Soy actor.
Soy actor. No, no es lo que parece, no soy actor porno. Soy actor de películas que podríamos llamar convencionales, aunque tampoco es que sean muy convencionales las películas en las que trabajo. Digamos que soy actor de películas independientes. Nunca he hecho de galán guaperas, doy más bien en pap
Soy actor. No, no es lo que parece, no soy actor porno. Soy actor de películas que podríamos llamar convencionales, aunque tampoco es que sean muy convencionales las películas en las que trabajo. Digamos que soy actor de películas independientes. Nunca he hecho de galán guaperas, doy más bien en papeles de carácter, por mis rasgos marcados y mis facciones. Dicho de otra forma, porque no soy guapo. Pero es bastante normal que me ofrezcan papeles de villano, por eso hace unas semanas tuve la suerte, si se puede llamar así, de que me eligieran para una de esas películas subvencionadas, que pueden arriesgar creativamente como las independientes, pero que tendrán el tirón de las oficiales de la industria. Así que parecía que sería una gran oportunidad.
La película, una vez leído el guión, es un canto al ego del director, una forma de recordarnos a todos lo bien que dirige películas de este tipo. Es demasiado pretenciosa, demasiado lenta, demasiado complicada, demasiado intensa, demasiado todo. Pero tiene algo muy bueno, muy muy bueno, y es la actriz principal: Stella. Absolutamente genial. Gran actriz, gran mujer, gran físico y si seguís leyendo descubriréis que también gran amante. La conocí en algún certamen hace unos meses y estoy convencido de que es una persona dulce, sensible, cariñosa, inteligente... Un rayo de sol.
Una de las escenas cumbre de la película es un polvo rabioso entre su personaje y el mío. Yo no soy el héroe de la película, soy el malo, pero, tal como dijo el gafapasta del director, “esta tórrida escena marca la relación ambivalente de los personajes, la fuerza en la que ambos quieren poseerse, y, también, en la que ambos quieren someterse”. A mí me pareció una excusa para meter carne en pantalla, pero no me preocupaba. He hecho muchas escenas de éstas en muchas películas, estoy acostumbrado, y hago mucho deporte y me cuido. No me asusta.
Durante los primeros días estuvimos rodando las escenas del inicio de la trama. Tiros, insultos, carreras de coches y frenazos. Nada que no se ruede casi de memoria. Pero una mañana al salir del hotel el ayudante del director nos da la parte del guión que rodaremos y toca la escena de sexo. He dormido bien, desayunado mejor y es un buen día. Vamos a maquillaje, como siempre, y como siempre antes de una escena así las maquilladoras me piden que me desnude para comprobar si mi vello corporal es adecuado para salir en pantalla y retocar con maquillaje lo que haga falta. Las típicas bromas de un hombre desnudo rodeado de casi una docena de miembros del equipo, nunca mejor dicho. Ningún morbo por mi parte, pero alguna de las maquilladoras tiene el pulso menos firme de lo habitual en según qué sitios. Eso me provoca cierto entusiasmo. En un momento de despiste, intentando pensar en otra cosa para evitar una erección, veo que Stella está esperando, con una bata, a que acaben conmigo. Me imagino la misma escena, con ella de pie en este mismo lugar rodeada de las maquilladoras mientras la repasan igual que a mí, y la erección por fin acaba por aparecer. Afortunadamente ya están acabando conmigo y puedo escaparme sin que se note. Me visto con la ropa de mi personaje, un narcotraficante, y releyendo el guión me olvido de que Stella está dentro del camerino, hasta que una hora después aparece en el plató, con la misma bata, y el director nos llama.
– Recordad, es la escena que hace cambiar la historia, no es una escena de placer o de sexo sino de obsesión, de dominación, de violencia – habla como si tuviera la boca llena, aunque no come nada. Será su autoestima la que se le atraganta – Quiero que os mordáis con las manos, que beséis para absorberos la esencia, que vuestros cuerpos combatan, no forniquen.
Sí, sí, ya me conozco la historia. Comienza el rodaje. Entro en la habitación, ella está hablando por teléfono, vestida con una bata, me acerco, me ve, cuelga el teléfono, nos decimos cosas aprendidas del guión y cuando ella dice:
– Los dos sabemos lo que va a pasar aquí, pero no cómo va a terminar
No tiene sentido, pero es la frase para que todo comience. La miro a los ojos, la tomo por esa cintura magnífica que le remarca la seda de la bata, la pego a mi cuerpo, y me como su boca, como dijo el director, para robarle la esencia. Hay tres cámaras a la vez, en distintos ángulos, ya se apañará el director a la hora del montaje. Yo me olvido de que tengo dos docenas de personas mirando y me hundo en su boca, mientras con mis manos muerdo su espalda y con mi pelvis empujo la suya. Su perfume es lo único real que entra en mis sentidos ahora mismo, y lo respiro a bocanadas. Saco mi lengua de su boca, le aparto el pelo de la cara, y le cojo las mejillas con dulzura para besarla de nuevo...
– ¡¡¡Corten!!!
Vaya, se me ha olvidado lo de la dominación y tal y tal... un beso con las manos en la cara no debe de ser lo que se espera de mí. El director me dice algunas cosas que apenas escucho, ya que vienen a decir exactamente lo que supuse. Sin manos en la cara.
– Desde el principio, ¡acción!
Otra vez vuelvo a entrar en la habitación, la misma palabrería, la misma frase sin sentido:
– Los dos sabemos lo que va a pasar aquí, pero no cómo va a terminar
La misma forma de cogerla para traerla hacia mí. La misma sensación al volver a oler su perfume, el mismo sabor de su boca, la misma suavidad de la seda en su espalda. Esta vez no me olvido de lo dicho, y mis manos van mordiendo su espalda a bocados pequeños, como si reptaran, hasta que me adueño de los cachetes de su culo prieto y turgente, caliente bajo la seda, ese culo que en aquella ocasión me motivó para conocer a la persona que lo posee, y que se estremece ligeramente al contacto. La aprieto contra mí, mientras me sigo comiendo su boca. Una cámara está a dos palmos de nuestras caras, y le voy susurrando las palabras que vienen en el guión para ese momento. Ninguna de ellas es la que le diría a la verdadera Stella. Ella me mira a los ojos con furia y busca el cinturón de mis pantalones. Es el siguiente punto del guión. Yo le abro la bata, dejando ver sus pechos, y comienzo a bajarla por sus hombros, pero a la altura del codo cierro la bata, inmovilizándole los brazos, y tirando de ella le doy la vuelta. Está de espaldas a mí, y con mi cabeza en su pelo sigo susurrándole, y le muerdo el cuello y las orejas. Realmente, cuando leí esta escena en el guión me imaginé que todo esto sería muy excitante, pero no me imaginé cuánto. Tengo que recordarme a mí mismo que está toda esa gente a nuestro alrededor. Pero ella también interpreta bien, y cuando siente mi aliento en su pelo, echa su culo hacia atrás, buscando mi entrepierna, y traza círculos sobre mi pantalón a medio desabrochar. Eso es francamente alucinante.
