Sorpresas te da la vida...

Pues eso; las sorpresas que, a veces, nos puede dar la vida.

Yo, señores, aunque nacido en Madrid, soy oriundo de un lugar del que se puede decir es manchego y serrano a un tiempo, pues sus usos y costumbres son enteramente manchegos pero por su ubicación, en plena ladera de una importante serranía, a la que, precisamente, da nombre, es serrano. De la provincia de Albacete, en su ángulo sur-occidental, donde se unen las provincias de Albacete, Ciudad Real y Jaén.

De ahí, de esta ciudad, que así reza en su escudo de armas, tildándola de “Muy noble y muy leal ciudad…”, es toda mi familia materna, desde mi madre y sus dos hermanas hasta ni se sabe qué generación; incluso mi hermana es natural de esta ciudad. Pues bien; sucedió que hacia mis ocho años, a mi prima Matilde, unos doce, años mayor que yo, le dio por casarse. Mi prima Matilde  era la hija mayor de la mayor de las tres hermanas que fueron mi madre y mis tías.

La cosa era que mi tía habíase casado bastante antes que mi  padre y mi  madre, más de diez años antes, para ser más exacto, con un señor de un pueblo de la provincia de Jaén, a unos ochenta kilómetros del solar ancestral de mi familia materna; y claro, para allá nos pusimos en marcha, mis padres, mi hermana y yo. De la boda de mi prima ningún recuerdo guardo, lo que significa que nada me llamó lo suficiente la atención, si exceptuamos dos únicas cosas: La comitiva que formamos los parentales (1) de mi prima y una niña, más o menos, de mi misma edad. La verdad es que la tal niña me impresionó cosa fina, pues la encontré guapa de verdad… Vamos, que en muchos  aspectos esa fue la primera representante del femenino sexo en quien yo ponía mis ojos,  unos ojos, todavía, limpios, cándidos…ingenuos…

La boda de mi prima para nada más dio, pues al mismísimo día siguiente, antes de que transcurrieran las veinticuatro horas desde que conociera a esa niña, regresamos al  lar materno y, seguidamente, a nuestro habitual lugar de residencia, Madrid, la capital  de España. Por cierto, que en el trayecto del lar materno a Madrid, hay un pueblo, una Villanueva, pero ésta de la Fuente, en tanto que el lugar natal y de residencia de la famosa niña aquella era otro Villanueva, el del Arzobispo. Pues bien,  sucedió que, en un punto de dicho trayecto, escuché a mi padre comentar que el próximo pueblo era Villanueva… Y a mí,  al punto, me saltó el corazón en el pecho, esperanzado en volver a ver a la niña de marras al atravesar su pueblo… Cosas de la inocencia, la candidez de los niños de la época, esperar ver a una persona en particular con sólo pasar por su “Patria Chica”… En fin, que todo anhelante, pregunté a mi padre si esa Villanueva era la del Arzobispo siendo su respuesta para mí como un jarro de agua no ya fría, sino helada, gélida, pues, desde luego, no lo era, sino la “de la Fuente”

Y ahí quedó todo, con mi, digamos, primer amor fenecido antes, incluso, de ser capullo en flor. El tiempo fue pasando y de aquella famosa niña ni memoria siquiera me quedó. Empecé el Bachillerato, pero por los vericuetos del estudio, hincar codos y demás ante los libros, decididamente, el buen Dios no me llamó, con lo que mi padre, más que harto  ya de pagar mensualidades de colegio de curas, matrículas, libros etc. y yo sin aprobar ni el  recreo, que ya es no aprobar nada, pues a mis quince añazos todavía anduvia a vueltas  con tercero de Bachiller cuando debía estar en quinto, me metió de aprendiz de en un comercio de tejidos; por cierto, que aún recuerdo, perfectamente, mi primer sueldo, trescientas pesetas, en aquél, más menos, Septiembre/Octubre de 1955

Y la vida, el tiempo, siguió transcurriendo; yo pasé de aprendiz a  dependiente, y mire usted por dónde, eso  de vender, el trato directo con el público, no parecía sino que me lo daban hecho, pues se me daba a las mil maravillas. El tiempo, con su cortejo de años, siguió desgranándose día tras día, mes tras mes, año tras año. En 1962, año de mis veintidós “taquitos” de almanaque, me fui al Ejército, a cumplir mis deberes patrios, licenciándome en 1963, casi año y medio más tarde.

Fue por entonces, 1964/65, que mi vida pegó el gran cambio pues, decididamente, me encaminé hacia la que sería mi profesión “de toda la vida”, Viajante de Comercio. El causante del embrollo fue un primo hermano mío, unos seis/siete años mayor que yo, afincado en Barcelona tras casarse con una hija de la tierra, bien colocado, además, en las oficinas de dirección de una fábrica de confección de  señora. La cosa fue que a la tal fábrica le falló uno de sus viajantes-representantes, por ictus cerebral del que, aunque se recuperó casi al 100%, no  pudo ya volver a conducir, lo que dejaba libre una ruta, la que tal agente hacía. Al parecer la ruta se la ofrecieron, en primer lugar, a mi primo, pero a él eso, viajar, andar siempre de acá para allá, no  lo quería ni en pintura, así que pensó en mí. Y a mí, eso precisamente, la aventura de viajar, andar siempre de sitio en sitio, de lugar en lugar, levantándome en un sitio, y acostándome luego, en otro distinto, me atajo cosa mala desde un principio.

Y allí estaba yo, a inicios de Septiembre de 1965, al volante de un flamante Renault 4L, el famoso “Quatre Lattes” que dijeron, decían, “les francaises” o el no menos celebrado “Cuatro Latas” que decíamos nosotros, los  españolitos de aquellos idus que se fueron para nunca más volver, iniciando viaje por primera vez en mi vida… Si dijera que no me costó trabajo, que no iba hasta un tanto asustado, mentiría… Aquello tenía mucho, pero que mucho, de ruptura con todo lo que hasta entonces fuera mi vida… Ruptura con mi trabajo de siempre, mis rutinas de cada día, el ambiente en que crecí, en que viví…

La ruta asignada, en principio, fue algo  así como la “Cenicienta” de las rutas de viaje, con el meollo manchego, Toledo, Cuenca, Ciudad Real y Albacete, como base de la misma con el aditamento, a modo de respiradero, de la provincia de Murcia, con casi tanta capacidad de compra como entre las anteriores cuatro juntas… Pero si antes, al pasar de aprendiz  a dependiente, parecía que yo había nacido para vender, al pasar a viajante de comercio sucedió tres cuartas de lo mismo… Vamos, qu   e a todo trapo yo era algo así como un vendedor congénito… O, por la Gracia de Dios…

Así que en no tanto tiempo la inicial cartera de clientes que la casa me diera, yo la amplié hasta casi, casi, triplicarla; y no sé si fue que la firma, la fábrica, empezó a mirarme con otros ojos, de otra manera o por qué narices pasó, pero la cosa es que para 1968 me la reajustaron, añadiéndole Alicante y Jaén, a cambio de suprimirme Cuenca y Toledo, con lo que me quedó una zona de viaje la mar de apañadita, con un nada despreciable incremento en las ventas que se tradujo en un incremento de ingresos  más que considerable… Vamos, que mi primico tenía más razón que u santo al recomendarme lo de viajar como la gran oportunidad de mi vida.

