Soul meets body 3, 4 y 5

En esos detalles se perdió la mirada de Inés que seguía caminando mientras, jugueteando con sus dedos fríos, trataba de dilucidar por qué Lorena se había atrevido a presentarse en su vida

Hola de nuevo.

Pido perdón, primero, por la tradanza. Segundo, por el mal segundo capítulo que presenté. En base a sus comentarios me he decidido a darle una nueva revisión al texto para corregirlo y (en la medida de lo posible) mejorarlo. Me llevará tiempo arrglarlo y tal vez no suba con frecuencia. Ojalá ésto pueda compensar.

Es curioso pero me la he pasado desarrollando tramas cuando la vida misma se me está haciendo nudos entre los dedos. Ojalá no se note que mi ánimo ha estado decaído. Si es así (y aunque no), no se detengan y háganmelo saber.

Saludos.

3

Salir del local de comida fue lo más sencillo, lo difícil sería compartir el recorrido de vuelta a casa con una mujer que no ceja nunca en sus intentos por saber algo y que siempre pregunta y que pregunta de diversas formas hasta que consigue que se le responda.

-¿Estás segura de que se trata de ella? -preguntó la española a su amiga mientras caminaban por la avenida principal del centro de la ciudad.

El cielo estaba gris y las nubes se veían muy altas como para ser de lluvia, sin embargo, el piso seguía húmedo y las canteras de las casas y locales guardaban todavía el olor a agua y polvo juntos. En esos detalles se perdió la mirada de Inés que seguía caminando mientras, jugueteando con sus dedos fríos, trataba de dilucidar por qué Lorena se había atrevido a presentarse en su vida; después de lo que le lloró a su relación perdida, no quería volvérsela a encontrar.

-¡Eh! No te me vayas de acá –le insistió Elena sujetándola del brazo para detenerle el paso y obligarla a mirarse de frente.

-No podría ser nadie más –suspiró Inés sin siquiera mirar a su amiga a los ojos, aunque estaban ya frente a frente. –Firmó con una “L” no con una “R”…

-Ya. “L” de Lorena. “R” de Regina, ¿no? –sonrió la espigada al tiempo que pasó un brazo por detrás de su amiga para impulsarla a volver a avanzar. –Respira profundo y piensa, ¿qué tiene ella de interés contigo? ¿Se dejó algo en tu casa? ¿No le devolviste sus obsequios? ¿Tienes su cepillo de dientes? –Luego se puso seria- a lo mejor solo intenta disculparse después de cómo te trató. –Al ver que su amiga parecía no escucharla pues tenía la mirada perdida y caminaba solo porque ella la impulsaba, continuó, -o tal vez anda en malos pasos y quiere que le guardes algún paquete importante porque, como eres una tía del tipo empollona , nadie sospecharía de ti en un crimen o un delito; o, como eso es lo que creemos, quiere destapar tu alma impura y que todos veamos la clase de delincuente que eres.

-No juegues –la calló la castaña, -no tiene nada que ver con Regina.

-¡Ala! De lo que he dicho ¿te quedaste con lo de la tía guapa? Te mola, ¿eh? A que sí…

-Volvamos al tema –pidió la castaña con un poco de hastío.

-El tema es, que tienes que moverte pa’ delante , hija. Con ella lo dejaste ya, ¿no? Mal o bien, se acabó y es vuelta a la página. Eso con Lorena. Respecto a “R”, nada como que la busques en la empresa y le ofrezcas una disculpa por ignorarla y una copa para compensar.

-¿Cuándo te regresas a España? –preguntó Inés seria, aunque era una broma.

-Cuando yo quiera, cariño. Una llamadita, que me pasen los prospectos de publicación por mail, me prestas tu ordenador, te soy útil en tus amoríos y no me quedo sin currar .

-¿No te parece que me voy a ver… mal por andar buscando a una mujer para invitarle una trago? -dijo mientras enganchaba su brazo con el de la española y se le pegaba un poco al torso para aminorar la sensación de frío que empezaba a poseerla.