Ahora la toma es frontal, ella está en primer plano, con los pechos al aire, y yo a sus espaldas se los agarro, no los toco, los muerdo con mis manos, y puedo comprobar que, además de ser tan bonitos, son naturales. El plano resultante debe de ser casi porno. La rodeo con mi brazo por la cintura, y de un tirón vuelvo a tenerla frente a mí. Le suelto la bata, cae al suelo, y está desnuda, para mí por delante y para la cámara por detrás. Ahora que tiene las manos libres me arranca la camisa del pantalón, me la quita rompiéndome los botones de un tirón, y luego me suelta los pantalones, que caen al suelo. La cámara está detrás de mí, se ve mi espalda, con calzoncillos de marca (los pone el estudio para la escena) y sus uñas arañando mi piel. Luego, un primer plano de mi culo, mientras ella se arrodilla frente a mí y se ve cómo mis gallumbos desaparecen primero de un cachete y luego del otro, hasta llegar al suelo. No se ve en cámara, pero ella tiene ahora mismo mi erección a escasos centímetros de su cara, y la mira detenidamente...
– Cor....ten!!!
¿Eh? ¿Quién ha dicho eso? ¡Ah, sí! El director... Parece que esta toma le ha gustado. Ahora vienen varios miembros del equipo, nos ponen una bata a cada uno, una maquilladora trae una especie de esparadrapo, nos retocan el maquillaje y descubro que ese esparadrapo es un dispositivo para evitar que mi pene salga en el plano. Se adhiere al muslo para que quede oculto, y me aseguran que no duele al quitarse. Me lo dan para que me lo ponga, no está la cosa como para que otra persona me toque para ponérmelo, y compruebo que realmente no es doloroso y permite la vida propia del cautivo.
Definitivamente al director le ha gustado la toma. Mientras nos preparan para lo que viene no deja de hablarnos sobre el significado de lo que está pasando, la implicación de los personajes y lo que representan... y yo no puedo respirar todavía tranquilo. No sería ésa la forma en que trataría a la verdadera Stella, pero a la mafiosa de la película tal vez sí. En la siguiente toma ya salgo totalmente desnudo, así que me quito los zapatos y los calcetines, el pantalón enrollado en los pies y lo que queda de la camisa. Me siento juguetón con mi cosa dentro de ese algodoncito y queda mucho más para comprobar si funciona o no.
– ¡¡¡Acción!!!
Ahora, en el plano vuelve a estar mi culo, ligeramente de lado, y se ve la cabeza de Stella que va y viene acercándose a mi abdomen simulando que tiene la boca llena. Una de sus manos aparece entre mis piernas, por debajo de mí, y muerde mis nalgas a pellizcos. Yo tomo su cabeza por los pelos y la levanto, vuelvo a pegar mi cuerpo al suyo y la acerco a la mesa del escritorio, la beso todo lo más profundo que puedo, mordiendo su boca, y le doy la vuelta de un impulso seco. Ahora mi abdomen está pegado a sus nalgas, y hago que se doble sobre la mesa, apoya sus manos y vuelve a levantar su culo hacia mí. Ahora mismo desearía tenerlo todo libre, para sentir el contacto de esa piel, para notar el roce de sus nalgas sobre mi glande, y para percibir los pliegues uno por uno con el tronco de mi pene. Pero lo único que puedo hacer es simular que busco algo allí con la mano, que lo coloco en algún sitio, y empiezo a empujar con mi pelvis. Pego mi pecho a su espalda, ella está doblada, así que mi cara vuelve a estar en su pelo, vuelvo a percibir su aroma, y confundo de nuevo a la mujer con el personaje, y con mis manos vuelvo a tomar posesión de sus pechos. Doy golpes en sus nalgas, suavemente, mientras con las yemas de mis dedos busco y encuentro sus pezones, y los acaricio suavemente.
– ¡¡¡Corten!!!
Esta vez está enfadado.
– Si quiero un polvo entre colegiales, lo pido, tiene que ser mucho más intenso, es una carrera a ver quién se corre antes, porque el otro no ha de disfrutar, es una posesión mutua, ¿lo entiendes?
Digo que sí con la cabeza gacha, con todo el cuerpo disparado, y volvemos a la situación inicial. Ella finge que está felándome, pero algo pasa. Al pasar su mano entre mis muslos, como marca la escena, con el dorso de la mano ha tocado el paquete en el que tengo protegida mi polla. Está mirando hacia arriba, y no sé si la cara de vicio que ha puesto es por el papel o es un guiño hacia mí. Pero yo sigo, vuelvo a ponerla sobre la mesa, vuelvo a doblarme sobre ella, vuelvo a tener la cara en su pelo, pero esta vez no me dejo llevar por el aroma, y vuelvo a bombear con algo que no está pero que se supone que está. Ahora cojo con fuerza sus pechos. No busco sus pezones ni acaricio, sólo magreo, muerdo, y con mi pelvis estoy dando unas buenas sacudidas en sus nalgas. Si fuera real, sería un polvo salvaje. Ella abre más las piernas, casi me puedo meter debajo de ella, me yergo y la cojo de las caderas. La atraigo hacia mí con mis brazos, yo tengo los pies entre los de ella, me da la impresión de que mi pelvis choca con su coño y juro que siento su calor y su humedad sobre mi vello púbico. Es apenas perceptible, pero un ligero chapoteo sí se puede oír. Fuerzo el movimiento de mis caderas para favorecer el contacto de mi pelvis en su coño, mientras repito sin apenas voz las palabras “que dan sentido a la escena y que definen el carácter de cada uno”, o sea, varias veces “puta” y “zorra”.
– ¡Corten!
No puede ser. Otra vez no. Me va a matar… Aunque esta vez está bien, es un simple corte de secuencia para el montaje y cambio de plano. Vuelve la acción donde la hemos dejado. Varios manotazos en sus nalgas después, seguro de sentir su humedad avanzando por mi vello, otra frase de mi personaje:
– Y ahora, pequeña zorra, ¿quién domina a quién?