Y así,  como quién no quiere la cosa, me planté en 1973. Para aquellos entonces, este servidor de Dios y ustedes, con sus ya 33 añitos, la famosa edad de Cristo, estaba aún solterito y sin compromiso; y lo que era “pior”, diciendo aquello tan bonito de “Y por muchos años aún”. Vamos que, más bien, resultaba ser algo así como alérgico a los compromisos más menos matrimoniales, más menos, de “pareja estable”. No es que les hiciera asco a las nenas, en especial las de buen ver,  pero tampoco echaba en saco roto cierta opinión que D. Francisco de Quevedo y Villegas expresaba e uno de sus poemas, que, ”Mujer que dura un mes,  se vuelve plaga” Pero bueno, dejémonos de Juegos Florales, que a nada conducen  y  vayamos a lo que debemos ir;  decíamos que corría ya el año 1973 y yo puesto en mis 33 años más que cumplidos ya, pues los superaba en cinco, casi seis meses, ya que era un día cualquiera de entre primeros-mediados de Diciembre, casi, casi, que escuchando villancicos y con los niños del Colegio de San Ildefonso afinando sus voces para el célebre Sorteo de Navidad.  El azar de la ruta, habíame llevado, una vez más, a la jienense localidad de Villanueva del Arzobispo y, digamos, que acababa de trabajar con el último cliente del día, el más fuerte de la plaza, el que mayor capacidad de compra tenía, tiene, motivo por el cual siempre le reservo para la última hora de la tarde, aprovechando el cierre del comercio para trabajar más tranquilo, sin las interferencias de los  clientes de la tienda. Así que serían ya algo más de la diez de la noche cuando, al fin, salíamos ambos dos del comercio, el cliente y yo, directos a tomar algún que otro vino del terruño, que tampoco es de mala marca, ni mucho menos

Con tan sano proyecto nos metimos en un bar-marisquería de excelente presencia, acomodándonos ambos en la barra, ante sendos vasos de vino  acompañado de las típicas “tapas” locales, que de buenas que son y están, se pasan, con ese bacalao  encebollado y  en tomate, por ejemplo, tan típico por esos pagos de las Cuatro Villas jienenses. Llevaríamos allí como doce, quince minutos, si es que no más, cuando entró en el bar un grupo de chicos y chicas, riendo y tal, acercándose también ellos a la barra; entonces, casi al punto de ganar el grupo la barra, se destacó de él, separándose, una muchacha, ya algo delanterilla pues, a mi juicio, los treinta ya no los cumplía, aunque tampoco parecióme que los superara en más de uno,  dos, añitos; como digo, se nos acercó, para saludar, con calor, y un besito en ambas mejillas, a mi cliente.

  • Hola tío; buenas noches…

Seguidamente, se volvió hacia mí, mirándome con el mayor descaro, y su tío, mi cliente, se echó a reír al fijarse en ella y el interés  que hacia mí mostraba, aunque servidor de Dios y ustedes, para esos cruciales momentos, estaba que un color se me iba y otro se me venía, de lo cortado o, más bien, avergonzado, abochornado, que estaba

  • ¡Ja, ja, ja!... ¡Pero cómo eres, sobrina; y  qué cara más dura tienes!... ¿No te da vergüenza mirar a este señor de  la forma que lo estás mirando?... ¡Que te lo comes con los ojos, vamos, mi querida sobrinilla!
  • ¡Ja, ja, ja!... Es que, qué quieres; no son tantos los forasteros que pasan por aquí… Que este pueblo está “dejao” de la mano  de Dios, tiito mío querido…
  • Bueno, bueno, señorita desvergonzada… Te lo voy a presentar: Antonio…y… ( ahí, mis apellidos ), y sí, es forastero; viajante de comercio, que ha años ya que me viene visitando. Y, te aseguro, buena persona; y, estimado Sr….( de nuevo, mi  apellido )esta señorita tan respondona y mal  criada, es mi  sobrina Marina, hija de una hermana mía… Un diablillo, según ya habrá apreciado usted, pero un diablillo delicioso…  Se lo aseguro…
  • Mucho gusto conocerte, Antonio…
  • El gusto es mío, señorita Marina…
  • ¡Huy, huy!... ¡Pero qué ceremonioso, qué “estirado” que  te veo, Antonio!... Pero relájate, hombre, que no es para tanto… Un poco delanterillos ya los dos, cierto, pero  tampoco pasa nada,  hombre… ¡Ja, ja, ja!

Y así, soltando al aire el cascabel de  su reír, nos dejó a su tío y  a mí, para reintegrarse al grupo de chicos, chicas, del que se desgajara para venir a nosotros, aunque, a todas luces, a mí debió dejarme con una cara de  tonto, que “pa qué” te cuento, aunque también con un cabreo de lo más insigne. El cliente y tío de la inverecunda jovencita, como tampoco de otra forma podía  ser, trató, al  punto de ella irse, dejarnos, de quitar hierro al asunto, por cuenta de que su sobrina, lo de que era un diablillo  incluso, a veces,  deslenguado, pero sin mal fondo, pes era la criatura más inocente y de buen corazón que nadie pueda echarse a la cara… Vamos, que sin un ápice de maldad, de malas intenciones o, “mala uva”, que también solemos decir por acá, en todo su cuerpecito serrano

