Soy la puta de don Fernando, mi nuevo jefe.
Nunca pensé que caería tan bajo. Jamás se me había pasado por la cabeza el entregarme a un hombre de esa forma y menos que a uno que me doblara la edad pero, ahora, sé que difícilmente encontraré en uno más joven lo que él me ha dado.
Nunca pensé que caería tan bajo. Jamás se me había pasado por la cabeza el entregarme a un hombre de esa forma y menos que a uno que me doblara la edad pero, ahora, sé que difícilmente encontraré en uno más joven lo que él me ha dado. Soy una muñeca en sus manos. Ni yo misma me creo lo que ha pasado. Ese malnacido hace de mí lo que le viene en gana y lo peor es que a mí, me encanta.
La culpa es mía y de nadie más.
Desde bien cría, había soñado con enrollarme a un ricachón y exprimirle hasta el último euro de su cuenta corriente y por eso, cuando me lo presentaron, creí que él era el salvoconducto que me sacaría de la tan manida clase media. No estoy orgullosa pero tengo que reconocer que en un principio solo me atrajo el color de su puñetero dinero.
Conozco a ese cabrón
Todo empezó el día que la casualidad hizo que la empresa, donde trabajaba, quebrara y un fondo buitre se hiciera con la mayoría de las acciones. Todavía recuerdo que una mañana mi antiguo jefe, casi llorando, me informó que había tenido que vender su empresa a un financiero afincado en Barcelona.
Asustada por la posibilidad de perder mi trabajo, le pregunté cuando íbamos a conocer al nuevo dueño:
-Mañana llega- contestó el buenazo de don Gabriel. - Ha exigido que me cambie de despacho porque quiere mandar desde el primer día-
Me dio pena el viejo, no en vano, siempre se había portado como un padre con todos sus empleados y ahora se quedaba relegado a un segundo plano.
Cómo os podréis imaginar, la noticia corrió como pólvora y todos en la oficina, estábamos aterrorizados por que la fama le precedía. Fernando Salvatierra, así se llamaba el susodicho, era conocido por ser un hombre inflexible, un maldito capullo que no tenía reparos en mandar a la gente a su casa por el mero hecho que le mirara mal o tuviera la desfachatez de llevarle la contraria.
Yo, en cambio estaba expectante, porque al meter su nombre en internet, había descubierto que además de millonario, era divorciado por cuarta vez y lo mejor de todo, ese ruin había dejado a todas sus ex esposas forradas. Revisando sus fotos, descubrí que todas tenían un padrón común, eran rubias y con mucho pecho. Me avergüenza reconocerlo pero esa tarde al salir del trabajo, fui a la peluquería a teñirme el pelo porque quería causarle una buena impresión.
A la mañana siguiente, me puse un wonderbra que resaltara mi pecho y una falda por encima de la rodilla. Si a ese tipo le gustaban las pechugonas, no se iba a sentir defraudado. Al mirarme al espejo, me desabroché un botón para asegurarme de que la imagen que transmitía era la que estaba buscando y contenta por el resultado, me dirigí a trabajar.
Sabiendo que era conocido por su escrupulosa puntualidad, llegué media hora antes y acomodándome en mi sitio, esperé a que hiciera su aparición. El magnate entró exactamente a las nueve, venía acompañado de mi jefe. Al fijarme en él, me sorprendió su altura. En las fotos de las revistas se le veía un tipo de estatura normal y no esa mole de casi dos metros. Enorme es la palabra que definía a ese animal, sus brazos y sus hombros eran los de un luchador y no los de un financiero. Asustada por su presencia, me levanté a recibirles.
A don Gabriel le sorprendió verme de rubia pero no hizo ningún comentario y presentándome a su acompañante, le dijo:
-Fernando, le presento a Mariela, su secretaria-.
Sin cortarse un pelo, el recién llegado dio un repaso a mi anatomía, deleitándose en mi escote. El ejecutivo me exploró con su lasciva mirada como un ganadero examina a una res, recorriendo no solo mi pecho sino mi cintura y recreándose en mi culo. Cuando ya creía que no podía sentir más vergüenza, le oí decir:
-Una buena potranca, espero que también trabaje-
Completamente ruborizada, le pregunté si deseaba algo.
-Un café- respondió y dando un azote en mi trasero, me exigió que me diera prisa.
Si no llega a ser por el rolex de diamantes que lucía en su muñeca ese día, le hubiese devuelto una hostia, pero comportándome como una jodida sumisa, sonreí como si me hubiese gustado su trato y meneando el pandero, fui rauda a conseguir uno recién hecho. Antes de cerrar la puerta, alcance a oír a mi antiguo superior recriminarle su comportamiento pero Don Fernando, lejos de estar arrepentido, le contestó:
-Si vamos a trabajar juntos, es bueno que me conozca cuanto antes-.