– ¡Yo!
Dice ella, con una voz que no reconozco, y se gira de frente a mí, me coge de lo que se supone que debería ser el paquete y me tumba sobre la mesa. Ahora es ella la que se sube encima, se abre de piernas sobre mi vello púbico y comienza a frotarse. Si mi polla estuviese allí la tendría tan adentro que estaría asomándole por las amígdalas. La humedad es tremenda ahí abajo, y siento cómo sus pliegues se arrastran sobre mí, frotándome. Comienza a agitarse, apoya sus manos en mi pecho y me araña con fuerza, yo vuelvo a morderle con mis manos sus pechos, y cuando tiene que decir su frase... se olvida y sigue moviéndose...
– ¡¡¡Corten!!! ¡Tu frase! ¿Es tan difícil?
Creo que ahora es a ella a quien van a matar. Se para, con los ojos cerrados, y dice que sí con la cabeza. Tiene los mofletes mucho más colorados que lo que corresponde a su maquillaje. Volvemos a bajar de la mesa, otra vez estoy detrás de ella, golpeándola con mi pelvis lo más fuerte que puedo, porque sé como está, y cómo estoy yo. Volvemos a decir lo mismo y vuelve a tirarme sobre la mesa. Ahora la atraigo yo hacia mí, para ayudarla a que encuentre la posición, y ahí vuelve a estar su vulva aplastada sobre mi pelvis, cojo sus pechos, con fuerza, la miro a los ojos, ella los tiene cerrados, y mientras empujo hacia arriba con mis caderas, ella sigue frotándose con violencia, hasta que dice su frase, su maldita frase, que no le importa a nadie, con un hilillo de voz y ahogando un grito que sólo yo sé lo que significa.
Se tumba sobre mí, siento sus pezones puntiagudos sobre los míos, me mira con ternura y me besa en la boca. Estoy a esto de arrancarme el protector de pene y metérselo, siento todas las sensaciones posibles en mi polla abotagada ahí dentro, dura como nunca, y ella me dice:
– Ahora tu cargamento de armas es tan mío como tuyo.
– ¡¡¡Corten!!! ¡¡¡Genial!!!
Me he quedado con la duda. ¿Al final ha resultado todo actuación? No lo creo, tengo un charquito en mis bajos que me dice que no. Bajamos de la mesa, ella apenas me mira, me pongo la bata rápido y nos vamos a los camerinos. Ya no hay más rodaje hoy. Los coches negros de mafioso aún no están listos, así que el rodaje se para. Todos al hotel.
Llego hecho una brasa a mi habitación, quiero una ducha rápida, o tal vez una ducha lenta, entretenida en saborear el líquido que tengo sobre mí y que no es mío. Me desnudo y comienzo a acariciar sus jugos sobre mis pelos. Es pringoso, pero tremendamente excitante. Está al alcance de mi polla, podré untarla sobre él. En eso, llaman a la puerta. Me pongo una bata del hotel y abro, es un botones, con un cubilete de éstos de botellas de champán, hasta arriba de hielo, pero sin botella, y con una nota:
“Enfríate, he notado que te hacía falta. Fdo. Stella”
Rápidamente le digo al botones que espere, vacío el hielo en el lavabo del aseo y lleno el cubilete de agua caliente, lo más caliente que sale del grifo de la ducha. En el dorso de la tarjeta escribo:
“¿Tienes algo que funcione mejor? Mira cómo ha quedado tu hielo. Habitación 173”
Le doy una propina generosa al botones, que se va con el recado. Dudo que haya respuesta, pero no creo que vaya a más. Me desnudo de nuevo y observo el hielo en el lavabo, seguro que tendrá un papel bastante importante en lo que voy a tener que hacer para enfriarme. Tapo el desagüe para que no se lo trague, y empiezo a idear algo. Meto la mano entre tanto cubito, me gusta la sensación, seguro que si hubiera alguna forma de meter allí dentro lo que estoy pensando...
Llaman de nuevo a la puerta. El botones, seguro, con alguna contestación de ella. Me pongo una toalla en la cintura y abro. Es Stella, en bata, la misma bata que llevaba en la escena. Me percato que la idea de la toalla no era muy discreta, porque se nota perfectamente la tienda de campaña. Ella me mira a los ojos, me mira el cuerpo, me mira la toalla, y cuando ve mi erección, se ríe.
– Los dos sabemos lo que va a pasar aquí, pero no cómo va a terminar
El hecho de que use esa frase lo deja todo claro. La dejo pasar, con una sonrisa tremenda, y cuando cierro la puerta me besa en la boca, con ternura, con dulzura, con suavidad.
– Es mi forma de darte las gracias por lo de antes.
– No hay de qué. – salgo de dudas, ya sé que no fue todo actuación.
Le tomo las mejillas con las manos, y la beso, con la misma dulzura y la misma suavidad. No podemos evitar reírnos. Ésta sí es la Stella que conocí. La tomo por la cintura, apenas deslizando por encima de la seda de su bata, y entre ella y yo, por fin, hay algo duro que choca sobre su abdomen. Nos besamos cada vez con más pasión, mientras las yemas de mis dedos describen su columna vertebral al subir, vértebra a vértebra, y con ello van llevándose la bata hacia arriba, haciendo que la seda se deslice por su cuerpo. Ella pasa los brazos por detrás de mi cuello, acariciando mi nuca, y dejándose colgar, para que el peso de su cuerpo aprisione mi polla, mientras sigo deslizando la tela de su bata por su espalda. Ahora he llegado ya a su cuello, dejo caer la bata a su posición inicial, y oigo el “shhh” de la tela al deslizarse. Acaricio también su nuca, y meto mis dedos en su pelo, enredándome. Salgo de su boca, estaba mi lengua y todo yo metido ahí dentro besándola, y suavemente llevo mi lengua a acariciarle el cuello. Ella lo estira, para facilitarme el trabajo, con un suave “hummm” de aprobación, y tal como me agacho, aprovechando que nuestros cuerpos se separan, deslizo mis manos por su cintura hacia su abdomen, para encontrar el lazo que mantiene atada su bata. Deshago el nudo, simplemente, no la abro, y sigo con la otra parte de su cuello. Ahora pongo mis manos abiertas en sus nalgas. No muerdo con ellas, las poso planas, y describo unos círculos como si amasara su carne prieta, como si supiera hacer masajes. Mientras, la propia bata se ha ido abriendo, y puedo ver el camino que separa sus pechos. Lo recorro primero con las yemas de los dedos, muy suavemente, como si fuera un ciego intentando aprenderlo, no separo la tela, solamente acaricio lo que está a la vista, llego hasta el ombligo y vuelvo a subir. Esta vez recorro el mismo camino con mi lengua. Si el perfume de su pelo me embriagó, el que me está llegando ahora me vuelve loco. Mi pene está levantando descaradamente la toalla, y se ha llevado también uno de los dos faldones de la bata. Ha venido hasta aquí con unas braguitas blancas, me encantará quitárselas cuando llegue el momento. Ahora, el momento corresponde a sus pechos. Con las palmas de las manos los sopeso por encima de la tela de seda, sin violencias, sólo sopesarlos, y con los dedos abro unos radios que los cubren por completo, y elevo la presión. Quiero tener cada pecho por completo dentro de una mano, para que ella misma sea más consciente de su tamaño, y cuando los tengo así, describo unos círculos con ellos, suavemente, igual que hice con los cachetes de su culo. Pero a través de la tela noto dos durezas, sus pezones, y cojo la tela con dos dedos, y tiro de ella hacia arriba, lentamente, para que sienta el roce de la seda sobre esas dos protuberancias. Luego separo la bata, y, de nuevo, veo sus pechos, pero esta vez son los pechos reales de Stella los que tengo aquí para acariciar y besar. Bajo la cabeza, acerco mi boca a uno de ellos, y antes de abrirla para besarlo y succionarlo, digo:
– No sabes cuánto deseé hacer esto que voy a hacer hace un rato.