Por cierto, que a lo que antecede, debo añadir que, a cuento de lo de su  “cuerpo serrano”, que también fue entonces, viéndola alejarse,  y a pesar del “globo” que me dominaba por cuenta de ella, cuando por vez primera reparé en ella como mujer; claro  está que sólo pude apreciarla de espaldas, pero fue suficiente para darme cuenta de que la tal Marina podía ser un “piazo” de hembra humana de mucho cuidado. Porque  Marina sería “delanterilla”, frisando ya en los 33, aunque sin cumplirlos aún, sino a un par de meses, en tanto  yo le sacaba ya, a  la famosa ”Edad de Cristo”, unos seis meses; vamos, que era mayor que ella, “en saber, edad y gobierno” unos ocho meses nada más y en un sí es, no es, si no eran ya bien cumplidito o si quedarían un tanto tasados; sí, sólo de espaldas pude ya verla, pero fue suficiente para  que mis ojos se encandilaran con esos trazos de mujer que pude apreciar: Esas caderas, lo suficientemente amplias para recrearse uno admirándolas pero sin “salirse de madre”, ese culito, un tanto grande, aunque sin pasarse, y  muy, muy redondito, a  todas luces, firme, terso, alto, hasta resultar pelín respingón… Y esas piernas, con esos dos, tres, dedos de muslo entrevistos a partir de la rodilla, en un casi, casi, “me ves, ya no me ves”, que no pareciera sino que un Fidias, Mirón o Praxíteles, modelara todo eso… Vamos, que, a todas luces, la tal Marina estaba de un “buenorro” “pa” caerse uno de culo.

Casi ni diez minutos después de que la joven Marina se apartara de nosotros, el cliente y yo abandonamos el local; él, hacia su casa, a cenar y descansar, yo al hotel, a cenar también pero tras la cena, a pasar los pedidos al libro de pedidos, escribir a la casa, si era necesario, con nuevas, quejas de clientes, mayormente, y tal. Y luego, a la calle otra vez, a la estación  de Renfe, a echar allí la carta con los pedidos y  demás, asegurándome así de que el correo saldría para Barcelona esa misma noche. Finalmente, en compañía de algún que otro compañero de fatigas y ventas, a tomar café y una copa y, por último, regresar al hotel, ya a dormir hasta el día siguiente.

La plaza, la verdad, es que para más de un día no daba, de modo que a la mañana siguiente, tempranito, salía de allí rumbo a la siguiente plaza en la ruta, Villacarrillo, Así, pasaron prácticamente siete meses hasta volver a encontrarme con la muchacha, entre mediados y fines de Julio del 74, ya con 34 “castañas” ya a mis espaldas, aunque bien recientitas, pues apenas hacía un mes  de su estreno. Era la  segunda vez que por allí pasaba en ese año tras hacerlo a fines de Marzo, en ese viaje que suelo hacer entre los dos importantes, los de las temporadas de Invierno, Mayo-Agosto, y Verano, Octubre-Enero; fueron dos veces en el mismo día que allí pasé, al  medio día, primero, y luego, a eso de las  nueve y las diez de la noche, en ambos casos, al terminar yo de trabajar con el último cliente, de la mañana, primero, de la tarde, después.

El encuentro del medio día, mejor ignorarlo, pues ni a “visto y no visto” llegó, simplemente, nos cruzamos, saliendo ella con unos  amigos y entando yo más solo que la una, con lo que no  dio para más de un “Hola”, “Hola”, al cruzarnos. Luego, a la tarde/noche, la cosa fue un tato diferente, por no decir que muy, muy, diferente. Como al medio día, entre al  local sin más compañía que la de mí mismo, que tampoco es mala marca, a veces, y allí, aposentada  a un lado de la barra estaba ella, con unas amigas, de cháchara. Nos saludamos casi diríase que de compromiso, con un simple ademán de cabeza al cruzarse nuestras miradas cuando yo entré; me adentré en el local hasta encontrar acomodo junto a la barra, apoyándome en la misma, a prudencial distancia de la chica y sus amigas, despreocupándome por completo del grupito

Llevaría allí doce-catorce minutos, saboreando un “chato” del buen vino del terruño (“ Chato de vino”; en  España, un vaso de vino de unos 100gr. ), cuando la oigo allí mismo, a mi lado

  • ¡Hola Antonio; buenas noches!... Por aquí otra vez, ¿verdad?
  • Pues sí…  Ya  sabes; con mis trapitos…mis muestrarios
  • Pero se ha hecho mucho de esperar… Desde Diciembre pasado, si mal  no recuerdo…

Y se acomodó allí, conmigo, a mi lado; charlamos y charlamos y charlamos… Marina era simpática; con esa simpatía natural tan propia de las nacidas de “Despeñaperros” “p’abajo”. (“ Despeñaperros”: Paso de montaña, desfiladero, muy, muy escarpado, que separa la meseta sur, castellana, de Andalucía. “De Despeñaperros p’abajo”: Dicho coloquial para referirnos, en España, a andaluces/andaluzas ). Por cierto, que entonces sí que me fijé, y bien, en ella, confirmando toda  la buena impresión que, meses atrás, me causara. Sólo que, ahora, con mejor conocimiento de causa, mejores fundamentos. Sí, desde luego, Marina era sumamente atractiva. No era, en verdad, un “bellezón”, una de esas tías que, casi, casi, paran el tráfico a su paso, pero era guapa, hasta bella podía parecer, aunque la suya fuera una belleza un tanto especial. Porque Marina era un sensacional hibrido entre mujer de una vez, casi de “rompe y rasga”, podría decirse, por sus formas femenilmente rotundas, apabullantes, y ese porte de Ángel Inmaculado, de Celestial Ser Etéreo,  que su carita de Ángel de la Guarda, que no “se pué aguantá” le confería también. Y era eso, esa extraña mezcolanza de lo más sensual, lo más sexi, en la mujer con también lo más sensible, delicado, tierno, afectivo, sentimental del ser femenino… La tradicional dulzura, ternura, de la mujer, aleada, en Marina, con la mujer sensual, sensitiva, sexi…físicamente atrayente.

Porque bien vista, con todo detalle, Marina resultaba  ser antes alta que baja, con si metro sesenta y seis, sesenta y siete de estatura, que para aquellas añadas, primera mitad de los 70 de pasado siglo XX, tampoco era “mala marca”, pues las generaciones de españolitos “rompetechos” aún se harían esperar algún que otro lustro; por lo  que a mí me atañía, vamos que con mi metro sesenta y dos/sesenta y tres, de coronilla al suelo, vamos, que hasta capones con la barbilla podía darme, puesta en plan borde y faltón, cosas a las que pronto averigüé que en absoluto era amiga, sino, más bien,  declarada enemiga. Vista  de frente, amé de apreciarse perfectamente, a bote más que pronto,  ese tan peculiar atractivo de su rostro, esa belleza tan peculiar, a trazos de casi niña, a trazos de etéreo Ángel Celestial, casi al segundo, eran sus senos lo que atraían tu retina, ese busto alto, firme, bien desarrollado, mas sin extravagancias… Y de lo demás, de sus traseras partes nobles, qué decir sino confirmar, mejorándolas, las primeras impresiones percibidas meses atrás, en mi viaje de Diciembre pasado, cuando su tío me la presentó.

