Soul meets body
Y me tiro de cabeza por un relato largo... A ver qué tal sale.
Antes que otra cosa suceda, gracias por sus comentarios a los dos textos anteriores. Como nunca había publicado, dado que todos mis escritos eran para desahogar mi cabeza, el desarrollo temporal me importó poco y nada. ¡Pás-ma-te con el anacronismo que me aventé! Gracias a Longino, HombreFX y luciapolvos, por hacer que me lo tome con calma.
Ahora bien, pongo hoy ante sus ojos lo que parece ser una buena historia. Este es el capítulo primero y será muy importante que comenten y opinen para poder llevarlo a buen puerto; está ya terminado pero (ya se sabe), ni en la vida hay algo definitivamente establecido.
Reciban saludos desde México.
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- ¿Por qué estás aquí, Inés? ¿Por qué estás aquí si lo único que quieres es estar tirada en el sofá, viendo una película cursi y comiendo frituras hasta quedarte dormida?
Se repetía eso una y otra vez mientras observaba a su alrededor. Así, a la par que sus compañeros de la empresa le daban abrazos y repetían incesantemente parabienes a Romero, el gordo de la oficina que consiguió tal ascenso que tendría que irse del país, Inés se daba a sí misma una respuesta.
- Pero si ni un poco te interesa el gordo ese. ¡Qué poca voluntad la tuya! Tan fácil que es decir "no, gracias. Tengo cosas qué hacer", o un simple "me encantaría pero estoy muy cansada". ¡Ay!, hasta con un "felicidades, Romero. Suerte". Pero no. Tuviste que abrir la bocota y decir que sí. Pero ya estoy aquí, así que, me pido un trago y me voy.
-¿Me das permiso, por favor?- escuchó Inés a su espalda.
-Claro- dijo y dio un paso a su izquierda. No levantó la mirada del trago que preparaba el bartender y no pudo notar a la hermosa rubia que se paró a su lado después de pedirle permiso.
- Dame una cerveza, por favor- pidió la rubia al fortachón detrás de la barra, que a leguas se notaba que era gay; y luego corrigió -que sean dos. Una para la chica que tan amablemente me dejó pasar.
-Quiero uno de esos- dijo Inés a la par que señalaba el vaso con vodka que el fortachón había servido a un hombre de traje y corbata.
-Muy bien- dijo la rubia con una sonrisa -que sea una cerveza y uno de "esos" para ella.
Inés, entonces, levantó la vista y se encontró con los ojos más hermosos que había visto; eran de color miel y su mirada le perforó sus propios ojos.
- ¡Qué hermosos ojos!... ¡Qué hermosa boca!... ¡Y el hoyuelo en su mejilla...!¡Qué carajos estoy pensando!
-No tienes que invitármelo- dijo con la voz más tranquila que pudo y sin dejar de mirarla, -se me salió decirlo, de repente.
-Pensaste en voz alta- acotó la rubia sin dejar de sonreirle y aguantándole la mirada. -Pero no hay problema. Te lo invito yo- sentenció.
Con una sonrisa, Inés agradeció. No podía dejar de mirar los brillantes ojos de la mujer frente a ella; se perdía. El bartender cumplió el pedido con gesto pícaro: frente a él se representaba un coqueto encuentro femenino y, si se lo preguntaban (y aunque no) no sabría decir cuál de las dos mujeres le parecía más "gay" que la otra.
-¿Qué es tu bebida?- preguntó la rubia sin dejar de mirarla.
-Vodka- respondió bajando la mirada y llevándose el vaso a la boca. Casi se ahogó cuando la mujer de ojos claros le sugirió.
-Deberías tener más cuidado cuando pienses en voz alta, Inés.
Con una servilleta de papel se limpió la boca mientras su mirada de sorpresa cuestionaba a la rubia.
-Te escuché cuando salía de los lavabos. Preferirías estar en casa en lugar de estar aquí- le dijo. Al no obtener respuesta se dió cuenta de que estaba haciendo sentir incómoda a Inés, así que añadió -por cierto, me llamo Regina. Y también trabajo en la empresa, solo que estoy en el piso 4, contabilidad.
