Sorpresas en Sevilla

Emprendo un viaje a fin de sorprender a una chica conocida en Internet y resulta que el sorprendido soy yo.

Todo esto empezó la mañana de un Viernes de mediados de Septiembre de 2003. Hacía bastante calor, pero el climatizador del coche aún permanecía desconectado y me limitaba a dejar entrar el aire por las ventanas medio abiertas mientras rodeaba Valencia rumbo al sur.

Lo que me llevaba al sur era el deseo de darle una sorpresa a Marisa, una chica al parecer bastante atractiva y sensual que de forma curiosa había conocido en Internet. Solo la había visto en algunas fotos, una de ellas en bikini, y en ellas la encontraba muy guapa, con una bonita sonrisa, morena, con una melena larga y ondulada, de cuerpo estilizado y con unas sugerentes curvas francamente proporcionadas... ¡vaya! que no le faltaba de nada.

Había decidido ir en coche, aunque tardara bastante más que en avión, por el placer del viaje y disfrutar del paisaje, ya algo seco por un verano que arremetía con dureza antes de darse por terminado. Al menos algo me llevaría en caso de no poder dar con Marisa, que de mi escapada nada intuía.

¿Tendría ella ya planes que le impidieran verme, se atrevería a conocerme, sería demasiado precipitado para que aceptara, me daría largas? Estas y otras preguntas aparecían sin respuesta en mi mente mientras devoraba kilómetros de asfalto y la distancia entre nuestros cuerpos se reducía con el paso de las horas. Nuestros pensamientos ya se habían encontrado en varias ocasiones a través de emails y las fantasías sexuales de Marisa ya se habían fusionado con las mías en más de una ocasión, ya saben; algun chat erótico de esos donde imaginas en compañía aquellos deseos ocultos que haríais realidad, de estar juntos y sin inhibiciones previas.

Sería ya mediodía cuando Sevilla se mostró acogedora ante mi llegada calurosa de más de cuarenta grados a la sombra de los naranjos, que incrementaban las palpitaciones de mi corazón, que se agitaba por momentos al sentirme ya ante el precipicio que se me avecinaba. Uno nunca se acostumbra a tener encuentros de este tipo, al menos, yo no.

Ya habían pasado unos días desde que Marisa me escribió una caliente historia que me sorprendió bastante, por su delicadeza narrativa contrastada por unas palabras de alto contenido erótico que describían un encuentro imaginativo entre nosotros dos, con situaciones sexualmente alucinantes y morbosas. Poco iba ella a imaginar que yo me encontraba en su propia ciudad y dispuesto a poner a prueba su resistencia frente al deseo que en ella permanecía oculto, de hacer suyo mi cuerpo que en sus pensamientos ya había recorrido y saboreado.

De todas formas, si soy sincero, diré, que no estaba yo muy seguro de que algo tuviera lugar entre los dos, por algunas intimidades sexuales que compartimos sin demasiados reparos y que nos unían, sino en el corazón –que también-, sí en ese territorio donde nacen la pasión, la curiosidad y el deseo por reunirlos y ofrendarlos.

Como yo suelo hacerlo casi todo sobre la marcha, y sin demasiadas planificaciones, cogí la guía y me dispuse a buscar un hotel. De los primeros que encontré y por el cual me decidí, fue el Hotel Plaza Sevilla, cerca del Museo de Bellas Artes, en pleno centro de la ciudad. Me dieron la 202 en la segunda planta, bastante espaciosa y con buenas vistas.

Ya que no tenía su telefono, por la tarde fui a un locutorio, un ciber o como lo llamen, no muy lejos de allí, y desde un ordenador le escribí un mensaje a Marisa diciéndole que de 8 a 9 estaría en el bar Tac Tac que se encontraba en la misma calle del hotel donde me alojaba. Sabía que ella estaba en la oficina y que leería mi e-mail.

Yo que suelo ser muy puntual, me dirigí al bar y pedí una cerveza. Al igual que en el viaje, las mismas preguntas sobre el encuentro irrumpían en mi mente, sin obtener respuesta alguna.

Eran las diez pasadas, y yo, consciente de mi error por precipitar las cosas, me marché del local sin que Marisa apareciese. Ya no tendría posibilidad de comunicarme con ella porque era Viernes y Marisa solo accedía al correo desde la oficina. Después de dar un paseo por el centro de Sevilla a fin de ir olvidandome del asunto, decidí cenar en un bar de la zona. Salí sobre las once y media y me dirigí hacia el Paseo de Colon cerca del río, y tomé por allí una copa hasta la una y media que decidí regresar al hotel a dormir, ya que estaba cansado del viaje, además de estar algo triste por el fracaso de mi plan.

