Sorpresas de todo tipo
Jorge y yo volvemos a quedar, y me enseña lo que me tiene preparado... y lo que no. A ver cómo manejo yo ahora esto...
Me desperté medio desnuda en mi cama, aún sonriente después del orgasmo tan bestia de la noche anterior.
Apagué la alarma del móvil, cogí mi bata y corrí rápida al baño, porque Marta era de las que se entretenía durante una hora… y era viernes, por fin, tenía que arreglarme para la tarde que me esperaba después del trabajo.
Me duché, me alisé el pelo y me dispuse a empezar a maquillarme. Como soy bastante discreta, opté por labios en un tono nude y un delineado negro un poquito más agresivo… solo faltaban los labios rojos como complemento a la expresión de avidez que se me ponía solo de pensar en un nuevo encuentro con Jorge, pero no era lo más adecuado para el trabajo. Resolví echar un labial al bolso para remediarlo por la tarde.
Me vestí con el conjuntito de women secret y mis vaqueros nuevos. No soy una persona vanidosa, sé perfectamente que no tengo un cuerpo de infarto, pero hay que reconocer que Levi’s hace bien su trabajo: aquellos vaqueros altos me hacían un culo que no sabía que tenía. Una camisa amplia, blanca, que con solo desabrochar un par de botones se volvía sugerente, y unos tacones negros en mi bolso (como fuera a trabajar con eso, iba a acabar destrozada) completaron el atuendo elegido.
Paré un momento a estudiarme en el espejo, y la imagen que vi me gustó. El pelo castaño oscuro enmarcando mi cara blanquita, la mirada acentuada por el eyeliner… hacía mucho tiempo que no me sentía tan… sexy. Unos golpes bruscos en la puerta del baño me sacaron de mi reflexión.
“¿Qué haces tanto rato? ¡¡Que tengo que entrar, tía, que me estoy meando!!”
Marta por las mañanas no es lo que se dice un encanto, no. Abrí la puerta y me encontré con mi compañera de piso despeinada, aún con la férula de descarga puesta y los ojos como platos.
“PERO…¡¿Y ESTO?! ¿Cómo tan guapa para ir a trabajar reina?”
“¿Tú no te estabas meando? Pues tira, anda, que voy preparando el café” Respondí, empujándola dentro del baño.
Me esperaba un interrogatorio al más puro estilo de mi compañera de piso. Suspiré y puse en marcha la cafetera, sabiendo que hoy esta chica abreviaría y que mi ratito de paz iba a durar bastante menos de lo esperado. Aproveché para meter algo de ropa en una bolsa antes de que el café terminase de salir mientras pensaba en qué podía contarle y qué no.
Al terminar de llenarse el segundo vaso, se abrió la puerta del baño. Guau, tiempo récord para Marta, sí que debía estar intrigada, sí…
“Vamos a ver, vamos a ver, vamos a ver. Cuéntame, porque aquí está pasando algo y yo no me estoy enterando de nada”
Verla con los brazos en jarras, siendo tan diminuta, y echando fuego por los ojos con la toalla enrollada en la cabeza, tenía su punto cómico.
“¿Que te cuente qué?” Respondí, tendiéndole el vaso de café solo sin azúcar. Quería ver exactamente de qué se había dado cuenta antes de abrir la boca.
“Pues todo. Te has pasado la semana pegada al móvil, escribiendo vete tú a saber a quién, sonriendo como una cosa tonta; anoche estuviste hablando por teléfono con alguien hasta las tantas y hoy apareces hecha un pibón para ir a trabajar. ¿Qué me he perdido? ¿Te has liado con alguien del trabajo?”
Casi se me cae el café. En el trabajo teníamos bastantes compañeros, sí, pero la mayor parte rondaba los 50 y los que no, no eran lo que se dice… ni meramente potables.
“¡Qué dices, tú! ¿Estás boba?” Exclamé con los ojos como platos. Pero decidí apiadarme de ella, porque no le iba a dar tiempo a arreglarse y nos iba a hacer llegar tarde a ambas. “Del trabajo, no, ¿tú no te sabes eso de ‘donde tengas la olla no metas la polla’?”
“Aaah, pájara, ya sabía yo que alguien había. Cuéntamelo todo.” Dijo sonriendo.
Y le conté, más o menos. Que había vuelto a tener contacto con un conocido de hace unos años, que llevaba teniéndole ganas desde entonces, pero que al beber un poco se nos fue de las manos… vamos, una versión un poco edulcorada, pasaba de tener que aguantar sus juicios morales.
