Soy el padre del hijo de mi tio
El enorme parecido físico que guardo con mi tío lleva a que su mujer me pida que la deje embarazada.
Me abrió la puerta ocultando su cuerpo. Fue su cara de lado la que me dio la bienvenida. Ya dentro de la casa , resguardada de posibles miradas indiscretas, pude ver que estaba en ropa interior. Mi tía Gloria me estaba recibiendo casi desnuda y yo estaba asombrado pero también estaba encantado. A decir verdad estaba más encantado y empalmado que asombrado. El asombro pasó apenas unos minutos después de verla, pero la hinchazón de mi polla y la excitación divertida iban en aumento a medida que la contemplaba, trotando a mi alrededor mientras instalaba una lampara, para eso me había llamado, en el techo de la cocina de su piso que era, también, el piso de mi tío Emilio. Mi tío Emilio y Gloria se habían casado unos tres años atrás. Ahora Gloria era también tía mía pero sobre todo y ante todo Gloria era una tía buena.
En aquel entonces, año 1980, Gloria tenía 30 años y Emilio, mi tío, 36. Yo había cumplido 19 y estudiaba el último curso de electricidad en un instituto de formación profesional. En virtud de tal circunstancia fui designado, no se muy bien cómo, el chapuzas oficial de la familia. Cuando no era uno de mis tíos o alguno de mis numerosos primos era algún conocido de éstos, pero el caso es que siempre había algún problema eléctrico que solucionar. No me extrañó lo más mínimo que mi madre me dijera aquella tarde que fuera a casa de tío Emilio, su hermano, a instalarle una lámpara nueva en la cocina. Al rato de estar subido en la escalera con mi tía Gloria al pie en bragas y sostén empecé a barruntar que quizás esa fuera la forma que había encontrado para agradecerme el favor. Si era así, si así había querido pagarme, yo mismo no habría fijado un precio tan alto. El amplio escote entre sus bien formadas tetas, el vientre moreno y terso, el borde superior de las bragas por el que se escapaba con sus movimientos la tonalidad no bronceada de su piel y el nacimiento de los vellos de la zona oculta a las miradas. Dada mi escaso recorrido sexual aquellos momentos tenían para mi tanta intensidad erótica que a punto estuve del mareo.
- No quiero que pienses- me dijo- que recibo así a las visitas. Nunca ando así por casa, pero es que - –continuó- antes de pedirte el favor tan grande que te voy a pedir quería estar segura de una cosa. Tenía que estar segura –apostilló- de que te gustaba. Y esa de ahí –señaló mi entrepierna- no miente.
-ven, -me dijo- vamos a sentarnos.
Me tomo de las dos manos y nos acomodamos en el sillón. Todavía recuerdo el aroma de su cuerpo, un poco a perfume y un poco a sudor nervioso, y el abismo que se abría ante mi vista cuando al juntar los muslos el borde superior de sus bragas, de una talla inadecuada, se plegaba hacía delante abriendo una brecha para el espionaje en aquel deseado y oscuro bastión. Apenas veía nada pero era tanto lo que me imaginaba había oculto allí detrás que creí no poder resistir la fuerza de los latidos de mi sangre. La escuchaba hablar como en sordina. Su voz me llegaba como lejana porque todos mis sentidos eran ahora sólo uno y estaban puestos en la vista con la que quería desnudarla del todo.
- Tu tío y yo llevamos ya tres años casados y lo que nos falta para ser del todo felices es un hijo. Hemos hecho todo lo que nos dicen pero no hay manera de que me quede embarazada. No saben decirnos donde está el problema y tu tío está cada vez más nervioso. Yo creo que algo le pasa a sus espermatozoides pero él, aunque no me lo diga, tiene la esperanza de que no, que no le pasan nada y que es cuestión de tiempo. Lo que pasa es que cada vez se va obsesionando más con el asunto y al final ya casi se pone de mal humor. A lo mejor tiene razón y no es él quien tiene el problema sino yo, pero va pasando el tiempo y al final la cosa se va complicando más.
Yo, más que escuchar, oía aquella revelación pero aún era incapaz de sumar dos más dos.
- Si me atrevo a contarte esto es porque confío en ti ciegamente. Te conozco desde que eras un mocoso y ya desde entonces me parecías más maduro y serio que muchos que te doblaban la edad. Ahora que estas hecho todo un hombre y no hay más que verte se que puedo pedirte lo que te voy a pedir. Sólo a ti y parece que Dios así lo esta disponiendo te lo puedo pedir. Me estoy poniendo en tus manos y eso significa que puedes o arruinarme la vida o hacerme la mujer más feliz del mundo.