Ya en la habitación me di una buena ducha fría, por el calor que hacía y para poder dormir mejor. Fue meterme en la cama y quedarme frito.

Varios días despues, ella me contaría su experiencia de esta visita sorpresa; tal como yo esperaba, Marisa había leído mi mensaje esa tarde y por lo visto le había molestado un poco o bastante que yo me presentara de esta forma, sin avisar, eso se mezclaba con el asombro por tal noticia y el deseo de verme en persona, vaya... que quedó algo confundida y decidió no acudir al bar en que habíamos... bueno... que yo había quedado.

Más tarde ya por la noche y tomando unas copas con unas amigas, no paraba de pensar en lo sucedido, de hecho esto le había estado rondando la cabeza toda la tarde y noche. Pensó ella que debía hacer algo, ya que su deseo por encontrarse conmigo aumentaba conforme pasaban las horas desde que decidió no acudir a la cita. Una amiga con la que lo había comentado le sugirió que me hiciera una visita sorpresa al hotel, pero Marisa no estaba muy segura de ello, por temor a una mala reacción por mi parte. La situación le producía un nudo en el estómago que le aumentaba conforme se iba convenciendo de acudir al hotel. Eran las dos y media de la madrugada, y ya decidida, se despidió de sus amigas y cogió un taxi que la acercara al Hotel Plaza Sevilla donde yo dormía placidamente.

Llamó a la puerta del hotel y le salió el encargado que estaba de noche. Marisa le preguntó por mí, y él lo consultó en la lista y le afirmó que yo me hospedaba allí, tras lo cual ella le contó un poco la situación y él sin demasiados impedimentos le dio otra llave con la cual acceder a mi habitación, ya que la principal estaba conmigo, y le dijo que yo hacía una hora o más que había llegado. Marisa subió dos plantas hasta dar con la 202 y procedió a abrir la puerta sin respirar siquiera. Ella se sentía tensa y excitada a la vez. Con sus manos sudorosas fue palpando las paredes hasta dar con la luz del cuarto de baño que encendió con la puerta ajustada para no despertarme. Con la escasa iluminación que penetraba en la habitación, pudo contemplarme por primera vez. Yo dormía de lado y con la cara hacia el baño, por lo que pudo verme la cara, y medio cuerpo que tenía descubierto. Yo acostumbro a dormir desnudo en verano, y solo una sabana blanca cubría mis piernas hasta la cintura.

Marisa no sabía muy bien que hacer. Sentía algo de miedo y placer mezclados. Aunque la seguridad que ella sentía por la confianza que habíamos compartido, y sabiendo que yo me había desplazado allí por ella y por tanto no la rechazaría, le permitió adentrarse y atreverse.

Decidió desnudarse en el baño y quedarse tan solo con las braguitas y el sujetador, se acercó a la cama y apartó la sabana para acostarse junto a mí. Por suerte, la cama era de matrimonio, así que podía estar a mi lado sin que yo lo notara. Había dejado la luz del baño encendida, con la puerta entreabierta para dejar pasar algo de luz residual, y así poder moverse sin tropiezos y a su vez contemplarme mientras yo continuaba en mi sueño del que no tardaría en despertar.

Yo estaba de espaldas a ella. Posó su mano suavemente sobre mi muslo y fue subiéndola por mis nalgas. Notó claramente que yo estaba completamente desnudo y se vio en la necesidad de despojarse de su ropa interior, estar de igual a igual y así poder sentir también su cuerpo, libre y desnudo junto al mío. Paso de nuevo su mano algo temblorosa por mis piernas y acariciándome las nalgas. Me di la vuelta pero sin despertarme, y quedé de cara a Marisa, que continuaba mirándome y pensando en todo lo que habíamos compartido en la distancia, que había sido mucho y condensado en pocas semanas. Otra vez su mano reposó sobre mi muslo y lo acarició desde la rodilla hasta la pelvis repetidas veces, al igual que acarició mi cara. Me miraba con ternura a la vez que me palpaba con su mano. Pero no tardaría en hacer acto de presencia la excitación en ella.