“¿Y Chema?”
“Deja a Chema fuera de esto. La cosa no funciona desde hace mucho, y tú lo sabes. ¿Cuántos meses llevo aquí? ¿Y cuántas veces ha venido? Ninguna, eso es, me he hartado de tirar siempre yo del carro.”
“¿Pero no le vas a dejar?”
“Claro, pero no ahora. No quiero hacerlo por teléfono, y no voy a ir a verle hasta las vacaciones, ya sabes que es un viaje demasiado largo. Las cosas vienen como vienen”
“¿Y no puedes esperar para hacer las cosas bien?”
“El orden de factores no altera el producto. Eso no me preocupa. Además, lo de Jorge no es algo sentimental, no es que me haya enamorado, es solamente sexo… pero no pidas detalles porque no te los voy a dar”.
“¿Y a qué viene el modelito?”
“Hemos quedado esta tarde. Iré a su pueblo, supongo que cenaremos y probablemente volveré mañana”
Marta negaba con la cabeza, intentando poner cara de desaprobación, pero no le salía. Nos fuimos a trabajar al cabo de un rato.
Aquel día fue uno más en lo laboral. Ni situaciones especialmente tensas, ni especialmente gratificantes. Yo solo podía pensar en que llegase la hora de salida de una puñetera vez, para coger el coche y largarme.
Tras una eternidad, la hora llegó. Cogí mi cazadora, mi bolso y salí hacia la puerta. Marta estaba esperándome al lado de mi coche.
“Pásalo muy bien, golfa. Cuéntame cuando llegues, y mañana ponme al día.”
Por eso la quería tanto. Era capaz de decirte las cosas claras aunque te hiciera sentir mal, pero luego te apoyaba.
Sonriendo, me puse las gafas de sol, puse música electrónica a todo trapo y salí rápida a la carretera. Hora y diez después (esta vez le había pisado un poco más al audi) estaba aparcada de nuevo en mi sitio de siempre.
Me puse los tacones, me desabroché los dos botones superiores de la camisa, me pinté los labios de rojo oscuro y bajé del coche sin fijarme en nadie. Esta vez sabía más o menos lo que me esperaba, aunque no niego que me intrigaba lo que Jorge me pudiera haber preparado. Llamé al telefonillo y rápidamente oí pasos que bajaban por la escalera.
Jorge me abrió la puerta con una sonrisa de medio lado, aunque pude ver que se le abrieron los ojos por una milésima de segundo.
“Pasa, pequeña” dijo, cerrando la puerta tras de sí. “Estás espectacular. Coge una cerveza y vente al sofá”.
Él no estaba espectacular. De nuevo una sudadera con capucha y unos pantalones de chándal. La verdad es que físicamente es un tío muy normalito, no es muy alto, ni ancho de espaldas, ni musculado. Incluso me atrevería a decir que está un poquito descuidado. Pero lo compensa con los ojos... y con la personalidad arrolladora que tiene. Mentalmente di gracias a Dios al pensarlo, porque si fuera más guapo, se lo tendría tan creído que sería un gilipollas de manual.
Hice caso, dejé mis cosas sobre la cama del cuarto de invitados, y me senté, con la estrella Galicia en la mano.
“¿Cómo ha ido la semana? ¿Qué tal el trabajo?”
Me acomodé en el sofá, preparándome para una nueva entrega de “vamos a hacer esperar a Ana mientras bebemos un poco para soltarnos”.
Una cerveza, dos cervezas, tres cervezas. Ya serían cerca de las 7. Era un gusto hablar con Jorge, podías tocar todos los temas y te hacía repensar las cosas desde una perspectiva diferente… aunque claro, la mayor parte de sus ingresos eran ilegales, y yo, sinceramente, no podría vivir así.
“Bueno, Anita” dijo, apurando su último botellín. “Ni siquiera me has preguntado qué te tengo preparado. ¿Tanto miedo te doy?”
Solo con eso se me secó un poco la garganta y se me abrieron los ojos.
“¿Miedo?” tragué saliva. “No, miedo no.”
“Pues quítate los vaqueros, desabróchate la camisa y déjate puestos los tacones. Ponte de rodillas en el sofá, mirando a la pared. Y no te muevas, que ahora mismo vuelvo”.
Desapareció por el pasillo. Yo obedecí rápida, intentando adivinar qué leches estaba haciendo.