– Yo también deseé hacer algo que voy a hacer dentro de un rato...
Le miro a los ojos y me guiña uno, y lentamente saco la lengua, para que vea cómo me voy acercando a su pezón. Establezco mero contacto con él, y le trazo un círculo alrededor, mojándolo un poquito de saliva. Luego abro los labios, como si fuera a decir una O, y los pongo alrededor de su areola, y sorbo, como si quisiera comerme un helado de pezón, como si quisiera que entrara en mi boca y se perdiera allí. Apenas un quejido, o un gemido, es todo lo que ella dice, pero sé que es de aprobación. Luego, estando allí dentro, después de sentir durante un buen rato el contacto suave y rugoso de mi lengua jugando con él, su pezón siente un contacto duro, casi afilado, y otro por la parte inferior, son mis dientes que lo presionan, muy muy suavemente, incrementando la presión. Le miro a los ojos, para saber en qué momento dejar de incrementarla, y justo cuando su mirada me lo dice sé que es el momento que más placer le provoco. Suelto el mordisco en su pezón, y lo dejo salir de mi boca, sin soltar la ventosa, y sale estirándose y haciendo ese ruido a beso que hacen las cosas mojadas al salir al mundo exterior. Le acaricio el pezón mojado con la yema del dedo pulgar, y me voy a hacerle lo mismo lo mismo lo mismo que le he hecho al otro pezón, con parsimonia, y esperándome justo antes de establecer contacto, para que sepa exactamente lo que va a pasar.
Mientras, como la bata está abierta, colgando de sus brazos, que están en mi cuello, tengo las manos acariciando su abdomen y su espalda, pero esta vez directamente, sin tela por medio, y antes de terminar con su pezón ya estoy con mis dedos debajo de sus braguitas acariciando sus nalgas, atrayéndola hacia mí, y su espalda hace una extraña S para que su pelvis presione mi polla, aún bajo la toalla, y yo tenga espacio para hacerle eso en los pechos. Me suelta el cuello y deja caer los brazos para que la bata caiga al suelo, y se la ve maravillosa, casi desnuda, radiante, sexy, sensual, ondulante, lasciva. Cuando por fin acabo de saborear sus pezones, con el sonido apenas perceptible de su respiración en el interior de mis oídos como señal de aprobación, de un solo pellizco se lleva mi toalla, y mi polla salta libre, por primera vez en todo el día, con un buen reguero en su glande, y deseosa de atención.
– Te lo he dicho, lo iba a hacer. Antes lo fingí, dime tú si esto es real.
Pone sus manos en mi pecho y se apoya para arrodillarse. Luego las desliza sobre las puntas de las uñas, arañándome el pecho, el abdomen, los muslos, de nuevo el abdomen, y por fin, con las yemas de los dedos, coge mi pene, lo mira, lo observa, lo estudia, y por fin, lo acaricia, le reparte la humedad segregada por el glande, lo agita un par de veces, y, definitivamente, se lo lleva a la boca. Estoy tan caliente después de todo el día, que al principio la sensación del roce de sus labios es insoportable, pero pronto me aclimato, y siento cómo comienza a entrar en su boca. Esta vez sí, los vaivenes de su cabeza son para lo que son, y mi polla lucha por salir a través de sus mejillas, primero una, luego la otra, a veces la saca para enroscar su lengua a su alrededor, o para agitarla con su mano, o para llevarse una gota de fluido de su extremo, o para lamerme los huevos... Es tanta la variedad, tan bien lo hace, y yo estoy tan caliente, que en pocos instantes empiezo a sentir lo inevitable de la condición masculina, y cuando comienzo a contraerme ella lo saca de su boca, apunta hacia un lado, y comienza a agitármelo rápidamente, mientras me dice:
– ¿Recuerdas cómo me corrí encima de ti sólo con frotarme? Me pusiste muy caliente, y sé que tú lo estabas también, noté tu polla dura con el dorso de la mano, y tu pelvis chocando en mi coño me llevó al cielo... ¿me llevarás otra vez?
No puedo evitarlo, una voz dulce y sensual diciéndome cosas como ésas hace que me desparrame totalmente, y mi orgasmo casi está por hacerme caer al suelo. Estamos en medio de la habitación, una sucesión de charquitos blancos ha quedado justo al lado de la puerta, pero eso no me preocupa ahora lo más mínimo. Me arrodillo frente a ella y la abrazo y la beso, con ternura, como ella me besó al entrar, y me dice:
– Estamos en paz, ¿no?
– Bueno, puede que sí, pero tengo a la mujer más deseable del mundo aquí mismo, y toda la imaginación del universo para hacerle cosas nuevas. Dudo que queramos acabar en paz.