Reconozco que cuando lo escuché, se me mojaron las bragas pero no de gusto sino porque creí que la caza de ese cincuentón sería más fácil de lo que había planeado. Sirviéndole el café ya me imaginaba comprando pieles en Loewe y alternando con la jet-set y por eso, al volver mis pezones estaban excitados al pensar en mi nueva vida.
Sé que me comporté como una zorra, pero no pude evitar agacharme al ponerle la taza enfrente y con una sonrisa, dejar caer:
-Cuidado, está caliente-
El hombretón me miró y fijando sus ojos en mi escote, contestó:
-Todavía no, pero si me sigues mostrando los pechos, vas a hacer que me hierva la sangre antes de comer-
Encantada de cómo se iban desarrollando los acontecimientos, volví a mi escritorio y olvidándome momentáneamente de él, me puse a ordenar el correo. Durante dos horas, los dos hombres no salieron del despacho pero los gritos que se alcanzaban a oír con la puerta cerrada, me dejaron claro que ese energúmeno se estaba despachando a gusto con don Gabriel.
Terminaban de dar las once y media, cuando vi que salía el antiguo dueño de su interior y cogiendo su abrigo, me informó que acababa de dimitir y haciéndome una confidencia me advirtió que yo debería hacer lo mismo.
-Lo siento, necesito el puesto- respondí mintiendo, no le podía decir que aunque no era rica, tenía ahorrado lo suficiente para aguantar un par de años y que lo que retenía era ver si cazaba a ese tipejo.
Nada más despedirme de don Gabriel, el señor Salvatierra me pidió que llamara a los jefes de departamento porque quería tener una reunión con ellos. Uno a uno, les fui informando que el nuevo mandamás les quería en su despacho y, todos y cada uno de ellos, dejaron lo que estaban haciendo, de manera que en menos de cinco minutos dio comienzo el improvisado comité.
Creyendo que no estaba requerida, cerré la puerta y volví a mi silla. No me había acomodado cuando escuché que a voz en grito me llamaba. Asustada, salí corriendo y pidiendo permiso, le pregunté que deseaba:
-Siéntate y toma nota de la reunión- me soltó indignado.
Por eso fui testigo del denigrante modo que los trató. Perfectamente informado de la vida privada de todos, don Fernando fue desgranando los defectos y vicios ocultos de mis compañeros con una precisión insultante. Cuando terminó, se puso en pie y señalando la salida, les dio a elegir entre dejarse la piel en el trabajo o irse a la puta calle.
Reconozco que me sorprendió Aurelio. Fue el único que se levantó y cogiendo su cuaderno, le respondió que se podía meter el puesto por el culo porque valoraba más su dignidad. Nuestro jefe sonrió al escucharlo y llamando a recursos humanos, les pidió que le extendieran un cheque por el despido. Los demás nos quedamos acojonados en nuestros asientos, de modo que tuvo que ser don Fernando quien nos mandara a trabajar. La desbandada fue general y yo la primera, no me apetecía quedarme con ese salvaje. Desgraciadamente, cinco minutos después tuve que volver a entrar a que me firmara la liquidación del valiente.
Al ponerle los papeles para que estampara su lúbrica, el gigante me volvió a dar un buen repaso con la vista y tras firmar, me preguntó:
-¿No te ha extrañado que no revelara tus defectos ante los demás?-
-Si- respondí y queriéndome hacer la graciosa, proseguí diciendo: -Será que no tengo-
No había terminado de hablar cuando ese capullo ya se estaba riendo a carcajadas. Su burla me cabreó y encarándome a él, le solté:
-No soy consciente de mis fallos, ¿podría ilustrarme con lo que sabe de mí?-
Con lágrimas en los ojos, producto de la risa, me contestó:
-¿Por dónde quieres que empiece? – y sacando un dosier con mi foto, se puso a leer: -veinticinco años, soltera, personalidad manipuladora, interesada, egoísta,….-
-¿Algún defecto?-, le espeté interrumpiéndolo.
-Bocazas y bastante puta, en resumen, eres una trepa que no dudaría en humillarse por conseguir su objetivo-
-Como puta solo es un estigma para los payasos, todo lo que tiene es que no me muerdo la lengua- respondí bastante enfadada por la descripción que había hecho y cogiendo los papeles firmados, decidí irme de su presencia.
Su carcajada retumbó en mis oídos mientras me marchaba. Ya en mi mesa, sonreí al comprobar que ese ogro no se había molestado con mi altanería, al contrario, estaba convencida que se la había tomado como un reto. En lo que no caí, fue en que ese hombre se crecía ante las adversidades y que había decidido someterme.
Da inicio a su acoso.
La capacidad de trabajo de ese cretino era agotadora, sin darme tiempo a descansar, me tuvo redactando cartas y pasándole llamadas durante más de diez horas. Ni siquiera tuve tiempo de ir a comer. Cada vez que veía desde su oficina que acababa de terminar un tema, recibía una nueva orden con la única intención de tenerme ocupada.