Se atrevió ya, una vez ella más relajada y sus manos más conocedoras de mi cuerpo, a coger con sumo cuidado mi pene y masajearlo como si este fuera ajeno a mi persona. Naturalmente, la excitación la dominaba más a ella que no asomaba en mí que continuaba en mi sueño. No tardó demasiado en coger mi miembro una dureza considerable. Marisa lo masajeaba igual que si deseara masturbarme pero a cámara lenta y acariciando a su vez mis testículos. Entonces yo desperté al sentir como un escalofrío.

—Tranquilo, soy yo. —Dijo susurrando Marisa.

No conocía esa voz, ni el cálido rostro que tímidamente veía en la penumbra de la habitación, pero estaba extrañamente tranquilo y relajado. Ella había apartado su mano de mi pene, que permanecía duro sin yo aún ser consciente de su existencia.

—Quería darte una sorpresa. —Dijo con una voz dulce.

No dijo nada más. Me puso su mano suavemente en la cara; pasó su brazo alrededor de mi espalda y nos abrazamos como dos amigos que llevaran años sin verse.

—Deseaba tanto verte y acariciarte. —Afirmó ella suspirando.

—También yo había esperado este momento. —Añadí yo, mientras la abrazaba con fuerza.

Extrañamente y después de comunicarnos por un medio frío y distante como Internet, y sin haber estado jamás cara a cara, nos miramos por primera vez a los ojos estando los dos enteramente desnudos y en la misma cama.

Solo nos despegamos para que nuestros labios por fin se reconocieran y fusionasen. Mi lengua inspeccionó la suya, ambas jugaron, se persiguieron, combatieron y nuestras salivas formaron un cóctel donde la pasión germinaría. Estábamos excitándonos y matándonos a besos mientras nuestros ojos aún brillantes por la emoción del momento se buscaban e interrogaban sin respuestas aparentes. Solo entonces me percaté que Marisa estaba bellamente desnuda dentro de mi cama, y mi cuerpo como el suyo igualmente despojado de todo, tal como me había acostado. Ahora ya vi mejor su cara bajo la luz tenue que provenía del baño; era más bella y dulce de lo que aparaentaba en las fotos y su larga melena suavemente ondulada se enredaba entre mis dedos que se perdían en caricias.

Tras este descubrimiento, el siguiente fue el notar ya mi pene tenso que se había mantenido así desde que Marisa lo había levantado a mis espaldas. Ahora de nuevo su mano se había dirigido hacia él por primera vez siendo yo consciente, y continuó masturbándolo muy despacio mientras nuestras lenguas se hacían amigas. Deje de besarla para dirigirme a su cuello donde empecé a mordérselo suavemente pero apretando conforme su sutil perfume inundaba mi ser. Me volvía loco su aroma hormonal que emanaba por debajo de su oreja y en su sedosa nuca. Marisa soltó mi pene para palpar los huevos y pasar sus dedos por todo el valle de mi trasero, y yo encaminé mi lengua hasta sus pechos. Con una mano acaricié un pecho que se mantenía firme y desafiante, mientras mi lengua rodeó al pezón del otro... se lo chupé un poco, y noté cierta rigidez fruto de la excitación de Marisa. Apretaba sus tetas entre mis dedos, las amasaba, le pellizcaba los pezones, a la vez que nuestras lenguas se encontraban de nuevo; besos largos y apasionados.. excitantes... fueron de los mejores besos que jamas recibí.

Bajé de nuevo por su cuello, mordiendoselo... ella suspiraba... recorría su cuerpo con la lengua en dirección descendente, pasando por sus pechos, siguiendo por su ombligo. Con su mano acompañó mi cabeza en dirección a su sexo. Quería sentir nuevas sensaciones, y la fiesta no había ni empezado. Marisa separó bastante sus piernas para ofrecerme todo su preciado tesoro.

Tenía su monte de venus recortadito, solo se había dejado una tira por encima de los labios. No lo veía muy bien, aunque ya habíamos apartado las sabanas. Solo vislumbraba la silueta de su pelo rasurado. Sus labios mayores se mostraban carnosos y limpios de pelitos, al igual que más abajo hasta la entrada secreta del culito que también le recorrí con mi lengua diestra, mientras le levantaba las nalgas para abarcar todo su territorio sexual. Volvió mi lengua a acariciar sus labios que le separé con ambos dedos. Ahora ya, su clítoris emergía levemente y adquíría consistencia. Lo mordisqueé cuidadosamente y lo golpeé con la lengua, siguiendo las contorsiones y los primeros gemidos que de la dulce boca de Marisa aparecieron.