-Mal me veo yo –increpó Elena, –caminando contigo, muy abrazadas por la calle. Voy a dar otra impresión y, si me voy a pasar aquí varios días, no quiero que mis posibilidades de conquista se reduzcan a 0% porque la gente se crea que estoy contigo.

- ¡Como metas a alguien a mi casa, te suelto un revés que tendrás que buscarte la cara l’otro la’o de la puerta! –contestó Inés pronunciando malamente el acento español pero imitando perfecto el tono de voz constipado de la madre de su amiga.

-¡Madre mía! Solo te ha hecho falta aquella mano puesta en la cintura y taconear casi como en un tabla’o .

Soltaron ambas una carcajada y continuaron su camino hacia la parada de autobuses que debía dejarlas a unas cuadras de la casa que, al parecer, compartirían algunos días más.

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-¡Mira lo que trajo el viento! –dijo un hombre fortachón mientras se situaba al lado de una mujer recargada en la barda pintarrajeada de un hotel barato.

-No estoy para bienvenidas tuyas –lo calló la mujer.

-Si lo digo por mí –replicó con burla y un dejo de vanidad.

Siguieron ahí juntos sin hablar. El flujo de gente era poco; el sur de la ciudad era casi un sitio fantasma en domingo, y más por la tarde. El viento comenzó a enfriarse más y a soplar con más fuerza, mientras a ella le volaba el oscuro cabello, a él se le enchinaba la piel de los brazos, descubiertos a causa de la playera manga corta y el chaleco tipo de mesero que llevaba encima, haciendo juego con el jean de corte entubado y los tenis tipo choclo negros.

-Tu abriguito no se ve barato –rompió el silencio. –¿Dónde has estado todo este tiempo? Te fuiste después del cumpleaños de tu noviecita y no dejaste ni pista.

-Me fui a hacer lo que me placía en ese momento.

-Pues no te fue mal porque los pantaloncitos y tus zapatitos también se ven buenos. ¿Qué estuviste haciendo? –respondió él con desconfianza y en un tono amanerado y sarcástico.

-Solo te diré que estoy de regreso y no pienso quedarme –aclaró la mujer cuando metía las manos en el abrigo y se plantaba de frente a su conocido. –Vengo para llevármela.

-¿A laGiménez ? –Se rió dejando entrever un tono amanerado , y continuó –primero reza porque no se le haya metido otra mujer entre los ojos o, por lo menos, no más guapa que tú, y luego empiezas a intentar convencerla de que se vaya contigo.

-La he visto ya, y –dijo primero, luego, irguiéndose – definitivamente no tengo rival. La larguiruchaesa que trae no tiene lo que yo.

-Yo no me refiero a la española; hay otra. Muy guapa y parece que tiene clase. Esa se pone lo que tú traes ahora y, seguro, le queda mucho mejor.

La mujer frunció el ceño y antes de pronunciar palabra vio al hombre alejarse con una sonrisa de satisfacción que, internamente, deseó que se le congelara por el frío.

- Entonces, la garrocha es española y debe ser su amiga. Hay otra que es guapa y, tal vez, ricachona. Ay, amigo, tú sabes más. Tendré que soltar lana contigo o no me dirás todo lo que sabes. Hoy no abriste la boca pero ya veremos mañana. Mi amor no perdió el tiempo. Yo tampoco –pensó la mujer mientras su mano izquierda intentó, fallidamente, accionar el encendedor para prender el cigarro en un par de ocasiones. Se rindió y emprendió camino hacia su habitación en el hotel. Luego se dejó ver desde su ventana cerrada dando la primera bocanada al tabaco. La escena no correspondía al teatro donde se representaba: el lugar era más bien un hotelucho barato y con fea fachada que solo podía invitar a cambiarse de acera para evitar pasar cerca de él, situado en una de las zonas más exclusivas de la ciudad, y del país entero, si cabía la comparación.

4

Lunes. Apenas entró en el edificio de su trabajo, Inés vio el elevador que estaba a punto de cerrarse y dejarla fuera, así que corrió a detenerlo y entrar en él, junto con otras personas que corrieron detrás de ella. Casi al momento sintió vibrar su teléfono dentro de su bolso.

