Sorpresas te da la vida (1)
Nunca me pereció tan bello un 69. Boca contra sexo, las piernas abrazándose el cuello mutuamente, impidiendo que se despegaran un solo segundo.
Sorpresas te da la vida (I)
Mi nombre es Juan, 35 años, mi mujer Alicia, de 32. Somos un matrimonio de lo más normal. Los dos trabajamos y vivimos en una casa hererada de mis padres, por lo que no tenemos agobios económicos . Nuestra vida sexual es satisfactoria, aunque después de tantos años juntos, tenemos que agudizar nuestras mentes para no caer en la monotonía. Los fines de semana no trabajamos, así que lo dedicamos a viajar por las ciudades cercanas y así disfrutar de otros lugares y aprovechar para follar en diferentes camas cada fin de semana. Solemos salir con un matrimonio amigo desde hace mucho tiempo. Ella, Luisa, también de 32 años, es amiga de Alicia desde la infancia y él, Fernando, es algo mayor que nosotros, 39 años. Entre nosotros no hay prejuicios en cuanto a los temas que tratamos, a pesar que políticamente son de signo contrario al nuestro, jamás hemos caído en discusiones que no llevan a nada, es decir, cada uno defiende lo suyo y Dios en casa de todos. En cuanto al sexo hemos tenido infinidad de conversaciones sobre cómo nos gusta a cada cual, pero nunca se nos ocurrió dar un paso más allá, quizás porque estamos satisfechos con nuestras respectivas parejas. Hasta el fin de semana pasado. Paso a contar. Decidimos salir juntos el fin de semana a la montaña. Cuando vamos por esa zona, nos alojamos en unas cabañas de madera, junto a un río. El viernes, después de la jornada laboral, salimos los cuatro para llegar una hora y media más tarde a las cabañas. Recogimos las llaves y nos acomodamos cada pareja en su cabaña. No quisimos salir al pueblo cercano ya que estábamos cansados del trabajo y deseábamos tomar unas copas, cenar juntos y descansar para al día siguiente hacer senderismo por la montaña, que es de una belleza espectacular. Nos dimos una ducha y quedamos en nuestra cabaña para las copas y jugar a cualquier juego de mesa. Ya los cuatro juntos comenzamos con el juego, los whiskys, la música y a pasar el rato hasta la hora de cenar. Con el ambiente ya algo caldeado por el alcohol, comenzamos a hablar de sexo hasta llegar a un tema que habíamos tocado de pasadilla en alguna ocasión: la homosexualidad. Fernando defendía que la homosexualidad le parecía contranatura aunque decía que respetaba todas las opciones que libremente escogían las personas. Alicia y Luisa eran más condescendientes y querían hacer creer a Fernando que la homosexualidad era otra opción tan natural como la heterosexualidad. Yo, en cambio, como el tono estaba subiendo hasta el punto que estaban empezando a gritarse, comenté, de manera distendida, que la homosexualidad entre mujeres me parecía incluso tierno y muy bonito y que, además, si veía alguna película porno, era de lesbianas. Sobre sexo entre hombres no me dio tiempo a dar mi idea. - Hay que ser más flexible y no decir sandeces de machista homófogo - recriminaba Luisa a su marido. - ¿Es que a ti te gustaría que yo me liara con un tío? ¿Acaso serías tan comprensiva? - Mira, Fernando, pareces tonto, hijo. Aceptar la homoxualidad no significa que la practiques. Aunque bien mirado, ¡tendría morbo verte empalado por una buena polla! - gritó Luisa con un enfado monumental, levantándose para marcharse a su cabaña. - Es que no hay manera de tener una conversación con esta mujer si no piensas igual que ella - dijo Fernando - Además, ¿qué más me da a mí que se follen entre tíos?, mi intención era debatir sin problemas, pero ya veis, jodió la tarde. Alicia salió tras Luisa y al cabo de un buen rato, volvieron de la mano y riendo como si nada hubiese pasado. Nosotros andábamos ya preparando algo para cenar. Yo me puse un delantal para evitar manchas y estaba preparando una pizza cuando me sorprende un apretón en el culo. En la creencia de que era mi esposa, no hice demasiado caso hasta que oí a Luisa decir: - Este si que es un tipo sin prejuicios sexuales. Ahí lo tienes con su delantal bien puestecito y haciendo la comidita como las niñas "buenas". - ¡Joder! Luisa, ¡qué día llevas hoy!, ¿eh? - fue lo que se me ocurrió decir. - Si yo te tuviera a tí, en vez de al animal ese, seguro que follaría más y mejor - me dijo bajando el tono de voz. - Luisa, te estás metiendo en un serio problema con Fernando y con Alicia, están escuchando todo y - Alicia no tiene problemas conmigo, nos conocemos lo suficiente para esto y para más y a Fernando "que le den por culo" - dijo, volviendo a cogerme las nalgas. - ¡Vale ya Luisa!, si quieres, fóllate a quien quieras, pero déjame en paz, por favor - dijo el malhumorado Fernando. - Ya está bien por hoy, chicos, cenemos en paz y después ya veremos qué pasa - dijo Alicia en tono conciliador. Comimos las pizzas, una ensalada y unas cuantas cervezas para acabar, nuevamente con el whisky. La conversación parecía ya más moderada, quizás porque comenzamos a hablar de nuestros trabajos y las relaciones laborales con los compañeros y cosas por el estilo. Pero estaba claro que el tema del fin de semana era el sexo. Fue Fernando quien, ya más relajado, comenzó pidiendo disculpas a las mujeres, sobre todo a Luisa, a la que empezaba a hacerle carantoñas