Indudablemente, Marina era aún joven, mas la amargaba ya, y bastante, ese “Aún era joven” pues evidenciaba que ya no lo era tanto, con lo que la empezaba a rondar, y con el mayor descaro, además, la sombra del “Poyetón”.(2) En fin, que Marina, sin duda era todavía joven, pues a ver quién no lo es a los 33 años, aunque le chorreen cinco, seis meses. Sobre todo si se tiene esa alegría sandunguera, esas ganas de vivir, de disfrutar de la vida, que por todos los poros de su cuerpo Marina esparcía, transmitía… Y es que, a su lado, junto a ella, la vida era bella pues ella, con su alegría contagiosa, te la hacía agradable, muy, pero que muy digna de vivirla y apurarla hasta la última gota. Y me di cuenta de que, lo que me dijera cuando nos conocimos, casi siete meses atrás, que por tener treinta y tantos años, no  pasaba nada, era una verdad como un templo.

Y nos metimos en confidencias, muy, muy personales, contándonos casi nuestras vidas, aunque más cuadraría decir que nuestras cuitas  de solteros más menos empedernidos; aunque a  lo de empedernido, más me apuntaba yo, que no ella, que lo del “Poyetón-Polletón”, la verdad sea dicha, más bien que la traía a mal  traer, aunque asumía el drama con una dignidad, un aplomo, que dejaba pasmado al  más pintado. Así que  yo me explayé a modo y manera con eso  de que el  celibato, sin pasarse, claro está, sin tomarlo en exceso, al pie de la letra, que todos tenemos nuestro alma en nuestro almario, es el estado natural del hombre, y tal, y tal, y tal… En fin, toda esa serie de chorradas, gilipuerteces y demás que a los machitos ibéricos y  carpetovetónicos, a veces, nos da por soltar, que ya nos vale… Y ella, en un sí es, no es, más menos, corroborando lo que yo decía; que eso de casarse, someterse a un hombre, y tal y tal y  tal pues eso… Las mismas gilipuerteces que se nos ocurren a los machitos ibéricos carpetovetónicos, en versión feminista, moderna y , cómo no,  “progresista”, aunque, al menos en el caso de Marina, desde un principio me pareció que todo lo que soltaba era con una boquita la mar de chica, pues parecíame que lo del “Poyetón”, la traía, de verdad, a mal traer, mal haya a quien deba mal haber

Así, en esa especie de confesiones mutuas, ella me dijo que no ha tanto tuvo un novio, del que se enamoró hasta  las cachas; que con él estuvo  un “puñao” de años, que ya casi parecía la famosa “Niña de Luto”, siempre pareciendo que se casaba pero sin casarse nunca; siempre diciéndole él, ese novio que tan enamorada la tenía, que esta vez sí, que, ahora, de verdad se casaban, pero  siempre también con mil escusas, pues eso eran, escusas y tontas  las más  de ellas, aunque ella entonces así no lo viera, creyéndose lo que  el “pavo” le argüía cual si fuera el Evangelio. ¿En qué  acabó  aquello tras de años  y años de noviazgo, seis, siete, lo menos... Pues como tantos y tantos acabaron ayer, acaban hoy y acabarán mañana, en paráfrasis de pasado, presente  y futuro… Vamos, que esa relación que Marina creía a pies juntillas que sólo eran dos, ella y su amado “detalle”, resultó que, más bien, eran tres, Marina, su “detalle” y el “detalle” de su “detalle”, que “cachinla” con tanto “detalle”. Lo malo fue el sofocón que Marina se llevó al descubrirse el “pastel”, pues, como  siempre, sucedió que la “traidora” o tercera en discordia, era, ni más ni menos, que una amiga suya ”de toda la vida” y,  para completar ya el mosaico  de dolor de la “probe”, el “pastel” se hozo público, “Urbi et Orbe”, cuando la interfecta, “traidora” o “tercera en discordia”, dio la campanada mostrando  un “bombo” por barriga que ni  el del sorteo de la Lotería de Navidad; pero es que la befa y ludibrio vino cuando la “barrigona” acusó al “detalle” de Marina de ser el ”fautor” del desafuero … Total, que la “traidora” y su  portentosa barriga se quedaron con “er chorbo” y la “probe” Marina, compuesta,  sin novio y con la “espada de Damocles del dichoso “Poyetón”,  cernida sobre  ella, pues para entonces, la cuitada, andaba por sus veinte y ni se sabe ya los años, si  es que no estaba ya en los treinta o casi

Aunque yo, sin una sola y pugneteira historia para no dormir en mi haber, tuve que contentarme con hacer de plañidero, o paño de lágrimas a mi circunstancial compañera de aquella noche en tierra ajena aunque, a decir verdad, no llegó, ni mucho menos, la sangre al río en las lamentaciones de la chica, pues resulta que, realmente, de buena se libró al “birlarle” la “amiga” el novio, pues éste, como ya se le veía llegar y venir, resultó ser un golfo redomado que a la “amiga” la trajo toda la vida  por la calle de la amargura, eso sí, llenándola de hijos, pero trayéndola al pairo de posibles con que mantener tal prole, pues muy aplicado a trabajar, la verdad es que no era, pero aficionado a timbas y “titis” más o menos fáciles, un rato largo, con lo que en casa, las más de las veces, de los días, llegaba con las manos vacías, sin un duro, pero queriendo que su santa le diera de comer… En fin, que como la misma Marina me dijo aquella tarde-noche de confidencias más de una vez y más de dos: Que de buena se libró cuando la “amiga” le “choró” el novio.

Así, en esa, digamos,  “entente cordiale” (entendimiento cordial) entre Marina y yo se me fue, se nos fue, el final, finalísimo, de aquella tarde y las muy primigenias horas de la incipiente noche de ese día, sin enterarnos, casi sin darnos cuenta. Fue ella, Marina, quien rompió esa especie de hechizo que por unas horas, casi dos, nos  envolvió en un  ambiente de ensueño y ensoñaciones más que amables…más que gratas, al hacerme ver que era ya demasiado tarde para seguir charla que te charla…

  • ¡Dios mío Antonio, y lo tarde que se nos ha hecho!... Que son ya más de las once de la noche… ¡En mi casa  me matan, me matan, por llegar tan tarde!