Completamente agotada, eran más de las ocho, cuando con alegría me percaté que estaba recogiendo su mesa. Haciendo lo propio, cerré mi ordenador y esperé a que terminara para despedirme. Me equivoqué al pensar que iba al fin a perderle de vista porque don Fernando poniéndose el abrigo, me preguntó:
-¿Tienes coche?-
Al responderle afirmativamente, obviando mi vida privada, me ordenó que le llevara al hotel. No pude negarme quizás porque en mi interior esperara que me invitara a pasar la noche con él. Tengo que reconocer que si bien era un perfecto gilipollas, el conjunto de sus músculos se me antojaban muy atractivos. No solo era un gigante, a sus cincuenta años, ese patoso seguía siendo un atleta. Las canas que poblaban su pelo le dotaban del encanto que da la madurez, pero lo que más me atraía de él eran sus ojos negros. Cuando me miraba, sentía que me desnudaba.
Bastante nerviosa, bajé con él en el ascensor. Estar encerrada con esa bestia en escasos dos metros cuadrados, hizo que mi mente divagara y me imaginara que desgarrándome el vestido, me violaba. Sé que se dio cuenta del rumbo que tomaban mis pensamientos porque, sonriéndome, me preguntó si estaba nerviosa. Al contestarle que no, el muy estúpido señalando mis pezones, me respondió:
-Entonces… te pongo cachonda-
Por segunda ocasión en un día, debí de darle un tortazo pero en vez de dar vía libre a mi enfado, disimulé acomodándome la camisa. Don Fernando disfrutando de mi turbación, aprovechó acariciar mi trasero mientras me decía:
-Me va a divertir doblegarte. Eres una putita calentorra, seguro que tienes las bragas empapadas-.
Eso fue el colmo e indignada le solté un bofetón. Desgraciadamente se lo esperaba y sujetando mi brazo, evitó que consiguiera mi propósito. No contento con ello, me dio la vuelta y descaradamente pasó su miembro por mi culo.
-La gatita tiene garras- dijo muerto de risa.
Con un sofocón me separé de él y haciendo como si nada hubiera pasado, abrí mi coche. Estaba aún temblando cuando se sentó en el asiento del copiloto. Mi jefe en cambio estaba en su salsa, con toda tranquilidad, ajustó la altura del respaldo y poniéndose el cinturón, esperó a que encendiera el vehículo. Aterrorizada por tenerle a mi lado, salí del parking en dirección a su hotel.
Sabía que ese malnacido se quedaba en el Ritz y por eso enfilé la Castellana con ganas de desembarazarme cuanto antes de él. Si mi nerviosismo ya era evidente, se tornó casi en histerismo al escucharle:
-Tienes unos buenos pechos, seguro que disfrutarás cuando te los muerda-
-¡Será si yo quiero!- respondí hecha una furia.
-Querrás, no tengas ninguna duda-
Afortunadamente para mí, llegué a la puerta de su hotel y sin voltear mi cara, me despedí secamente. Mi nuevo jefe con una sonrisa en sus labios, me dio las gracias por acercarle y cuando ya cerraba su puerta, me soltó:
-Mañana ven a las siete, te espero a desayunar-
Ni me digné en contestarle, estaba completamente enfurecida por el modo ruin con el que ese tipo se había comportado y acelerando, salí despavorida rumbo a casa. El trayecto me sirvió para tranquilizarme y por eso cuando abrí mi puerta, gran parte de mi cabreo había desaparecido, dejando un poso de desprecio que creí que iba a ser imposible que se me fuera.
Me sentía humillada y tratando de quitarme esa sensación, me metí a duchar. El agua caliente lejos de espantar el recuerdo de ese abusivo, me lo trajo con más fuerza.
“Será cabrón”, pensé mientras me enjabonaba los pechos al recordar su comentario. “Soy una zorra pero con quien quiero y no su puto juguete. ¿Quién coño se cree para asegurar que va a morderme los pezones? Son míos y se los doy a quien me da la gana”, sentencié mentalmente mientras involuntariamente me los empezaba a acariciar.
Cabreada hasta unos límites inimaginables, recordé la sensación de su pene en mi culo. Ese idiota presuntuoso había osado a traspasar los límites de la decencia, posando su miembro en mi raja y yo se lo había permitido. Sin dejar de estrujar mi pecho con una mano, usé la otra para tratar de borrar su recuerdo de mis nalgas y mientras me aseaba, empecé cavilar en mi venganza.
“Le voy a exprimir toda su pasta. Cuando acabe con él, va a tener que pedir en una esquina”.
Soñando despierta, visualicé a ese mal parido a mis pies, rogando que no lo abandonara y a mí, apartándolo con una patada. En mi mente, Fernando Salvatierra se comportaba como un pobre diablo dispuesto a recibir mis castigos. Me vi azotándolo con una fusta mientras me comía el coño, tras lo cual, usando el mismo instrumento lo sodomizaba.
