Soy Muerte

Sentirme quitadora de vida... dueña de su futuro... ama de su destino... éxtasis mortal.

Curioso, no me gusta llamarlo azar, pero siempre es el destino caprichoso quien termina dándome la oportunidad de saciar mi sed.

Y esa noche no sería la excepción…

Como siempre salí de la oficina bien tarde, cuando ya todos estarían en sus casas cenando, o en el bar de la esquina dejando su paga, yo dejaba que la noche me abrazara, y esa brisa fría me acariciara el rostro en bienvenida, mientras acomodaba mi abrigo.

Camine varias calles solo acompañada de la luna, mis ojos verdes recibían su luz con alegría tormentosa, casi llorando por el disfrute, sabía que esa noche necesitaba saciarme de vida… de muerte…

Supe que había llegado a la parte sucia de mi ciudad, cuando vi el brillo de las lentejuelas en la minifalda de una delgada morena en la esquina, dejo escapar el humo de su cigarro hacia mí, y sonriéndome me giño el ojo.

No era la primera vez que nos veíamos, así que le devolví la sonrisa y seguí caminando.

Dos cuadras más adelante un carro bastante nuevo bajo la velocidad a mi lado, no recuerdo las palabras con las que me abordo, pero nada más vi la sonrisa de tiburón de ese joven muchacho supe que era el destino quien me lo había puesto en el camino.

El muchacho parecía sorprendido que haya aceptado montarme, el interior de su carro olía a cigarros y alcohol, aunque pude reconocer el lejano aroma de una fragancia dulce de mujer joven, tal vez acaba de dejar a su novia antes de buscar quien le saciara sus ganas de sexo.

Nos detuvimos en un callejón oscuro, apago las luces de su carro, y la noche nos arropo, puso varios billetes sobre el tablero frente a mí, y como un animal me beso.

Devolví su beso mientras el desespero del joven muchacho le impedía abrir sus pantalones.

Sin dejar de besarlo lleve mi mano a su entrepierna sintiendo la apretada erección en sus pantalones, con suavidad, quite su cinturón para bajar su cremallera.

No me sorprendió que no llevara ropa interior, su erección salió de sus pantalones de un brinco, era pequeño, pero en realidad, su tamaño era lo que menos me importaba.

La tome con mi mano y la sentí caliente, vibrante, el jadeo con mi primer movimiento, y dejando de besarme bajo su asiento recostándose para dejarse hacer.

Subí mi falda e hice a un lado mis pantis, pase mi pierna por encima del joven muchacho y poniendo su erección en mi sexo, me deje hundir en el.

El muchacho estaba extasiado, cerraba sus ojos con fuerza mientras jadeaba por su inminente orgasmo, y aunque yo no sentía nada, mi sexo respondía al vibrar de su erección.

Con un suave movimiento, saque la brillante navaja de mi manga izquierda, al tiempo que movía mis caderas lenta, pero profundamente,

La sangre caliente que mermaba de la yugular de ese muchacho logró llevarme al más intenso orgasmo, podía sentir como la vida se le escapaba a cada segundo, mientras su pequeño miembro salía de dentro de mí al perder su erección.

Gracioso, siempre pensé que incluso en medio de su muerte, los hombres podrían mantener su cerebro inferior funcionando, pero ya en varias oportunidades había comprobado que esa teoría estaba lejos de ser cierta.

Limpie la navaja con mi lengua y saboreé el hierro de la sangre, delicioso manjar, deliciosa manera de llevarme la éxtasis más profundo, dejándome llevar en mi más primitiva necesidad de quitar vida.

Porque solo así puedo ser quien soy… quitadora de vida, dueña del futuro, ama de su destino… muerte.