Me besó, levemente, en la mejilla y desapareció a escape de mi lado; yo, un tanto decaído y sin saber muy bien  el por qué, también abandoné el bar para recogerme al hotel. Y no sé por qué sería, pero esa noche no hice nada; no  pasé los  pedidos tomados a os libros de pedidos, ni escribí a las casas representadas ni hice nada, absolutamente nada de lo que, cotidianamente, hacía tras cenar.  Nada de eso hice, excepto una cosa: Salir, después de cenar, a tomar mi café de cada noche con mi copita  de “Magno”, de Osborne. Pero solo, sin la compañía de ningún compañero, cuál era mi sempiterna costumbre, sino solo… No sé bien qué me pasaba… O, también pudiera ser, que no quería responderme a esa pregunta: ¿Qué me pasa; porqué busco la soledad, huyo de toda compañía?...

A la mañana siguiente volvió a instalarse la normalidad en mi vida, en mi espíritu, mejor dicho, al reintegrarme al viaje, siguiendo el orden normal de la ruta; de nuevo, se impuso la normalidad del diario trabajo, visitando plaza tras plaza, pueblo tras pueblo, ciudad tras ciudad, volcado en mi trabajo, despachando clientes a diario, sin pensar ya en nada más. Y así,  el tiempo siguió su curso con su habitual languidez. El mes de Julio llegó a su fin, seguido del de Agosto, con las últimas boqueadas de la temporada Otoño-Invierno y al salir ya el nuevo, los  nuevos, de la temporada Primavera-Verano, que saldrían, como siempre, a inicios de Octubre, tras un Septiembre un tanto baldío, vamos, que ni para Dios ni para el Diablo; con poco trabajo y tal…

Y así, pián pianito, los meses siguieron pasando, Octubre, Noviembre hasta hacerse Diciembre, y con tal mes, mi nueva visita a Villanueva  del Arzobispo. Pero esa visita fue distinta, muy, muy, diferente, a todo lo que yo, por sistema, hacía al trabajar una plaza; podría decirse, y con mucha razón, además, que mi principal objetivo, al hacer, visitar, Villanueva, no era vender, sacar lo  máximo posible a cada cliente. No estaba centrado, casi me desentendía de lo que para mí debía ser lo principal, vender, lampando por que dieran las ocho de la tarde, incluso, las  siete, para salir pitando hacia el famoso bar donde esperaba, estaba seguro, que la encontraría a ella…a Marina… No me lo explicaba, no acababa de entenderlo, menos, de asumirlo, que el verla fuera ya lo que principalmente me movía, me motivaba, nada más entrar en su pueblo… Trabajé, eso sí, con todos los clientes de la plaza, haciéndolo, como tenía por norma, con el tío de la muchacha a última hora del día, pero casi sin interés, sin la motivación que normalmente ponía con cada cliente, apatía que se agudizaba según pasaba la tarde, hasta hacérseme odioso trabajar a partir de las seis y mucho, siete y poco  de la tarde. Realmente, yo no vendía, sino que me limitaba a anotar lo que, buenamente, el  cliente elegía, sin casi animarle yo a comprar…a elegir… Vamos, que, prácticamente, “pasaba” de hacerle algo más que tomar la “recetilla” que,  más grande, más chica el cliente tuviera ya decidido, pensado, comprarme, sin más ”leña”, por mi parte que tomar, escribir en mi bloc de notas lo que el cliente me iba “cantando”, por su cuenta y riesgo; vamos, que yo, un verdadero agente de ventas, un hasta agresivo vendedor, limitado a humilde anotador de lo que, buenamente, el cliente me fuera dictado.

Finamente, como pude, me deshice del tiito de la muchacha, invocando urgentes asuntos que me mantendría completamente ocupado saliendo más que pitando de la tienda, cuando el comerciante, ya dese la calle, cerraba y aseguraba los cierres del negocio

Nunca, creo, fui tan diligente en dejar en el hotel, en el cuarto de maletas, las de los muestrarios, para salir como las balas rumbo al bar de marras. Entré y a quien primero vi, fue, precisamente, a mi cliente, el tío de la chica, con un grupito, otros dos o tres hombres, a todas luces, del comercio; me desentendí de ellos para  centrar mi atención  en el objeto  de mis afanes, y al momento también la divisé, aunque ni pizca de gracia me hizo verla con quien iba, el grupito de chicos-chicas que la acompañara  cuando la conocí; así que preferí, también, desentenderme un tanto de ella, aunque sin perderla de vista, a la espera de ocasión razonable para abordarla sola, con en medio de tal muchedumbre. Desde luego ella me vio también casi al punto de divisarla yo a ella, pues me saludó haciéndome una leve inclinación de cabeza, pero talmente diríase que para borrarme del globo al momento, pues ni un segundo se dignó, desde entonces, en siquiera desviar un instante la atención hacia mí.

En fin, que  allí parecía agotarse toda  mi desazón por ella, “toititas  toas” mis “ducas” por ella, y disponíame a hacer un digno mutis por el foro, cando la siento a mi lado

  • Hola, Antonio; buenas noches… Otra vez por aquí, ¿he?
  • Pues…pues sí… Ya ves… Como siempre… Con mis “trapitos” y tal… Ya sabes…
  • Ya, ya… Pero…te veo muy solo. No has venido con mi tío… ¿No andaréis peleados?
  • O  no; ni mucho menos… He estado trabajando con él hasta hace un rato… Pero es que tenía cosas que hacer; por eso no vine con él
  • Pues, de todas formas, y aunque tuvieras cosas que hacer, hoy has venido antes que las otras veces… ¿Tantas ganas tenías de beberte un vinito o tomarte unas tapas?... Porque, “madrugador”, hoy sí que has sido… O… ¿Hay algo más, aparte del vinito y las tapas, que te haya hecho “madrugar” tanto?

