Soy Lucía (2)
¡Qué bueno, joder! dijo mientras terminaba de correrse.
2
Esa noche quedó con un cliente, éste la había llamado a una agencia de modelos que se anunciaba en internet y en los principales periódicos con el eslogan “señoritas de compañía”, en la que Lucía ofrecía sus servicios al efecto. Con sus reservas habituales concertó una cita en un restaurante de la ciudad. Por supuesto la cena correría por su cuenta y luego llegaría el polvo, que podría prolongarse tanto como el cliente quisiera, pues cada minuto contaba para la factura final.
Tras la velada ella cobraría sus honorarios habituales en estos casos a través de la agencia, para así no tener que llevar dinero encima. Todo muy sencillo, todo muy discreto.
Cuando se acercó al restaurante, previamente se sentó en la barra y se pidió un cóctel. Diez minutos después llegó su cliente, vestido con traje negro y corbata. Se lo veía nervioso, cuando le preguntó al camarero por su reserva apenas consiguió explicarse. Finalmente éste le confirmó que tenía la mesa preparada y lo condujo hasta ella.
Lucía dedicó unos minutos a estudiarlo desde su posición estratégica en la barra del bar. Ella estaba impecable, también llevaba un vestido ajustado y negro, con abrigo del mismo color y bufanda de piel de zorro, collar de perlas blancas con diamantes a juego y reloj de oro.
El hombre no hacía más que mirar a uno y otro lado, buscando su acompañante de esa noche. A Lucía le divirtió observarlo y prolongó la espera unos minutos más mientras se terminaba su coctel. Finalmente como una estrella de cine, bajó de su taburete y despacio fue caminando hasta donde estaba el camarero que recibía a los comensales, le dio el nombre de su cliente y éste la condujo hasta su mesa.
Al acercarse vio cómo el pobre incauto tragaba saliva, cuando estuvo frente a la mesa éste se levantó nervioso, ella se deshizo del su abrigo, que fue recogido por el camarero y se acercó a él soltándole sendos besos con sus rojos labios.
— ¡Hola cariño! —le dijo en un tono familiar.
— ¡Hola! —balbuceó su cliente.
Finalmente se sentó en la silla que previamente el camarero había separado de la mesa para ella. Sin duda toda una señora. El caballero hizo lo mismo y se sentó frente a ella, cruzando sus manos sobre la mesa. Otro camarero se acercó al instante y les preguntó qué deseaban para beber. En ese momento Lucía se adelantó y pidió una botella de vino.
Como siempre al principio la situación era tensa y ella detectó al instante que su cliente no estaba precisamente experimentado en estos temas, casi no hablaba, de forma que ella tuvo que soltarse la lengua y hablar por los dos, tratando así de crear un ambiente relajado y tranquilo, sonriéndole todo el rato.
La charla fue un poco intrascendente al principio, ya mientras comían el hombre comenzó a hablar de su vida y le confesó que estaba en trámites de divorcio de su mujer y que desde hacía mucho tiempo no mantenía ningún tipo de relación con su ya casi ex. Finalmente su cliente se fue tranquilizando a medida que el vino y la comida corrían y la velada se hizo agradable. Por cierto, el hombre dijo llamarse Juan, seguramente un nombre inventado, al igual que el de ella.
Finalmente Lucía le propuso marcharse y ya en la puerta, se subieron al BMW X5 que les estaba esperando, traído hasta allí por el aparca coches del restaurante justo a tiempo. Se montaron en el vehículo y se marcharon. A Lucía le volvían loca estos coches, con tapicería de cuero blanco, sus acabados cromados y en madera pulida, sin duda aquel tío tenía pasta y se podía permitir su compañía toda la noche si hacía falta.
El hombre se dirigió al hotel de cinco estrellas en el que previamente había reservado habitación, entró en el parking y al estacionar para su sorpresa Lucía se le aproximó y echando mano a su paquete descubrió que no estaba precisamente excitado.
— ¿Oh cariño, quieres que comencemos aquí antes de subir a la habitación?— le dijo mientras le manoseaba su flácido miembro encima de su bragueta.
— ¡No, espera, aquí no! ¡Mejor subamos a la habitación!— exclamó nervioso su acompañante zafándose de sus caricias y saliendo del vehículo.
— ¡Está bien, tranquilo! Haremos lo que tú quieras...— contestó Lucía melosa.
Accedieron al ascensor y para su sorpresa vio como pulsaba directamente la quinta planta, eso quería decir que el muy pillo ya había recogido la llave de la habitación, antes de cenar, así evitaría la incómoda situación de pedirla con ella a su lado a esas horas de la noche.
