Soul meets body 2.2

Este es le cierre del capítulo 2 que no pude subir la vez pasada. Disculpen si me tardo en subir los siguientes pero en mi (probable) nuevo trabajo son muy estrictos hasta con las moscas que pasan por fuera del lugar.

Hola a todos lectores.

¡La de cosas que me han pasado desde la última vez que publiqué! Entre la computadora descompuesta, la fecha de mi cumpleaños y que “entré en el paro”  (en México se llama desempleo pero es lo mismo), de pronto surgieron gastos no previstos y mi cabeza se alejó de las letras.

Se preguntarán “¿y nosotros qué culpa?” pero es que el tiempo se me consumió en tensiones que no daban oportunidad para relajarse. Me han dicho que todo va para mejor pero igual yo no me fío.

Reciban saludos desde México.

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El aguacero en la madrugada dejó un clima fresco en todo el domingo. Por la mañana, Inés convenció a Elena de dejar el hotel y quedarse en su casa. Pasado el mediodía, fueron a recoger las pertenencias de la española para luego salir a comer en una plaza comercial cercana al centro de la ciudad.

Regina, en cambio, vio pasar su domingo como cualquier otro: soso, lento, con tedio. El clima le inspiró a escuchar jazz de algún concierto en vivo. Tal vez los aplausos la harían sentir un poco menos sola. A mitad de

Where or when

, su mente se volcó a la homónima de la “décima musa”.

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Dónde o cuándo yo sí lo recuerdo. Un gran tópico: yo entré al elevador y ahí estabas tú, arrinconada, sola, sollozando mientras tratabas que la otra persona en el teléfono te dejara hablar. Llegamos a tu piso y saliste limpiando tus lágrimas; ni siquiera volteaste a verme. Era viernes y esos jeans entallados te quedaban más que perfectos, la blusa amarilla entonaba con tu clara piel. Te ví alejarte por el pasillo y sentí que debía hacer algo, quizá solo preguntarte si te podía ayudar en algo. Las puertas se cerraron y no fue sino hasta la hora de salida cuando te vi de nuevo; abrazada a un hombre guapo que besó tu cabeza mientras parecía darte ánimos

  • pensó Regina.

-Qué me animó a hablarte ayer, no sé- se dijo ahora en voz alta. -Pero no pareces ser una mujer de relaciones casuales. En una de esas, eres la mujer que yo necesito.

Se dejó caer en el sillón mientras su mente se ocupaba en dibujar a Inés, una y otra vez, y mientras la música invadía la estancia.

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-¿Que a tí no te da

jetlag

?- preguntó Inés, curiosa.

-No- contestó la española -allá me la vivo más de noche- y dio una buena cucharada al plato de pozole que tenía frente a sí.

La castaña sonrió antes de repetir la acción de su amiga que ya estaba mordiendo su

tostada

con crema.

-¿Esto comes a diario?- preguntó, todavía con comida en la boca.

-No pensarás que estoy delgada gracias a una dieta a base de pozole…

-Imposible- y dió otra cucharada. Un par de mesas al lado, había una mujer que no dejaba de mirarlas, vestía un conjunto de chaqueta y pantalón, muy elegante para el local donde estaban comiendo. Las amigas continuaron disfrutando su mutua compañía sin percatarse de la mujer ni de la tarjeta que dejó

como olvidada

en su mesa y que llevaba encima el nombre de Inés Giménez y el número de la mesa donde, efectivamente, se encontraba la castaña.