Pasos, un cajón, la puerta del baño, ruidos de algo frotando con algo, el grifo. Más pasos… joder, Jorge volvía.
Oí cómo se detenía justo detrás de mí, pero ni le miré. Sabía que le gustaría que le hiciera caso.
“Joder, pequeña, qué mona me has venido hoy, ¿no? Quédate como estás, no te muevas.”
Segundos después, me ponía algo frente a la cara. Una especie de pasamontañas, negro, con cremalleras doradas muy toscas en los ojos y en la boca.
“Te voy a poner esto, y solo voy a abrir una cremallera, ya sabes cuál. No vas a ver nada. No se te va a ver la cara, no tienes ningún tatuaje… quítate el colgante que llevas y la pulsera, también. ¿Confías en mí?”
“Sí”
Se pegó a mi espalda mientras yo seguía de rodillas sobre el sofá y comenzó a besarme el cuello, agarrándome de las tetas. Uff… notaba su polla durísima contra mí.
“El problema de la máscara esta es que te tapa el cuello… en fin, qué le vamos a hacer” me susurró al oído. Acto seguido, me colocó el invento en la cabeza.
Las cremalleras raspaban un poco. Me lo recoloqué con las manos, dejando bien libre la boca y procurando que no me rozasen en los párpados, y pude notar cómo se separó de mí.
“Date la vuelta y arrodíllate en el suelo. Con cuidado, que no ves… perfecto. No te apoyes en el suelo… las manos atrás. Me vas a comer la polla, pero esta vez te voy a grabar.”
¿¡A GRABAR!? ¿¡CÓMO QUE ME IBA A GRABAR!? Bueno, no llevaba nada que me identificase, no estaba en mi casa y no se me veía la cara… Todo esto y mucho más pasó por mi cabeza en aquel momento. Pero no dije nada. Obedecí, en shock.
Sentí el roce de su polla contra mis labios, y automáticamente los abrí y comencé a acariciarle con la lengua.
“Buah. Esto es lo mejor del mundo. ¿Te gusta?”
“Me encanta.” Me sorprendí diciendo. Joder, si era verdad. Estaba empapada y lo notaba. Qué cabrón el Jorge.
“Pues ¿a qué esperas? Cómetela entera”
Lo intenté. Me la metí casi entera en la boca, apretando con los labios, acariciándole con la lengua, pero no cabía más.
“Joder, qué bien lo haces. Así, cómetela entera…” me empujó la cabeza hasta que me dio una pequeña arcada. “Buah… qué placer que me da”
Seguí chupando… me gustaba sentir el tacto de la piel suave en mi boca. Él resoplaba, con su mano sobre mi cabeza, guiándome con suavidad.
“Joder cómo te la metes ¿eh? Te encanta chupar pollas. Así, hasta los huevos… sí… joder pequeña…”
Me empujó y caí sobre el sofá.
“A ver, ábrete de piernas. Quítate la braguita, ¿no? ¿o quieres que te la manche de semen?”
Procedí.
“Buah, me encanta.”
Yo seguía sin poder ver nada, pero no me hizo falta. Subió mis piernas a sus hombros y me la metió de un empujón.
“Diossssss” gemí. Había sido muy brusco, pero me encantó sentirle dentro.
“Lo siento, pero uff… paro de grabar”
Lanzó su móvil al otro extremo del sofá y se inclinó sobre mí. Comenzó a moverse. Por dios… me tenía totalmente atrapada, no podía moverme, solo recibir… y me estaba volviendo loca. Me arrancó la capucha de un tirón y me comió la boca mientras seguía taladrándome cada vez más rápido. En esa postura, cada vez que entraba me rozaba el clítoris. Yo solo podía gemir. Empecé a notar esa especie de calorcito que precede al orgasmo y clavé mis manos en su culo, apretándole más contra mí, intentando hacer presión con mi vagina.
“Puta, te vas a correr…”
“Sigue, por favor”
Vaya que si siguió. Al notar que apretaba, fue como si se volviera loco. Una, dos, tres, cuatro embestidas más tarde, estallé en un orgasmo arrollador, gritando, me daba igual que nos oyeran desde el bar. Y él, segundos más tarde, se vino dentro de mí.
“Buah. Te odio, pequeña” dijo, desplomándose encima de mí.
Ni treinta segundos pasaron hasta que se quitó de encima, aún la tenía dura. Se puso los pantalones y desapareció hacia el dormitorio, mientras yo me incorporaba despacio.
