Soy la puta de mi abuelo
Verónica, una joven modelo, descubre un nuevo y prohibido placer con el descomunal miembro de su fogoso abuelo.
SOY LA PUTA DE MI ABUELO
Herr Kleizer
Hola, me llamo Verónica. Soy morena, mi cabello es largo, lo uso hasta media espalda, mis ojos son café. Tengo un buen cuerpo, buen pecho y buen trasero, y es que, para financiar mi carrera universitaria, que es comercio internacional, trabajo medio tiempo en una agencia de modelaje, logré que una foto mía en bikini calificara para el calendario de este año, y obtuve un contrato con una marca de cerveza nacional para usarme como modelo en sus afiches y anuncios televisivos. Tengo 19 años.
Como han de imaginarse, tengo muchos pretendientes, de todas las edades. No soy virgen, hice el amor con un novio que tuve a los dieciséis, y desde entonces tengo sexo de vez en cuando, el tipo más viejo con el que me he acostado es uno de los accionistas de la empresa que produce la cerveza en cuestión, un tío de 32 años, pero luego descubrí que es casado y yo quiero un hombre para mí solita.
Mis padres se divorciaron hace varios años y vivo con mi madre, y desde hace varios meses acogimos a mi abuelo, Facundo, porque mi abuela murió y mamá no quiso dejarlo solo. Mi abuelito es un poco más bajo que mí, barrigón pero no mucho, más moreno que yo y ya solo tiene algunos pelos canosos alrededor de sus orejas, sin mencionar un abundante bigote y barba, canas también.
Como sabrán, mi abuelo, que rondaba los 60 años, era el último hombre a quien yo hubiera considerado para tener relaciones sexuales pero las cosas iban a salir distintas mi abuelo tenía su cuarto tapizado con afiches y pósters de mí, y yo le creía cuando decía que era por cariño, no me pareció nada extraño, sólo mamá arrugaba el ceño, pero no le daba mucha importancia. A mí me agradaba tener bajo mi techo a mi admirador número uno: sabía que repartía pósters de mí entre sus amigos de su edad pero hasta entonces, nunca pensé nada más
Fue un lunes por la mañana, en que mi mamá andaba en viaje de negocios, regresaba el miércoles. La criada tuvo que salir de emergencia para su pueblo, y yo no le negué el permiso. Supuestamente yo iba a reunirme con unos compañeros para trabajar todo el día en una investigación de una clase, pero, como siempre, solo fuimos tres, que nos repartimos el poco material reunido jurándonos no apuntar a los otros cuatro compañeros en el informe final.
Así que, por ese motivo, regresé temprano a mi casa, a eso de las once y media de la mañana; como ando mi llave, no me molesté en tocar el timbre, además que mi abuelo podría estar dormido, por eso, entré silenciosamente. Tiré mi mochila en el sofá de la sala y me puse a ver tele, sin subir mucho el volumen ese día andaba vestida con un pantalón jeans muy ajustado, de los que me encantaba usar, y una blusa blanca sin mangas y con un escote más o menos decente.
Fue en un error de transmisión, en que la tv se quedó en silencio varios segundos, cuando me pareció escuchar la voz de mi abuelo, como tosiendo, o eso me pareció.
-Ojalá no se esté ahogando -pensé, y subí sigilosamente, ya descalza, porque tengo la costumbre de andar sin calzado dentro de la casa.
Subí al segundo piso, pues, y pronto ví que la puerta del dormitorio de mi abuelo estaba cerrada. El nunca cerraba la puerta, y cuando estuve a punto de empujarla, escuché unas palabras que nunca olvidaré:
-Ay, abue, usted todavía las puede -dijo una voz de mujer, sofocada, gimiendo silenciosamente mi abuelo estaba teniendo sexo ¿pero con quién?
La rendija de la puerta era un poco más ancha de lo habitual, así que, picada por la curiosidad y el asombro, traté de espiar primero ví unos pechotes blancos y unos labios pintados, mi abuelo había contratado una puta, si mamá supiera, la mujer bajaba y subía, pronto hallé un buen ángulo y lo ví, primero ví una panza morena como una colina y luego, una barra de carne café oscuro, no muy larga, pero sí muy grueso, casi como la mitad de mi muñeca esa puta tenía que abrirse mucho para meterse la estaca de mi abuelo, durísima, como pude ver
La puta montaba a mi abuelo con cuidado, debido a la prominente barriga de él, la posición favorita de esa mujer era montarlo, pero viendo hacia sus pies entonces la puta acomodó esa vergota en su culo y con esa boca comenzó a devorarla, viendo anonadada, cómo esa cosota tan rica iba desapareciendo en medio de esos redondos cachetes blancos.