El Hotel era todo un cinco estrellas, estaba súper bien, al entrar en la habitación Lucía descubrió con agrado que era toda una suite con una cama enorme, flores por la habitación y un centro de mesa repleto de frutas junto a una botella de champán francés al lado enfriándose en un recipiente lleno de hielo, todo había sido dispuesto al detalle.
Se acomodaron, Lucía pasó primero al servicio y se alivió la vejiga, después procedió a lavar su sexo en el bidé, dejándolo listo para la acción. Se secó y se puso de nuevo un tanga transparente de color rosa con piedrecitas brillantes en sus caderas. Se desvistió y salió únicamente ataviada con el citado tanga, lo cual le confería un aspecto poco menos que impactante. El incauto partenaire estaba sirviendo el champán cuando la vio e inmediatamente comenzó a regar la mesa con el espumoso y dorado líquido. Ella al ver su torpeza no pudo por menos que sonreír.
— ¡Oh vaya, no te pongas nervioso! —rió—. En vez de tirarlo en la mesa me lo podrías echar a mi por el cuerpo y luego beberlo de mi piel, ¿te gustaría? —le dijo mientras se acercaba a él con su cuerpo esplendorosamente semi desnudo.
La bella chica se acercó como una gata en celo y le restregó todo su cuerpo desnudo sobre el caro traje de ejecutivo que lucía aquel hombre. Su perfume lo embriagó y no pudo por más que echar mano a su culo descubierto, suave y sedoso, al tiempo que probaba sus pequeños pechos, chupando sus pezones sabiamente excitados en el baño hasta ponerlos duros y puntiagudos, haciéndolos entrar en su boca y chupándolos dulcemente, mientras Lucía se os ofrecía sujetándolos con sus manos.
Ella se pego a conciencia contra sus ingles, pegando su monte de venus allí donde dormía el monstruo de su amiguito, monstruo o más bien monstruito, el caso es que el durmiente despertó. Entonces ella echó mano a él y continuó desperezándolo acariciándolo encima de su bragueta. Tras el calentón inicial, él la interrumpió.
— ¡Tengo que ir al lavabo!
— Adelante cariño, haz lo que tengas que hacer pero aséate bien al final, ¿vale? Quiero que estés bien limpito para que yo pueda hacerte un regalito —le advirtió señalando el mostruito que había nacido en su entrepierna.
Esperó un tiempo prudencial y cuando oyó el agua del bidé correr decidió entrar a ver que tal iba su acompañante. Éste, de nuevo, se sobresaltó al verla.
— ¡Vaya estamos nerviosillos hoy! ¿Verdad? —sonrió Lucía tranquilizadora—, sólo quería echarte una mano en el aseo.
Tras lo cual se arrodilló junto al tipo, que estaba ya completamente desnudo y sentado en el bidé y procedió a lavar su miembro, enjabonándolo primero, aprovechando para darle un buen masaje de jabón y aclarándolo después con abundante agua tibia, hasta que el monstruito quedó reluciente.
Entonces lo hizo levantarse y en cuclillas comenzó a chupársela, bebiendo las gotas de agua que aún la envolvían con su ardiente boca, haciendo brillar su glande al sacarla de su boca, mientras con su lengua que se enroscaba una y otra vez sobre su punta, provocándole unas sensuales cosquillas.
El hombre quedó absorto y puso sus ojos en blanco antes de cerrar sus párpados y mirar al cielo, como acordándose que tales placeres de la naturaleza aún existían para él. Tras unos segundos Lucía cogió un condón que previamente había ocultado en su mano y sin que él se diese cuenta lo introdujo en su boca y vistió al monstruito con él, en un juego ya bien aprendido para enfundar los falos sin que el cliente apenas lo notara y sin que protestase por dicha acción.
— La chupada a pelo, es un detalle de la casa con su cliente en la primera vez, si quieres que siga tienes que demostrarme que eres un tío sano— le dijo dando por finalizada la mamada.
A continuación pasaron a la cama, ella lo tumbó de espaldas y se subió a su cuerpo como una tigresa, de un salto. Frotándose el coño antes de metérsela, se abrió sus labios y poco a poco la condujo hasta el fondo, quedando sentada sobre sus huevos.
— ¡Qué bonita eres!— exclamó Juan en el momento en que su polla entraba en el ardiente interior, a lo que siguió una exhalación muestra del mayor de los placeres.
— ¿Soy bonita verdad? —sonrió Lucía apoyada en su pecho mientras comenzaba a cabalgarlo—. ¡Pues esta noche te enseñaré además las cositas que sé hacer!