La solemnidad de aquellas últimas palabras me devolvieron al plano de realidad y pude, brevemente, apartar mis ojos del delicado frunce amarillo que velaba en claroscuro su entrepierna para fijarme en la seriedad de su mirada.
- Si alguien se enterara no quiero ni imaginarme el escándalo. Esto, Sergio, es muy, muy serio. Yo no quiero engañar a tu tío ni hacerle daño. Todo lo contrario. Porque lo quiero y quiero que sea feliz me atrevo a hacerlo. Si todo sale bien te juro que vas a ser una de las personas que más quiera en este mundo. Pero para que todo salga bien además de tu discreción y la promesa de que por Dios no lo vas a decir a nadie, pero a nadie del mundo y nunca en tu vida, necesitamos que estas -¡hummm¡- preciosidades hagan su trabajo.
Había hurgado con destreza en mi bragueta y ahora su mano izquierda acariciaba mis huevos entretanto que con la derecha parecía masturbarme. Y digo que parecía porque fuera o no su intención el resultado sí fue el que acontece al cabo de estimular manualmente una polla y la potencia del disparo y lo abundante de la lechosa munición sorprendió a la ejecutante y abochornó al dueño del instrumento que parecía actuar al margen de la voluntad y la querencia de su legítimo propietario. Osease yo.
Le confesé, confianza por confianza, que no tenía la menor experiencia y que, ingenuo de mi, no sabía cómo hacerlo.
- No te preocupes, esas cosas se saben por naturaleza, y que vaya a ser tu primera vez no hace sino confirmar lo buen chico que eres y me dejas aún más tranquila. Tu no te preocupes por nada. En una semana, más o menos, cuando tenga los días más fértiles yo llamo a tu casa y te dejo recado de que vengas por la tarde a colocarme otra lámpara. Esa va a ser la señal. Vienes y ya.... Tu tranquilo. Eso si, los huevitos tienen que estar llenitos así que pajas las justa. ¿vale?, sino llegas vacío y no hay bichitos para fecundar. ¿vale?¿prometido?.
¿Qué no iba yo a prometerle a aquella diosa? ¿qué no iba yo a hacer por aquella mujer poseedora de semejante culo y de semejantes tetas? ¿qué no iba a sacarme la diosa que me anticipaba que al cabo de unos días iba a poder metérsela? ¿estaba yo en situación de poder negarle algo a la mujer hecha y derecha objeto de mis fantasías más atrevidas y que me iba a iniciar en el sexo?
Aquella noche no pegué ojo. Me sentía agitado y extrañamente excitado. No quería faltar a la promesa que le había hecho a mi tía Gloria pero sabía que la única forma de tranquilizarme y conciliar el sueño era hacerme una paja. Iba a ser sólo esa noche así que tenía días por delante para que mis huevos fabricaran la leche que iba a preñarla. Era una suerte parecerme tanto a mi tio Emilio. Nadie iba a sospechar nada: primero por lo disparatado de vincular tan íntimamente el aparato reproductor de mi tía y el mío y segundo porque a la vista de los posibles parecidos, que tuviera mis rasgos era lo mismo que decir que se parecía mucho al padre.
Al quinto día a la hora del almuerzo mi madre me anunció que Gloria había llamado; que si podía acercarme a colocarle una lámpara en el baño. El hormigueó que se instaló en mi estómago apenas si me dejó comer. Intenté disimular mi agitación pero mi madre notó que estaba en la luna de Valencia y mi hermana aventuró, cínica, que a lo mejor estaba enamorado. Lo que estaba, me dieron ganas de decírselo, era con la polla tiesa y listo para follar. Yo no era tan listo como ella y no iba a la universidad pero con todo lo mayor y madura que presumía ser no había echado un polvo en su vida. En eso iba a llevarle ventaja.
Llegué al piso de mi tío Emilio cuando apenas restaba tiempo para que saliera para el curro. Es conductor de autobuses y tenía ese mes turno de tarde. Me ayudó a desembalar el aplique y estuvimos los dos mirando las instrucciones de montaje.
- la pesada de tu tía te va a tener colocando lámparas hasta el día del juicio.
- no hay problema. Eso que llevo ganado en prácticas.
Ya solos y al cabo de un rato de estar trabajando se acercó mi tía para sugerirme que sería mejor no esperar a terminar de colocar la lámpara
- Tu estarás nervioso y yo también un poco así que es mejor no retrasarlo más.
Eligió lo que ella llamaba el cuarto de la costura. Una pequeña habitación sin ventanas al exterior a la que llegaba la iluminación desde el salón. Me hizo quitar los pantalones y desnudo de cintura para abajo me sentó en un viejo sillón de dos plazas.
