Soy el más cabrón
Iniciación en la zoofilia equina de un macho cogelón que descubre su vocación de yegua.
Soy el más cabrón de todos los cabrones. Me cojo a cuanta vieja pendeja se pone a mi alcance, y todos en el pueblo me ponen las cruces, porque, me cae, que de nadie, sea hombre sea bestia, mujer o quimera, yo me sé dejar.
Los bueyes me miran con rabia evidente, porque ya les di baje con la mayoría de chavalas bonitas de aquí por el rumbo, los ranchos y pueblos cercanos y aún más allá. La que no ha sido mía, por rejega, es que en el fondo se muere de ganas por gozar de mi verga traviesa, y eso se les descubre en la pura mirada, pues aunque me saquen la vuelta, los demás reconocen los ocultos deseos reprimidos que yo les despierto, y por eso me odian, pero a mi todo eso me vale un comino, ya que yo soy feliz en mi rancho escondido, con mi soledad de soltero incansable.
Además, estoy hasta la madre de tanto coger.
Mi pito desgastado ya no puede más, así es que decido de darle un descanso: por una temporada, larga cuanto pueda, nada de viejas, nada de andar provocando el antojo a las hembras.
Me voy de paseo por mi rancho, un buen día que no puedo dormir, muy de mañanita, cuando todavía ni siquiera amanece.
Me subo a mi caballo, amigo consentido, y recorro los contornos de mi finca apartada. Ni un alma se asoma por los alrededores, la madrugada resuena con ruidos agrestes.
Llego hasta el estanque de aguas templadas y se me antoja de pronto darme un chapuzón. Me encuero por completo y me lanzo de clavado para sentir de un jalón el choque de la humedad cristalina y verdosa. El agua está acogedora, tibiecita y gustosa. Siento mi tiliche cortando suavemente la superficie del estanque, conforme me deslizo, nadando de espaldas, y después sumergido, formando un torbellino entremezclado con los huevos, cuando me volteo y comienzo a nadar de a perrito. Afuera, mi cuaco se entretiene pastando, mientras yo disfruto la sensación voluptuosa del agua rozando mis partes expuestas.
Una yegua alazana que no reconozco (se ha de haber escapado del rancho vecino) se acerca de pronto y descaradamente se ofrece a mi bestia con celo evidente (de su vulva tumefacta descuelga un hilo mucoso prolongado y turbio que delata su estado apetente, necesitado imperioso de macho). Mi penco la ignora, desapercibido, concentrado en rozar con los belfos y mordisquear los tiernos brotes jugosos de pasto. Ella relincha frustrada, y me ofrece a la vista sus lomos lucientes, sus ancas ansiosas, su túrgido sexo abismal.
Una compasión absoluta me invade a favor de la hembra rastrera, cuyo furor uterino demanda el fragor de una verga feroz. Y me da como cierta vergüenza que mi propio caballo se porte marica y evada cumplir su deber de machín. Aunque no haya testigos, por sólo el estúpido orgullo de dueño y señor del vigor y potencia de macho animal, yo decido salir al desquite y salvar el honor. Además, la abstinencia forzada de un par de semanas (eso es lo que llevo de haberme resuelto a dejar descansar mi instrumento), ya me traen loco, caliente en las noches, despierto sudando afiebrado, trasunto del semen que se ha retenido con arduo rigor. Cuando emerjo del estanque, chorreando humedad que empanturra los vellos espesos, rizados y prietos que pueblan mi cuerpo, el asta bandera de luengo tamaño que adorna mi vientre, ya se halla elevada en heroica pulsión, solamente al pensar, con insólito anhelo, en la vulva caliente y viscosa de la yegua que espera voraz.
Me acerco cauteloso, para no espantarla, le sobo los lomos, luego las enancas, le palpo la pucha enorme, abotagada, estilando babas que provocan grima, y aunque me respinga, le meto los dedos, la mano todita la voy empuñando, fingiendo embestidas de pito animal, ya no me rezonga, la yegua putona se aupa en mi brazo y me lo va tragando con hambre salvaje. Siento sus entrañas, su viscoso infierno, saco y meto el brazo, cada vez más dentro, hasta que mi codo roza sus labios arteros que contraen el músculo y ciñen con fuerza mi rudo antebrazo, que pese al vigor de una vida entera ordeñando chiches de vaca y mujeres, se rinde azorado ante semejante poder de succión. Entonces lo saco de plano, con muchos trabajos.