— ¡Házmelo despacio!— le rogó él.
— Está bien cariño, lo haremos como tú quieras— contestó Lucía mientras colocaba suavemente su falo bajo su rajita y se lo restregaba suavemente jugueteando en su entrada con él.
Cuando se cansó, lo hizo desaparecer de nuevo en su caliente interior y suavemente comenzó a subir y bajar continuando con la cabalgada.
— ¡Jo, qué bueno!— exclamó el sumiso cliente bajo aquella gatita encelada.
— ¡Oh si!, ¡me está gustando a mi también! —gritó Lucía acordándose de porqué le gustaba aquel oficio: ¡Buena comida, buenos vinos, suites de lujo y sexo!
Ella, que conocía los entresijos de su trabajo a la perfección, se echó sobre el pecho del individuo haciendo que este se aferrase a su espalda y le comiera los pezones, mientras ella, con rítmicos movimientos de su cintura de avispa, lo fue follaba despacito como le había pedido él.
Mientras tanto el hombre disfrutaba mamando de sus tetitas, como golosinas en la boca de un niño, al tiempo que apretaba su culo prieto y redondo con ambas manos mientras ella ejercitaba sus caderas arriba y abajo. Sin duda todos sus sentidos estaban puestos en aquella hermosa chica que se lo elevaba al cielo, y le hacía recuperar parte de su autoestima, perdida por el trámite del divorcio al que le había dicho durante la cena que se enfrentaba.
Lucía se recreaba en el acto subida encima del caballero al que apenas conocía. Había llegado a ser capaz de de abstraerse mientras follaba a aquellos hombres, la mayoría de veces no le gustaban mucho, por eso recurría a la imaginación, bien para cambiarles el aspecto, bien para verse en una playa caribeña de blanca y fina arena, tumbada sobre una hamaca disfrutando de un cóctel mientras un hermoso joven la poseía.
Esta ocasión era distinta, pues era su primer cliente en bastante tiempo, desde su incidente y lo cierto es que le había caído bien con sus inseguridades durante la cena y también echaba de menos el sexo. El sentir una verga en su interior, el sentir su poder encima de un hombre, controlarlo con su pequeño y fibroso cuerpo, que tanto gustaba a ellos por su aspecto infantil pero tremendamente erótico.
Por eso, ensimismada en sus pensamientos, no sorprendió que apenas llevasen unos minutos cuando el tipo comenzó a gemir airadamente, apretando sus dientes, sus manos en su culo y tensando todo su cuerpo levantándola con él sobre la cama.
— ¿Ya cariño? —le preguntó extrañada.
— ¡Oh si! ¡No he podido evitarlo! —confesó el cliente entre dientes.
Bueno, no había más que hacer, se limitó a echarse sobre su cuerpo y hacerle arrumacos en el oído mientras apuraba los últimos espasmos de su corrida. Cuando hubo terminado, desmontó y se tumbó a su lado.
— Me gustaría ver cómo te masturbas —le propuso su cliente.
Dado el poco tiempo que había durado la penetración a Lucía no le pareció mal seguir jugando con él, después también era de carne y hueso y le hubiese gustado que aguantara un poco más para darse placer.
Así que se bajó de la cama y se acomodó en una butaca que había a los pies de la misma. Levantando una rodilla por encima del reposa manos, apoyó su talón en él, dejando su pequeña rajita exageradamente al descubierto. Luego lamió delicadamente la punta de sus dedos y procedió a separar los finos labios de su afeitada flor, deleitándose con caricias sensuales y atrevidas sobre su clítoris y labios.
— Métete los dedos, quiero ver cómo lo haces —le exigió el cliente.
Lucía lo complació y se introdujo dos y hasta tres de sus dedos. Jugaba con su almeja como una experta y como sabía lo que ponía a los hombres se deleitaba estirándose los pliegues de su coño, mostrándolo tan abierto y explícito como le era posible. Incluso se permitía introducir sus dedos en ese oscuro agujero del deseo prohibido, algo que también los volvía locos.
Lo cierto es que estaba tan abandonada, que descubrió lo caliente que se estaba poniendo en aquellos momentos y le apeteció correrse delante de aquel tipo. De manera que cuanto más pensaba en esta idea más le excitaba el hacerlo.
— ¿Te atreverías a comérmelo? —le propuso tan cachonda como ya no recordaba haber estado con ningún cliente.
