Soul meets body 1.2
Disculpen si es más corto de lo que debería ser. Problemas técnicos
Hola a todos lectores.
Al parecer mis textos no les son tan indiferentes. Gracias a quienes se toman el tiempo de leer, comentar y valorar.
Esto va bien, ¿no? Viene ahora el segundo capítulo. No dejen de hacerse sentir (les diría “déjense venir” pero quién sabe lo que entenderían).
;-) Reciban saludos desde México
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-No, mamá. No… Estamos hechos un lío en la oficina con t… Trabajo pendiente no, es cos…- Regina suspiró exasperada. Desde hacía un tiempo, su madre solo la llamaba para reprocharle sus poco frecuentes visitas. Y ni siquiera la dejaba darle una explicación. De todas las madres expertas en hacerse películas mentales, su madre era la más.
Mientras su madre despilfarraba su voz, Regina se limitó a mirar hacia afuera, por las ventanas. La ciudad tenía en el otoño sus mejores espectáculos. Las luces de los edificios se encendían más temprano y se acoplaban con puntualidad con los tonos rojizos del cielo crepuscular. “Crepuscular” le parecía una palabra graciosa; una vez escuchó a unos artistas decir que un libro se llamaba “Atardecer de un ocaso crepuscular”. No pudo evitar reír al recordar ese episodio.
-¿Qué te causa gracia? ¿Me estás poniendo atención?- escuchó decir del otro lado del teléfono. –¡Te estoy diciendo que tu abuelo otra vez se ha puesto malo y tú te ríes! No cabe duda de que la ciudad cambia a la gente; y tú siempre has sido una muchachita ingenua y fácil de convencer- insistió, con molestia, su madre.
-Que yo viva ahora en la ciudad no tiene nada que ver con que me moleste el tono en el que me hablas cada vez que me llamas por teléfono. Y si te estoy contestando ahora tampoco es cosa de la gente de ciudad, sabes que siempre he sido muy “claridosa”. Y perdóname esto pero, mi abuelo es inmortal: 4 matrimonios, casi el doble de infartos, montones de nietos porque se desvivió en tener hijos… Ese hombre, por mucho que tus medios hermanos lo estén deseando, no les va a dar un gusto cuando se muera. Antes vende sus propiedades que dejárselas a todo ese montón de zopilotes- replicó Regina, estaba hastiada de tantos reclamos.
Del otro lado de la línea solo había silencio, sin embargo, la rubia no se arrepentía de sus palabras.
-A veces se me olvida que llevas la misma sangre de tu abuela, que en gloria esté- dijo su madre compungida. –El próximo sábado será cumpleaños de tu primo Mario, ¿vendrás?- cambió la conversación y el tono de voz.
-Veré si puedo pero creo que sí- respondió impasible Regina.
-Bueno, hija, cuídate mucho y… Nos vemos el sábado- cortó.
- Otra vez sale a relucir mi abuela y sigo sin saber por qué tanto rencor contra ella. Pero seguro nos parecemos tanto que mi madre desquita su coraje conmigo - pensó mientras iba directo a la cocina para poner agua a calentar y prepararse un té
Valoraba la discreción por encima de cualquier virtud pero, estaba segura de que, cuando las cosas rebasan un plano, hay que hablar con toda claridad. Y ella no se guardaba nada. No se ganó enemigos pues no era esa su intención pero tampoco tenía muchos amigos. Casi nadie podía tolerar su severa honestidad, y en respuesta a eso, ella era una persona muy leal.
De pronto, un relámpago, acompañado de un trueno muy fuerte, iluminó toda la estancia. En seguida ocurrió un apagón en toda la ciudad. Dentro del apartamento, solo quedó la luz del fuego en la estufa. La rubia respiró profundo y sintió un escalofrío recorrerle desde la nuca hasta el coxis y una imagen invadió su mente por entero.
- Inés - la pensó. – Como la décima musa. Como una musa .
La tetera silbó avisando que había terminado su trabajo. Un té rojo le pareció perfecto para una noche como esa y para un pensamiento como “ella”. Lo sirvió en su taza favorita y se sentó en el sillón frente a las ventanas. Le encantaban las noches tranquilas, abajo en la calle apenas si se escuchaban los autos y las personas. En el pueblito de su abuelo, un apagón era sinónimo de fiesta en la calle: todos los vecinos salían a conversar y hacer barullo. Y entonces, salvo por lo tenue de las luces de velas, cualquiera diría que nada pasaba. Pero en la ciudad era distinto: parecía que la vida se había detenido; todo movimiento cesaba pues la gente se encerraba en sus casas o cancelaba sus planes. La falta de luz significaba vulnerabilidad.
