Soy bígama

Cuento por qué soy bígama y quiénes son mis maridos.

Soy bígama y explicaré el porqué.

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Julián, mi marido, ya me había usado el coño y, según su costumbre procedió seguidamente a taparme el culo después de aplicarme el Analub. Mi postura era cómoda y disfrutaba placenteramente de la sodomización arrodillada sobre la moqueta y con el busto apoyado en el asiento del sofá del salón.

Nos gustaba follar en el salón, pero solamente podíamos hacerlo cuando los chicos, Alicia, de 16 años y Pablo, de 13 estaban fuera. Yo me llamo Silvia y tengo 46 años. Me casé con Julián y senté cabeza casi en la treintena de edad, después de llevar una intensa y disparatada vida sexual desde la tierna edad de trece años en que follé por primera vez con el padre de una compañera del colegio. Durante algunas temporadas, si mi economía no andaba boyante, no tuve reparo en ejercer la prostitución o intervenir en películas porno. De esa etapa de mi vida me queda mi coño depilado para siempre con láser, diversos tatuajes obscenos en zonas estratégicas de mi anatomía y unos piercings en los pezones y los labios mayores que exhiben gruesas argollas de titanio.

Por eso Julián no tuvo ningún empacho en admitir que yo decidiese ser bígama y tuviese otro marido más.

Pero, lo que contaba: A Julián le gusta follar metiendo la verga sosegadamente y hasta el fondo para después sacarla casi del todo y volver a una profunda inserción. Eso estaba haciendo con mi ano mientras yo pasaba por mi clítoris el pequeño vibrador. Repentinamente se salió y dijo:

  • Tu turno para follarte a esta viciosa, Bob.

Mientras Julián se sentaba ante mi y me ofrecía su respetable verga a la boca para que se la mamase, mi otro marido, Bob, se apropió de mi vagina y comenzó un frenético bombeo. Con tanta premura y ansia me follaba siempre Bob que con frecuencia se le salía la picha y al volver a entrar cambiaba de agujero. Eso pasó esa vez y me vi de nuevo usada por el mismo orificio que había ocupado Julián, con lo que tuve que recurrir nuevamente a mi vibrador para estimular el clítoris en tanto que ya no mamaba la polla que tenía enfrente sino que mi boca era follada mientras su propietario me sujetaba por la nuca.

Cuando Bob descargó su ingente chorro de esperma en mis tripas yo alcancé también el orgasmo, pero Julián, sin el menor respeto continuó follándome la boca hasta que descargó sus huevos y, como siempre, me bebí la lefa tras saborearla un rato.

Yo nunca sujetaba la verga de Bob, así que se quedó abotonado a mi durante cerca de diez minutos que yo aproveché para seguir usando el vibrador con una mano mientras me autofollaba la vagina con tres dedos de la otra. Julián cooperó en mi segundo orgasmo pellizcando mis pezones y estirándolos de las argollas.

Tras salirse Bob de mi ano comenzó a mordisquearse las patas para quitarse los calcetines que yo le había fabricado para que no me arañase al montarme. Le liberé de ellos, besé su húmedo morro y le rasqué tras las orejas en agradecimiento al trabajito que me había hecho.

Bob es de raza Rotweiler, que tiene mala fama, pero este mi segundo marido es muy manso y bien entrenado en el apareamiento con humanas. Fue difícil y costó muchos golpes de periódico conseguir que no intentase ponerme los cuernos con mi hija Alicia, pero al final se ha convencido de que solamente puede aparearse conmigo, su esposa, o con las amigas que yo le permita.

Cuando Julián trajo al entonces cachorro Bob a casa con la perversa idea de verme follando con él, cosa que pese a mi libertina vida nunca había hecho, poco podía pensar que acabaría compartiendo matrimonio con él. A Julián no le costó mucho convencerme para aparearme con Bob pues ya he dicho que soy muy abierta a las experiencias sexuales. Con el tiempo y la extraordinaria pericia adquirida por Bob para aparearse con humanas ya no pude prescindir de él y me consolaba durante los frecuentes viajes de Julián.