- ¡Qué hermosura de rabo¡ ¡Qué cosa más preciosa¡
Todo iba bien hasta el momento en que se decidió a quitarse la ropa. El vestido estampado en tonos malvas que la cubría desapareció por encima de su cabeza y quedaron a la vista su sostén blanco y unas bragas tipo bikini de finas rayas azules sobre fondo blanco. Toda mi sangre estaba llenando las arterias de la polla pero mi corazón debía estar conectado con mis oídos porque en ellos lo oía retumbar: bom, bom, bom. El error fatal lo cometió al elegir la forma en que se desprendió de las bragas. Yo me había estado preparando para resistir, imaginándola mil veces desnuda, la impresión que me causaría su coño privado de veladuras. Sabía que el final de sus muslos y el negro delta en que se abismaba su piel más abajo del ombligo me producirían un vértigo desconocido que contaba poder controlar pero cuando me dio la espalda para hacer descender la tela culo abajo inclinándose hacía delante y proyectándolo hacia detrás, todos mis defensas saltaron por los aires. No estaba preparado para dar cabida en mi mente a la rozagante grieta bermellón que se abría entre los dos colosos de carne trémula que ocupaban todo el horizonte de mis ojos. Me corrí instantes antes de que guiada por su mano mi polla sintiera el ardiente contacto de los labios de su chocho. Los chorros estériles que lanzaba mi polla impactaron en la carne inflamada del conejo de mi tía Gloria incapaces de alcanzar el caudal de aguas profundas de su interior.
- ¡Qué pronto te vienes muchacho¡
Con cierta amargura y mucha frustración la mujer de mi tío Emilio acarició mi humillada polla y con un tierno beso en el capullo la conminó a portarse mejor la próxima vez.
La lampara no quedó colocada porque a fin de poder intentarlo de nuevo al día siguiente pretextamos que algo en el portalámparas debía andar mal y era la causa de que cada vez que se intentaba encender saltara el automático.
No bien entré en el piso mi tía Gloria me llevó al salón. Me desnudó otra vez de cintura para abajo y me dijo que me arrodillara entre sus piernas. Actuaba con premura temerosa de que el disparo se quedara de nuevo en salva. Acercó su culo al borde del sillón, se abrió bien de piernas y sin más ceremonias, desprovista ya de bragas, se hundió mi babeante polla en su hospitalario coño. Que no la sacara me dijo y enarcó sus piernas en torno a mi cintura para obligarme a quedarme dentro. Cuando mi mente empezó a poner orden en lo que estaba ocurriéndome, la polla, igualmente, comenzó a descargar en sucesivos espasmos la carga de mis huevos. Me indicó después de unos instantes de asombrada confusión que se la sacara despacio y acto seguido taponando su coño con la mano izquierda se recostó del todo sobre su espalda y levantó las dos piernas con objeto, me dijo, de que llegara todo lo adentro posible.
- ¡a ver si cuaja¡ ¡aunque tenemos que hacerlo por lo menos dos veces más¡
No veas mi alegría al oírla. 2 veces más me parecieron algo así como doscientas oportunidades de gozar de aquel portento que por mil carambolas de la vida se me ponía a tiro. ¿Cuándo?, pregunté. ¿Cuándo?, insistí.
- mañana no, que libra Emilio. Pasado mañana sí pero tu tienes clase por las mañanas y tu tío empieza a librar por las tardes.
- Falto a clase un par de horas y listo. No hay problema por eso.
- ¿Seguro? Vale, ¿a las diez puedes?
A las diez estaba como un reloj tocando a su puerta. Me preparó un café con leche para desayunar y en la misma cocina, recién duchada y olorosa aún a Heno de Pravia, se apoyó en la mesa, desabrochó su bata y echando a un lado las bragas que cubrían su maravilloso coño me invitó a que me corriera dentro de ella. Evité, una vez la tuve dentro, mirar la cópula y fijé mi vista en el reloj de la pared de enfrente para concentrarme en asuntos ajenos por completo a la situación y tratar así de darle placer. Mi satisfacción era darle gusto y la circunstancia de dejarla embarazada o no me era, en aquellos momentos, absolutamente indiferente. Tuve tiempo de tocarle los pechos antes de correrme. Tenía mucho que aprender.
- bien Sergio, bien. Gracias mi amor, Gracias.
- Soy yo quien tiene que darte las gracias. Eres fantástica. ¿Cuándo va a ser la próxima vez?
- ¿cuándo vas a estar sólo en tu casa?
