Sospechas y certezas (4)

Más sospechas, ¿qué más me oculta?

(4) – Más sospechas, ¿que más me oculta?

El lunes siguiente, llegué a casa y por supuesto Mora no estaba. Era todo tan raro, se me habían instalado tantas sospechas, que todo el tiempo pensaba si realmente Mora me estaba engañando, y necesitando alguna respuesta, algún dato, algún indicio, volví a revisar su cajón de ropa interior. Aquella bolsita blanca con ese conjunto que creí, era para sorprenderme, ya no estaba en su cajón y no vi ninguna prenda desconocida. Decidí hurgar entre el resto de su ropa, quizás encontrara algo más, busqué en todos sus estantes, entre toda su ropa y las perchas. Me sentía tan patético y tan inseguro, un reverendo pelotudo, pero no lo podía evitar. En la última puerta del placard hay unas perchas con unas bolsas protectoras con la ropa más paqueta que hemos usado en fiestas importantes, una con mi traje y cuatro con ropa de Mora. Levanté las bolsas de las tres primeras y pude reconocer la ropa que allí había y la ocasión en que las había utilizado. Pero en la última percha, bajo el saco de un trajecito negro que usó para el casamiento de uno de sus hermanos, colgaba un vestido negro que no conocía. Se me aceleró el corazón mientras lo sacaba de la percha, nunca había visto a Mora con él, era muy, pero muy corto la parte de la pollera con volados, la pechera con la tela trabajada, algunos bordados y dos tiras que servían para atarlo a la nuca, dejando la espalda descubierta. ¿En qué momento había comprado un vestido así? ¿Por qué yo no estaba enterado? ¿Para qué ocasión lo había comprado? ¿Ya lo habría usado? Demasiadas preguntas me invadieron. Lo miré al detalle y a pesar de estar perfectamente guardado, no parecía sin estrenar, una de las tiras de atar en la nuca estaba un poco deshilachada, como si se hubiera enganchado o algo así. Me sorprendió que Mora tuviera un vestido tan corto, yo mismo le había preguntado alguna vez por qué no usaba minifaldas  si tenía hermosas piernas, pero me había contestado que como no le gustaban sus rodillas, no le gustaba mostrarlas. Pero con este vestido sí que las mostraba, y no solo las rodillas también la mitad del muslo, y para rematar, con la espalda descubierta, no debería llevar corpiño. Dios!! Si solo hubiera sido esto, quizás hubiera pensado que lo tenía para sorprenderme, pero luego de los últimos hechos, formó parte de todas mis sospechas. ¿Qué otra cosa me ocultaba Mora? Por último busqué en vano el conjuntito blanco de la bolsita en el canasto de ropa para lavar, no estaba allí.

Pero vino a mi mente, un canasto que hay dentro del mueble del lavadero, donde vamos dejando la ropa que ya no usamos o no nos queda, para cederla o donarla. Bajé raudo la escalera y fui directo al cesto. Comencé a sacar a ropa y llegando al fondo, veo una bolsa en la que no podía ver que había. La saco y dentro de ella veo, la famosa bolsita blanca solo con el corpiño y otra bolsa que dentro tenía tres bombachitas muy pequeñas. Se me volvió a acelerar el corazón, una negra, una blanca y otra roja, a cuál de las tres más chiquita, incluso más chiquitas que la blanca del conjunto que había descubierto. Había algo mas dentro de la bolsa, una pequeña bolsita de color negro, esas que tienen un cierre hermético y al abrirla, veo cuatro pequeñas pastillas. ¿Qué es esto? ¿Qué hace mi esposa escondiéndome diminutas tangas y pastillas? ¿Qué está pasando?

Vuelvo a dejar todo en su sitio y me senté en el comedor para tranquilizarme y pensar, evaluar los pasos a seguir.

Si confrontaba a Mora con todas mis sospechas, muy probablemente tendría una buena razón para refutar cada una de ellas. Que el remisero es amigo de Julia, que el vestido es de Julia pero no puede tenerlo en su casa, que las tangas y pastillas son de Julia, que no tenemos sexo porque está cansada y un montón de escusas más y yo quedaría como un idiota inseguro, celoso y desconfiado. Y seguramente, si había algún engaño, Mora ya no dejaría más rastros, y en ese caso, sería como suele decirse, el cornudo es el último en enterarse.

Minutos antes de las ocho llegó Mora en el dichoso Fiat blanco y como días anteriores se fue a bañar antes de la cena. Bajó media hora después con un remerón de los que suele usar para dormir y cenamos.

Junté todas las cosas de la cena y ella volvió a ponerse a trabajar con su computadora y sus carpetas.

Los días de esa semana fueron casi iguales, con Mora fuera de casa por las tardes y trabajando en las noches después de la cena.

En varias oportunidades, había tratado de que me contara lo que pasaba, podía ver que algo la tenía diferente, distante, hasta en algunas actitudes me parecía enojada. Nuestras conversaciones no eran ni por asomo las de un tiempo atrás, apenas cruzábamos palabras durante la cena o el desayuno, no habíamos tenido sexo y ella pasaba mucho tiempo fuera de casa. Pero no conseguí que me diera ninguna respuesta.