Con las dos manos separé otra vez sus labios, y mi lengua, ya sí ahora, empezó a hundirse en la cálida vagina de mi amiga, que con sus manos apretó mi cabeza para que por nada del mundo saliera de ahí. Al soltar ella después sus manos que me impedían casi respirar, aparté mi cara por un instante para continuar con su clítoris que ya no aguantó y provocó que su primer orgasmo me hiciera degustar algo de su néctar sexual. No por ello paré y continué pasando la lengua por su bultito, mientras sus convulsiones con sus respectivos gemidos me excitaban por momentos.

—Cambiemos la posición que yo también quiero participar. —Musitó Marisa con su voz jadeante.

Nos colocamos de lado formando un 69... me gusta esa posición, ya lo creo... y yo dejé unos instantes su sexo en reposo, mientras acariciaba y mordía sus nalgas y besaba sus piernas. Por su parte ella cogió mi polla y la masturbó como antes. Recuperó su rigidez que por unos momentos había decaído y empezó a besarla y a pasarle su juguetona lengua por fuera, de arriba a bajo, y sin darme apenas cuenta, ya que estaba atareado con sus piernas y nalgas, se lo fue introduciendo en su boca suavemente y empezó a chuparmela cada vez con más fruición. Yo estaba bastante excitado y tras un rato, le dije.

—¡Para un momento Marisa que si no voy a correrme!

Se la sacó de la boca y con la mano, masajeandola dócilmente, la mantuvo erecta, mientras yo por mi parte había reiniciado mis paseos por su sexo que pedía más guerra. Al rato volvió a introducírsela en la boca y prosiguió con la mamada, y yo a su vez comiéndole su sexo. Le metí mi lengua bien adentro por segunda vez. La sustituí unos instantes después, por dos dedos penetrantes y traviesos.

—¡Por qué no me penetras ahora que la tienes a punto! —Dijo sugiriendo, e imponiendo.

—De acuerdo, por mí encantado. —Repliqué, a la vez que me levanté, agarré un condón de la bolsa y me lo coqué... ella me ayudó con sus diestras manos.

Me incorporé a la cama. Marisa, mi encantadora amiga de Internet, tumbada y con sus bellas piernas en posición de bienvenida, estaba esperando ser poseída por mí, el amigo misterioso, o yo ser poseído por ella, y si acaso compartir el cielo que yo, -como hacen todos lo hombres- le había anunciado. Marisa me agarró el miembro y sin dilación, se lo acercó a la entrada del coño, mi radiante glande acarició sus labios y, se perdió allí mismo, donde mis dedos se habían aventurado.

Empujé con un movimiento de cintura al que le siguieron otros más acompasados a la agitación de sus gemidos, primero silenciosos en la noche Sevillana y después más desacomplejados y sonoros.

Le levanté el culo y le cogí sus piernas para que así mi polla tocara fondo y Marisa la sintiera más suya, continuamos por un rato hasta que me dijo con voz jadeante. —No pares, no pares, continúa así, así, así... ¡ahhhhh! —Después de correrse, añadió. —¡No la saques aún que me gusta sentirla dentro!, y además quiero que tú también te corras. Yo de momento no pensaba correrme.

Y así lo hicimos, continuamos sin detenernos. Primero colocó sus piernas sobre mis hombros, para continuar con solo una y de costado, luego me coloqué yo debajo y ella de cuclillas. Cambiamos otra vez, y ella se colocó de a cuatro patas con su carita recostada sobre la cama y yo por detrás. Me dijo que esa psotura le daba mucho morbo, cosa en la que estabamos de acuerdo. Mi miembro entraba y salía de su sexo ahora más despacio, sintiendo cada centímetro de todo su recorrido.

Ella estaba dispuesta a complacer algunas de mis fantasías y tambien de las suyas, varias ya compartidas en algún chat . Solté un poco de saliva, que fue a caer sobre el rosado circulo que delimitaba su estrecho ano. Posé mi dedo pulgar sobre la aureola y pasé a lubricarlo con unos masajes circulares apuntando su entrada, hasta que ésta se mostró receptora y el pulgar se hundió hasta el fondo. Ahora, sus dos preciados orificios vecinos se mantenían ocupados y palpitantes por mis rítmicos movimientos. Ella aumentó el tono de sus gemidos, al igual que lo hicieron los míos, pues le encantaba esa experiencia igual que a mí. Anunció que iba a venirse y aceleré el empuje de la pelvis y del pulgar, hasta que mi polla se dilató si cabe más para preparar un orgasmo que unido al suyo iba a ser memorable, como ya ni me acordaba. Yo no tenía por costumbre jadear antes de venirme, pero esa sinfonía del placer, desató en mí unos gemidos que en armonía con los suyos, despertaron a las estrellas. Quedamos tirados sobre la cama.