Desde luego, Marina, con la mayor desvergüenza del mundo, estaba jugando conmigo… Y como le daba la gana… Diríase que me había tomado, y bien tomada, además, la medida de mi zapato; que sabía perfectamente lo que por mi mente pasaba… Que leía en mi cerebro, en mis intimidades más profundas… En mis sentimientos; unos sentimientos que ni yo conocía muy bien, aunque más exacto sería decir que no quería conocer en toda su magnitud… Que sí; que estaba algo más que colado por esa especie de brujita sin escoba o diablillo angelical,  como casi su tío me la describiera la noche que nos presentó… Y  yo, ante eso, pues qué queréis, que se me subió el  “pavo” a la cara que era una vida mía…o una muerte mía, pero de pura vergüenza. Menos mal que mi dulce tormento se dio cuenta de que las estaba pasando más que canutas y derivó la conversación por aguas  más, mucho más, amansadas, siendo aquella, finalmente, una de las mejores veladas de mi vida

Había algo  de ella, Marina, que, desde luego, no se me ocultaba, pues más patente no podía resultar: Ese casi misterioso, por persistente, interés que en mí, en mi persona, ponía; a bote pronto, achaqué tal interés a lo del “temible” “poyetón”; vamos, que con eso de que era forastero podía haber visto en mí algo así como el “clavo ardiendo” al que agarrarse y evitar tan triste sino; sí, esa fue mi primera impresión y yo, pues qué queréis, que decidí dejarme querer, pero en absoluto dispuesto a comprometerme a nada ni en nada… Vamos, que yo, como siempre, a la que caía… Y, de aquellos inicios devino la actual situación, conmigo en plan de cazador cazado… Y  más que cazado…

Pero como siempre sucede, aquella noche, digamos, mágica, pasó y con el nuevo día la magia nocturna se esfumó, quedando sólo el duro pragmatismo del día a día; el trabajo, el viaje… Etc. etc. etc. Casi que escuchando por la radio del coche  el magno Sorteo de  Navidad  de la  Lotería Nacional volví a casa por Navidad, reintegrándome de nuevo al viaje, al trabajo, apenas llegó el 8 de Enero de 1975. Ese año, la Semana Santa cayó a fines de Marzo, siendo el domingo 23 el de Ramos, y el 30 el de Resurrección  del Señor, cayendo el Jueves y el Viernes Santo en los días 27 y 28. Y yo, ni  corto ni perezoso, me planté en la “Patria Chica” de Marina el sábado 22, víspera del Domingo de Ramos, ya a última hora, casi las diez de la noche, yéndome directo a buscarla al bar de marras. De nuevo estaba con ese grupito  de amigos, amigas,  que tan mal me caía, y no sé  bien el por qué, la verdad, pues hacerme, nada me habían hecho en todo el tiempo que llevaba en mis nuevas tesituras, pero, a veces, así es la vida,  que le tomas  filias o fobias  a algo, a alguien, sin razón ni  motivo… Vamos, porque así pasa, y punto

Pero esta vez, Marina no quiso ya jugar conmigo, sino que, tan pronto entré en el local y, mutuamente, nos divisamos y saludamos, con ese pedazo de sonrisa tan suya, que no parecía sino que el sol salía a  deslumbrarme, se vino hacia mí,  sin ambages, sin, casi,  casi, despedirse de su grupo de amigos, amigas, para darme dos señores besazos, uno en cada mejilla, tan pronto  estuvo a mi lado, besos a los que yo correspondí con no menos entusiasmo que ella pusiera al besarme… Y qué queréis que os diga de lo que fue aquella noche  de sábado y el siguiente día, domingo…Domingo de Ra que festeja la entrada de Jesús en Jerusalén. La verdad, es que aquél Domino de Ramos visité más iglesias que en ni sé cuantos años juntos, llegando a rizar el rizo de llegar hasta a confesarme con algún cura que otro y hasta a acercarme al presbiterio a tomar la comunión; y  es que Marina era una de esas mujeres tan de en tiempos aquí, en España, que de Católicas, Apostólicas y Romanas, se pasaban, vamos… Así que, tan pronto se “coscó” que yo, precisamente, hombre de iglesia, misa, confesión y comunión semanal, no era, me puso de empecatado y hasta endemoniado que no  había por dónde cogerme… Y claro, tuve que ir a lavar  mis culpas al confesionario y a encomendarme a Dios, para que me mantuviera lejos del pecado y los designios del Maligno, comulgando, recibiendo, bajo la especie del pan y el vino, el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo

Pero también hubo tiempo, en ese domingo de Ramos que pasaos juntos, de la mañana a la noche, para solazarnos, divertirnos y, sobre todo, disfrutar de su compañía, que bien podría decirse que en exclusiva, pues apenas nos separamos en todo el día. Ese domingo se acabó, amaneciendo el lunes de la Semana Santa, y con el lunes, la vuelta a la obligación, al trabajo. Ya dije antes que la plaza para más de un día, ese mismo lunes, no daba, por lo que el martes y miércoles mee las tuve que ingeniar para, sin perder tiempo y trabajo, tampoco alejarme demasiado del pueblo de Marina, donde asenté mis reales, afincándome en el hotel del lugar, saliendo por la mañana, temprano, a trabajar Villacarrillo,  en un sé es, no es, pues lo cierto es  que, aún siendo ésta una población más grande que Villanueva, para dos días completos no daba; lo que normalmente hacía era trabajar Villacarrillo hasta las primeras horas de la tarde del segundo día, las cinco, seis, agarrando de nuevo carretera y manta rumbo Úbeda, donde procuraba llegar con el comercio aún abierto. Pero entonces, ese Miércoles Santo, tan buenos oficios e intenciones dieron en quiebra total, pues aún no era las siete de la tarde cuando corría como las balas rumbo  a mi cara querencia, encontrarme con ella, con Marina… ¿Mi Marina, ya?... Bueno, la verdad, es que afirmar semejante aserto, tendría mucho, pero que mucho riesgo…aunque, también, ¡quién sabe!, bastante verdad

En fin, que la cosa es que acabamos por disfrutar la casi tarde del  miércoles  para, después, pasar juntos y en unión, completos, de mañana a noche, Jueves, Viernes y Sábado Santos, más el Domingo de Resurrección… Claro, que asistiendo a los oficios religiosos y las procesiones, que “Mi Marina” ni uno, ni una, se perdió, ¡vaya por Dios!, pero también con nuestros momentos de esparcimiento, hasta de una cierta intimidad, podría decirse; pues a los eterno rezandorres de los Oficios Religiosos, Procesiones etc. sucedían los momentos de esparcimiento, esparcimiento éste que, ya a todas luces, estribaba en nuestra propia, mutua, compañía;  dábase, además, que aquellos días casi finales de Abril, eran un excelente heraldo de la placentera primavera que les seguiría, con temperaturas más que agradables  que invitaban, y mucho, a pasear por las calles y plazas más menos recoletas, más menos acogedoras…  Mas tampoco penséis que las intimidades a que aludiera, fueran para lanzar, en albricias, cohete alguno, que la sangre al río ni hablar de llegar, pues todo reducíase a permitir que, de vez en cuando, la tomara de la manita, aunque, a veces, el despendole podía llegar a tomarla yo de la cintura, arrimándomela pelín más allá de lo que las buenas normas aconsejaban, sin negarse, apartarse, ella en absoluto, aunque a veces rezongara con algo así