-¿Por qué me llamas? ¿Qué pasa? –preguntó, en susurros, al contestar, pues vio su propio número fijo registrado en la pantalla.

-Nada, cariño. ¡Bah! Es cosa de preguntarte dónde usas el ordenador. Es que no tiene el enchufe ese naranja que sirve pa’ conectarlo al tomacorriente.

-No lo necesita. Lo uso en el escritorio de mi habitación. El tomacorriente está en el piso, debajo de la alfombra. Lápices, papel y esas cosas están en los cajones del escritorio.

-¡Anda ya con el lugarcito de trabajo! –gritó la española en la línea, lo que hizo que los demás empleados que iban a su alrededor voltearan a mirar a la castaña.

-Sí, muy bonito el lugarcito –contestó con sorna pero apenada -¿algo más?

-Nada más, guapa. Que tengas un lindo día y no te olvides de buscar a “R” y disculparte, si no, me voy a creer que to’l mundo en tu país es grosero y maleducado.

-No todos. Gracias. Buen día para ti –sonrió y colgó.

Después de guardarse el celular en el bolso recorrió con su mirada a las demás personas junto a ella. Reconoció a algunos de otros pisos pero ninguno trabajaba con ella. Llegado el ascensor al piso 2, se abrieron las puertas y descendieron todos menos la castaña; un encargado de mantenimiento pasó por fuera y la saludó con una inclinación de cabeza justo antes de que las puertas empezaran a cerrarse.

-¡Ey! -gritó una mujer desde fuera e, instintivamente, Inés sacó el brazo para detener las puertas.

Lo siguiente fue ver a Regina pasar frente a ella y sonreírle para luego seguirse de largo y, asomando la cabeza, Inés pudo ver que en realidad el grito iba dirigido al hombre de mantenimiento que había visto antes. Rápidamente volvió a meter la cabeza para no parecer una entrometida en lo que no eran sus asuntos. En cuanto las puertas se cerraron, se concentró en su reflejo en ellas y se descubrió más arreglada que de costumbre; se había puesto un blazer color calabaza sobre una blusa beige y un pantalón de gabardina marrón que le resaltaba las piernas delgadas pero firmes sobre tacones de 8 centímetros que marcaban aún más sus nalgas y muslos. Dudó al pensar si la rubia había alcanzado a notar su atuendo y luego se preguntó si en realidad se había vestido así para encontrarse con ella e invitarla a salir. Sin darse cuenta llegó al séptimo piso y bajó  automáticamente; luego de agradecer sinceros cumplidos, se metió de lleno en su trabajo, olvidándose, hasta la hora de la comida, de lo que sucedió en el ascensor.

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-¿Era mostaza? –dijo Regina pensando en voz alta.

-¡¿Cómo iba a ser mostaza, señorita?! –le respondió el de mantenimiento. –Era un charco de tinta azul en el piso mezclado con un charco de café –y frunció el ceño, viéndola, desde el piso, como si ella fuera un espécimen raro.

-¿Qué? ¡No! Perdón. Pensé en voz alta –contestó apenada. –Me refiero al color del saco de la mujer en el elevador.

-Me da igual –dijo él, con desgana y volviendo a sus labores de limpieza. –Yo sé de tintas y de limpiar-. Luego alzó la voz para que los pocos empleados del piso, entre ellos el culpable del desastre, lo escucharan -y sé que hay un montón de irresponsables y descuidados que poco les importa comer y beber en donde hay papel y máquinas y cosas que pueden echar a perder.

Regina dejó al hombre ocupado en su trabajo y su mal genio. A fin de cuentas no era ese su piso; solo había bajado a dejar unos reportes y quería evitar, por todos los medios, toparse con el hermano de su ex más reciente. Dejarla plantada y luego llamarla para avisarle que ya no estaban saliendo no fue ni un poco cortés. Nada que unas lágrimas no ayudaran a descargar. El problema era Diego, el hermano. No hacía a los demás lo que no quería que le hicieran a él. No era sobreprotector pero seguro se puso como gorila cuando se enteró del corazón roto de su hermana. Ojalá con el tiempo se le pasara el coraje.