y a sobarle levemente los pechos. Esto nunca lo hacía en nuestra presencia pero, al parecer, el enfado provocó esta situación posterior. Empezamos a contar cada uno alguna de las fantasías sexuales o secretillos de adolescentes. Yo conté que en una ocasión, cuando tenía 16 años, la madre de un amigo al que visitaba muy a menudo, estaba desnuda cuando yo llegué y, como mi amigo estaba en el restaurante de su padre ayudándole a cargar las cámaras frigoríficas, ella me ofreció pasar a esperarlo. Yo estaba con la polla como os podéis imaginar. La señora se acercó a mí y me dijo que si quería follármela, yo, con una vergüenza inmensa, le dije que sí. Me desnudé, ella me hizo una mamada espectacular y cuando iba follarla me corrí sin que me tocara. Dije que para mí fue una desilusión y que ya nunca más volví a su casa. Fernando relató cómo se hizo una paja delante de su hermana porque ella quería ver cómo salía el semen de un hombre. Alicia dijo: - Esta son dos historias en una, la de Luisa y la mía, ya que la pasamos juntas. ¿Te importa que cuente nuestro secreto, Luisa?. - No, por mí, puedes contar lo que te apetezca, yo no tengo problemas para esas cosas, además, estamos en confianza, ¿no?. Estupefactos, Fernando y yo, escuchamos atentamente la vez que estaban las dos en la habitación de casa de Luisa haciendo las tareas del instituto y que comenzaron a preguntarse cosas sobre el sexo. Sobre cómo era una polla erecta y qué sabor tendría. Fue Alicia quien tenía la curiosidad de saber cómo eran las vaginas, ya que ella se la había tocado alguna vez pero nunca la había visto de cerca. Contó como Luisa le enseñó la suya, que ella lo tocó y que después se desnudaron las dos tocándose mutuamente hasta llegar al orgasmo. Nunca más lo volvieron a hacer y se juraron guardar el secreto. - ¡Coño! Si esa es mi fantasía sexual más añorada.- dije, con cara de sorpresa y la polla como el bastón de mi abuelo, tieso. - Pues yo me quedé, a decir verdad, con ganas de haberlo probado, pero qué le vamos a hacer, perdí la ocasión y - comentó Alicia. - Aún estás a tiempo si Fernando no tiene problemas, aquí tienes mi coño. Aunque ya no tiene 18 años, pero te puede servir - le dijo Luisa, sensualmente. - Bueno, lo tomaré como una cena con espectáculo - dijo Fernando, visiblemente excitado. - Que no, mujer, que era broma. Alicia, parecía no estar dispuesta a aceptar la invitación, aunque en sus ojos noté cierto brillo que sabía no eran del alcohol. Pero ya no había manera de parar la situación. Luisa se acercó a ella y, metiendo delicadamente su mano entre la camisa de Alicia, comenzó a acariciarle los pechos cuyos pezones iban adquiriendo, por momentos, la dureza y erección que acostumbran a tener cuando estaba excitada. - ¿De verdad no te apetece probar mis jugos? - preguntó Luisa, con una voz que jamás la había oído anteriormente. - Te aseguro que son puro néctar de frutas. Doy fe de ello - animó Fernando. Alicia no respondió, cerró los ojos y su respiración fue agitándose por momentos. Luisa le desabrochó la camisa, dejando a la vista sus pechos, grandes, con sus pezones que parecían luchar contra la tela transparente del sujetador, como si quisieran liberarse. Luisa la levantó de la silla y acabó por dejarla desnuda. Un cuerpo que, más que nunca, me pareció el de una diosa, se posó en una de las camas, sus pezones apuntando al cielo, los ojos cerrados, las piernas entreabiertas dejaban ver su sexo, libre de vellos, en el que se apreciaba el brillo de sus jugos vaginales. Sin dejar de mirarla, Luisa comenzó a desnudarse, con parsimonia, apartando a Fernando con la mano cuando intentó acercarse para ayudarla. Estaba claro que era cosa de mujeres. Subió al lecho, colocándose de rodillas, una pierna a cada lado de la cabeza de Alicia, ofreciéndole sus néctares, mirando hacía donde estábamos atónitos Fernando y yo, que no paraba de tocarme la polla sobre el pantalón. Alicia abrió su boca a escasos centímetros de la raja de Luisa, que comenzaba a palpitar, como si de un corazón alterado se tratara. Sacó su lengua y rozó la vulva, recogiendo parte de los líquidos. - Ufff, Luisa, qué sabroso - decía, jadeante. La tranquilidad que desprendían se fue tornando en una coral de gemidos y jadeos cuando le introdujo la lengua en la vagina, moviéndola en círculos. Sus dos manos le abrían los labios, facilitando la entrada de la lengua que, a cada salida, rozaban con fruición el clítoris más abultado que pude ver en mi vida. Luisa se tocaba los pechos, pellizcándose los pezones, como si tratara de arrancarlos. Bajó una mano hacia los muslos de Alicia que, al sentirla, abrió sus piernas como un resorte. - Cómeme, por favor, mi amor.- le dijo, dejando por un segundo el sabroso manjar que estaba deleitando. Nunca me pereció tan bello un 69. Boca contra sexo, las piernas abrazándose el cuello mutuamente, impidiendo que se despegaran un solo segundo. Como si estuvieran sincronizadas, aprovecharon la humedad que desprendían sus sexos para tocarse el ano, llegando a un sonoro orgasmo. Quedaron extasiadas, abrazadas sobre la cama durante un buen rato. Cuando volvieron a la conciencia, se besaron y volvieron a ocupar sus sillas junto a nosotros, que teníamos las pollas como estacas. Se sirvieron un whisky, brindaron y...