- A las ocho llegan mis padres. Mi hermana más tarde. A las 6 es la mejor hora. A esa hora siempre estoy solo.
Le abrí no bien llamó a la puerta. Estaba nerviosa. Que Gloria nos visitara era algo normal. Si alguien viniera y la viera allí podía pretextar con toda tranquilidad que se había acercado a ver cómo estábamos pero aún así la noté nerviosa. No era dueña de la situación ni dominaba el espacio y tampoco tenía certeza de las costumbres horarias de los de la casa por mucho que yo me esforzara en tranquilizarla. Vestía para facilitar las maniobras un vestido de vuelo largo justo a la altura de las rodillas y debajo unas convencionales bragas blancas. Quiso que se la metiera de pie. Se levantó el traje y se inclinó hacia delante pidiéndome con cierta urgencia que lo hiciera así, por detrás, al estilo perro. No me permitió bajarle las bragas. Por un lado, me dijo; es más rápido si viene alguien.
Pensé que siendo la cuarta vez, cuanta ingenuidad, podría dominar mi entusiasmo. En aquella postura y al apartar las bragas a un lado tuve tal visión de su sonrosada almeja que si bien pude penetrarla con vigor, al cabo de lo que a mi me pareció un instante y fruto de las trampas de mi imaginación al revivir el momento en que por primera vez contemplé su culo, solté con tanta virulencia la carga seminal que, puesto de puntillas, hice trastabillar a mi tía empujándola contra la pared en que se apoyaba.
- ¡Qué energía muchacho¡
Me pidió que la sacara con cuidado y que le colocara las bragas para que no se escapara nada. Permaneció unos minutos inclinada con su trasero elevado y después se refrescó en el baño y recobrado el aliento se marchó antes de que llegara alguien de la familia no sin anunciarme que ahora lo que tocaba era esperar y confiar en que mis bichitos hubieran hecho el trabajo que esperaba. Que ya me diría algo. Que era un sol y que confiaba en mi discreción y sentido común más que en nada de éste mundo.
Yo rezaba para que no quedara en cinta y poder tener algún encuentro más pero, a la vez, me decía que las motivos de mi tía Gloria no estaban al menos en principio ligados al placer. De mi quería mi semen y, ya puestos, pues que sirviera para su propósito no estaría del todo mal.
La noticia la dieron un domingo. Mi tío Emilio estaba exultante de satisfacción y mi padre no paraba de hacer bromas a costa de lo mucho que le había costado preñar a su mujer. Todos reían. Yo, temblaba. Si llegaba a descubrirse el pastel ya podía ir buscando pasaporte para Nueva Zelanda. La mirada de mi tía Gloria evitaba encontrarse con la mía. En un momento que quedamos a solas me dijo que todo estaba bien y que me vería la próxima semana. Que buscaría una excusa para hacerme pasar por su casa y poder hablar con tranquilidad.
- No tengo remordimientos y tu tampoco tienes que tenerlos. Hemos hecho que tu tío sea feliz y me has hecho muy feliz también a mi. Nadie va a enterarse jamás de lo que pasó pero yo si que te estaré siempre agradecida, a ti y a esa cosa preciosa que guardas ahí abajo....
Correrme en su boca fue tan delicioso como eyacular en su vagina de la que, por otro lado, debía despedirme. Fueron, creo recordar, cuatro veces más las que durante los meses de embarazo mi tía Gloria me regaló el privilegio de su boca. Chupaba con avidez mientras le tocaba las crecidas tetas y se maravillaba de que su cuerpo y las transformaciones que experimentaba me resultaran atractivas. Mi tío Emilio parecía verla, en cambio, como el recipiente que contenía su hijo y la trataba, se quejaba, como si estuviera enferma. Casi ya cumplida me llamó una tarde para pedirme que le hiciera un último favor. Le habían dicho que para facilitar la dilatación era conveniente tener relaciones y, más que en su marido, había pensado de inmediato en mi. Conmigo lograba la excitación que mi tío Emilio no sabía despertar y se preguntaba si la encontraría deseable. Me bajé por toda respuesta los pantalones y al ver mi erección me condujo a la cama, se desnudo por completo y arrodillándose sobre el colchón, de cuatro patas y con los muslos bien abiertos me pidió que la penetrara. Lo hice delicadamente, agarrado a su culo, y lo hice durante largo rato porque sin la urgencia de tener que correrme paraba cuando lo creía necesario. Mi tía Gloría disfrutaba con el juego y yo no podía creerme lo afortunado que era, la suerte que tenía por parecerme físicamente a mi tío Emilio. A los dos días vino al mundo, con dos kilos setecientos gramos, Emilio junior.