Un día en que nos enfadamos porque yo estaba muy salida y Julián se negó a asistir a nuestro club de swingers le amenacé con divorciarme de él y casarme con Bob. Fue una boutade, pero después me pareció una idea muy morbosa y fascinante.

Un mes después, nuestro amigo Ángel oficiaba la ceremonia de mi boda con Bob. Fue una boda como debe ser, yo con mi vestido largo y blanco, perfectamente acicalada para mi futuro esposo y él con su nuevo collar. Intercambiamos las alianzas. Yo llevo la suya con su nombre en el anular de la mano izquierda –en la derecha llevo la de Julián- y el la mía colgada de su collar. En la ceremonia también me pusieron un collar canino para señalar mi doble condición de perra y humana. No me lo quito más que para ducharme. Alguna gente lo mira un poco escamada, pero me da igual. Fue madrina Lucrecia, la mulata dominicana esposa de Ángel, el padrino fue Julián y de testigos actuaron Luis y Marta, otros amigos íntimos del club swinger.

La luna de miel la pasamos Bob y yo solos en una casa de campo durante una deliciosa semana.

La caseta de Bob es muy grande, cosa que llama la atención de propios y extraños. Cuando mis hijos preguntaron el motivo de aquel inusual tamaño les dijimos que queríamos tanto a Bob que nos gustaba que estuviese cómodo. Mi hija Alicia no compartía el cariño por Bob ya que le aborrecía por los tres intentos que había tenido mi marido canino por follársela antes de reprimirle esa tendencia a ponerme los cuernos. Por eso la chica puso el grito en el cielo cuando encima pusimos un calefactor en la caseta.

Cuando mis hijos no están en casa, cosa que procuro sea todo lo posible, acudo a dormir con mi marido canino. Mi marido humano ya se ha acostumbrado a que yo reparta mis afectos y el uso de mis agujeros entre ambos. Pero casi siempre lo que hacemos es un trío.

De cuando en cuando nos juntamos con Ángel y Lucrecia para montar un intercambio mixto, Es decir, de esposos humanos y caninos. Bueno, Lucrecia de novios. Tiene tres perros pero no está casada con ninguno como lo estoy yo con mi Bob.

Precisamente la semana pasada tuvimos uno de esos intercambios. Acudimos a la casa de Ángel y Lucrecia porque hacía buen tiempo y queríamos follar al aire libre. Su casa es ideal porque está aislada de otras y tiene un jardín con alta tapia y buena vegetación que impide verlo desde el exterior.

Ángel ya es mayorcito, tendrá unos 65 años. Cuando les conocimos creímos que su matrimonio era de conveniencia. Ella tiene 35 años, es de carnes abundantes y mullidas. Muy dulce y calentona. Me encanta follármela tanto como que sus hermosos y cuidados perros me la metan en mis agujeros.

Nada más llegar a su casa, después de atar a Bob en un sitio alejado de nosotros y de la vista, Julián se fue a por la mulata y la desnudó en un santiamén entre las alborotadas risas de ella, que ya sabía de la debilidad de mi marido por sus orondas nalgas y enormes y colgantes ubres de negros y extensas aréolas hinchadas.

Ángel, a su edad ya es más calmado y sus ardores están un poco en baja. Le di lo que le gusta. Me desnudé despacio y sugestivamente ante él y me subí a la mesa del jardín donde me despatarré boca arriba ofreciendo generosamente mi pelado, prominente y húmedo conejo a sus juegos predilectos.

Él no se desnudé de momento, como era su costumbre y yo apreciaba, ya que lo de ofrecer mis encantos impúdicamente a un macho vestido me pone muy cachonda por la sensación de sumisión que apareja.

Sus manos se dedicaron a sobar, amasar e introducir sus dedos en mis dos agujeros con una lentitud y una exploración tan exhaustiva que me hacía quemar el clítoris. Sacó una cadena para engancharla a mis anillos de los labios y un largo dildo negro de doble cabeza con los que prolongar más los eróticos juegos sobre mi pubis y mi ano.

Sentía el dildo profundizar lentamente en mi útero hasta el fondo, después avanzar por mis intestinos que iban enderezándose a su paso. Al final me introdujo una cabeza en el coño y la otra en el ano y comenzó a meter y sacar con parsimonia pero firmeza. Al mismo tiempo estiraba mis labios vaginales con la cadena enganchada a los anillos. Yo por mi parte estiraba mis jugosos pezones de sus argollas.

