Soy feliz, a pesar de la incordiante Navidad

Confesiones y consejos de una mujer soltera y sin amarres para ser feliz y huir de la desdicha compartida de estos días.

Confieso que soy feliz y no porque llegue la Navidad, precisamente. Lo cierto es que no tengo muy buenos recuerdos de ella. Pronto se convirtió en un ritual frío y despojado de adornos cuando desaparecieron las figuritas masculinas del Belén. Mamá retiró a los pastores, empezando por aquel que, con el brazo en alto, le pareció una mala influencia por sus aparentes tendencias comunistas. No quiso entrar en razón cuando, con mi vocecilla infantil rota por la tristeza, le dije que el pobre pastor sólo buscaba cobertura.

Para prevenirme de los afectos interraciales, los siguientes en caer fueron los Reyes Magos. San José pasó a buen recaudo, quedando el Belén reducido a un angelito asexuado con cara de Justin Bieber, la Virgen, el Niño y una triste lavandera que se esforzaba en limpiarle los pañales sobre un río de papel de aluminio. También desapareció Papá Noel de la cúspide del árbol. Mamá temía que me aficionara a los barbudos maduros y a los morenazos montados en camello y debo admitir que tenía algo de razón. El maniobrar de la zambomba fue censurado por obsceno y los polvorones pasaron a llamarse coloquialmente "seborrones" o genéricamente: mantecados.

Tanto puritanismo podía haberme traumado para siempre y, por efecto rebote, convertirme en "nini"o en carne para Hermano Mayor y no en monja como quería mamá; pero superé la dura prueba grabando esa frase en mi cerebelo: «Lo que no mata, fortalece». Gracias a mi fuerza de voluntad conseguí acceder a esa felicidad que tantas veces se me había negado. Es obvio que ese sentimiento es algo personal y que cada uno/a lo busca en fuentes diversas. En mi caso, nada tiene que ver con que la tarjeta de crédito eche humo, con la fe en Buda, en Merkel o en la dieta alta en fibra. Es algo más tangible y ocupa ese espacio que hay entre los labios vaginales y el útero, provocando la máxima distensión de las mucosas que lo ciñen.

Confieso que estoy contenta si consigo llenar el tramo que se inicia en el ano y acaba en el colon con los mismos métodos. Puedo estar feliz y contenta a la vez, con todo lo que lleva implícito; o simplemente feliz, o simplemente contenta; porque siempre que puedo procuro con medios naturales o mecánicos llegar a esa plenitud.

Nunca podré decir de viva voz que me están complaciendo mucho, a no ser que use el verbo escrito porque, para mí, estar complacida es tener lleno el tramo digestivo superior circunscrito a la zona que va de los labios a la glotis y usar el tiempo presente para describirlo comportaría un grave trastorno al complaciente.

Puedo estar satisfecha si ocupo el hueco de mis manos con algo a lo que aferrarme, y no me refiero a los palos de esquiar ni al manillar de una moto ni a otros sofisticados instrumentos asociados a la tetraplejia, sino a la satisfacción micófila de la buscadora de setas. Agarrar dos buenos champiñones a dos manos, mientras se está feliz, complacida y contenta, no es tarea fácil.

Mis amigas conocen el argot. Si les digo que ayer fui al cine y la película me complació, saben que estaba ocupada en otras cosas y ni me enteré de la película. Ni se atreverán a preguntar por el argumento; y menos, por el desenlace. Si tengo faringitis, gengivitis, amigdalitis o un chancro sifilítico en la garganta, no puedo estar complacida; pero eso no es ninguna novedad. Le ocurre a la mayoría de la gente e irse a hacer gárgaras para corregir la disfunción es el mejor remedio.

Si les digo que me hicieron feliz, saben que esa felicidad se podía medir con cinta métrica y pie de rey, y no era inferior a los veinte centímetros de largo y cinco diametral. Una puede adquirir, alquilar, capturar y amaestrar un felicitero, que es como un alfiletero pero de una sola aguja con las medidas ya descritas o similares. Como los alfileteros, los feliciteros acostumbran a llevar incorporada una almohadilla; en su caso: dos, pareadas y del mismo tamaño; pero exentas, por lo general, de lacitos y otros adornos ñoños, aunque en estas fiestas os los podéis encontrar adornados con telas rojas. Me gusta que me feliciten cada día y cuantas más veces, mejor. ¿A quién no le gusta? Cuando no lo hace nadie, me felicito un buen rato antes de irme a dormir.

Confieso que el sábado pasado, estando sola en casa, encargué una felicitación para que las vecinas fisgonas vieran lo feliz que era, como esas maduritas que se mandan flores ellas mismas ante los compañeros de oficina. Una solución para las pocas ocasiones en que me siento infeliz y no recibo felicitaciones espontáneas y tengo que aguantarme con la descarada felicidad de los bonobos en algún canal de la televisión pública. La felicidad de encargo va irrevocablemente unida a la figura del felicitista, igual que la pizza, al pizzero; las flores, al florista; o los muebles de IKEA, al transportista.

El felicitista nunca se queda en la puerta esperando la propina, pues sabe que su producto va inevitablemente vinculado a su persona como la avispa a su aguijón, y se marchará con su felicitero pinchado en las almohadillas cuando haya generado la felicidad demandada.

El felicitista no debe dejar puntada sin clavar y, tal como el costurero hace recurriendo al alfiletero para hilvanar el dobladillo de la falda, él hará lo mismo con su felicitero que hincará en la doblez de nuestros pliegues y en la circunferencia de nuestros ojales. Con la misma cadencia y habilidad clavará por arriba y por abajo, pautadamente y sin resuello hasta acabar la faena. Nos atusaremos el pliegue con la mano, remolonearemos ante el espejo y colaboraremos con el profesional, dándonos la vuelta para facilitarle el trabajo si él así lo requiere. Puede que nos pida que nos agachemos, arrodillemos o le ayudemos a sostener el felicitero con la boca tal como hace la clienta del costurero con los alfileres. Será todo un detalle, por nuestra parte, ayudarle a enhebrar con la saliva de nuestros labios. El felicitista cuidará de no dejarnos ningún nudo tras pliegues u ojales, pues el hilo tiene tendencia a enmarañarse con el paso de los días y a hacerse más grande y sólido, pudiendo echar a perder nuestro talle. Para evitar esos percances; el felicitista, como el costurero, se pondrá siempre un dedal que en este caso no será metálico sino de látex. En caso de que ocurra tal desgracia, deberemos demandar al felicitista y responsabilizarle de los desmanes. Tengo amigas que lo han hecho y han sacado pingues beneficios a costa de deformar sus figuras.

Si tenéis en cuenta esos pequeños trucos y precauciones, podréis ser felices, estar contentas, satisfechas y complacidas como yo, y así podréis compartir toda esa felicidad en esos hermosos días de paz y armonía.

Feliz Navidad a todos/as.

Diccionario íntimo de la Plenitud:

Estar feliz

: Estar bien follada.

Estar contenta

: Lo mismo, pero enculada.

Estar complacida

: Igual, pero por la boca.

Estar satisfecha

: Darse a la lujuria mamporrera.

Felicitero

: Cualquier artilugio orgánico o artificial capaz de hacer feliz, contentar, complacer y satisfacer, incluyendo el frasco de perfume de Nacho Vidal:

http://www.femenino.info/15-12-2011/actualidad/nuevo-y-provocador-perfume-de-nacho-vidal

Felicitista

: Chulo de marras y portador de un felicitero orgánico.