Al abrirse el elevador, por un pequeño instante, la rubia deseó que Inés siguiera ahí, pero su lógica se interpuso. Mientras subía pensó:

- ¡Pero cómo va a seguir aquí! Ya debe estar en su lugar, ocupada. Se ve que es responsable, dedicada, inteligente. Y bonita. Mucho. ¿De qué color sería el saco? Le queda bien, hace juego con su piel clara. ¿Estaba más alta? –trató de hacerse una idea de hasta dónde llegaba la cabeza de la castaña en el filo del ascensor y a qué altura le llegaba el sábado en el bar. No pudo definirlo antes de llegar a su piso y tuvo que dejar el asunto para después pues su amigo Rodrigo la estaba esperando en el cubículo de ella.

-¡Amiga de mi alma! ¡ Reginita de mi vida! Te desapareciste el sábado…

Rodrigo era un amigo de muchos años atrás. Se conocieron desde la escuela elemental se hicieron amigos; en último grado, él le robó un beso y le declaró su amor. Ella aceptó ser su novia, pues creyó sentir amor por él, pero con el paso de los días se dio cuenta de que no podía quererlo más que como amigo. Lo dejaron pacíficamente pues ambos se dieron cuenta de que eran muy chicos como para hacer dramas por algo que podía arruinar su amistad. Cursaron juntos la escuela secundaria y ahí fue donde Regina dio sus primeros pasos en los asuntos sexuales.

La rubia sabía que existían las personas homosexuales pero nunca había sido amiga de uno o una. Hasta que la hija de la maestra de matemáticas entró a mitad del periodo escolar. Rodrigo le metió la idea de que tantos acercamientos, roces y las miradas perdidas cuando “la nueva” no estaba podrían significar algo más que solo una amistad juvenil. La posibilidad de ser lesbiana no había cruzado nunca por la mente de la ojiclara. Quién diría que a sus 25 años, en su vida y por su cama, habían circulado tan variados nombres y personalidades.

-Estás contento, ¿no? Te habrá ido bien…

Evitó hablar de Inés pues, a juzgar por el tono de su amigo, lo que quería era que lo escucharan.

-Me fue como nunca, mi amiga. Conocí a un mujerón . Debiste ver lo decidida fue hacia mí aunque –bajó su voz a un susurro, –se ve mejor cuando va que cuando viene –y sonrió.

-¿Desde cuando eres tan sucio? Y por favor, resérvate los detalles.

-Bueno, en serio. Era muy guapa y además es muy inteligente. Me dio su número, yo creo que si la llamo otra vez. ¿Cuándo crees que sea apropiado?

-Allá abajo dicen que el jueves van a fumigar desde el piso 8 hasta el tercero; si es verdad, nos dejarán salir temprano. Llámala el miércoles e invítala a comer o cenar.

-Va. Y le digo que tenía ganas de llamarla desde el lunes pero el trabajo me mantuvo a raya, ¿no? Así pareceré interesado pero no tanto como para que crea que soy un encimoso .

-Claro –dijo ella con sorna. -Resuelto tu asunto, ve a tu cubículo que bastante papeleo tienes pendiente -una sonrisa mutua selló la conversación quedando una promesa de comer juntos como todos los días.

5

Antes de la hora de comida, Inés empezaba a detestar el día. Algunas de las bodegas relacionadas de la empresa parecía tener problemas de organización y los reportes de almacén estaban muy mal hechos. Había tenido que comunicarse con ellos y pedir informes detallados por teléfono para poder decidir si pedía el informe de nuevo o ella lo corregía en sus posibilidades. En punto para salir a comer, su jefe la llamó a su oficina.

-¿Dígame, señor? –empezó ella, esperando que la vergüenza que todavía sentía por lo del bar, no se le notara en el rostro.

-Pasa, por favor y siéntate. Ya pedí comida; espero que no te importe comer conmigo –le pidió.

Confundida, entró y se sentó frente al escritorio sin chistar. Sin embargo preparó sus defensas por si su jefe intentaba algo inapropiado. Él notó la rigidez en la espalda de ella y supo que la situación la incomodaba.