-Aaaaahhh, qué rico, Facundo, esta culiada no te la voy a cobrar, amorcito, rico, abuelito -decía la puta, y hasta ese momento noté mi humedad, y que me estaba acariciando mis senos que ya estaban duros nunca lo creí posible, estaba excitada por ver a mi abuelo cogiéndose a una puta creo que me relamí los labios un par de veces.
Me pareció que la puta tenía varios tatuajes, pero no pude apreciarlos bien. Ella redobló su velocidad, mi abuelo se quejaba pero parecía estar pasándola de mil maravillas. Yo ya me acariciaba los senos sin pudor alguno, notando cómo la ramera se estimulaba su coño, chillando obcecada de placer con ese gusanote bien comidito por su culo.
Entonces, la puta se corrió.
-¡Ay, Facundito, sólo vós me ponés así, papi!
Y acto seguido, la puta se dio vuelta para mamarle la pija a mi abuelo, sobándolo con rapidez, y observando entonces, aquellos chorros abundantes de semen bañando el rostro de la prostituta.
-Berenice, mi vida, vós sí cogés como me gusta, rico, mami -dijo mi abuelo, acabando en el rostro de su amante. Yo ya me frotaba mi sexo por encima de mi pantalón, hipnotizada por el espectáculo. La tal Berenice gateó y por los sonidos, creo que se besó apasionadamente con mi abuelo.
-Sós el mejor, abuelito -escuché que le dijo.
Con verdadero cuidado, volví al piso de abajo, entrando al baño para terminar de masturbarme, la visión de mi abuelo haciéndolo con una puta había ocupado mi mente, desterrando todo lo demás. Tú puedes tenerlo si te da la gana , susurró entonces, la voz maldita, pero en eso me entró un escalofrío y mejor me limpié y volví a la sala.
En eso bajaba de las escaleras la tal Berenice, ella sola. Vestía un pantalón jeans negro, y una chaqueta de igual tela pero en azul. Su piel era muy blanca, aunque sus ojos azules seguramente eran lentes de contacto, su cabello era castaño oscuro, su cuerpo en sí, era robusto pero curvilíneo, una cintura no muy acentuada, su rostro un poco grosero y sus labios pintados de un rojo de mal gusto. Le calculé unos 28 años.
-Soy amiga de tu abuelo -me dijo, intentando explicar aunque no intimidada-. Ya me iba -su voz tenía el tono típico de una mujerzuela.
Creo que no dije nada, sólo la saludé con mi cabeza y me aparté para que pasara. Berenice me vio de manera curiosa. Cuando pasó a mi lado, me dijo entonces:
-Dime, ¿te gustó lo que viste?
Abrí mi boca, asustada. Ella se rió y se inclinó para decirme algo al oído: Cuando tu abuelito me daba duro, varias veces se le escapó tu nombre -y volvió a reírse y se fue.
Me senté en el sofá, ensimismada, asimilando a mi abuelo con su verga parada chingando con una puta, luego la revelación de Berenice de que mi propio abuelo me deseaba eso hizo vibrar zonas oscuras y casi olvidadas de mi ser, ¿acaso lo deseaba yo también?
Intenté olvidarme del asunto viendo televisión, pero la imagen de ese cipotón no abandonaba mi mente. Creo que mi abuelo se quedó dormido, porque tardó mucho en salir. Yo ya tenía listo el almuerzo. Cuando ví a mi abuelo todo apenado, supe que sabía que lo había visto.
-Verónica, yo no se suponía que vieras eso -empezó a excusarse.
-Abuelo, cálmate, ya estoy grande -le repuse, dándole una sonrisa de complicidad-; no le diré nada a mamá, descuida. Ven a comer.
Aún así, mi abuelo estaba un poco alicaído, comiendo despacio.
-No tenía idea que aún podías bueno, tú sabes -le dije, tratando de levantarle el ánimo, sintiendo mis mejillas arder y bajando mi mirada.
Mi abuelo sonrió y por vez primera, sus ojitos se clavaron en mí con cierto brillo de lujuria.
-Todavía tengo mucha fuerza para atender damas -dijo, orgulloso, masticando con lentitud, luego me preguntó: ¿Y cuándo empezaste a follar?