Ahora yo ya no tengo prisa, al menos en un buen rato, y sé que ella sí la tiene, porque la sigo oyendo respirar. Mirándola a los ojos, observando en su interior las brasas que hemos encendido, me arrodillo justo enfrente de ella y la abrazo. Siento en mi cuerpo el contacto del suyo, arrodillados no le saco tanta diferencia de estatura, y su vello púbico acaricia mi pene húmedo de saliva y arrugado. Comienzo a acariciarle el culo, con mis manos abiertas, y la aprieto a mí, mientras mis dedos, esta vez, empiezan a deslizarse debajo de sus braguitas y avanzan por la raja que separa sus nalgas, comenzando desde arriba, como si buscaran el final de su columna, y van bajando. Ella retrasa sus caderas para ofrecer a mis manos su culo en pompa, y comienzo a notar más fácil realizar esa travesía. Pronto llego cerca de su ano, y le miro a los ojos cuando estoy a punto de tocarlo. Apenas una interrogación en su expresión, algo así como “¿qué vas a hacer?”, y lo que hago es una simple presión sobre su anillo, rodeándolo, para que sienta que estoy allí, pero sin vulnerar su entrada. Al pasar de largo ella sonríe. Sabe que volveré por allí, pero no de momento, y prefiere que llegue a donde voy. Enseguida encuentro una zona donde la tela de sus bragas está húmeda, caliente, donde la piel es más sensible si cabe, y se abre como un valle en ese lugar. Ahora mismo, ella tiene el culo prácticamente en pompa, ofreciéndome el acceso total allí, pero no estoy viendo nada, apenas lo que percibo con mis dedos. Preferiría tener todo aquello a la vista. Cuando llego allí, a modo de saludo, paso por encima de toda esa zona con mis dedos índice, corazón y anular totalmente planos, aplastando con suavidad esa zona, y llevándome una buena cantidad de jugos, hacia delante, primero, y vuelvo a pasar otra vez para atrás. Ella hunde su cabeza en mi hombro, y respira más fuerte. Tras un par de pasadas de esa forma, dejo que el dedo corazón realice más presión que los otros dos, de forma que al pasar por allí encima, comienza a introducirse entre los pliegues y empieza a separarlos. Ahora mis dedos se deslizan mejor, y comienzo a identificar lo que encuentro. Hay un bulto que encierra una especie de cuerpo turgente, lo identifico con la yema del dedo corazón, e incido allí, una y otra vez, a veces sólo con la yema, a veces pasando el dedo cuan largo es, a veces en movimientos circulares, hasta que siento que la presión con la que ella me abraza se incrementa, más que abrazarme se agarra a mí, e intuyo que la posición en la que estamos no es la más cómoda. Saco la mano de su ropa interior, y ella me mira decepcionada, pero con un beso consigo que confíe en que es mejor así, y la levanto en vilo, con un brazo bajo sus rodillas y otro bajo sus brazos, y la llevo hasta la cama. Agradezco que el hotel tenga pocas estrellas, la habitación es pequeña y la cama está cerca. La dejo allí, con un beso en la boca, y ella me coge la cabeza para seguir besándome, y me gusta tanto la ternura con que me besa que no dejo de hacerlo. Mientras, la mano que tenía bajo sus rodillas toma una de ellas, y avanza por su muslo como una garra, clavando las yemas de mis dedos, como si quisiera arañarla, y por la cara interna de su muslo me acerco al lugar donde estuve antes. Cuando nuestras lenguas están en un nudo que llega a hacerme temer que nunca se soltará alcanzo su ingle, y la recorro con la punta de la uña, dibujándole el comienzo de su muslo, y paso dos dedos por debajo de sus braguitas. Aparto un poco la tela, y vuelvo a tener al alcance de mi mano ese lugar magnífico donde no tardaré en zambullirme pero que ahora sólo voy a acariciar. Vuelvo a pasar mis tres dedos por encima de todo aquello, más abultado que antes, y al aplastarlo sale más y más jugo, por lo que me deslizo todavía mejor. Ahora voy desde arriba hacia abajo, y cuando ejerzo presión con el dedo anular, se desliza entre todos los pliegues, y la yema de mi dedo encuentra su agujero. Hago sobre él el mismo círculo que hice con su ano, como si apretara sus bordes, y vuelvo a subir. Debido a que voy retirando sus pliegues, cuando la yema de mis dedos llega a su clítoris está casi al descubierto, ella lo siente totalmente y está a punto de arrancarme la lengua con su boca, pero yo no me quejo. Me entretengo en hacer que mis dedos lo agiten lentamente haciendo círculos con él mientras dejo de disfrutar de la placentera actividad bucal en la que estamos inmersos, para decirle al oído:
– Estoy seguro de que prefieres que lo haga con la boca, ¿a que sí?
Ella tiene la cara transfigurada, y mis palabras la conmueven como si realmente hubieran sido caricias secretas en algún lugar oculto. Me despido de su cara con un beso, y deslizo mi lengua por su piel para lamerle el cuello, su pecho izquierdo, su pecho derecho, otra vez el izquierdo, el valle entre sus pechos, un rato más sus pechos... Mientras voy bajando, he cambiado el movimiento en su clítoris. Ahora, con el dedo índice y corazón formo una especie de tijeras, con las que mantengo su clítoris sujeto, y comienzo a deslizarlas sobre él, arriba y abajo. Desliza perfectamente, tengo los dedos mojados, e incluso es ella la que con sus caderas empuja sobre mi mano. Creo que tendré que llegar pronto con mi boca o no hará falta que vaya... Arrodillado entre sus piernas, beso la cara interna de sus muslos, pasando la lengua por aquí y por allí, y me voy acercando, hasta que estoy prácticamente enfrente del lugar donde se me espera. Tomo por fin la cinta de sus braguitas, y tiro de ellas para abajo, y es sorprendente la habilidad con que ella se revuelve para dejarlas salir. Ahora está desnuda por completo, abierta casi de par en par, respirando fuertemente, susurrando palabras apenas perceptibles pero totalmente comprensibles, y emitiendo unos sonidos entre nasales y bucales que suenan más a gemido que a jadeo, y casi por sorpresa le paso la lengua plana por todos sus pliegues, como si lamiera un helado. Su sabor me inunda la boca, y quiero más. Ella también. Vuelvo a lamer, con la lengua plana, pero la tercera vez ya me dedico a buscar entre los pliegues, buscando donde sé que no voy a encontrar nada, pero buscando igual, con la punta de mi lengua, y de vez en cuando dejo algún beso e incluso algún suave mordisco sin peligro en alguno de ellos. Cuando, por fin, me acerco al lugar en el que ella quiere que toque con mi lengua tengo la punta de mi dedo en la entrada de su coño, esperando. Ella siente los dos contactos, y sabe que el momento en que toque su clítoris también será en el que la penetre. Y cuando por fin encuentro el cuerpo inflamado, primero un centímetro, luego otro y otro, le introduzco mi dedo largo, fino, y nudoso, totalmente. Entra con facilidad, y primero lo dejo parado allí dentro, mientras me concentro en lamer y sorber su clítoris, sobre el que hago la misma O que hice con sus pezones, e incluso llego a marcar un pequeño mordisco, aunque sin llegar a hacer presión. Sus caderas empujan mi boca, con sus movimientos ondulatorios, y comienzo a lamerla, rápidamente, mientras empiezo a moverle el dedo en su interior, primero como un sacacorchos, a un lado y al otro, y luego entrando y saliendo. Sus gemidos ya no son puro placer, ya parece que se ha enfrascado en una lucha contra el reloj, como si quisiera conseguir algo de su propio cuerpo, y sé lo que va a pasar. Introduzco un segundo dedo, mientras lamo y sorbo el clítoris, mirándola a los ojos. Siento sus dedos en mi cabello, arrimando mi cabeza a ella. Con los dedos en su coño me preocupo más de rozar la parte anterior de su entrada, y hago una especie de movimiento sinusoidal, en lugar de un simple metesaca lineal. Es como el movimiento de un pistón. Y al fin y al cabo, ella se mueve como si un pistón la empujara, porque ahora agita las caderas hacia mí con fuerza, buscando mi contacto, y pongo el pulgar sobre su clítoris, y dejo las yemas de mis dedos en la zona rugosa y algo hinchada que encuentro en su interior, y hago una especie de pinza, para presionar desde fuera y desde dentro, y, estando así, masajeo ambos lugares, como si hiciera el gesto de “dinero” con los dedos, y separo mi lengua de allí y le digo:
– Cómo hubiera deseado hacerte esto cuando me cabalgabas esta mañana, hubiera dado lo que fuera por arrancarme el protector y metértela allí mismo en la cara del director y que te corrieras conmigo dentro, quiero que te corras ahora, como lo hiciste antes, quiero beberte... quiero oírte correrte sin prisa, sin guión, sin nadie que mire, un orgasmo como el que vas a tener ahora...
Mientras estoy hablando empuja varias veces con sus caderas en el aire, apoyada en sus pies, es casi un pino puente invertido, con una mano tira de mi pelo y con la otra está agarrándose un pecho. Apenas grita, es casi una contracción gutural, no es un grito estrafalario, pero su respiración la delata: durante apenas tres segundos ha aguantado la respiración, y finalmente ha soltado todo el aire, para volver a parar otros tres segundos. Al final, cae en la cama, y toma mi cara y la estrella contra la suya, en un beso bestial que casi me deja sin aliento. Está roja, apenas puede respirar, pero se la ve feliz. Me abrazo a ella, sin soltar el beso, y en el contacto me acuerdo de algo. Durante todo este rato apenas me acordé, pero vuelvo a tener mi pene pendiente de lo que ocurre allí. No es una erección máxima, pero está reaccionando a todo lo vivido, y sentir el contacto con su piel con mi pene no deja de gustarme. Ella se ríe, y lo va a coger. Le pido que no lo haga, no tenemos ninguna prisa. Llegará el momento en que no habrá que hacer nada con él para que cumpla lo que se supone de él, de momento hay tiempo. Está relajada, feliz, y durante unos cuantos minutos nos quedamos abrazados, charlando, intercambiando confidencias, compartiendo el momento. Nuestros cuerpos están en contacto total, cada movimiento, cada respiración, es una caricia nueva, y la sensación de intimidad que nos une es infinita. En un momento dado le echo un vistazo, al principio sin malicia, pero viéndola así, desnuda, pronto recuerdo por qué me fascina tanto su cuerpo, y tenerlo desnudo allí mismo, pegado al mío, me provoca instintos aventureros. Quiero inspeccionarlo todo, perderme en sus valles y escalar sus montañas. Y se lo hago saber.
– Voy a acariciarte, mucho, pero no quiero que te lo tomes como algo sexual. Quiero investigar, conocer, encontrar. No busco que te corras, ni correrme yo, no busco nada, sólo disfrutar del viaje. Disfrútalo tú también.
Me despido de su lengua y de su boca y empiezo a pasar la punta de mi lengua por su cara, su nariz, sus orejas, sus labios, beso sus ojos, vuelvo a sus orejas, y con la punta de la lengua sigo la forma de sus cartílagos. Le muerdo suavemente el pezón de la oreja, y luego lo mantengo en alto con la lengua, que acabo deslizando por detrás de ella y comienzo a bajar por su cuello. Todo esto lo hago muy muy lentamente, a trazos cortos, y a veces repito el trazo, de nuevo. Cuando he completado el trayecto de su cuello, al llegar a su clavícula la sigo dibujando, con la punta de mi lengua, y me dirijo a su hombro. Una vez allí lo beso, y vuelvo hacia su cuello reptando con mi lengua, lentamente. Llego a su garganta, y la tomo un instante en un mordisco fugaz, y lamo la otra mitad de su cuello. Ahora ya tiene el cuello cubierto de saliva, y soplo suavemente, y vuelvo a tomar el camino de su otra clavícula hacia su otro hombro. Bajo un poco, hasta que apenas percibo su primera costilla, y desde ese lugar comienzo a transitar por encima de ella, de lado a lado, dejando sus pechos más abajo, llego hasta el esternón, y sigo hasta el otro hombro por la otra costilla. Soy más consciente de su caja torácica, y ella también lo es. De nuevo, un paso más abajo, donde comienza su otra costilla. Bajo sus brazos, el lugar donde está la costilla es más evidente, pero la curva de sus pechos la esconde, y tengo que intuir el lugar por donde debo transitar. Una costilla más, ahora ya directamente estoy lamiéndole la piel de sus pechos, y no quiero eso, no todavía. Cuando llego al final de la tercera costilla, la tomo por la cintura, suavemente, y la empujo hacia un lado, para que se dé la vuelta. Ella me ayuda, y ahora está bocabajo, mirando de reojo con curiosidad, y yo sigo por la misma costilla en la que estaba, sólo que ahora por su espalda. Encuentro su omóplato, y lo bordeo, completamente, para aprenderme su forma. Llego al centro, a su columna, y ahora lo que dibujo es su vértebra, con la lengua sobre su piel, y paso a su vértebra superior, y vuelvo a dibujarla, y otra vértebra más, hasta que estoy dibujando en su cuello sus cervicales. Aparto su pelo, y las repaso una a una, ahora ya es consciente de las formas óseas de su cuello, y empiezo a bajar de nuevo. Ahora deslizo mi lengua por la parte más alta de su espalda, quiero volver a llegar a sus hombros, sólo que esta vez por detrás, y por delante de mi boca van las yemas de mis dedos, iniciando el camino. Llego a sus dos hombros, vuelvo a bajar por su columna, y le dibujo una a una todas las vértebras. Lo hago lentamente, tomo mi tiempo, y a medida que voy avanzando ella va estirando su cuerpo, como si se desperezara, y casi podría ser un movimiento reptiliano si no fuera porque sé que es una mujer. Bajando, bajando, he acabado con la boca en el principio de los cachetes de su culo. Con mis manos separo su carne y voy deslizando allí dentro mi lengua, aún hay huesos que remarcar en ese valle, y bajando bajando estoy lamiendo la raja de su culo. Ella lo eleva suavemente, para facilitarme la tarea, hasta que mi lengua llega a la punta de su cóccix y, justo ahí, un poco más allá, está la entrada de su ano. Vuelve a ponerse ligeramente tensa, como antes, cuando pasé mis dedos por allí, pero algo de reparo me hace apartar mi lengua y bordearla. Tal vez luego, pienso, y sigo bajando. El sabor a sudor y a mujer que hay en ese lugar me está embriagando, pero este viaje no tiene itinerario, es sólo un paseo. Ahora que estoy allí abajo, ella eleva más sus caderas, y oigo un suave chapoteo viniendo de su coño. Con los dedos acaricio sus labios y los descubro muy mojados, y deslizo un dedo dentro que entra totalmente sin apenas presión.