  • ¡Ay Toñito, que me parece quieres ir demasiado deprisa!... Y te digo, ten más cuidado no sea que un día te la pegues bien pegada…

Pero en fin, que de ahí, los “truenos” nunca pasaban. Creo que fue el sábado que a Marina le dio por llevarme a un lugar en verdad  paradisíaco, la ermita y Parque de San Blas, una enorme zona verde dentro de la misma ciudad, pero con la ilusión de estar separada de ella por un muro invisible que salvara el lugar de los ruidos e inclemencias del suelo urbano; pues allí todo era silencio, rumor del agua del agua corriendo por las acequias y,  como mucho, la brisa del aire corriendo, a su albedrío, entre los árboles, pinos, carrascas, cipreses, sabinas, castaños, cedros, boj, encinas, madroños, tejos, álamos blancos… Con sus paseos y bancadas, invitando al viandante a sentarse a la umbría a descansar tras un largo paseo, con la ermita del Santo, San Blas, en el centro del parque erigido en su honor… Aunque no esté yo muy seguro de qué fue primero, si el parque o la ermita.

En fin que el lugar más, acogedor, más apacible… Incluso más íntimo tampoco podía ser para parejitas muy, muy amarteladas, con sus mini praderas alfombradas de verdadera yerba que hasta alta podía ser acá y acuyá, separadas o rodeando recónditos paseos llenos de magia, la que cada parejita quisiera darle, conferirle, en su dulce deambular… O extendidos entre macizos de árboles de variado tipo que, a veces, sombreaban las escuetas y abiertas praderas

La verdad es que aquello me enamoró; no sé cómo cabría decirlo, pero para mí, lo más parecido fue como si, de pronto, me internara, nos internáramos, Marina y yo en aquél mítico Paraíso Terrenal en que, según la Biblia, Dios al principio puso al Hombre… Pero un Paraíso Terrenal sin Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal; un Paraíso Terrenal, sin  Serpiente… sin, siquiera, Adán ni Eva, sino nosotros; nosotros solos: Ella y yo, Marina  y yo, Antonio…Anduvimos por allí, por los paseos, las arboledas, incluso se dio un momento que hasta nos sentimos un tanto retozones, con los dos tumbados en la yerba de una de esas praderas, girando ambos  a todo girar, aunque más exacto sería decir, que revolcándonos  a modo y manera, como dos críos… Hasta que las cosas pasaron a no ser nada de críos, cuando, sin buscarlo, casi sin darnos cuenta, de las chiquilladas, los juegos, más menos, propios de niños, pasamos a juegos de mayores; de hombre y mujer adultos que, como adultos, se buscaban, besándonos como los hombres y las mujeres se besan, dándonos la lengua en la caricia, poniendo en ello, además, no ya toda nuestra pasión de hombre y mujer ya talludicos, además, sino nuestra propia alma, nuestros más íntimos sentimientos de hombre y mujer…

Fue ella quien cortó aquél momento mágico, devolviéndonos  a los sosa al mundo real, con sus palabras.

  • ¡Por favor, Antonio; paremos… Esto…esto no puede ser…no puede seguir más allá

Paramos en nuestros transportes afectuosos, pero proseguimos como estábamos, tumbados, boca arriba, en la yerba… Durante unos segundos quedamos quietos… Incluso, podría decirse, que un poco asustados de las recientes “libertades” tomadas por ambos, hasta que yo rompí aquél como “impasse”, buscando su mano; ella, al sentir mi mano sobre la suya, ladeó hacia mí su cabeza y me  dedicó una sonrisa que era toda una expresión de cariño… Y no sólo mantuvo su mano entre las mías, sino que, toda cariñosa, me la apretó. Y seguimos así los dos, tumbados sobre la hierba, boca arriba ambos, con la vista fija en la azul bóveda celeste en ese ya casi declinar de la tarde. Ni nos hablábamos ni, tampoco, nos mirábamos;  era sólo eso, mantener unidas nuestras manos… Y no sabría explicar bien qué es lo que entre nosotros pasó; fue como si un Ángel del  Señor hubiera pasado entre los dos, envolviéndonos  en un aura de sosiego, calma, serenidad, preñada toda  ella de dulce placidez.

Y en ese preciso momento, ¡vaya por Dios!, fui a acordarme de aquella más anécdota que otra cosa que ocurriera decenas y decenas de años atrás, cuando la boda de mi prima Matilde, y de lo  que yo ya hacía tiempo que ni recordaba; fue como un milagro que entonces, precisamente entonces, me volvieran esos recuerdos, totalmente lúcidos, además, a mi memoria…Vamos; como si acababan de pasar. La verdad  es que me hizo gracia eso de recordar, entonces precisamente la, digámoslo así, primera vez que me enamoré de una chica…Y me reí de ello, de esa especie de casualidad… Como es lógico, mi risa picó su curiosidad

  • ¿De qué te ríes?... ¿No será de mí, por “estrecha”?... ¡Que te araño, ¿sabes?...te dejo las diez uñas de mis manos marcadas en tu carita bonita!... ¡Vaya si te la dejo marcadas”… ¡Pos estas que te las dejo!

Y yo volví a reír, con más saña si cabe, que a punto estuvo Marina de echárseme encima en plan gata furiosa, con las uñas por delante, de modo que no tuve otra que plegar velas a mi reír, explicándole el misterio de mi reír

  • Verás  Marina; es la cosa más chocante que puedas imaginar; y es que sucede que la primera vez que yo  me enamoré de una chica; vamos que puse ojitos tiernos a una niña, que niña  era aún, como yo mismo, siete u ocho años… Bueno, pues esa chica, es niña, era de aquí de Villanueva  del Arzobispo… Y, la verdad y  para las tempraneras de años que eran, me caló bien fuerte…Aunque, mea culpa, mea máxima culpa, pues el recuerdo de ese mi amor primero, me duró lo  que las coplas de la zarabanda…Vamos, nada…
  • Ya veo, ya veo… Muy propio de ti: Tus  sensaciones, sentimientos, los vives, los sientes, con increíble ardor, ardor que se desinfla,  se acaba como nace, como surge en segundos…a  tontas y a locas
  • Puede que tengas razón; puede que sea así: Un ave de paso que jamás querrá acogerse a la seguridad de nido alguno. Pero no sé; recordarlo ahora… Precisamente ahora,  en Villanueva tu pueblo, el de aquella niña…

Volví a callar durante  un rato, tiempo en que los dos guardamos silencio… Un silencio que, por  instantes se hacía más y más opresor,  más pesado, mas insufrible… Aquello había que cortarlo; esa especie de “impasse”, inmovilidad, ni para alante ni para atrás. Rompí el silencio, el “impasse”, volviendo a esos  recuerdos tan infinitamente añejos ya, tan olvidaos por mi cerebro que  a saber a  cuál de sus partes habrían ido ya a parar…. Lo mismo ya ni en el subconsciente estaba, sino en el inconsciente de irás  y, si no es por una especie de de milagro, no volverás.