Sin embargo, a Regina le gustaban las noches así, donde, de pronto, como en la tele, todo se iba a negros y cualquier movimiento correspondía a la naturaleza, aun y cuando los humanos participaban de ella. No tardó en comenzar a llover y trató de concentrar su mente en su vida citadina.
La rubia regersó a la urbe hacía menos de un año. El pueblo natal de su abuelo, apenas una pequeña provincia, no fue más que un capricho adolescente, que le duró 9 años y 11 meses más del mes que inicialmente fue previsto. Ahí se hizo de muchos amigos; la mayoría de su edad o un poco mayores, que preferían la vida que discurre tranquila y casi sin notarse, entre las callecitas y callejones empedrados. Pero la preferían porque no conocían nada más: diez años después, Regina se dio cuenta de que se estaba condenando a establecerse en un sitio donde no vería, nunca, nada más allá de su nariz. Diez años después, la rubiecita vio que no encajaba.
Cuando habló de querer volverse a la ciudad, su abuelo vio un capricho pasajero; su madre, Marcela Trejo, que conocía sus caprichos, vio su condena. Trató de detenerla pero, ante el uso del argumento "necesito hacer lo que me gusta", supo que cualquier intento de repesión podía ser contraproducente. Aunque su madre no sabe ni la mitad de las cosas que le gustan, empezando por las mujeres.
- ¡Ay, Inés! - volvió a su pensamiento agradable, - ¿tendrás tú el cambio de aires que aún no consigo? ¿O debo seguir cambiando de compañía en la cama, hasta que la encuentre?
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-¡Calma, Elena! Es una llovizna. No corras- decía Inés, divertida.
-Eso, de llovizna, tiene lo que yo de santa- apuntó la española hacia una nube gris oscuro que se encontraba casi sobre ellas. -Además, mira para el sur, se ve que allá llueve a cántaros- apuró su paso.
-Tomamos un taxi, entonces- le dijo la castaña cuando la alcanzó, cerca de la esquina de una avenida, al norte de la ciudad.
-¡¿Estás tonta o qué te pasa?!- le dijo Elena. -Mi crisis económica no se resuelve cuando voy a otro país. Al contrario- enfatizó. -Corre que, según lo que me dijiste, solo restan tres calles, doblar a la derecha y luego dos calles más.
Inés sonrió y apresuró su paso; casi a la par de la espigada, terminó el recorrido. El trayecto con su amga fue ameno, mientras no se tocara el tema de las relaciones y la rubia del bar.
-Confiesa que sigues pensando en ella- sonrió Elena mientras daban vuelta en una esquina.
-Shhhh- siseó la castaña por respuesta. Cuando por fin llegaron a su casa, abrió la puerta y entró primero. El agua empezaba a caer con fuerza -justo a tiempo.
Elena cerró la puerta y no volvió a pronunciar palabra; se limitó a mirar a su amiga mientras se quitaba el saco. No pasaron ni cinco minutos cuando Inés se percató de eso.
-¡Ya! Admito que estaba muy bonita. Pero nada más.
-¿Y dónde estaba lo difícil de admitirlo? Aunque no fue eso lo que te pedí que confesaras- soltó la espigada mientras dirigía su vista hacia la casa.
-Tiene cara de andar cazando mujeres para botarlas al día siguiente- suspiró y entró en la cocina para encender la cafetera.
-¿Y? No te vas a poner tiquismiquis, ¿o sí?- Elena se acercó al librero que servía como muro para separar la sala del comedor.
-Sabes que a mí no me gusta eso de "nos acostamos hoy y mañana... ya veremos de qué ánimo amanezco" y esas cosas- dijo desde la cocina mientras sacaba las tazas de un anaquel y un paquete de galletas de la gaveta que hacía de despensa, ambos debajo de la isla de la cocina. -Tiquismiquis, no. Pero tengo 27 años, todavía puedo elegir.
Elena soltó una carcajada que contagió a su amiga. Así la plática, en la cocina, varió de un tema a otro sin ahondar demasiado en ninguno; todo acompañado por una taza de café y galletas suaves que suplantaron a las frituras que Inés había querido comer esa misma tarde. Aunque en nada se arrepintió de haber estado cuando una belleza le hizo compañía en la barra de un bar.