonroja...
Ésta lo consulta a su vez con su vecina y buena amiga Lindsay, quien le da la razón al doctor, dejando a Dorothy no muy convencida. No obstante decide ponerla en práctica esa misma noche...
Así comienza su aventura, la aventura de una madre y una hija que juntas recorrerán caminos insospechados para ambas en ese momento...
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