  • Verás; la cosa fue porque yo también tengo familia aquí, en Jaén, ( y añadí el nombre de un pueblo de la provincia, por cierto, muy cercano a Villanueva del Arzobispo, unos 20 Km. ) Vamos, una tía mía,  la hermana mayor de mi madre,  que se casó con un señor de ese lugar y allí viven. En fin, que una hija suya, mi prima Matilde, doce o catorce años mayor que yo, se casó  a su vez, y en esa boda conocí a esa chica…a esa niña, vamos…

Terminar yo de hablar y ella romper a reír, y con qué gana, tía Juana, fue todo uno, lo que  a mí me dejó boquiabierto, hecho un cuadro, vamos. Al fin, se le fue sosegando un tanto el, podría decirse, ataque de risa tonta, empezando a casi hablar aunque sin acabar de reírse

  • ¡Pero qué pequeño que es el mundo, Dios!... ¡Casi no me lo puedo creer!...

Y vuelta a reírse sin ton ni son, que yo ya un tanto mosca, la verdad, ya empezaba a andar. Volvió Marina a casi calmarse, para decirme

  • ¿A que tu tío es Fulano de Tal y Tal?... Y no teme amines  porque me ría, que tampoco pasa nada… Es que, sucede, que tu tío, lo es también mío, primo hermano de mi madre… Y,  por tanto, tus primas, tus primos, también lo son míos… ¡Y va  resultar que aquél niño tan majo, que me gustó tantísimo además, y conocí en la boda de nuestra prima Matilde, va a resultar que eres tú!... ¡Ja, ja, ja!... ¡Dime tú si no es para reírse una!

Y así quedamos, riéndonos los dos, relajados, tranquilos, tumbaditos los dos en la yerba, con las manitas juntas… Dejamos de reír para mirarnos, asomándonos cada cual a los ojos del otro, felices…contentos los dos; en una alegría, un contento, al que ningún de los dos éramos ajenos pero también conscientes ambos de que sólo a nosotros atañía y que sólo así, estando juntos, era posible que tal se diera. Fue un impulso, algo que no se piensa, que nos sale de dentro, del corazón, del sentimiento profundo lo que hizo que, entonces, buscara su boca, que la besara, pero sólo en un leve roce de labios; algo en que lo que imperaba era el sentimiento, el cariño, no el sentido, el deseo…

Separé mi boca de la de ella que, en modo alguno habíame rechazado, para más musitarle que decirle

  • Te quiero Marina… Te amo, ¡te amo!… ¡Dios, Dios!... ¡No creérmelo puedo!... ¡Ni creer puedo que te quiera como te quiero, que te ame como te amo!

Marina no decía nada, solo me envolvía en un halo de intensa ternura que de sus ojos brotaba… Hasta que habló,  mientras me apretaba, bien apretada, una mano

  • ¿De verdad me quieres, Antonio?... ¿De verdad?... ¿Para casarnos…para llegar a casarte conmigo?

Volví a mirarla, a mirarme en sus ojos… Y de nuevo aquél pensamiento, lo del “Poyetón”… ¿Sería eso sólo por su parte…el “clavo ardiendo” que la librara del “sitial” de las narices?... Y no me importó en  lo más mínimo que así fuera o dejara de ser… Porque, desde  luego y sin duda alguna, yo la quería, la  amaba… Bebía los vientos por ella, andaba locuelo por ella…loquito perdido, más bien… ¿Qué  si la quería para casarme con ella; para permanecer junto a ella hasta el último día de nuestras vidas?... ¡Pues claro que sí!... ¡Sí, sí y sí otra vez!... O, ¿es que se puede, de verdad, amar a una mujer, sin desear hacerla tuya?... Pero tuya de verdad, con tu nombre y para siempre…

  • Desde luego que sí… O, ¿es que puede amarse a una persona sin desear pasar junto a ella el resto de tu vida, hasta su última hora…hasta su último minuto? ¿Y eso qué es, sino casarse uno con la mujer que adora?

Y qué dulces que entonces fueron los besos, las caricias que mutuamente nos dedicamos Y los  montones de veces que  nos juramos amor eterno. Y claro está que nos casamos; y en nada de tiempo después, pues, como yo le decía a ella, si tardamos más que una miaja, en vez de hijos vamos a tener nietos, que talludicos, y por demás, sí que éramos, con sus treinta y cuatro u, tanto chorreaditos ella, y mis casi flamantes treinta y cinco, la  cosa no era para andarnos con ridículas esperas.

Como de otra manera no  podía ser, el sitio fue el santuario de la Virgen Patrona, la Virgen de la Fuensanta y en su Fiesta Mayor, el 8 de Septiembre, día de la romería al Santuario.  Siempre se dice de las novias que, en ese día tan especial como es el de su boda, están maravillosamente espléndidas, es casi, casi, un tópico; pero es que, en “mi Marina”, era una auténtica verdad, una soberbia realidad, pues más bella mujer alguna podría ya parecer. No sé; puede que todo sea, simplemente, producto de mi imaginación, elucubraciones, sin sentido, de mi cerebro, pero seguro, convencido estoy, de que esa soberana belleza que “mi Marina” lucía cuando, enfundada en su más que níveo traje de novia, de blancura tal que, de compararse, ensombrecería la típica, tópica, del armiño, era, más que nada, reflejo de la nitidez de su ser de mujer, de su más femenina intimidad, pues no fue sino en esa noche, la de nuestra boda,  nuestra Noche de Bodas, nuestra Noche Nupcial, que ella me la entregó tan sin mácula como de su madre la recibió al nacer

Y qué decir más, qué añadir a lo expuesto… Pues, en verdad, poco y mucho, una enormidad, nuestra propia vida, vivida en común desde aquél dichoso día, queriéndonos más y más, cada día, cada minuto que pasaba. Y con el aditamento, feliz donde los haya, que, al casarnos, juntamos el “hambre con las ganas de comer”, pues si en nuestra intimidad yo era, soy, apasionado e intensamente fogoso, ella tras de mí tampoco queda pues veces hay que quien, finalmente, tiene que pedir treguas urgentes soy yo

Y, colorín, colorado, esta historia ha acabado, amigas, amigos…

FIN DEL RELATO