Inés no sabía que decir y tampoco quería abrir la boca, no fuera a salírsele una burrada, solo sintió un calor en su estómago al ver a su compañera ponerse como un tomate.
-¿Ah?- fue todo lo que pudo articular.
-Perdón. Ya la regué- dijo la ojiclara amontonando las palabras. La sonrisa confiada había desaparecido y se le veía avergonzada.
-No te preocupes... Es solo que tu cara me empieza a resultar familiar... Tal vez si te he visto por la empresa- mintió Inés, no la había visto nunca pero sintió ternura al verla sonrojarse que no quiso avergonzarla más. Es ese momento, el fortachón sacudió su franela y una brisa ligera le dio de lleno a Inés, haciendo que su castaño cabello volara un poco hacia atrás.
-No creas que te ando siguiendo o algo parecido- aclaró Regina sin dejar de notar la hermosa escena que fue el reacomodo de la cabellera oscura. -Un sitio como éste no es para aburrirse y al verte sola quise distraerte un poco.
-Pues gracias. Tomarme un vodka con una compañía tan linda es un ideal...- empezó a decir con más confianza, pero al ver que Regina se sonrojaba, se detuvo y volvió a hacerse pequeñita y tímida, -bueno, yo... No es que piense que... O sea, sí pero...- hasta que una mujer a su espalda y con una sonrisa inmensa la interrumpió.
-Te dije que un día te meterías en líos por decir lo primero que se te viene a la cabeza.
Al instante Inés reconoció la voz y abriendo los ojos muy grandes, se giro.
-¡Elena! ¡Eres tú! ¡Cariño, que bueno que estás aquí!
Mientras Inés se abrazaba con la recién llegada, Regina pudo ver que ambas mujeres se querían mucho y supuso que tal vez tenían "algo". Las manos de Elena se cruzaron detrás de la cintura de Inés y, al separarse, la sujetaron, solo para lanzarse una mirada y volver a abrazarse. Regina empezaba a sentirse fuera de lugar.
-Cada vez estás más guapa, morena- dijo Elena cuando se separaron por segunda vez. Ahí Regina notó con mayor claridad el acento extranjero de la espigada.
-El ejercicio, cariño. Perro tú no estás nada mal- escuchó Regina de la voz de Inés. Para ese momento, su estado de incomodidad era tal que ya no miraba a las mujeres; intercalaba las miradas entre su botella de cerveza y el resto del bar, mirando por sobre su hombro.
Inés se desentendió por completo de ella. De hecho, se olvidó por completo de que estaba allí. Ver a Elena le hizo recordar aquel viaje a España donde se conocieron. Ella iba con la esperanza de olvidar a quien le dañó el corazón, y la espigada, originaria de Madrid, estaba de año sabático, paseando por las calles, sobreponiéndose a su accidente en moto y respirando el aire relajado que en su casa no existía, debido a los maltratos que su padre ejercía y de los que su madre era víctima. Hicieron clic al instante, cada una tenía lo que la otra necesitaba.
Después del intercambio de halagos y las obligadas preguntas de bienvenida (¿cuándo llegaste?, ¿qué tal ha estado tu vuelo? y demás) con sus respectivas respuestas, la castaña se acordó de la rubia. Giró su vista hacia el banco donde debía estar y, al no verla, rápidamente miró hacia el cúmulo de gente en el bar, pero no la vió.
-La ignoraste, linda- le dijo el bartender . -¿Cómo querías que se quedara?- añadió antes de irse al otro extremo de la barra a atender a unos hombres.
-¡Una cerveza, ya que estás!, le gritó Elena, a lo que el fornido hombre respondió levantando una mano en señal de que la había escuchado. -Disculpa que te haya ruinado el plan de conquista- dijo volviéndose a su amiga, al tiempo que se sentaba en el banco donde había estado Regina.