– Qué mojada estás...
– Me has mojado tú...
Me siento imparable cuando me dice eso, y apoyo la cabeza en sus nalgas, para alcanzar con mi lengua la entrada de su coño. Entra apenas unos centrímetros, los suficientes para reconocer su sabor y la presión de sus paredes sobre mi lengua. De repente, se me ocurre una cosa. Hago mentalmente la primera comprobación que tengo que hacer: “sí, la tengo dura, como un palo”, así que la llevo a cabo.
– Es sólo un momento, sólo quiero entrar y salir...
– Ya tardabas...
Me tumbo sobre ella y dejo mi polla entre sus nalgas. Con la mano voy haciéndola pasar por su raja, hasta que llega a la zona húmeda, y finalmente, a su vagina, y desde donde estoy, con sus piernas sin apenas separarse, empujo un poco. Cuesta de entrar, la posición no es la mejor, y ella levanta un poco más las caderas con un gemido. Ahora ya está casi entero el glande, y ya puedo sentir la indescriptible sensación de calor y caricia que embarga mi pene al entrar. Su coño va adaptándose a la forma de mi capullo, lo más grande de mi polla, y cuando me quedo quieto siento como si lo succionara, para que entre más. Empujo un poco más, y luego un poco más, estoy duro, totalmente duro, y ella siente mi polla entrando. Apenas una especie de “oohhh...” es lo que sale de su boca, y, por fin, la tengo totalmente dentro. Por un momento, la sensación es tan agradable que se me olvida que sólo es una prueba, una entrada de saludo, para comprobar si en aquella situación podía entrar. Empiezo a retirarla, con la intención de sacarla, pero una especie de chispas de placer me recorren el pene hasta la columna, y vuelvo a empujar hacia dentro. Ella emite más fuerte el “oohhh...” y yo me veo al borde del abismo, o salgo ya mismo o no salgo. Así que mejor me salgo, y cuando salgo de allí, con la polla con la pegajosa sensación de sus fluidos pegados a su piel, ella exhala un “oohhh...”, pero esta vez de reproche. Tal como está, con el culo en pompa, muerdo sus nalgas y las palmeo durante unos instantes, y la giro para que quede boca arriba de nuevo. Sigo teniendo en mi lengua la sensación de la presión de su vagina, así que lo que me apetece es irme directamente allí, a seguir lamiendo y besando, pero eso ya lo he hecho... Se trata de viajar, no de llegar, así que tengo que inventar algo. De repente recuerdo cómo empezó todo, y me viene a la cabeza el hielo que todavía tengo en el cuarto de baño. Estará derretido, seguro, pero servirá para lo que tengo en mente. Salto de la cama y en dos pasos estoy frente al lavabo, meto un vaso en el agua en la que aún flota algún trozo de hielo, cojo una toalla y vuelvo a la cama antes de que ella haya podido darse cuenta de que me he ido, y le enseño el vaso goteante que comienza a tener el vaho exterior que provocan las bebidas frías. Traigo una sonrisa de niño travieso, así que a ella le intriga lo que tengo en mente. Me ayuda a extender la toalla sobre la cama, debajo de ella, y le digo:
– Me voy a beber este vaso entero. No voy a dejar ni una gota. Si está demasiado fría me lo dices.
Con esto la dejo perpleja, pero me pongo de nuevo entre sus rodillas y las separo. Paso el cristal del vaso por sus muslos, por sus ingles, por su coño, y ella se estremece. Está frío, aunque no demasiado, y voy dejando una película fina de agua sobre su piel. Acerco mi cara a su coño, pero no beso ni lamo, simplemente levanto el vaso, y lo inclino, hasta que cae un poco, apenas un sorbo, en los primeros pliegues, un poquito más arriba de su clítoris, El agua resbala por sus labios y yo la espero con la lengua debajo de la entrada de su vagina, y la lamo rápidamente, para que se pierda la menos posible. Cuando hago esto la primera vez, ella salta sorprendida, con una carcajada, como si le hubiera hecho las mejores cosquillas del mundo, y enseguida vuelve a la posición inicial, pidiendo más. Vuelvo a dejar caer apenas unas gotas, desde una altura de un palmo, para que ella pueda ver perfectamente el trayecto del agua tal como cae. De nuevo cae sobre su clítoris y recorre todos sus labios hasta llegar abajo, donde la recojo con la lengua. Esta vez no salta de sorpresa, hay un “aahhh...” de alivio o placer, y orienta sus caderas esperando una nueva gota. Así una y otra vez, vertido a vertido, voy vaciando el vaso, y voy haciendo que los gestos de sus caderas sean cada vez más ostensibles, mientras ella se agita en la cama, se muerde un dedo, suspira, se ríe, gime, se tapa los ojos, o me dice:
– Eres perverso, te gusta hacerme sufrir.
