Soy la puta de mi abuelo (2)
Verónica, la escultural modelo de afiches que cayera en pecado con su fogoso abuelo, ahora debe entregarle su hermoso ano virgen.
Soy la puta de mi abuelo II
Por Grampa Kleizer
Me llamo Verónica Padilla. Soy modelo. Y como ya lo saben, acabo de tener relaciones sexuales con mi abuelo. Creo que me dormí abrazada con él hace como una hora. Mi abuelito se quedó roncando, desnudo, en mi cama. Yo me levanté y fui al baño para echarme un poco de agua en la cara y verme en el espejo
Verónica, de verdad lo hiciste. Te echaste a tu abuelo. Has obtenido tu master en puta. No debiste haber leído los relatos de ese tal Kleizer, te emponzoñaron la mente con ideas absurdas pero, ¿te arrepientes? Esa es la pregunta. ¿Estuvo bueno? ¡Demonios, sí!
Eran casi las seis de la tarde. El cielo lucía azulado y oscuro. Caí en la cuenta que andaba desnuda, sólo con mis aretes y una delgada pulsera dorada. No me preocupé, no había nadie más en la casa. Fui al dormitorio y posé ante el espejo de cuerpo entero no cabe duda, muñeca, estás bien buena
Vi a mi abuelo, dormido a pierna suelta en mi cama. Vi su sabroso miembro, recogidito. Supe que volveríamos a hacerlo una y otra vez pero no por mucho tiempo. Pensé que lo menos que podía hacer era endulzar sus últimos días de esa manera, tirándomelo
Me puse una bata y calcé unas sandalias. Creí que mi abuelo, a pesar de su sorprendente y bienvenida potencia, a su edad, luego de dos polvos en un mismo día, no iba a despertarse pronto bajé a hacerme la cena, y preparé un poco para él.
Mi cabeza me daba vueltas de nerviosismo, de gusto toda mi vida me dijeron que algo como el incesto era terrible pero qué bien se me dió. Prendí la tele para ver Chespirito, que empezaba a las 6:30. Escuché la regadera del baño de mi abuelo, me sorprendió saber que ya andaba despierto y me alegré también
Al rato bajó las escaleras. Yo estaba en el sofá, en la mesita frente a mí el plato sucio y la taza vacía. Lo miré, venía desnudo, directo a mí. La boca se me hizo agua y sin necesidad de palabra, mi bata salió volando tras el sofá. Mi abuelo se detuvo a verme, me puse de pie, sonriendo, sintiéndome orgullosa de mi belleza. Mi abuelo sonrió también, consciente del buen pastel que se había comido y que iba a comerse y este pastel temblaba de gozo ante esa idea.
Mi abuelo me sujetó de la cabeza y me atrajo a su boca. Su lengua gorda y tibia invadió mi boca, me chupó mi lengüita y le devolví la caricia, me succionó el labio inferior, sus manos se turnaban para manosearme y estrujarme pechos y nalgas. Alcé un muslo para que me lo acariciara. Mi abuelo me apretaba mucho con sus brazos. Me lamió el rostro y reí de felicidad.
Me sentó en el sofá y me abrió mis bronceadas piernas, y él se arrodilló en el piso, frente a mí, mordisqueando la cara interior de mis muslos, arrancándome mis primeros gemidos de ese segundo round. Mi abuelito querido hundió su cara en mi sexo, metiéndome casi toda su lengua. Casi lloré de dicha. Me metió un dedo en la boca, se lo chupé como haría una bebé, mientras yo me masajeaba mis duros pechos. Le mordí el rechoncho dedo que introdujo entre mis labios cuando chupeteó salvajemente mi trémulo clítoris. Yo ya no miraba nada, mis ojos estaban bien cerraditos de puro placer.
Me sacó el dedo de la boca y, tal como lo sospechaba, pronto sentí algo intentando forzar la entrada de mi culo, lográndolo poco a poco. Gemí como puta. Mi abuelo lamía, chupaba y mordía mi sexo, en tanto me estimulaba el recto preparándome sin duda para sodomizarme, aunque no lo creí capaz en ese momento, pero mi abuelo nunca dejaría de sorprenderme
Mi abuelo se sentó en el sofá, recostándose en el brazo opuesto, de modo que su grueso chorizo quedó erecto, apuntando al cielo.
-Sabes lo que tienes que hacer, putita -me dijo. Y sí que lo sabía. Mirándolo a los ojos, dedicándole una ninfómana sonrisa, me fui inclinando despacito, luego saqué mi lengua hasta rozar su punta contra el rosadito capullo de mi abuelo, que se estremeció al sentirme otra vez.
Tomé esa vergota entre mis manos y le pasé mi lengua por el glande, en movimientos circulares y lentos, tal y como había visto en varios videos porno. Los gemidos de mi abuelito me indicaban lo bien que se la estaba pasando con mis delicados lengüetazos. Luego, sentí su cálida y fuerte mano posada sobre mi cabeza, invitándome a engullir mi salchicha favorita. La cubrí de besos primero, y pasé mi ávida lengua por todo el cilindro, dando besitos a la juntara del pene con el vientre y finalmente, abrí mi boca y me metí ese ciclópeo hongo.
Le chupé primero la punta. Quería ensalivarlo bien para intentar tragarme más verga esta vez. Mi abuelo estaba sujeto del respaldo del sofá y del brazo en el que se recostaba. Lo tenía en el cielo nuevamente. Mi idea dio sus resultados y pude albergar medio leño en mi boca; mi abuelo me sujetó de la cabeza, para impulsarla de arriba abajo, aflojándome un poco cuando sentía que me faltaba aire.