Escuchaba los gemidos, gritos y obscenas frases que soltaba la otra pareja, con Lucrecia sodomizada mientras mi marido humano le arreaba fuertes palmadas en la extensas y satinadas nalgas. Los dos llegaron al orgasmo cuando el parsimonioso Ángel me sacó el dildo de los dos agujeros. Me inyectó un enema y me taponó con un plug esperando hasta que mis tripas empezaron a rugir.

De lado veía como Julián sacaba con una cucharilla el semen que había depositado en el recto de la mulata y se lo daba a beber. Ángel me sacó el plug y solté el chorro a buena distancia. A continuación insertó su polla en el mismo agujero y metió el dildo en el de delante. Al lado de la mesa surgió Lucrecia quien se apoderó con una mano del dildo y con otra de mis tetas. Mientras su marido me sodomizaba con mis piernas sobre sus hombros, ella me follaba el coño con el dildo metiéndolo muy profundamente.

Me corrí casi al mismo tiempo que Ángel y entonces Lucrecia se apresuró a beberse también el esperma que resbalaba de mi ano mientras me follaba el coño con los cuatro dedos hasta que consiguió que repitiera orgasmo.

Con los hombres fuera de combate, debían entrar en acción los perros tras tomarnos un descanso y un refrigerio.

Lucrecia trajo a uno de sus animales, mi preferido, un dálmata y Julián trajo a mi marido Bob. Yo quería que me montasen por el coño, así que me taponé el ano con el plug que había usado Ángel para contenerme en las tripas el líquido del enema. Me arrodillé en el suelo con el torso apoyado en una de las sillas del jardín y dispuse mi trasero para que Ángel condujese la verga del perro a mi humedecido coño. La metió y, como de costumbre, le dejó libre para que penetrase también el bulbo. Enseguida comenzó la típica y enloquecedora acometida de un chucho.

Llegué al orgasmo cuando el animal vació sus testículo en mi útero. Después se dio la vuelta y quedé abotonada a él con los dos culos juntos, cosa que aprovechó Ángel para colocarme la fláccida polla en la boca con la esperanza de que se la volviese a animar. Durante los diez minutos en que estuve capturada por el bicho le trabajé la herramienta, pero el sexagenario ya no fue capaz de levantar el miembro.

Por su parte Lucrecia se había sentado de frente a mi marido Bob, que estaba de culo, y mi marido Julián le había metido el miembro de Bob en el coño y era él quien dirigía la operación empujando y sacando lentamente. De paso sujetaba para que no se introdujese el bulbo. Al parecer esta vez Lucrecia no deseaba quedarse enganchada. Tonta de ella, con lo bien que se siente una con ese pedazo de carne rellenándote la vagina. Julián aprovechaba con la otra mano para sobarle sus suculentas tetas. De cuando en cuando también le animaba el botoncillo del clítoris.

Ángel ya no fue capaz de conseguir otra erección pero Julián si y volvió a acometer el culo de la mulata. Me vino muy bien la impotencia de Ángel porque eso me permitió participar en la nueva follada de Lucrecia, a la que estaba deseando meter mano. Mientras mi marido humano le daba por el culo con su parsimonia habitual yo me coloqué sentada ante ella para que me comiese el chumino, cosa que sabía hacer de maravilla con sus carnosos labios de negar y su hábil lengua.

Cuando Julián se vació en su recto, yo devolví el favor que me había hecho ella antes y le lamí bien a fondo el ojete para beberme el esperma de mi marido al tiempo que la follaba con tres dedos en la vagina. Cuando terminé con el ojete dejándolo bien limpio le metí en el coño el resto de la mano y le hice un buen fisting que la llevó a otro buen orgasmo.

Regresé a mi casa con mis dos maridos. Los tres muy satisfechos de la tarde. Como los chicos dormían en casa de su abuela, esa noche, Bob durmió con Julián y conmigo en nuestra cama y a la mañana siguiente obtuve un polvo de cada marido nada más despertarme.

FIN