—¿Tienes un cigarrillo? —Le pregunté mirándola a los ojos.

Empezamos a reírnos y a reírnos... pues no fumabamos, y cuando al rato las risas fueron decayendo, empezó a hacerme cosquillas y yo a ella y nos revolcamos por la cama por unos buenos momentos de diversión.

De las cosquillas pasamos a los besos, y la excitación después de ese periodo de relajamiento, recobró su intensidad, precedida por nuevas fantasías que allí tendrían lugar y que yo le susurré al oído y ella al mío, mientras las risas nos elevaban más al atrevimiento mutuo.

Yo me fui desplazando entre besos y nuevas caricias hasta dar con su mojado y exigente sexo, mientras ella quedó con su cara junto al mío. Con la lengua resucité nuevos temblores en un clítoris que recobraba nuevas dimensiones y temperaturas ante mis ojos. Mi lengua recorría todo el trayecto sensible entre su pubis y el pequeño culo de Marisa, y ella hacía lo propio conmigo, ya que deseaba desvirgarme por detrás.

Jugábamos al unísono; yo lubricaba su ano con la lengua y ella hacía lo mismo conmigo, yo le metí la lengua dentro y ella también en el mío. Con el dedo le frotaba el clítoris y con su mano, Marisa, me hacía una paja. Saqué la lengua para dejar paso primero a un dedo ya bañado por sus fluidos y después otro que, hasta los nudillos se perdieron ahí dentro. No los moví por un ratito para que se acomodaran al nuevo espacio y luego ya empecé a sacarlos y meterlos con mayor rápidez. Marisa empezó a jadear con dulzura y diciendome; - Sigue así, sigue así, quiero que me folles el culito. Eso a mí me ponía a cien. Ella también se atrevió a meterme un dedito en mi culo. Para relajarme a mí un poco y que mi ano cediera mejor la intromisión, se metió mi polla en la boca y procedió a chuparla con destreza, como antes ya había hecho. Empezó a meterme un dedo en mi culo con suavidad, primero la punta y luego todo entero. Era una sensación extraña para mí, hasta que me acostumbré y relajé para facilitar la penetración que con suaves vaivenes ganaban en un nuevo placer para mí. ¡Es que los tios tenemos algunos tabus con esas cosas!

Ambos estábamos involucrados en una compartida penetración anal, y comiéndonos los sexos que unos instantes después desencadenaron un gran orgasmo por parte de ella, que desembocó nuevamente en mi boca ya conocedora de sus mieles secretas. Me incorporé y la besé nuevamente con pasión, y así ella pudo degustar en mi boca el sabor de su nectar sexual. —Ponte de espaldas como antes, le susurré al oído. Marisa se puso a cuatro patas con sus piernas algo separadas y su carita recostada en la almoada. Me dispuse a pasarle mi humeda lengua por cada rincón de sus nalgas mientras con el dedo le acariciaba sus labios y con círculos en su terso y desafiante clítoris... de vez en cuando le propiciaba un mordisquito en las nalgas y algún que otro cachete. Empecé a acercarme al interior de su valle con la lengua y a introducirsela un poquito por entre sus labios sonrosados y calientes e incluso en la entrada de su morada secreta. Ella con una mano se separó los labios a fin de facilitarme la tarea y abrirme paso.