No sé por qué, fui tras él.
Me oyó llegar y se incorporó rápido, con un billete de 20€ enrollado en la mano.
“Sal de aquí” me dijo, mortalmente serio, avanzando un paso hacia mí. “Ana, joder, vuelve al salón”.
“¿Por qué?” Me planté en el suelo con los brazos en jarras. Una cosa era que me manejara en la cama y otra muy distinta que lo intentara fuera de ella.
“No quiero que veas esto.” Respondió casi gritando. Por el rabillo del ojo, vi sobre la cómoda del cuarto dos tarjetas y dos líneas de polvo blanco.
Mierda. Cuando comenzamos a hablar, me dijo que lo había dejado. Palidecí al verle tan enfadado, pero no me amilané.
“¿Tú eres tonto? ¿Qué más te da que te vea o que no te vea? Ni que no nos conociéramos…”
Se quedó mudo por un segundo, descolocado. “A la mierda.” Se inclinó y se metió las dos rayas. No pude por menos de sonreír de medio lado cuando se incorporó de nuevo y se acercó a mí con cara de satisfacción.
“Al salón, enana” dijo, llevándome de la mano.
Nos sentamos, él vestido y yo desnuda, cada uno con un nuevo botellín de la mano. Encendí un cigarro.
“Jorge, ¿se puede saber a qué venía ese drama?”
“Tú no te drogas, y no te gusta. Lo hemos hablado más veces y eso me ha quedado claro”.
“¿Nunca te he contado por qué ni siquiera lo he probado?”
“No”.
“Mi ex tuvo su época yonki. No le tengo mucho cariño, pero sí que me acuerdo de hablar con él sobre el tema. ¿Sabes el único consejo que me dio?”
“Sorpréndeme”.
“Me dijo ‘no lo pruebes. Nunca. Tal y como eres tú, la coca te iba a encantar’. Me metió el miedo en el cuerpo, qué quieres que te diga. Cosa que pruebo, cosa que me engancha; mírame con el tabaco, o con los porros en su tiempo. No me gusta tener dependencias, por eso siempre he evitado juntarme con gente como tú. Me da miedo engancharme a cosas.”.
“Normal” Respondió con una sonrisilla. “A mí solo me has probado una vez y has vuelto sin dudarlo…”
Me reí, tosiendo espuma de cerveza.
“Chico, me gusta cómo follas. Y encima se puede hablar contigo, pues ya ni te cuento. Pocos planes se me ocurren mejores que una noche así”.
“¿Por qué eres tan sumisa conmigo?” Me preguntó.
“¿Es para tanto? Yo creo que no. Y no sé, no me he parado a analizarlo. Me sale así, y me gusta. No tener que llevar las riendas es liberador.”
“Yo creo que no es solo eso” dijo, dando una calada. “Te cambia la cara cuando te digo de hacer algo que no quieres hacer. Y ni protestas: lo haces. ¿Por qué?”
Di un trago a la cerveza y una calada al cigarro, para darme tiempo a pensar.
“No lo sé. Supongo que es porque me gusta ver qué pretendes, y si soy capaz de hacerlo. Además, cuando cedo y te hago caso te cambia la expresión, y eso mola. Te pone, lo veo, y eso me pone a mí. Soy un poco rara”.
“Para nada.” Respondió. “Yo no podría hacer lo que hago si viera que no lo disfrutas. Con Mónica no hago nada ni parecido”.
“¿Se espantaría?”
“Puf, seguro.”
“¿Y qué opina Mónica de tus vicios?”
“Ni lo sabe, ni lo sabrá. Está totalmente en contra de las drogas.”
“Pues ha elegido de puta madre, entonces” dije, riéndome. “Jorge, tío, no te enfades, pero no me digas que no es gracioso…”
“¿Gracioso? Te voy a dar a ti gracioso, asquerosa” Contestó, contagiado por mi buen humor. “Ábrete de piernas y espérame un minuto”
Se fue y volvió casi al instante, con un paquete en la mano.
“No tenía pensado usar esto hoy… pero sería una tontería dejarlo para otro día. Tú tienes novio, yo estoy empezando con Mónica… me arrepentiría de no habértelo dado si no podemos volvernos a ver”
Me gustaba la forma que tenía de tenerme pendiente de qué pasaba por su cabeza. Abrió la caja, y apareció un vibrador con forma de y.