-Ningún plan de nada- contestó la castaña mientras se sentaba también,- estaba yo aburrida y se acercó a platicar.
-Ya. Pues te ayudo a buscarla para que te disculpes por ignorarla. Mera cortesía.
-Eso pudo haber terminado en ligue- se entrometió el fortachón mientras le entregaba su cerveza a Elena. -La rubia le invitó el trago.
-Con todo lo que tu debes saber de ligues, te creo- le respondió la espigada a modo de agradecimeinto.
El hombre le guiñó un ojo y continuó con su trabajo. La española dió el primer trago pero no dejó de ver a su amiga. Inés estaba absorta mirando su vaso y recordando el hoyuelo en la mejilla de la ojiclara.
- Regina. "Reina" - pensó.
De pronto sintió un ligero golpe en su brazo y reaccionó.
-Sigues sola, ¿verdad?- le preguntó Elena, seria.
Asintió con la cabeza.
-¿No hay nadie ni para un "buen rato"?- insistió asombrada.
Inés la miró con cara de "¿qué no me conoces?".
-Bueno, mujer, no te enfades- continuó su amiga. -Debes superarlo ya, por completo. A ver, ¿no me dijiste una vez que los españoles no somos tan fogosos como vosotros? Pues yo no te veo el fuego por ningún lado.
-Entonces tú y yo somos la excepción a esa regla, porque tú todo lo quieres resolver con sexo- respondió Inés, molesta.
-¡Eh! Mujer, eres bella. ¿Cuánto mides? ¿1.65?- empezó.
-1.68- aclaró.
-1.68. Tienes unos ojos cafés muy expresivos. Un rostro muy femenino; un cabello con poderes, un ligero golpe de viento y hombres, mujeres y quimeras ponen sus ojos en tí...
-¿A dónde quieres llegar?- la interrumpió.
-A que tienes un cuerpo muy bonito, con las curvas apropiadas pero, no importa que te vistas con ropas que resalten cada una de esas curvas si no pretendes sacar provecho, mujer- terminó la española con un tono agitado para tratar de llamar la atención de su amiga.
-Te falta autoestima, linda- intervino el fortachón. -La mujer de hace un rato de verdad se fijó en tí. Después de pasar a tu lado, volteó y te recorrió la espalda con tal descaro que, digo yo, si no te querías enamorar, por lo menos habrías tenido un buen sexo hoy. Ella no estaba de mal ver- sentenció.
-¿Y tú eres?- preguntó Inés intentando correr al hombre.
-Yo soy Lucio- dijo él sin amilanarse y extendiendo la mano.
-Pues mucho gusto, Lucio. Yo soy Elena y ésta es Inés- dijo al tiempo que le estrechaba la mano. -Y gracias por estar de mi lado-. Luego dijo a la castaña -y tú no trates de hacer menos, hija, que para eso están los cantineros. Si te pueden ayudar a resolver un jaleo, ¡tomad el consejo!
-Tenemos que estar en todo, si no no seríamos cantineros de ley- y se fue a atender a otros clientes.
Inés no dijo más. Se limitó a apurar el último trago de su vaso. Elena hizo lo mismo y preguntó.
-Dale, tío. ¿Qué te pago?
-Tu cerveza, que el vodka...- se calló intencionalmente pues vio venir a Regina, que se paró a la izquierda de la castaña y sin mirarla siquiera, pagó y se fue.
La española sonrió al ver que a su amiga la recorrió un escalofrío.
-Si te vieras desde fuera- le dijo con sorna.
-Que te compre quien no te conozca- dijo Lucio, -aunque yo no te conozco y me dí perfecta cuenta de que te gustó.
-Y tú no le fuiste indiferente. No te quitó la vista de encima en todo el rato- dijo un hombre, sentado al lado de Elena: el jefe inmediato de Inés.
- De maravilla - pensó Inés mientras salía del bar con Elena tras de sí, - ahora hasta mi jefe sabe lo que pasó aquí. Si debí quedarme en mi casa, yo no quería venir .