Soy Muerte...
Soy quitadora de vida, ama de destinos, eterna sirviente de la noche...
Siempre seré un animal nocturno, dueña de la sombra, amante de la luna y adicta a la brisa fría que recorre mi erizado cuerpo cuando estoy sumergida en la oscuridad.
Camino sola esas calles tan muertas, tan vivas, tan increíblemente bellas, crudamente mostrando el verdadero rostro de nuestra sociedad podrida, vendedores de sexo, drogas, maleantes…. Y yo…
Respiro profundamente, llenando completamente mis pulmones, sintiendo cada aroma de esa selva de acero y cemento, de esas personas que comparten la misma sed eterna de puro pecado.
De un callejón frente a mí, sale una conocida de mis cacerías nocturnas, acomodando su ajustada minifalda, al mismo tiempo que mete un fajo de billetes dentro de una pequeña cartera, al verme, su rostro dibuja una sonrisa.
Es difícil adivinar qué edad puede tener, su rostro es el de una adolescente con mucho maquillaje, pero sus ojos cargados de insomnio y dolor, la hacen parecer mayor a lo que seguramente es.
Detrás de ella camina dando tumbos un hombre de mediana edad, y gran barriga, todavía con la cremallera abierta, intentando sin mucho éxito abrochar su cinturón, me dio una mirada avergonzada y siguió su camino sobre mis pasos.
Jamás había hablado con ella, aunque ya había perdido la cuenta de las veces que nos habíamos cruzado en esa selva nocturna, solo habíamos intercambiado miradas amistosas.
Cuando ella se acerco hasta mi para saludarme, su aliento todavía olía al sexo de ese hombre, yo no sentí repulsión ninguna, también he tenido que meter cosas en mi boca con tal de tener lo que quiero.
Astrid, me dijo que se llamaba, mientras sin preguntarme siquiera, me acompaño, hablando de lo mal que le había ido esa noche, y que esperaba se pusiera mejor entrada la madrugada.
Detrás del olor a sexo, había una suave fragancia de fresas y canela, que tenso mi estomago, y hizo vibrar mi entrepierna, tal vez no era lo que estaba buscando, pero si la noche así lo quería, tomaría su destino.
Le pregunte cuanto cobraba por sus servicios, y si ella sería capaz de aceptarme como su cliente, sus ojos brillaron en respuesta, además del deseo que broto en su cuerpo.
Antes de que dijera una palabra, la pegue contra la pared cubierta en un manto de oscuridad, de una panadería ya cerrada, dándole un brutal beso, lleno de pasión y desenfreno, tan fuerte, que dolía, casi sintiendo el sabor de su sangre.
Astrid jadeo cuando mi mano se metió por debajo de su minifalda y toco su sexo palpitante y húmedo encima de su ropa interior, era como una muñeca en mis manos, solo sus caderas se movían poseídas al ritmo de mis caricias.
Delicadamente, aparte su ropa interior de su sexo, y me adentre con mi sexo en su caliente y húmedo interior, su reacción fue tan fuerte que tuvo que dejar de besarme para gemir ahogadamente, cerrando sus ojos y apretándome fuertemente con sus manos en mi espalda.
Su orgasmo estaba cerca, podía sentirlo, no me importaba que estuviéramos en plena calle, necesitaba darle ese regalo a su cuerpo lastimado, a su alma mancillada, cuando por fin llego, lo recibí como el regalo que era.
Casi con pesar, prepare mi navaja, sacándola sutilmente de la manga de mi abrigo, cuando ella todavía jadeaba con los ojos cerrados, intentado recuperarse del orgasmo de su vida.
Pero a veces, solo a veces, el destino es caprichoso, y me da la oportunidad de guardar este regalo para mí, dándome otra ofrenda para la noche, para la oscuridad de mi alma.
Ese regalo venia en forma de un hombre joven, que salvajemente me aparto de Astrid, y antes de que pudiera reaccionar, la golpeaba brutalmente en su estomago, haciendo que esta cayera de rodillas pesadamente sobre el cemento desnudo de la calzada.
Me incorpore con una sonrisa, que causo sorpresa y al mismo tiempo rabia a mi asaltante, pero no podía evitarlo, hacía mucho tiempo que no arrebataba un futuro con gusto, sentir su destino diluirse en forma de un charco de sangre me daría el mayor de los orgasmos.
Cuando el hombre se abalanzo sobre mí, deje que con sus manos tomara mi cuello, lo quería cerca, sintiendo como su piel caliente cambiaba de temperatura cuando sucediera.
Deje que sus manos grandes y fuertes me apretaran, seguramente sería capaz de matarme si así lo quisiera, pero reconozco el brillo de locura en los ojos del asesino antes de quitar una vida, y el no lo tenía.
Justo en el momento que mi aliento se agotaba, aflojo su agarre, una lástima, tal vez hubiera sido lo mejor para todos, morir de esta forma, pero la noche me quería todavía, necesitando su tomadora de vida.
Con suavidad, levante mi mano derecha, apretando con la navaja que todavía sostenía dos centímetros sobre la clavícula de mi asaltante, sintiendo como una corriente de puro fuego y electricidad nacía en desde mi sexo, recorriendo todo mi cuerpo en un orgasmo tan brutal, que me hizo gemir con fuerza.
Jadeando todavía empuje su cuerpo hacia la oscuridad de la pared, dejándolo caer suavemente mientras se desangraba, todavía mirándome con una expresión de sorpresa en su rostro.
Astrid, abrió sus ojos por fin, encontrándome de cuclillas a su lado, sosteniendo su rostro y acariciando su cabello, no temas, ya paso todo, le repetía como un mantra tranquilizador.
Cuando sus ojos se toparon con el cuerpo ya sin vida de nuestro asaltante, lejos de gritar, se incorporo para gritarle y darle patadas de pura rabia, desahogándose.
La tomé por la cintura, diciéndole que debíamos irnos, haciéndola reaccionar en un momento de lucidez, para verla regresar al cuerpo del hombre y quitarle su cartera y teléfono celular.
Unas cuatro calles más abajo, y aunque ella protesto, la obligue a separarse de mí, otra noche nos encontraremos de nuevo, bese sus labios de nuevo con fuerza, mordiéndole el inferior de ellos al final hasta hacerla sangrar, queriendo dejarle una marca de sangre que llevara mi nombre.
Astrid no protesto, quedando parada solo mirándome mientras me alejaba de nuevo en la oscuridad de esa selva de cemento, llena de pecado, porque siempre seré muerte, tomadora de vida, ama de destinos…