En cualquier otro contexto, esas palabras serían terriblemente duras, pero las dice con la profundidad de su voz, con su pecho agitado, con su cuerpo estremecido, y no puedo más que recordar que mi polla está dura, muy dura, y que sobre ella aún están los restos de jugos de su coño. Cuando por fin dejo caer el último vertido del vaso, casi guiado por las prisas, para acabar de una vez, cuando ella ve que ya no queda agua, rápidamente se incorpora y se abalanza sobre mí, que estoy arrodillado en la cama. Pasa sus rodillas a mis lados y pega su coño a mi ombligo, me coge la polla y de un golpe seco, baja sus caderas y se la clava hasta el fondo. Apenas puedo hacer nada, está cogiéndome por la cabeza y a golpes de pelvis está usando mi polla para masturbarse, restregando su clítoris en el tronco de mi pene al salir, y rozándolo sobre mi abdomen al entrar, o al revés, no lo sé muy bien. Hace unos movimientos muy complejos con sus caderas, pero cada vez son más fuertes, y en apenas un minuto ya ha pasado todo. Se ha convulsionado, se ha contraído sobre sí misma, luego se ha estirado aguantando la respiración e hinchando las venas de su cuello, y al final se ha relajado derrumbándose sobre mi pecho. Durante esos gloriosos instantes he sentido mi polla aprisionada por las contracciones de su coño, y estoy totalmente excitado. Ella abre los ojos, y estampa su cara contra la mía en un besazo bestial, y, sin sacarla, se tumba hacia atrás, con su culo sobre mis muslos, y comienza a levantar y bajar las caderas, lentamente. En un instante de lucidez, sabiendo que ahora ya no hay vuelta atrás, alargo la mano hasta el cajón de la mesilla de noche y cojo la caja de preservativos. La tengo sin estrenar, esta caja es una vieja compañera de viajes. Empiezo a bombear, muy lentamente, sentado sobre los talones de mis pies, con las manos libres para abrir el paquete, y con las prisas provocadas por todas las sensaciones que estoy sintiendo en mi polla allí dentro. Ella empuja también con sus caderas, arriba y abajo, mientras se ríe, parece como si quisiera vengarse de mí provocándome para que tenga más prisa en poder coger el condón. Por fin, el paquete ya está abierto, cojo el primero, tiro el paquete al suelo, y se lo doy a ella, lo coge, lo abre, y toma mi polla. En apenas un instante tengo el condón puesto, comprobado, y de nuevo en el interior de ella, moviéndome con lentitud, levantándome de mis talones cada vez que quiero bombear, por lo que ella, cada vez que siente entrar mi polla en su coño, también siente que sus caderas se levantan, pero eso no le impide seguir agitando su coño contra mi polla, contra mi pelvis y contra todo. Ahora la cojo por la cintura, la levanto, y yo me levanto de mis tobillos, está con la cabeza sobre la almohada y sus caderas a la altura de las mías, ahora puedo follarla más rápido, y vuelve a lanzar los gemidos guturales que indican cuándo está más excitada, por lo que sé que le está gustando esto. Pero me aparta, se saca mi polla de dentro, y se da la vuelta. Ahora está de espaldas a mí, con el culo en pompa, a cuatro patas, y choca sus nalgas contra mis caderas varias veces, como incitándome a follarla de nuevo. Vuelvo a meterle mi polla, que dentro del condón está ligeramente anestesiada, pero sigue sintiendo perfectamente el calor y la humedad de ese maravilloso lugar, y empiezo a bombear. Primero es un metesaca lineal, pero de vez en cuando ralentizo el ritmo para hacer girar las caderas, y entrar desde los lados, como si la barrenara. Ella aprueba ese tipo de movimientos, y me dejo caer sobre su espalda, para tener su cuello a mi alcance, y tomo una de sus manos y la llevo a su coño, susurrándole al oído:
– Quiero volver a sentir las contracciones de tu coño, córrete para mi polla, hoy mi polla es tu público
Y dicho esto meto mi cabeza en su pelo, y deslizo mi lengua por su nuca, y le dejo algún mordisco suave, y oigo la respiración dificultada por el movimiento ultrarrápido que está llevando con su mano en su clítoris, y cada vez los golpes que da con sus nalgas contra mí son más fuertes y descoordinados, tanto que al final, en uno de los embates, acaba perdiendo el equilibrio y se cae tumbada sobre la cama, y yo, sin salirme de ella, mantengo la posición, y sigo penetrándola. Estamos justo donde lo dejé antes, cuando se la metí en esta misma postura, sólo que ahora estamos mucho más calientes, y ahora que ella lo tiene más difícil para moverse, soy yo el que levanta y baja las caderas, clavándosela lo más profundo que llego, con los labios apretados, porque sus piernas están casi cerradas, y comienzo a sentir en las resbaladizas y calientes paredes del coño de Stella las contracciones que espero, y no puedo más, y su gesto al aguantar la respiración y la presión de su coño en mi polla, que parece que me lo está masturbando, me hacen sentir las oleadas de mi orgasmo, y me dejo ir, y me estremezco, y estallo, y no paro de bombear hasta que la última de las gotas de semen se ha depositado en el interior del condón, y aún así sigo un poco más, llenando mis sentidos de gloria.
Tardamos unos instantes en movernos, aún tengo mi polla, con el condón puesto, dentro de ella, me aparto para que pueda darse la vuelta y nos besamos, esta vez con ternura, estamos sudados, estamos exhaustos, pero me dice:
– Me he corrido bien corrida, pero sigo caliente.
Y le deslizo la mano por su vientre, la mano derecha, la que mejor manejo, y meto en su coño el dedo anular y el corazón, dejando el meñique y el índice fuera, apuntalando la mano, y comienzo a agitar la muñeca. Tengo los montículos de la palma de la mano sobre su clítoris, y con los dedos estoy percutiendo en esa zona rugosa y algo hinchada del interior de su coño. No meto y saco, sólo hago que se agiten allí dentro. Al principio me mira con extrañeza, pero pronto empieza a comprender las sensaciones que siente, y cierra los ojos. Comienza a contraerse, y pronto se convulsiona en un orgasmo que no es más que el primero de una serie de orgasmos seguidos que tengo que detener sacando mi mano, porque me preocupo por su respiración.
Cuando abre los ojos, con una sonrisa infinita, y con toda su ternura de nuevo en su mirada, llevo mis dos dedos a mi boca, y lamo su sabor. Luego nos besamos, estamos relajados, laxos, sudados, fatigados. Ahora mismo no existe el tiempo, pero cuando vuelva a existir volveremos a compartir embates y caricias. Pero eso ya os lo contaré si queréis que lo cuente y si os ha gustado lo que habéis leído.