El jueves estábamos por cenar cuando fue a la planta alta a buscar algo, en ese momento, su teléfono que había quedado sobre la mesa, comenzó a vibrar por la llegada de un mensaje, luego otro, y otro y otro más, uno de detrás de otro. No pude con mis sospechas y decidí prender la pantalla y poder ver de quien eran los mensajes recibidos y grande fue mi sorpresa cuando pude ver que el móvil tenía el patrón de puntos para desbloquearlo. ¿Desde cuándo su teléfono estaba bloqueado? ¿Por qué lo tenía bloqueado? ¿Sería para que yo no pudiera ver sus chat o llamadas? ¿Qué era lo que yo no podía ver? ¿Qué me estaba ocultando?, la puta madre!

Ni ella ni yo nunca habíamos bloqueado nuestros teléfonos, en muchas ocasiones incluso, le he pedido que respondiera mensajes de mi móvil y ella, que yo le atendiera algunas llamadas.

Nunca antes había mirado su teléfono, ni sabía quiénes eran sus contactos, ni con quien cruzaba mensajes, ni con quién había hablado, lo entendía como parte de su privacidad, y también la mía y la mutua confianza.

Aunque yo no tenía nada que esconderle, al parecer ella sí.

El viernes llegué de trabajar pasadas las seis y por supuesto Mora no estaba. Me cambié, hice algunas cosas en casa, incluidas escudriñar entre sus cosas buscando algo raro. Preparé algo para cenar y cerca de las nueve de la noche me llega un mensaje de Mora, en el que me avisaba que esa noche cenaba con Julia y otra amiga y que volvía temprano.

Tuve una mezcla de sentimientos, cierta indignación, enojo, desconcierto y sospechas, sobre todo muchas sospechas.

Esa noche ni cené, solo me tomé dos botellas de cerveza y unos maníes. Cerca de las doce me fui ofuscado a la cama, no me podía dormir y pude escuchar que un auto se detenía en la puerta de casa, fui a ver por la ventana y vi que era el auto de Julia. Respiré aliviado, aunque tranquilamente Julia podría estar tapándola de algún otro encuentro.

Volví a la cama y me hice el dormido. Subió, pasó por el baño, se cambió y se acostó a mi lado, aunque sin tocarme. Hasta que me dormí, pensaba que era lo que estaba pasando, haciendo memoria de alguna actitud o comentario o que se yo, que le hubiera provocado esta distancia, que la hubiera enojado.

El sábado por la mañana, me desperté pasadas las once y Mora no estaba en la cama. Pasé por el baño y bajé para ver si estaba en la cocina o el comedor, pero no la encontré. Sobre la mesa ratona de la sala de estar, me había dejado una nota: “Me fui a una jornada de yoga hasta las 20 hs en la Asociación de Yoga.  No te quise despertar temprano (voy a tener el teléfono apagado)”.

No sabía a qué hora se había ido, ¿Por qué no despertarme? Si era muy temprano me hubiera saludado y hubiera seguido durmiendo, ¿Por qué no me pidió que la llevara como tantas otras veces?

Mi cabeza se seguía llenando de preguntas sin respuestas y sobre todo de sospechas. ¿Estaría realmente en esa jornada de yoga? Pero me respondía a mí mismo, que me había dejado en la nota, el lugar donde estaría. ¿Tenía que ir a verificar si realmente estaba allí? Si decidiera aparecerme en esa jornada, tendría que tener una buena razón, si no, iba a quedar como un controlador y desconfiado y supuse que eso  pondría mas distancia entre nosotros. Decidí no ir y pasar el sábado solo, haciendo algunas cosas de la casa o quizás lavar el auto.

Tomé unos mates, me cambié y me fui al centro. El martes siguiente era nuestro aniversario, no el de casamiento, sino el que considerábamos más importante, y era la fecha en que empezamos a vivir juntos. Quería comprarle un regalo, cómo todos los años.

Miré algunas vidrieras pensando que le podría comprar, hasta que en una joyería, vi en la vidriera una pulsera que me gustó mucho, unas finas cadenas plateadas y doradas entrelazadas y en el centro un símbolo del infinito plateado con dos pequeños corazones dorados, uno a cada costado. Era hermosa y yo le encontré el significado que representaba: nuestro amor infinito. O al menos así se me ocurrió pensarlo. No lo dudé, entré y la compré pidiéndole a la vendedora que la pusiera en un bonito estuche como para regalo.

Para matar un poco el tiempo, decidí  comer algo en algún sitio y tomarme una cerveza, que fueron dos. Luego volví a casa y aunque no es mi costumbre, me dormí una siesta. Me desperté como a las seis de la tarde, bajé y me preparé el mate y mirando un poco de tv, pensé en lo que prepararía para cenar.