La imagen de ese prepotente implorando mi perdón hizo que me empezara a excitar y ya totalmente consciente de mi calentura, me lo imaginé atado a una cama y a mí saltando sobre su pene, violándolo. Sin poderme reprimir, acerqué el mango de la ducha a mi sexo y dejé que el chorro acariciara mi clítoris. Poco a poco, mi cuerpo fue reaccionando al calor del agua caliente y acomodándome en la ducha, me empecé a masturbar.
“Cincuentón de mierda, primero te voy a usar y luego como si fueras un kleenex, te tiraré a la basura”, pensé con los dedos torturando mi botón. “no soy una muñequita imbécil cómo a las que estás acostumbrado. Vas a desear no haberme conocido”.
Mi liberación llegó en forma de orgasmo y dejando que mi flujo se fuera por las cañerías, me corrí.
Va afianzando su dominio.
Esa noche me sirvió para recuperar confianza. Decidida en darle la vuelta a la tortilla y que ese gusano cayese en mis garras, me vestí a conciencia. Sabía de su gusto por las pechugas y por eso me puse un top rojo que realzara el tamaño de mi busto. Para terminarme de arreglar, busqué en mi armario una minifalda a juego y mirándome en el espejo, decidí que mi odiado jefe iba a suspirar al verme.
“No va a poder evitar ponerse cachondo”, sentencié mientras me pintaba los labios con un rojo intenso, “ayer me llamo puta, pues se va a encontrar con una puta cara”
Mi confianza fue incrementándose en el camino a su hotel, de manera que cuando entré en el restaurante de ese establecimiento, estaba segura que ese petimetre caería rendido a mis pies. Por eso en cuanto lo vi, fui con paso firme a su encuentro. Don Fernando se levantó como un caballero y acercándome una silla, me saludó con un suave beso en la mejilla.
Creí que había conseguido mi objetivo hasta que, al sentarme, me soltó:
-¿Cuántas veces te has corrido pensando en mí?-
Llena de cólera, le miré con desprecio y arriesgando mi puesto de trabajo, le contesté:
-¿Y tú?-.
Descojonado de risa, cogió mi mano entre las suyas mientras me respondía:
-Unas seis pero no tiene mérito, tuve ayuda-
La fantasmada de su respuesta me terminó de sacar de mis casillas y sin morderme la lengua, le expuse mis dudas de que a su edad fuese capaz de tener más de una erección a la semana. Si creía que se iba a encabronar al oír mi respuesta, me equivoqué porque Fernando Salvatierra soltando una carcajada, me preguntó que quería desayunar.
Destanteada por el cambio de tema, le pedí un café al camarero y encarándome, le pregunté si no temía que le denunciara por acoso, por mucho menos, algunos jefes se habían vuelto inmersos en un largo proceso penal. Como si no fuera con él, se puso las gafas y mientras leía el menú, me contestó:
-Me vanaglorio de conocer a las personas, y tú jamás me denunciaras-
Parcialmente intrigada, le insistí en qué se basaba. Sin dar importancia a mis quejas, me miró a los ojos antes de contestarme:
-Mariela, ¿A quién quieres engañar? Estoy convencido que desde que supiste quien era, has soñado en compartir mi fortuna-
No sé cómo fui capaz pero dando un salto al vacío, le respondí:
-Te equivocas, no quiero compartir tu dinero. ¡Lo quiero todo!-
La franqueza de mis palabras le divirtió y mirándome el escote, se puso a desayunar. Su actitud impasible me pareció irritante pero comprendiendo que había revelado mis intenciones, decidí no seguir tentando al destino. En silencio esperé que terminara. Ese hombre conseguía provocar mis más bajos instintos, de haber podido lo hubiese estrangulado por el pasotismo con el que se había tomado mi declaración.
Don Fernando apurando su café, me dio un sobre. Al abrirlo, vi que en su interior había más de mil euros. Sin saber a qué venía ese dinero, le di tiempo a que se explicara. Picando mi curiosidad se levantó sin aclararme nada y solo cuando se dirigía a la recepción del hotel, me pidió:
-Toma las llaves de mi habitación, ve y paga-
Totalmente descolocada, le vi marchar y sabiendo mi misión, cogí el ascensor. Al llegar al cuarto, abrí la puerta para descubrir a dos mujeres derrengadas sobre la cama. Desnudas y agotadas, las dos rubias abrieron los ojos al verme entrar. Si ya fue duro encontrarme con esas prostitutas, más lo fue escuchar que una de ellas protestara:
-No le ha bastado con dos que tuvo que llamar a una tercera-
No le saqué de su error, únicamente las pagué y cabreada como nunca, bajé a encontrarme con ese pervertido. A eso se refería cuando dijo que se había corrido seis veces pensando en mí, esas profesionales era dos copias vulgares mías. Aunque parezca raro, uno de los motivos de mi enojo era que hubiese malgastado “MI” dinero con ese par de furcias.