La pregunta me agarró desprevenida, o más bien, el modo de hacerla. Sentí que me sonrojaba y me reí un poco. Subiendo mi mirada de cuando en cuando, le contesté:
-Fue con un novio que tuve, acababa de cumplir los dieciséis años.
-Ya veo, ¿y dónde lo hicieron?
-¡Abuelo! -exclamé, sonriendo, agarré aire y respondí: Fue en una fiesta en casa de una amiga, nos prestaron un cuarto -y noté, de soslayo, que mi abuelo ya se acariciaba su polla por encima de su pantalón, pero subió la mano a la mesa cuando le pareció que me estaba fijando.
-Ah, interesante, Verónica -comentó, sonriendo-, ¿y qué hicieron? Dame detalles.
-¿Quieres detalles? Abuelo, eso es demasiado -repliqué, divertida y ruborizada, sin dejar de percibir cómo mis pezones se iban endureciendo paulatinamente, algo que, sin sostén debajo de mi blusita, mi abuelo con toda certeza apreció.
-Tienes razón, disculpa. Por favor, no le cuentes nada a tu madre -me dijo entonces, y cuando se levantó de la mesa, hizo una mueca de dolor.
-¿Qué tienes, abuelito?
-Bah, no es nada, Vero.
-¿Cómo no va a ser nada?
-Bueno, es que me lastimé ya sabes dónde, se me irritó, ¿no tienes alguna crema para eso, por casualidad?
-Creo que sí, iré a buscarla a mi cuarto -respondí, ya casi olvidándome de la inesperada visión de esa mañana.
Subí deprisa las escaleras y entré a mi dormitorio, luego a mi baño, en cuyo botiquín hallé la crema que buscaba. Cuando me di la vuelta, me encontré a mi abuelo en medio de mi habitación.
Luego del sobresalto, le tendí la crema: Ten, aquí está.
-Gracias, hijita -y sus gruesos dedos morenos tocaron mi mano, sintiendo una curiosa electricidad emanando de su piel y nuestros ojos se encontraron. Me sonrojé y bajé mi mirada, esto no podía estar pasando.
Ya que mi abuelo no se iba, le pregunté, sin intención alguna de sonar ambigua o menos aún, como insinuándome:
-¿Necesitas algo más de mí, abuelito?
-Oh, no, nada más, hijita, nada más a menos que quieras ponerme la crema -me disparó entonces, subiéndoseme toda la sangre a mi rostro, pero fue mi propia reacción la que más me sorprendió, encogiéndome de hombros, le respondí:
-Como quieras.
-¿Qué, en serio?
-Claro, siéntate en mi cama, además, con esa panzota que te cargas no vas a poder ver bien -le dije con cariño. Mi plan solamente era ver de cerca, y palpar, ese pene descomunal de mi abuelo pero cuando una juega con fuego, a veces se quema
Mi abuelo, con sus ojos abiertos como platos, se sentó en mi cama, obediente. Yo traje la silla de mi escritorio. Mi abuelo se tendió y se desabrochó los pantalones. Creo que ninguno de los dos podía creer la escena tan morbosa que se estaba desarrollando y que pronto no sería nada en comparación con lo que iba a pasar.
Pronto tuve a mi vista una verga gordísima como un hamster, un poco más corta que el promedio, pero era considerable. Me quedé helada al ver eso, sin mencionar que estaba fláccida en esos instantes.
-Creo que me lastimé por la base del lado izquierdo -me dijo mi abuelo, apoyado sobre mis codos, saboreando mi expresión de susto y algo más habrá visto en mi cara que hizo que sus ojillos brillaran de nuevo
-Ya -dije, y con mi mano izquierda tomé con suavidad su capullo para ver mejor esa área, notando de inmediato una zona roja, a punto de hincharse-. Ya lo ví -le dije, con toda la saliva agolpándose en mi boca.
Saqué un poco de crema y unté mis dedos de la mano derecha, y empecé a frotar la parte lastimada.
-Ah, ten cuidado, amor, más suave -dijo mi abuelo, aunque dudo que ese gemido fuera de dolor.
-Oh, lo siento, tendré cuidado -me disculpé, pero cuando seguí mis caricias, que eso eran, tal y como lo sospeché, el órgano de mi abuelito cobró vida y, en cuestión de segundos, ví crecer esa polla que más bien parecía de un ogro, que terminó bien dura a pocos centímetros de mi cara para ese entonces, yo ya la sujetaba con mi mano derecha, dándole una suave pajeada.