Hice las compras y me dispuse a cocinar, cerca de las nueve ya tenía todo listo, pero Mora aun no llegaba. Lo hizo cerca de las diez, yo estaba mirando una serie en el estar y al escuchar un auto, miré por la ventana para ver quien la había traído. Era un taxi y se puede decir, que respiré aliviado.

Entró, nos saludamos y me explicó

-MORA: La meditación se extendió bastante tiempo más y me costó encontrar un taxi.

-GABRIEL: ¿Por qué no me llamaste?, te hubiera ido a buscar

-MORA: No te quería joder, me supuse que estarías preparando la cena.

-GABRIEL: ¿Cómo estuvo?

-MORA: Bárbaro! Pero estoy reventada! Como algo y me voy a la cama, no doy más!

Y automáticamente se volvieron a esfumar mis pretensiones sexuales.

Y así fue, junté la mesa, lavé los platos, ordené todo y cuando subí a nuestra habitación, Mora ya dormía con uno de esos remerones que suele usar.

Me desperté el domingo minutos antes de las diez de la mañana, preparé el desayuno y volví a subir. A las once sonó una alarma de teléfono de Mora, giró para apagarla y me miró con los ojos entrecerrados aun.

Mientras desayunábamos me dijo que a las tres o tres y media de la tarde, venía Claudia, una compañera de trabajo con la que tenían que terminar una planificación para el lunes. Ahí se fueron por tierra mis expectativas de una “siesta” con Mora.

El trabajo resultó tan largo que  llegada la hora de la cena, no habían terminado aun. Decidimos pedir unas empanadas para los tres.

Claudia se fue doce menos veinte de la noche y nos fuimos a dormir.

El martes, día de nuestro aniversario, salí de Ministerio y me fui directamente a casa. Había decidido preparar para esa noche un pastel de berenjenas, calabaza y espinaca que a Mora le encanta. Había comprado un vino rosado, su favorito, y ya lo había puesto en la heladera.

Casi a las siete ya tenía listo el pastel, solo habría que calentarlo cuando Mora llegara. Pasadas las ocho, me puse a preparar la mesa, puse uno de los manteles y la vajilla que usamos para las fiestas, unas copas en lugar de los vasos que usamos a diario y un balde con hielo con el vino dentro.

Casi las nueve y ni noticias de Mora, ya me estaba preocupando, y pensamientos negativos atravesaban mi cabeza.

A las nueve y media, me llega un mensaje de Mora: “Gabriel, Julia tuvo una discusión fuerte con Víctor y se fue de la casa, está muy mal, me quedo con ella”.

Una pequeña daga, pero muy afilada, me surcaba el pecho, ¿Se habría olvidado de nuestro aniversario? ¿O lo recordaba y prefirió quedarse con Julia? ¿Estaría realmente con Julia?

Me volvía a llenar de preguntas y se me estaba llenando la bolsa de las sospechas.

Le contesté:”Ok, cualquier cosa me avisas, saludos para Julia”

Me quedé enojado, decepcionado, angustiado, con cierto dolor en el pecho, por su desinterés.

Puedo entender que Julia tuviera un gran problema, y que ella como su amiga, quisiera quedarse para bancarla, pero hubiera esperado mínimamente, que me dijera que la disculpara por no estar aquí para nuestro aniversario, que lo festejaríamos en otro momento, no sé, que me dijera algo.

Descorché el vino y para las diez y media ya me lo había tomado integro. Decidí dejar la mesa como estaba, la comida sobre la mesa, la botella vacía en el balde y el estuche de su regalo sobre una nota que decía: “Feliz aniversario vida mía!! Te amo hasta el infinito!!!” en alusión a la pulsera.

Me fui a la cama bastante borracho, me acosté y antes de dormirme pensé si me quedaba despierto para verla llegar, ¿la traería ese tipo del Fiat blanco? Tenía que dejar de enroscarme, me iba a volver loco.

Sonó mi teléfono como todas las mañanas, Mora no se despertó y me levanté. Vi el estuche del regalo,  la pulsera y la nota que le había dejado, sobre su mesa de luz.

Me di un baño y bajé a preparar el desayuno, todo el comedor estaba ordenado y limpio.

Subí con el desayuno y desperté a Mora como habitualmente, se dio vuelta y me dijo que avisaba en la escuela que no iría, se había acostado muy tarde y le dolía la cabeza.

Dejé a bandeja con el desayuno sobre mi mesa de luz y me cambié para irme a trabajar. Me acerqué para despedirme con un beso en la frente sin despertarla, se giró y me dijo que le encantaba la pulsera.

Me fui a trabajar y mientras manejaba no podía dejar de pensar, esperaba que me dijera Feliz aniversario!, que se disculpara por no haber estado conmigo, que también me amaba, no sé, algo. Pero solo me dijo que le gustaba la pulsera. No tenía el valor de confrontarla, nunca en mi vida había pasado por una situación así, me sentía tan inseguro y sin saber como proceder o actuar. Y empecé a caer en la incertidumbre de que ¿Mora quizás había dejado de amarme, ya no era el hombre de su vida?...