Don Fernando me esperaba en el hall del hotel con cara de recochineo. El muy mamón sabía de antemano que al mandarme que pagara a esas dos, me iba a percatar de su juego. Estaba disfrutando y por eso, sin darme por aludida para no complacerle, le pregunté si nos íbamos.
-Por supuesto- respondió pasando su brazo por mi cintura.
No me preguntéis porque le permití hacerlo, ni yo misma lo sé. Lo cierto fue que sentir su manaza alrededor de mi cuerpo, me encantó y con los pezones erizados, me dejé guiar hasta mi coche. Ese fue el principio de mi claudicación y lo peor es que mi jefe lo supo al instante. Luciendo una sonrisa en su rostro, me abrió la puerta y sin hacer ningún comentario, se sentó en su asiento. Encendí el coche sin mirarle, mi mente estaba divagando sobre cómo ese cincuentón había dejado exhaustas a dos mujeres. Era de tal grado mi concentración que tardé unos segundos en darme cuenta que ese cabrón había dejado caer su mano sobre mi pierna.
Sé que no es lógico pero al sentir su caricia, me quedé callada y mirando al frente, hice como si no pasara nada. Mi mutismo le dio alas y tomando confianza, fue subiendo por mi muslo sin pedir permiso. Sus dedos recorrieron mi piel lentamente y mientras tanto, incapaz de oponerme, la temperatura de mi cuerpo fue subiendo grados. Con mis pezones traicionándome bajo el top, tuve que morderme los labios para no gemir cuando las yemas de mi jefe se aproximaron a mi sexo.
“Será un capullo pero sabe tocar a una mujer”, pensé mientras me trataba de concentrar en la conducción.
Todos mis intentos se fueron a la mierda cuando sus dedos empezaron a jugar con mi sexo sobre la tela de mis bragas. Separando involuntariamente las rodillas, facilité sus maniobras. Mi entrega no le pasó inadvertida y profundizando sus caricias, se puso a mimar el clítoris que tenía a su disposición. Sin poderme creer lo que ocurría, no pude evitar que el primer gemido surgiera de mi garganta. Don Fernando al oírlo, comprendió que tenía carta blanca y metiendo un dedo bajo el tanga, me empezó a masturbar ya sin disimulo. Me avergüenzo al recordar que dominada por el deseo, empecé a suspirar mientras colaboraba con él moviendo mis caderas.
El estrecho habitáculo del coche se llenó del olor que manaba de mi entrepierna y semáforo a semáforo, me fui calentando hasta que dando un gritó me corrí sobre la tapicería. Avasallada por el placer pero humillada por la sumisión a sus caprichos, fui incapaz de mirarle porque sabía que no podría soportar su cara de superioridad y por eso, sacando de mi interior los pocos arrestos que me quedaban, le pedí que me dejara en paz.
Mi jefe soltando una carcajada, me contestó:
-No pienso hacerlo. Aunque no lo sepas, eres mía-.
Su fría respuesta hizo que se me pusiera la piel de gallina, al percatarme que por primera vez se equivocaba: ¡Sí lo sabía! No podía negar lo evidente, ese desalmado había asolado mis defensas y el tremendo orgasmo que acababa de experimentar solo era la prueba de mi rendición. Con lágrimas en los ojos, aparqué el coche en mi plaza y como una corderita siguiendo a su pastor, le acompañé hasta el ascensor.
No sé si me dolió más saberme en sus manos o que no aprovechara que estábamos solos para tomar lo que era suyo pero la verdad es que cuando se abrieron las puertas y apareció mi oficina, me sentí como una jodida cucaracha esperando ser pisada. Hundida en mi sillón, encendí mi ordenador deseando estar a miles de kilómetros de mi captor.
Como el día anterior, don Fernando se lanzó de lleno en el día a día y sus continuas órdenes evitaron que me siguiera reconcomiendo con mi desgracia. El reloj de pared marcaba las doce cuando empecé a oír gritos que salían de su despacho, creyendo que me llamaba, abrí la puerta. Mi jefe estaba hablando por teléfono y por el tono no estaba muy contento. Al verme, me pidió que me sentara.
Durante cinco minutos esperé que terminara su conversación. Apretando mi cuaderno entre mis manos, me entretuve observándolo. Sin importarme que se diera cuenta de mi escrutinio, me quedé embelesada con su cuerpo. Sin un átomo de grasa, todo en él era energía. El carísimo traje que portaba no podía disfrazar que bajo la tela ese hombre tenía un abdomen plano ni que sus brazos eran lo suficientemente fuertes para someter a cualquiera que le hiciera frente pero lo que realmente me cautivó fue su entrepierna. El grueso volumen que se escondía en su interior hizo que mi tanga se mojara solo con pensar en tenerlo entre mis labios.