-Por favor, tranquila. No te hagas ideas. Soy un hombre íntegro y casado –trató de calmarla con una sonrisa amable. –Es solo que he visto la responsabilidad con la que tomas tu trabajo y me ha entrado la duda sobre qué haces en tu tiempo libre.

En ese momento tocaron a la puerta con la comida que había sido ordenada y se cortó la comunicación por un momento. El repartidor miró con intriga la escena del hombre mayor que comería con una mujer mucho más joven y supuso que aquello era como cualquier historia de película sobre el jefe que se tira a su secretaria. Sin embargo no hizo ningún comentario y recibió el pago y propina por sus servicios antes de retirarse.

-He olvidado dónde me quedé así que iré directo al punto –continuó él al tiempo que se sentaba en su reclinable y arreglaba sus cubiertos de plástico. –Estoy interesado en saber si has vuelto a coincidir con la joven del bar del fin de semana.

El comentario sacó de lugar a Inés. Rezó interna y rápidamente para no sonrojarse y puso cara de desconcierto ante el comentario. Ernesto Romero, el hombre frente a ella, no parecía grosero ni pedante pero tampoco tenía aspecto de ser íntimo de sus empleados. Él no añadió nada a lo dicho para dar pie a que la castaña respondiera sí o sí.

-Perdón, licenciado, pero no sé cómo eso le puede incumbir –dijo del modo menos agresivo que pudo.

-Lo sé y, perdón por el atrevimiento. Pero ¿sabes quién es ella?

-Lo único que sé es lo que usted presenció junto a nosotras. Se llama Regina y trabaja en contabilidad. Nada más –empezó a tensar su espalda de nuevo.

-Por favor, no dejes que la comida se enfríe. Quiero comentar algo contigo pero, si no quieres hablar, al menos come un poco. No desprecies los alimentos.

Tenía hambre y la comida olía bien. Por varios minutos lo único que se escuchó en la oficina fueron los cubiertos desechables haciendo contacto con los recipientes de poliuretano; sin embargo Inés no dejó de observar y detallar el lugar. Era un sitio sobrio pero con un toque cálido gracias a los muebles color chocolate y las persianas que permitían el paso de luz de manera atenuada. Tres fotografías estaban sobre el escritorio pero volteadas hacia la silla reclinable.

-Son mi esposa y mis hijas –comentó al seguir los movimientos visuales de la castaña, -ésta es de mi boda y ésta es de la cabañita donde pasé mi luna de miel, hace casi 30 años –y volteó las fotos conforme las fue mencionando.

-Muy linda familia. Unida –acotó Inés, recibió una inclinación de cabeza como agradecimiento. Luego se armó de valor –¿qué es lo que me quería decir?

-Mira. Esa mujer se llama Regina Torres Trejo. Tal vez te parezcan apellidos cualquiera y “Torres” lo es pero, “Trejo” es de parte de su abuelo. Arnulfo Trejo. ¿Te suena?

-Es un inversionista poderoso, ¿no? –dijo intrigada por ver hacia dónde iba la conversación.

-Lo ha sido por muchos años. Empresas de enlatados, jaboneras, refresqueras y más, han visto su dinero; ha fortalecido industrias y movido la economía nacional. El dinero que más frutos ha dado es el de la cadena de hoteles alrededor del país. Pero, últimamente ha estado, como se dice, calentando el dinero . No ha vuelto a invertir más y se sabe que está alejado de negocios a causa de su salud.

-Hace unos meses leí acerca de otro infarto y de lo débil que quedó –mencionó Inés.

-Quedó débil, sí. Y eso solo ha hecho que su familia se mueva en torno a una fortuna que no han ganado y que seguramente despilfarrarán en cuanto la hereden.

-Creo que empiezo a ver a dónde quiere llegar pero mejor dígame lo usted.

-Me gustaría que me ayudaras a que don Arnulfo mire hacia nosotros y ponga su dinero a mover nuestra maquinaria. Si pudieras aprovechar el interés que su nieta puso en ti y acercarte al viejo, podríamos ver aumentada nuestra productividad con las bodegas y centros comerciales de la costa norte y habría beneficios para los trabajadores.