-¿Cuánto me quieres, Verónica? -me preguntó mi abuelo, con una voz suave que ya no era la de él.
-¿Cómo quieres que te lo demuestre? -le reté, mirándolo a los ojos, una parte de mí rogando que no se atreviera a seguir con eso, y otra parte de mí, la que pocas veces había salido a la luz, rogando que mi abuelo dijera la palabra mágica, que retumbó en mis oídos y en mi cabeza cuando la dijo:
-Chúpamela, hijita.
Sujeté esa cosa con mis dos manos, moviéndola, pajeándola luego de titubear unos segundos, finalmente me incliné y le besé el capullo a mi abuelo.
-¡Ay, sí, que rico, mija! -suspiró él, lo que me dio más confianza, una parte de mí estaba deseosa por competir con la puta de la mañana.
Entonces, luego de un par de tiernos besitos, procedí a lamer ese pincho de carne vibrante en mis manos. Me costaba creer que un señor de casi 60 años, que tuvo sexo hace unos cuatro horas estuviera listo para al menos, una mamada, que no pensaba mezquinarle en absoluto
Moví mi lengua en círculos, acariciando y ensalivando ese hongo inmenso, pensando cómo abriría mi boca para tragarme toda esa carne. Después, ya mi lengua recorría ese cilindro, incluso pasándola sobre la crema, sintiendo el sabor dulzón de la medicina.
-¡Aaaah, hijita, me tenés en la gloria, trágatela, ricura, trágatela ya!
Entonces, abrí mi boca al máximo y como pude, metí ese hinchado glande en mi boca, me parecía estar chupando uno de esos enormes caramelos redondos, los rompe quijadas sentí el sabor de la polla de mi abuelo, como a madurez y suciedad, sólo entonces caí en la cuenta que tal vez ni se había limpiado de los fluidos de la prostituta lo que me hizo mamar como si no hubiera un mañana.
-¡Oooh, preciosa, que rico me la comés, qué puta que sós!
Con todo, no pude tragarme poco menos que la mitad de esa pijota, era demasiado ancha para mi estrecha boquita, pero me esforcé succionando toda la sección que me cabía en la boca, bajando y subiendo mi cabeza, llegándome a doler la quijada.
Apenas sentí ese pene hermoso temblando en mis manos y bajo la presión de mi voraz lengua y de mis labios, mi abuelo me tomó de la cabeza, abortando mi mamada. Al subir mi mirada, mi boca pegó con una masa de pelos, su barba, y sus labios chuparon los míos y sin terminar de creerlo, mi boca se abrió, permitiendo la entrada de esa lengua gorda y caliente de mi abuelo le chupé la lengua y nos besamos como un par de actores porno, de manera asquerosa los dos estábamos ebrios de lujuria y de morbo.
Las manos de mi abuelo se movieron por mi espalda, luego buscaron mi busto y con velocidad sorprendente, desabotonaron mi blusita blanca, que pronto fue a dar a la pared del fondo. Me subí en mi abuelo, abrazando su cabeza con mis brazos, devorando su boca, mamándole la lengua, rodeando su panza con mis piernas yo estaba arrobada, me moría de ganas por ser la mujer de mi abuelo
Esa posición favoreció la glotonería de mi inusual amante, que me hizo apoyarme de manos, arqueando mi espalda, hacia la silla de madera ahora desocupada, quedando mis senos bastante parados apuntando a su cara. De inmediato, mi vicioso abuelo enterró su cara peluda en mis pechos, lamiendo, mordisqueando, besando y chupándome los pezones
-¡Qué rico, siempre te había querido mamar estos melones, amor! -me confesó en medio de su frenesí.
-¡Mmmmh, abuelito, ahí tenés mis meloncitos para que te los comas como quieras aahh! -le dije, como pude, ya en sus manos, no había marcha atrás, mi abuelo me manipulaba con pericia, crucé el punto de no retorno.