“Tanto el vibrador como la máscara te los vas a quedar tú. Son tuyos, pero quiero usarlos contigo.”
“No pretenderás que me meta eso por el culo, ¿no?” dije, por toda respuesta. “Por detrás lo he hecho, y el 90% de las veces, duele. Y no solemos tener mucho tiempo como para andar perdiéndolo en dilatarlo lo suficiente, no merece la pena”.
“No quiero quedarme sin probar tu culo. Lo mejor de todo es que me lo vas a acabar pidiendo tú.”
“Frena, frena. Es mucho decir, ¿no te parece?”
“Ya me lo dirás. Por ahora, enciéndelo”
La verdad es que el cacharro intimidaba un poco. De una especie de silicona morada transparente, con un brazo con forma fálica y el otro como una ristra de bolitas, con una rosca negra en la base. La giré, y aquello empezó a vibrar.
“Póntelo en el clítoris.”
Obedecí. Así había acabado yo usando todos los vibradores que habían caído en mis manos… prefiero mil veces esa estimulación que metérmelo dentro. Jorge me miraba, de pie, enfrente de mí.
“Me encanta ver cómo te masturbas. Y a ti te gusta que te vea, guarrilla. Mírate… dando el espectáculo para poner cachondo a un traficante. ¿Te parece bonito?”
“Sí”
“Sí, dice. Menuda guarra estás hecha. Métete el vibrador por el coño y tócate con la otra mano, que yo lo vea. No cierres los ojos… mírame.”
Le hice caso. La verdad es que volvía a tenerla tiesa como un mástil… y me gustaba que me viera. Siempre he tenido una vena exhibicionista reprimida.
Jorge avanzó hacia mí y me quitó la mano del vibrador que tenía dentro, cambiándola por la suya y hundiéndolo un poco más en mi carne.
“Mira cómo estás. Hemos follado ya y sigues con unas ganas tremendas. Nos lo vamos a pasar muy bien tú y yo… necesitas a alguien que te sepa dar caña, y yo a alguien que me aguante el ritmo. Aunque si hago trampas, como ahora, te puedo acabar destrozando… no sonrías, puta, que sabes que es verdad. ¿O sonríes por eso? Te encanta la idea.”
“pues sí” Articulé con dificultad.
“Te voy a acabar destrozando” repitió, en voz baja. “Mañana no vas a poder moverte, y cada vez que te duela algo te vas a acordar de mí y te vas a poner cachonda. ¿Me vas a dejar?”
¿Cómo podría yo decir que no a eso?
Jorge comenzó a mover el vibrador. Dentro, fuera, dentro, fuera, cada vez más deprisa, más brusco. La verdad es que los brazos del vibrador eran bastante finos, no me suponía ningún problema.
“Aún no te voy a meter el otro lado por detrás. Pero sí por delante… quiero ver cómo ese coñito tuyo se traga todo el invento este.”
Y eso hizo. Y joder, qué diferencia. Cada vez que movía el trasto aquel me notaba más al borde del abismo. Ensartada y dada de sí, sudando, soportando acometidas cada vez más fuertes, desnuda viendo a Jorge totalmente vestido… el morbo de la situación me pudo y volví a tener un orgasmo.
“¿Te ha gustado?” Preguntó cuando volví a la tierra.
“Sí, claro.”
“Ya sabía yo… Anda, tráeme una cerveza y cógete tú otra, y si quieres come algo, que yo no tengo hambre. Hay comida en la nevera. No hemos acabado aún… pero tienes que coger fuerzas para aguantarme”
Serían las 9, o algo así. Aquella noche no nos echamos a dormir hasta las 5 de la mañana… Jorge era una bestia, y yo no sabía parar… me quedé dormida después del enésimo orgasmo, sin darme cuenta.
Cuatro reparadoras horas de sueño después, cogía mis cosas y salía a hurtadillas del piso. Mónica tenía pensado ir, y no quería que me encontrase allí… y Jorge tenía que descansar un poquito, que le iba a hacer falta.
Por el camino, luchando contra el sueño y las agujetas, iba dándole vueltas a la cabeza. ¿Por qué me gustaba tanto estar con Jorge? ¿Qué le hacía tan diferente de los anteriores? ¿Volvería a quedar con él? ¿Volveríamos a tener una noche tan… brutal?
“Ya he llegado a casa”, tecleé tras hora y media.
“Genial, pequeña. Mónica acaba de venir. Hablamos el lunes. Besos”
Pues nada, a esperar.