Ya mi mazacuata no aguanta las ganas de sentir lo mismo que sintió mi mano, y aunque está tremenda mi linda macana, para cualquier vieja, gallinas o perras, temo que la yegua no se satisfaga después de probar mi diestra superior. Nomás que la puta se atreva y desprecie mi reata, que apenas será un chilito rinconero, entonces mejor se vaya preparando, porque soy cabrón si no le introduzco parte de la pierna. Ya le acerco con ansia infinita mi pito parado hasta más no poder, chorreando de babas que se conglomeran al flujo incansable del hoyo carnoso que tanto deseo. Pero sufro un choque al darme cuenta exacta que por más que intente pararme de puntas, estoy chaparrito, mis piernas son cortas, gordas, musculosas, nada que me ayudan, y la pìnche yegua tremenda de alzada, nomás no la alcanzo. Mejor me le monto, todito de plano, mi cuerpo desnudo, pelos remojados ahora también del sudor que me empapa, se abraza jarioso al cuerpo de la bestia, y la otra muy mansa apenas trastabilla con mi peso grato de macho caliente, mis nalgas al aire, por sobre sus ancas, mis piernas colgando, y mi pito ansioso hurgando entre sus pliegues, con dificultades logro sostenerme, me aferro a las crines, pero es más la fuerza de mi calentura y varias veces logro meter y sacar el chile rinconero, todito completo. Y vaya que sí le hago un poquito mella a la puta yegua del hoyo insondable, porque me resopla muy jacarandosa al sufrir los golpes de mis embestidas.
No me doy ni cuenta de que por su parte, mi cuaco ha tomado interés en la escena, sigo yo empinado y el otro se arrima, me acerca su hocico y me roza las nalgas, en un descansito de mi acometida, siento que me bufa y su resoplido exacto al mero culo expuesto, se mezcla con un gas apestoso que suelto al momento. Relincha entusiasmado y sin dejarme tiempo, intenta encaramarse sobre mí y la yegua. Su peso me aplasta, pero lo tolero, cuando descubro asombrado su garrote tieso, que se me entremete, buscando agujero. Le cedo mi campo, me deslizo a un lado, no sea que un descuido me ensarte completo. No me iba a caber tan siquiera la punta, pero en el intento, pinche fierro tieso, me destroza el culo, me rompe una tripa, me rasga por dentro. Con dificultades echo pie en el suelo, y apenas me libro por un pelo y medio de una gran patada que en el entusiasmo mi penco ha soltado al empotrar de golpe a la yegua putona que abre su trasero. Pero la cabrona se saca de onda, es demasiado mucho el tamaño de reata que entró a sustituirme, la puta no aguanta y arranca al galope, dejando a mi cuaco un palmo de narices. Mi verga por cierto, estilando mocos, sigue bien parada y también frustrada de haber suspendido su trabajo rico, de mete y de saca, en la pucha ardiente, enorme y pestilente que ya se ha marchado muy a mi pesar.
Miro a mi caballo que atisba a lo lejos, ansiando el pendejo lo mismo que yo. Le doy un sopapo y me le monto al pelo, vamos tras la hembra, le digo babieco, y si la alcanzamos, a darle con fe. Pero el muy baboso no corre con gracia, se mira muy torpe, le estorba el garrote gigante que a medio galope, casi roza el suelo, y en una de esas de plano se pega en una piedra aguda en medio del camino. Suelta un gran relincho, casi lastimero, y se detiene en seco, dejando a mi verga frustrada de nuevo, porque en la carrera, ella y mis tanates, se estaban rozando al lomo de la bestia con gran alborozo y con sumo placer.
Desmonto y me asomo pa ver si hubo daños, el garrote tieso de mi penco amado sigue tan campante, pero ya comienza como a retraerse, bien adolorido seguro ha de estar. Me da mucha pena y trato de sobarlo, pa calmar al pobre su dolor brutal. Me asombra y me excita semejante palo, ahora que lo siento todo entre mis manos, no hallo para donde acabo de sobar. Mi cuaco respinga, solo de principio, después se acomoda al tacto de mis manos, rugosas y tiesas, no importa, es igual, la reata disfruta de mis apretones y otra vez se crece a todo lo que da.
Preciosa macana, dura como un bate, chorreante de líquido pre-seminal, a fuerza de tantos estirones míos, se ve que está a punto ya de eyacular. Le arrimo mi culo, pues por un segundo, me olvido del macho que soy, del estúpido orgullo de virgen caliente, logro liberarme, por ese segundo, de mi represión. Siento que me punza el anillo apretado, de puro deseo de sentir que una verga perfore mi entraña, me convierto en yegua, por ese segundo, y una buena parte del tronco candente de mi buena bestia, abre su camino en mis pliegues ignotos del tracto rectal. Luego me arrepiento, ante el dolor inmenso, falta de costumbre, y me retiro presto, pero la combinación excitante del daño y del gozo, surtió sus efectos y un tórrido orgasmo recorre mi vientre, justo al mismo tiempo que el de mi caballo, los dos nos corremos esparciendo al campo semen abundante que riega la tierra, calmando su sed.