Esas manos anchas y cálidas, junto a esa boca ardiente, me provocaban un éxtasis nunca antes conocido por mí quizás solo fue la irreal situación ¿irreal? Cuando desperté de mi enajenación, por un instante, mi abuelo ya me estaba desabotonando el pantalón, y yo misma lo ayudé, levantando mis caderas y pronto, un calzóncito rosado era la única prenda en todo mi cuerpo
Me dejé hacer, y mi abuelo me tendió sobre mi cama, besándome de nuevo, su panza pegada a la mía, luego fue bajando, deteniéndose un rato más en mis "melones", luego, prosiguió su exquisito descenso hasta llegar a mi concha que ya parecía fuente de tanto líquido que rezumaba. Mi abuelo restregó su cara contra mi sexo
-¡Aaay, abuelito, así, así! -chillé. Mi abuelo me lamió y me mordisqueó por sobre mi prenda, misma que después oí romperse y mi abuelo la retiró, pudiendo por fin, sentir su lengua directamente en mi vagina- Oooh, hazme tuya, abuelito, qué rico
Sus dedos invadieron mi intimidad y, de manera instintiva, abrí más mis piernas, para que mi amado abuelo jugara como quisiera con mis genitales, teniéndome en su poder incluso llegó a introducir sus dedos en mi culo, que a todo esto, lo tenía virgen y mi abuelo lo notó sin duda.
Yo me mantuve con mis ojos cerrados, sólo sintiendo oleada tras oleada de placer, entonces sentí a mi abuelo encima de mí, abrí mis ojos y hallé su mirada destilaba deseo, y por lo que vio en la mía no sé, el caso es que me la metió
Despacio; cerré mis ojos de inmediato, abriendo mi boca sin emitir ningún sonido mi abuelo era consciente que podía hacerme daño con esa cosota, así que me lo hizo lenta y deliciosamente, entrando ese animal, abriéndose paso entre mis trémulas paredes, ensanchándolas nunca había tenido adentro algo tan rechoncho
-¿Te gusta, Verónica, te gusta mi pinga?
-¡Sí, abuelito, sí, la tiene bien rica, hágame suya, jódame!
Yo ya no era yo, rodeé el grueso cuello de mi abuelo con mis brazos y me entregué a ese desenfrenado placer incestuoso. Mi abuelo sujetó mis contorneadas piernas con sus brazos y empezó a castigarme con más furia
-¡Ah, sí, abuelito, me mata, máteme, vióleme lo amo!
-Decí que sós mi puta.
-¡Uff, qué delicia, soy su puta, abuelito, soy su puta, toda suya!
Qué bien me sentí al decir esas cosas. Noté que mi abuelo transpiraba a chorros, costándole mucho esfuerzo bombearme en esa posición.
-Amor, acuéstese, si quiere lo ahorco y lo mato -le dije, refiriéndome a cabalgarlo. Mi abuelito se inclinó a mí y nos dimos un obsceno beso de lengua que duró casi el minuto, luego obedeció y se acostó boca arriba, yo me acomodé, sentándome a horcajadas sobre sus caderas
Entonces experimenté uno de los más grandes placeres de mi vida, que fue, sentarme poco a poco en esa pija descomunal.
-¡Vamos, trágala toda, perra, puta inmunda! -me instó mi abuelo.
-¡Oooohh, qué bien se siente, qué delicia! -gemí, cuando me la encajé completa, sintiendo algo inmenso trabado en mi pelvis, y como pude, empecé a montar a mi abuelo, no sin cierto dolor que solamente espoleó más ese pecaminoso deseo que me embargaba toda.
-¡Aaah, mi nietecita, tan puta, movéte, así, rico mamacita!
-¡Abuelito, mi amor, abuelito, usted es mi marido!
Ya acostumbrada a ese tubo en mi interior, mi cabalgata frenética fue más efectiva y por unos minutos, nuestros quejidos y gritos llenaron el cuarto, nos dijimos de todo
Apenas me corrí, bañando el falo para mí mas sagrado del universo con mis jugos, salté de mi abuelo y me comí su polla, tragando entonces, aquél semen caliente, hirviendo, mugiendo como una vaca indecente bebiendo esa leche que sentí tan sabrosa, que se derramó por las comisuras de mi boca me tomé mi tiempo en limpiar ese grueso mástil, así como lamí sus guevos y hasta creo que tragué un par de sus pelos púbicos
Luego me acosté, desnuda y cubierta de sudor al lado de mi abuelo, y me adormecí, reposando mi cabecita contra su pecho, abrazándonos y durmiéndonos juntos. Les recuerdo que todo esto pasó un lunes, y mi madre volvería hasta el miércoles, así que falta que les narre lo sucedido el martes, pero eso será después
Y esta es la historia de cómo me convertí en la puta de mi abuelo.
Verónica Padilla