Incómoda me retorcí sobre la silla al contrastar que me excitaba la idea de arrodillarme en frente de mi jefe. Tratando de evitar el curso de mis pensamientos, me puse a recordar el supuesto odio que sentía por ese ser, pero tras varios intentos infructuosos, me di por vencida. Deseaba ser suya, someterme a sus caprichos pero sobre todo complacerle.
No me había dado cuenta que había apagado el móvil y por eso tuvo que repetir que tomase nota. Saliendo de mi ensimismamiento, cogí el bolígrafo y me puse a escribir su dictado. No tardé en darme cuenta que seguía cabreado, varias veces tuve que tachar párrafos enteros porque no estaba contento con el resultado. Hecho un energúmeno, se quejó de que no era eso lo que quería decir y reiniciando la carta, me soltó:
-Dame tus bragas-
Me quedé paralizada al escucharle. Don Fernando al ver mi turbación, me pidió perdón pero me exigió que me las quitara porque necesitaba inspiración. No pude negarme a cumplir su inusual pedido y con mis mejillas coloradas, me bajé el tanga y tras sacarlo por mis pies, se lo di. Mi jefe lo cogió entre sus enormes manos y llevándoselo a la nariz, lo olió. No sé si fue el aroma a perra sumisa o que solo fuera una pantomima suya para degradarme aún más, pero la verdad es que tomando impulso, me dictó sin equivocarse el escrito de un tirón. Al terminar me pidió que lo transcribiera en el ordenador y que se lo mandara. Sin ni siquiera despedirme, salí de su despacho con mi mente bloqueada por la imagen de su pene crecido bajo el pantalón y tras enviárselo por correo, no tuve más remedio que ir al baño a relajarme.
Sentada en el váter, abrí mis piernas y separando mis labios, me masturbé pensando en ese puñetero. Puede parecer inconcebible, pero en menos de veinticuatro horas ese cincuentón me había conquistado y hecha una loca torturé mi clítoris, soñando en algún día, preso de otro bloqueo, me tomara buscando a las musas entre mis muslos. El orgasmo que recorrió mi cuerpo fue completo y todavía temblando volví a mi puesto.
No puedo explicar la desilusión que me embargó al percatarme que mi jefe había salido y que su oficina estaba vacía. Casi llorando, recogí su taza de café y sin que nadie me lo pidiera acomodé su escritorio, deseando que a la vuelta se sintiera cómodo.
Ya no volvió en todo el día. Como perrita sin dueño, me pasé seis horas mirando hacia la puerta esperando oír sus pasos y como movida por un resorte imaginario, cada cierto tiempo al ver que no volvía, fui yo quien soñando en su llegada la que tuvo que ir al baño a confortarme. Cuatro veces mis dedos, usurpando su puesto, se introdujeron bajo mi falda y cuatro veces me corrí soñando que era él quien me lo hacía.
Al final de mi turno, cabizbaja, recogí mis cosas y me marché. Mi coche no era el mismo sin su presencia. Su habitáculo me parecía más triste y estrecho, de manera que aprovechando un stop, di rienda suelta a mi tristeza y a moco tendido, lloré su ausencia.
Toma lo que ya era suyo.
A la mañana siguiente, estaba hecha polvo, no había conseguido conciliar el sueño al recordar como ese hombretón había tejido una tela de araña en la me dejé caer sin remedio. La humillación que sentía por la forma que me trataba había pasado a un segundo plano y solo quería retozar entre sus brazos. Mi cama se había convertido en el escenario imaginario donde mi jefe se había propasado con su secretaria. Ficticiamente, mi sexo y mi culo habían sufrido sus embates mientras mis dedos se hacían fuertes en mi entrepierna. Mis continuos orgasmos eran una muestra clara de mi rendición y por eso mientras me vestía, solo pensaba en cual de mis conjuntos le gustaría más.
Acababa de ponerme un coqueto traje de chaqueta cuando escuché que alguien me llamaba al móvil. Al darme cuenta que era él quien me llamaba, descolgué completamente histérica.
-¿Estás lista?- le escuché decir.
Creyendo que quería que fuese a por él, contesté alegremente que en quince minutos le recogía en el hotel.
-No, boba. Hoy vamos en mi coche. Estoy aparcado en la puerta de tu casa-
Ni que decir tiene, que terminándome de arreglar, bajé ilusionada las escaleras para encontrarme que don Fernando me esperaba en un bmw tan enorme como él. Parecía una cría a la que su novio la recogiera para ir a una fiesta y sin darme cuenta, nada más cerrar la puerta, le di un beso en los labios.
El muy cabrón no dijo nada de mi particular modo de saludarle y viendo que tenía problemas con el cinturón, me ayudó pero también lo aprovechó para pellizcarme uno de mis pezones. No me importó, comportándome como una zorra, gemí al sentir el contacto de sus dedos en mi aureola y con una sonrisa en mis labios, le pregunté a que se debía el honor.