El hombre la miró extasiado en la visión de su preciosa y pequeña joya. Tal proposición le turbó y aunque dudó, pues ella para él también era una extraña, finalmente claudicó y aproximándose a ella a gatas puso su boca tan cerca de su raja que Lucía pudo sentir su cálido aliento sobre su piel.
— ¡Oh si Juan, qué rico! —exclamó airadamente al sentir su lengua clavarse en su coño.
Se había atrevido a pedírselo y él había aceptado, no era algo que soliese hacer pero aquella noche era distinta lo deseaba y quería correrse, pues también ella tenía derecho.
El hombre se portó tan bien que ella para recompensarlo lo tumbó de nuevo en la cama y le comió la polla a pelo una vez más hasta recuperar una aceptable erección de aquel tipo.
— ¡Vamos, fóllame por detrás! —le ordenó como si fuese su ama.
Él sin rechistar se puso tras su pequeño culo respingón y le clavó la verga en su sonrosada rajita.
Lucía la sintió entrar y ahora fue ella quien exhaló de puro placer. El tipo se aferró a sus estrechas caderas y apretó con furia ahora contra su culito, lo cual le hizo un delicioso daño. Después de todo no follaba mal el tío.
Se soltó en una serie de gemidos y alaridos como gustaba oír a los hombres que la follaban, apoyó los codos sobre las sábanas y dejó su culito en pompa y se dejó follar por él, para que sintiera que sumisamente se rendía a su polla y adoptó el papel que tanto gustaba a sus clientes a veces.
Secretamente deslizó sus dedos en aquella postura por su vientre y se acarició su clítoris mientras la follaba, disfrutó con cada embestida e incluso sintió cómo éste le deslizaba el dedo gordo por su ano, algo que seguramente hacía con su mujer y que ella también apreció, pues la excitó un poco más si cabe.
Y corriéndose por todo lo alto se contrajo y convulsionó con su pequeño cuerpo sometido a aquel tío que acababa de conocer, placeres del trabajo que sólo muy de tarde en tarde ocurrían, pero que cuando pasaban le hacían reponerse y continuar con su oficio, que por otra parte le proporcionaba además pingues beneficios.
— ¡Qué bueno, joder! —dijo mientras terminaba de correrse.
Pero Juan, que así se llamaba, al sentir las contracciones de su pequeño cuerpo de universitaria, apretó sus embestidas y mientras ella terminaba fue él quien comenzó a dar alaridos y alcanzar así su segunda corrida.
Sólo entonces Lucía fue consciente de que esta segunda vez se había olvidado de los condones y casi de inmediato pensó en el peligro que corría por aquel imperdonable despiste. Aún así lo analizó con frialdad y pensó que probablemente aquel tío no iba de putas desde hacía años y que sólo ahora, a raíz de la tensa relación con su esposa había claudicado, se fijó en que aún llevaba su anillo y pensó que no era probable que le contagiase nada, aunque eso sí, tomó nota para próximas ocasiones.
Mientras tanto el tío terminó de sacudir su pequeño cuerpo y rendido se echó a un lado, liberándola de su cintura, momento en el que Lucía aprovechó para salir rauda hacia el cuarto de baño, buscando un poco de intimidad.
Se sentó en la taza del váter y el pipí cayó con su chorrito característico, también sintió otros flujos bajar, fruto de su inconsciencia de antes. Respiró hondo y se relajó unos instantes. En su mente se sintió liberada, volvía al trabajo y esta noche se sacaría una buena tajada. Entró en la ducha y se aseó bien su rajita, dejó que el agua caliente corriese por su rostro, limpiando su maquillaje, pues ahora ya no le importaba y tras esto salió de la ducha cogiendo la primera toalla que tuvo a mano.
Mientras se secaba se estuvo mirando en el espejo, viendo su cuerpo desnudo, sin duda era narcisista y le gustaba verse reflejada en todo su esplendor.
— ¿Estás buena, eh? —se dijo como Narciso al mirarse al estanque.
Al salir sorprendió al hombre dormido, este se sobresaltó un poco y ella se disculpó. Le dijo que se tenía que marchar y este se envolvió perezosamente en las sábanas mientras la despedía.
— Volveré a llamarte, has estado genial —le dijo antes de que saliese por la puerta.
— Cuando quieras estoy a tu disposición “guapetón” —respondió ella girándose y devolviéndole la mejor de sus sonrisas mientras le tiraba un besito al aire.
Se vio un poco cursi, pero sabía que aquel tipo lo había pasado bien y que sin duda volvería a picar en sus redes, haciéndose un cliente fiel, y a juzgar por su nivel de vida, ¡sin duda le convenía!