Me gustaba sentir el calor de su vagina al tacto de mi lengua que en círculos se movía en su interior. Marisa gemía y me decía que le encantaba lo que le estaba haciendo, que la volvía loca. Recorrí con mi lengua todo su sexo hasta llegar a su ojete posterior, y allí tambien le metí la lengua, cosa que le hacía estremecerse de placer. Tras unos paseos por su interior, me mojé dos dedos y se los introduje lentamente, a la vez que le lamía sus contorneadas nalgas. La estaba penetrando con ambos dedos ya más rítmicamente, a lo que Marisa me suplicó entre suspiros; —Así, así... uhhhm, no pares cariño, no pares, quiero que me folles el culo, pero quiero sentir tu polla dentro. Saqué los dedos y aproveché que tenía el pene como una piedra por la situación... la apoyé en su ojete e hice un poco de presión a fin de que el glande se deslizara dentro, y así ocurrió. Sin demasiada dificultad la punta desapareció en su culito... apreté un poco más hasta que se perdió toda entera dentro, ella misma movía rítmicamente su trasero hacia delante y hacia atrás a fin de sentir como salía y entraba todo mi duro miembro. Con una mano le masajeaba el clítoris para elevar su excitación. Yo ya estaba al borde de venirme, de tanto mete y saca, de sentir el roce de su estrecho culo, y ella estaba próxima a otro orgasmo que presagiaban sus gemidos. Empecé a acelerar el tirmo de mis embestidas hasta correrme en su interior, y tras sentir Marisa como su culo se llenaba con mi semen, ella se convulsionó en otro fascinante orgasmo.

Nos prodigamos en interminables besos, suaves, tiernos, cálidos, abrazados y acariciandonos.

—Te apetece que te dé un masaje en la espalda. —Le ofrecí, tras los besos.

—¡Por mí encantada! No sabía que dabas masajes. —Respondió Marisa, dispuesta a relajarse.

Le practiqué un suave e intenso masaje que la dejó como nueva, por lo que ella comentaba mientras charlábamos. En los últimos paseos de mi mano por sus piernas le rocé en algunas ocasiones su sexo que permanecía caliente y húmedo y ella dio a entender que todavía quería más.

Pues eso... me puse manos y lengua a la obra y con dedicación arranqué de su boca, suspiros, gemidos y convulsiones como antes no había tenido, y por otra hora habríamos de agotar; fantasías, recursos naturales y desenfrenos si cabe mayores.

No sé la hora que era cuando terminó físicamente lo que para mí fue una noche fascinante como pocas había tenido. Ya una vez exhaustos, yo más que ella, nos quedamos tendidos en la cama y charlamos de nuestras cosas pero sin mencionar el supuesto plantón, ni planes para el Sábado o Domingo, día en que yo marcharía según lo previsto. Cuando el sueño se apoderó de nosotros quedamos algo abrazados y dormidos profundamente.

Me desperté dos o tres horas después y pude contemplar bajo la tenue luz que venía del baño, la cara de Ángel que tenía Marisa mientras descansaba. Verla así me hizo sentir feliz. Pasé mi mano suavemente por su brazo, por sus dulces nalgas, bajándola por las piernas; acaricié sus sugerentes pechos que estaban descubiertos y me quedé otra vez dormido.

Sería la una cuando desperté en la cama del Hotel Plaza Sevilla. Hasta unos instantes después no vino a mi mente la noche que junto a Marisa había pasado. Ella ya no estaba, y la cama aparecía revuelta como si un huracán por allí hubiera pasado. La luz del baño todavía permanecía encendida, y así lo hizo por toda la noche. Miré alrededor hasta que vislumbré un papel sobre la mesita. Alargué el brazo, encendí la luz de la habitación y lo leí.

—Cariño, ésta ha sido una noche maravillosa para mí y así te lo digo.

He preferido no despedirme y dejarlo así, pues no me gustan las despedidas.

Esta tarde tenía un compromiso, ya que no sabía que vendrías y por tanto ya no

nos veremos más.

El lunes ya te mandaré un e-mail y te lo explicaré más detalladamente.

Un besazo, Marisa.

Agarré la sabana y la acerqué a mi cara. Marisa ya no estaba, pero la intensidad de su perfume, de sus sudores, de sus fluidos amorosos, permanecían inalterables y me transportaron por unos segundos a un instante muy cercano donde una tenue luz de baño alumbró un tiempo eterno de ternura, sexo y pasión.

Por la tarde, ya repuesto, recorrí sin rumbo fijo el centro histórico de la capital, para así empaparme de más belleza si fuera posible. Por la noche no me acosté muy tarde, ya que deseaba madrugar. Esta noche ya no habría sorpresa alguna tal y como me anunció y que yo sabía certeramente en mi interior. Por la mañana temprano recogí el escaso equipaje, y partí de regreso con una buena a la vez que insólita sensación en el cuerpo. Tampoco yo pedía ya más. Nunca hubiera imaginado que de tan extraña forma, nuestras fantasías y deseos cobrasen vida.

Unos días despues me llamó y fue cuando me contó los motivos de su precipitada partida, pero eso es ya otra historia.