Me la sacaba de la boca varias veces para darme golpecitos en los labios y mejillas con ese grueso falo. Mi abuelo tomó la iniciativa y me cacheteó con su boa, con más fuerza. Nunca le había permitido a ninguno de mis pocos amantes que me hicieran algo así, tan de mujerzuela, pero he ahí, mi propio abuelo, el padre de mi madre, restregándome su cosa por toda mi cara y cacheteándome con ella.
Se la chupé por varios minutos más. Estaba más que sedienta por esa lefa caliente para mí solita. Cuando la dejaba salir de mi boca, mi abuelo se la agarraba para darme golpecitos en el rostro, el que ya sentí todo pegajoso con mi saliva y con los líquidos preseminales de mi abuelo.
Pero, de nuevo, subestimé a mi poderoso abuelo. Me detuvo con gentileza y con un dedo me indicó darme vuelta.
-¡Ay, sí! -recuerdo haber exclamado. Me di la vuelta, en posición de perrita. Mi abuelo se acomodó atrás de mí. Abrí mi boca al sentir su cabezota empujando el hoyito de mi culo. Mi abuelo presionó con fuerza, y me dolió mucho. La verga se retiró y sentí algo húmedo y cálido: mi abuelito del alma me estaba obsequiando mi primer comida de ano que me transportó al paraíso. Alternó lengua y dedos para ensanchármelo, como había tenido oportunidad de ver en las pelis porno
Mi abuelo me tuvo en la gloria unos quince minuto. Yo recosté mi cabecita en el sofá, dedicada a gemir y a alabar a mi abuelo, y a decirle cómo lo amaba, cómo yo era su puta y él mi marido mi abuelo se acomodó otra vez y lo intentó
-¡Aaaaahhh! -grité, esta vez, sintiendo avanzar esa oruga de ardiente carne en mis entrañas.
-¡Qué socado tenés el culo, Vero! ¡Aguantá, mi amor, ya te entra la cabeza! -me dijo él, sofocado, haciendo fuerza.
Yo clavé mis uñas en los cojines blancos del sofá, mudo testigo de esa sodomía incestuosa sentí que me partieron en dos y me mordí los dedos para amortiguar mi alarido.
-¡Aj, hijita, cosita rica, ya te entró mi cabecita! Ya pasó lo peor muñeca, ya vas a ver cuando te estire ese culito -me dijo.
Con mis ojos entrecerrados vi una de las rabietas de don Ramón, cuando avienta su gorro al suelo y lo pisotea miré esa escena como en trance, mi voz profiriendo un gemido continuo, mientras sentía la verga de mi abuelo entrando paulatina pero inexorablemente en mi hiper dilatado recto. Mis nalgas estaban prensadas, cada una en una zarpa de mi abuelo, a quien oía casi reírse de placer creo que se me escaparon varias lágrimas.
-¡Oh, abuelo! ¿Qué me hace? -me quejé, dolorida, no le veía ningún chiste a eso.
-Confíe en mí, ricura, todas dicen lo mismo, aguantá un ratito, putilla, después vas a gozar más tú que yo -me conminó él, con tono paternal, como cuando me explicaba algunas lecciones de la escuela.
Mi abuelo me la metió toda. Se inclinó para acariciarme la vagina, ayudándome a soportar ese sufrimiento. En aquellos instantes hubiera jurado que esa vergota iba a hacerme estallar mis nalgas, tan separadas las sentí la una de la otra. Pero, apenas mi abuelo inició el primer mete y saca, un escalofrío recorrió mi sudorosa espalda, empecé a sentirle algo de gusto a esa culeada.
Mi abuelo se enderezó para sujetarme de mis glúteos y comenzó a joderme, muy despacio al principio. Poco a poco, mis jadeos dejaron de ser por el dolor y más por el gusto. Mi abuelo se movió con mayor rapidez.
-¡Oh, sí, abue, sí, ya me está gustando aaahh aaaahhh deme, deme! -chillé.
¡Plas!, me descargó una inesperada pero riquísima nalgada; ¡plas, plas!, lo hizo de nuevo, yo me reía de locura, con mi frente pegada al sofá, restregándose contra el cojín a causa de las cada vez más furibundas entradas de mi abuelo que recién me rompió el culo.
-¡Aaahh aaaahhh aaaahhh así, así, así!
Mi abuelo me penetró como loco, clavándome sus uñas en mis nalgas, y sin poder creerlo, me regaló un tremendo orgasmo que me dejó obnubilada, ni me importó manchar los blancos cojines. Mi abuelo gritó y sacó su vergota, y haciendo caso omiso de mi dolorido asterisco, me di vuelta y se la chupé con ganas, saboreando mi propio ano y pronto obtuve mi ardiente recompensa, al sentir el semen de mi abuelo chocando contra el techo de mi boca y mi lengua, derramándose entre mis labios y chorreando por mi mentón y por la puya de mi abuelo, que de inmediato limpié con mi lengua bien dispuesta, y antes de permitir que me relamiera el semen embadurnado en mi rostro, mi abuelo me sujetó de mi barbilla y me besó alocado, limpiando su leche de mi boca, y lo ayudé con gusto, entremezcladas nuestras lujuriosas lenguas, rezumando espuma de su lefa.
Me palpé el culo y casi dos dedos míos me cabían, creo que sería mi turno para usar aquella maldita crema que causó todo esto ja, ja, ahora le echo la culpa a una crema, en fin. Terminé de limpiarle y lamerle el instrumento y luego le serví la cena. Si me quedaban dudas, éstas desaparecieron soy la puta de mi abuelo.
Les recuerdo que esto sucedió en la noche del lunes. Todavía falta el martes, Creo que no me dan muchas ganas de ir a clases mañana
Verónica Padilla