-Ayer no pude agradecerte que me sirvieras de inspiración y por eso te traigo un regalo-
Que se hubiese acordado de mí, me encantó y sin poder reprimir un grito, empecé a abrir el paquete que me había dado. En el interior de la caja descubrí un sensual conjunto de “La Perla” y sin impórtame que al estar en la calle la gente se quedara mirando, lo saqué para verlo mejor. Era precioso, al ser de encaje y de esa tienda, debía de ser carísimo por lo que con gusto se lo agradecí con otro beso.
Mi jefe soltó una de sus carcajadas al ver mi alborozo y en contra de lo que me ocurrió en el pasado cada vez que le oía, no me importó. Estaba ya guardándolo en su envoltorio, cuando escuché su voz:
-¿No te lo vas a probar?-
-¿Aquí?- respondí medio cortada.
Se me quedó mirando seriamente y entonces supe que no podría dejar de satisfacer sus bajos instintos. El rubor no tardó en subirme por las mejillas pero cumpliendo sus órdenes, me bajé las bragas que llevaba y cuando ya iba a meterlas en el bolso, don Fernando me las pidió. Su descaro me terminó de convencer y riendo, le susurré al oído:
-A este paso, ¡Me va a dejar sin ninguna!-
Reconozco que casi me corro al ver que, cuando se las llevó a la nariz, algo se alborotaba en su entrepierna. Por primera vez, noté que ese frio ser se excitaba conmigo y por eso tratando de provocar su deseo, me giré para que tuviera un mejor ángulo de cómo me ponía las que me acababa de regalar. Sus ojos fijos en mis muslos hicieron que mi sangre hirviera y sin importarme un carajo el tráfico de esa hora en Madrid, me desabroché la blusa para que disfrutara de mis pechos en libertad. Su pene cada vez más tieso bajo su pantalón me confirmó que iba en buen camino por lo que despojándome del sujetador, pellizqué mis pezones mientras le preguntaba si le gustaban.
-No sabes cuánto- respondió con la voz entrecortada.
N me llegué a ponerme la parte de arriba del conjunto porque sin preguntarle me agaché y bajando su bragueta, liberé el ansiado miembro con el que llevaba soñando dos días. Su tamaño era tan enorme como el de su dueño pero para mí era un alimento que necesitaba catar con urgencia. Abriendo la boca, fui introduciéndolo lentamente. Mis labios pudieron disfrutar de la suavidad de su piel mientras mi lengua se dedicaba a bañar con saliva tan adorado instrumento.
Me encantó escuchar que mi jefe confesaba en voz alta que había deseado que se la mamara desde que vio mi cara de puta en el dosier. Sin conocerme, me dijo que ya se había corrido varias veces soñando con mi boca. Sus palabras terminaron de calentarme y llevando mis dedos a mi entrepierna empecé a masturbarme mientras su pene se incrustaba en mi garganta. Sé que los automovilistas de nuestro alrededor se dieron cuenta de lo que ocurría pero lejos de cortarme, saber que estaban mirando espoleó mi deseo y deslizando mi cabeza hacia arriba y hacia abajo, fui absorbiendo en cada movimiento más porcentaje de ese portento. No comprendo como pude embutirme todo ese grueso tronco en mi garganta, pero antes que me diera cuenta mis labios besaron la base de su pene.
Mi jefe soltando una mano del volante, me empezó a acariciar. La mezcla de sensaciones, su falo en mi boca, mis dedos en mi clítoris y sus yemas recorriendo mi ano, me provocaron un gigantesco orgasmo que coincidió con la explosión de semen en mi boca. Con mi cuerpo convulsionando sobre el sillón, comprendí que esa mamada era vital en mi futuro y con auténtica desesperación, usé mi lengua para recoger, cual cuchara, la simiente que puso a mi disposición.
Los gemidos de don Fernando me confirmaron que le estaba gustando y por eso, cogí con mi mano su formidable instrumento y no cejé hasta dejarle bien ordeñado. No os lo podréis creer pero fui la mujer más feliz del mundo cuando habiendo terminado, escuché:
-Menudo dinero más malgastado, las dos putas de ayer no se te comparan-
Cualquiera se hubiese indignado de que su hombre las comparara con unas profesionales pero, a mis oídos, sus palabras me sonaron como el mayor de los piropos. Saliendo de debajo del volante, le miré y sonriendo dije:
-No las necesita, para eso me tiene a mí-
Atisbé o creí atisbar un ligero cambio en su semblante. Ese adusto hombre, haciendo un esfuerzo, consiguió que en su cara no se reflejara la satisfacción que experimentó al oír mi confesión pero para su desgracia su pene le traicionó. Como si tuviera vida propia, se tornó inhiesto y duro al escucharme. Sabiendo que estábamos a punto de llegar a la oficina y que no tenía tiempo para hacerle otra felación, le di un beso a ese querido glande y tras ocultarlo debajo del calzón, le subí la bragueta.
-No quiero que se me enfríe- comenté al ver la extrañeza de su dueño.