-¿Y le parece íntegra la forma en que quiere conseguir la inversión? –dijo con molestia.

-No pero, de momento, me parece la más accesible, si te soy honesto. Además, no es que te pida que te hagas novia de esa mujer y, luego de que el abuelo invierta, la botes como basura. Pueden ser solo amigas… O si te interesa más… Me da igual lo que hagas con ella. Para hacer esto se necesita alguien que sepa medir cada uno de sus pasos y que no se equivoque ni en lo más mínimo. Y tú tienes eso, lo sé.

Indignada, la castaña se levantó de la silla y salió de la oficina sin dar ni las gracias por la comida. No hizo aspavientos y fue directamente al sanitario, a lavarse las manos antes de comenzar a trabajar de nuevo. No podía creer que ese hombre fuera capaz de pedirle semejante cosa. Se miró en el espejo del lavamanos y vio su cara descompuesta por el estrés del día. Se preguntó a sí misma en voz alta:

-¿Qué se hace, Inés? ¿Qué se hace cuanto te piden permiso para utilizarte para que utilices a otro por un fin? El objetivo es legal, conseguir una inversión. El fin es justo, más trabajo y mejor pagado. ¿Qué se hace cuando son los medios los que se sienten tan… mal?

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-Me sacaste la vuelta en la mañana. No creas que no me di cuenta –le dijo Rodrigo mientras salían del edificio camino al restaurante de la esquina. -¿Por qué te fuiste el sábado sin despedirte?

-¿Te cuento un cuento o te digo la verdad?

-Tonta. Dime la verdad- rió él.

-Encontré una mujer. También trabaja en la empresa pero es de otro departamento. Se llama Inés y desde el sábado no se me ha ido de la cabeza –contó la ojiclara.

-¿Y qué tal es en la cama? O en la cocina, con eso de que a ti se te dan todos los cuartos y superficies de una casa… -bromeó Rodrigo.

-Bobo. Pues habrá que preguntárselo a la mujer que llegó después donde estaba ella. Una extranjera, alta, delgada. Se saludaron muy “amistosamente”. Seguro pasaron la noche juntas –terminó con desilusión.

-Te ignoró y te hirió el orgullo. ¡Hasta que alguien te dice que no y te baja tus aires de egolatría! –volvió a bromearle. –Si dices que se saludaron amistosamente quizá son solo eso, “amigas”.

Entraron a la lugar y pidieron el menú del día. Fueron los primeros en entrar y de a poco empezaron a llegar más compañeros suyos a ocupar las mesas. El barullo se hacía más fuerte y se mezclaba con la voz de Laura Pausini en los altavoces del local, haciéndolos acercarse un poco para conversar.

-¿Sabes en qué piso trabaja? –preguntó Rodrigo mientras alineaba los objetos de la mesa por estaturas .

-No. Pero en la mañana la vi subiendo por el elevador. Yo estaba en el segundo piso. Parecía que apenas iba llegando.

-¡Uy! ¿De los pisos de arriba? Cuidadito . En una de esas es de cargo superior y el sábado te estabas metiendo en un problemón .

-Puede ser. Pero eso no le quita lo atractiva.

-¿Y sí es gay? Acuérdate que “las bugas son amigas, no comida” –comentó él al tiempo que les servían el plato de sopa para que empezaran a comer.

Regina ya no respondió. Es cierto que había estado con muchas pero ninguna hetero, ni siquiera porque anduvieran de curiosas y experimentales. Tal vez alguna hetero-flexible se le habría colado sin que lo notara pero, si fueron de las que no le dieron problemas cuando las dejó, prefería no pensarlo. Inés tenía pinta de muchacha seria y formal, le recordaba un poco a Dolores, la hermana de Diego.

- Ojalá sea lo suficientemente formal como para ser la mujer que yo necesito conmigo. Y si no, pues que sea tan madura como para tomárselo con calma el día que se acabe –pensó sin darse cuenta de que estaba insinuando que intentaría acercarse a ella de nuevo, como prospecto de una relación.