Don Fernando sonrió y dándome las gracias, me empezó a hablar de trabajo. El amante había desaparecido, surgiendo entre sus restos el odiado jefe que tanto me atraía. Os parecerá una locura, pero observándole mientras me daba órdenes, no supe quién me gustaba más, el pervertido o el hijo de perra, lo único que saqué en claro era que estaba jodida. Uno me usaba y el otro me explotaba e incomprensivamente, yo me encontraba en la gloria con ambos.
Al llegar a la oficina, estaba entusiasmada. No solo todavía tenía el sabor de su semen en mi boca sino que estaba convencida que, a partir de esa mañana, don Fernando iba a sacar punta a su lápiz muchas veces entre mis piernas. El duro trabajo al que me sometió durante esa jornada, no perturbó en lo más mínimo mi buen humor porque cada vez que entraba a su despacho, la adrenalina me subía pensando que en cualquier momento ese maldito me pondría a cuatro patas.
Medio desilusionada, vi que eran las ocho y que mi jefe empezaba a recoger su mesa. Pensando que tendría que espera a otro día, apagué mi ordenador. Estaba cogiendo mi bolso, cuando escuché que me llamaba. Al entrar en su despacho, mi jefe me preguntó si quería cenar con él. Aunque los labios de mi coño aplaudieron como locos al oír su invitación, supe que no podía perder mi oportunidad y mirándole a los ojos, le solté:
-De acuerdo, pero con una condición-.
El hombretón me miró cabreado, quizás pensando que le iba a pedir un pellizco de su cuenta bancaria y conteniéndose las ganas de abofetearme, me preguntó cuál era:
-Quiero que antes de irnos, me folle sobre la mesa de su despacho-.
Aterrorizada vi que se dirigía a la salida, estuve a punto de caer de rodillas implorando su perdón pero cuando ya temía que me dejara con las ganas, cerró la puerta con llave y girándose, sonrió:
-Eres una puta- dijo mientras se despojaba de sus pantalones.
Sin darle tiempo a echarse a atrás, me quité las bragas y subiéndome la falda, me agaché sobre la mesa, dejando mi culo en pompa. Mi jefe al llegar a mi lado, puso la cabeza de su glande entre mis lubricados labios y de un solo golpe, me clavó todos sus centímetros en mi interior. Fue alucinante experimentar como ese maromo entraba en mis entrañas llenándolas por completo. Nunca en mi vida había sentido una invasión tan masiva de mis órganos genitales y aun así grité de placer.
-¡Qué gusto!- sollocé al ser penetrada por tamaño estoque y esperando que no quedase nadie en la oficina que escuchara mis gritos, comencé a berrear como una loca.
Don Fernando podía superarme en edad pero lo que realmente me estaba doblegando era su hermoso pene estrellándose una y otra vez contra la pared de mi vagina. Me creía morir, acelerando sus movimientos de cadera mi odioso superior me estaba llevando al cielo antes de tiempo. Era tan enorme su instrumento que con cada estocada me faltaba el aire y solo cuando lo sacaba, mis pulmones podian respirar. No sé las veces que me corrí ante sus avances, de lo único que soy consciente es que cada vez que llegaba al orgasmo, ese indeseable seguía con su falo castigando mi ya rozado sexo.
Si de por sí estaba disfrutando como una perra, no os podéis imaginar lo que sentí cuando mi jefe comprendió que se aproximaba su clímax y cogiéndome entre sus brazos, me pegó a su pecho. Como si no pesara ni veinte kilos, me empezó a empalar subiendo y bajando mi cuerpo con él de pie. Con todo mi ser convulsionando de placer, ese hombretón me levantaba con una mano mientras con la otra apoyada sobre la mesa, mantenía el equilibrio.
-Dios mío- aullé al temer que ese salvaje me estuviera destrozando por dentro pero temiendo aún más que dejara de hacerlo, le pedí que continuara.
Don Fernando contagiándose de mi pasión, me mordió el hombro mientras se desparramaba en mi interior. He hecho el amor con muchos hombres pero ninguna de mis parejas había conseguido darme lo que ese maldito y llorando me volví a correr al sentir su leche anegando mi sexo. Agotada y satisfecha, me desplomé en sus brazos.
Mi jefe depositándome en el sofá, se empezó a acomodar la ropa mientras me decía:
-Esto solo ha sido un aperitivo, te prometo que mañana cuando te deje no podrás caminar ni a la máquina de fotocopias-
-Se equivoca- le respondí encantada por su amenaza – mañana es sábado y no trabajo-
-Eso te crees tú, si quieres seguir siendo mi secretaria, trabajarás cuando yo lo diga-
Bajé mi mirada al comprender que por mucho que ese capullo fuese el mejor amante de mi vida, también era el mayor hijo de perra con el que me había topado y yo su juguete, por eso, le prometí que pasara lo que pasase en la noche, ese sábado a las nueve estaría en mi puesto trabajando.