Sorpresa en la oficina
Para tener un buen trabajo, a veces hay que hacer cosas que nos gustan...
Me gradué como periodista hacía tan sólo dos meses atrás y me urgía conseguir dinero para poder sustentarme. Recibí una llamada del editor de una famosa revista en los Estados Unidos ofreciéndome una entrevista para trabajar como redactor en su departamento. Era la respuesta a mi enviado currículum vitae; no pude ocultar mi alegría. Empaqué mis pocas pertenencias, di una rápida llamada a mis padres de despedida y abordé el avión que me llevaría a cumplir mis metas.
Cuando bajé del avión vi una ciudad grande y llena de autos, con edificios por doquier y ni un árbol a la vista. Me alojé en un pequeño hotel cerca de la empresa a donde iba. Esperé con impaciencia a que llegara la hora de la cita y llegué hasta el edificio con mis mejores y más presentables ropas.
Soy un chico un poco alto, pelo rubio, ojos azules, delgado, piel clara.
Entré a la oficina nervioso, pero aparentando seguridad. La secretaria, una mujer elegante como de unos cuarenta años, cabello negro, muy buen cuerpo, me sonrió y me preguntó en qué me podía ayudar.
-Tengo una cita con el señor Mateu-le contesté de forma cordial y amable, pronunciando cada palabra con cuidado.-Mi nombre es Jonathan Carpenter.
La mujer me sonrió de forma sensual. Por debajo del escritorio pude ver sus piernas cruzándose. La miré a los ojos y le devolví la sonrisa.
-Puede sentarse, caballero-me dijo ella.-El señor Mateu lo atenderá en un momento.
-Muchas gracias-le respondí y me ubiqué en una silla frente a ella, pegada a la pared, sin dejar de mirarla.
El teléfono sonó, ella contestó, esperó un momento y colgó.
-Puede entrar por esa puerta-me señaló la que le quedaba a su mano derecha.
Me levanté, le volví a sonreír y abrí la puerta con timidez.
-Entre, por favor-me pidió un hombre joven, cabello negro, ojos marrones, varonil, elegante...
El señor Mateu me estrechó la mano y me indicó una butaca frente a su escritorio para que tomara asiento.
-Señor Carpenter, me alegra que pudiera venir a esta entrevista. Leí su currículum vitae y me sorprendió mucho. En poco tiempo logró adquirir experiencias valiosas y su promedio académico es grandioso. Recibí una increíble recomendación de parte de uno de sus ex jefes. Me gustaría que trabajara para mí redactando y corrigiendo los artículos de los periodistas investigativos. Su salario será muy bueno, vacaciones pagadas, domingos dobles, plan médico, celular y carro por cuenta de la compañía. ¿Qué dice? ¿Quiere firmar el contrato?
No lo podía creer. Tenía trabajo y ni siquiera tuve que sonreír demasiado.
En poco tiempo conseguí un pequeño apartamento cerca de la empresa en el cual me instalé con rapidez y muchísimo gusto.
El primer día de trabajo me presentaron a todos los empleados, me enseñaron las facilidades y me mostraron mi escritorio. Tendría como compañera de oficina a una mujer fina, exquisita, llevaba par de años trabajando como redactora para el departamento. Me simpatizó en el acto. Al poco tiempo de habernos conocido, la confianza acaparaba el ambiente de trabajo, aunque sentía una oleada de incomodidad cada vez que el señor Mateu entraba a la oficina para dirigirse a ella.
-Andrea, perdona mi atrevimiento, ¿acaso soy yo el que percibe algo sumamente extraño respecto al señor Mateu?
-Jonathan, eso es algo que no deberías volver a preguntar nunca-me contestó con seriedad y se volteó para seguir con su trabajo.
Esa idea me estuvo inquietando por algún tiempo y la respuesta de ella me intrigó aún más.
En la noche, después de que la mayoría de los empleados se habían ido, me dirigí a la oficina del señor Mateu para entregarle un artículo que acaba de corregir. Lo necesitaba para el próximo día. Me acerqué a los alrededores de la oficina cuando escuché unos gemidos que indicaban la acelerada agitación sexual de algunos individuos. Me asomé atrevidamente por el borde de la puerta y vi al señor Mateu follando a su secretaria sobre el escritorio, la misma que había conocido el primer día que llegué a la compañía. Por supuesto, permanecí ahí sin moverme, excitándome cada vez más, viendo como los pechos de la mujer se balanceaban con las embestidas y el pene del hombre entrar y salir de la humedecida vagina. El señor Mateu tenía la boca abierta y los ojos entrecerrados mientras sus manos aguantaban las grandes caderas de la mujer. Ella gritaba que siguiera, que no parara, que nadie la hacía sentirse como él.
-Eso es, mamita, ¿te gusta?-le preguntó él.
-Oh, sí, sí, papi, dale más duro...
Y él obedecía. El sudor bajaba por los brazos del hombre. Estaba a punto de venirse, al igual que yo. Permanecí de pie, mirándolos, y me restregué contra el muro de la puerta, mientras con la mano derecha me acariciaba el pene. Lamía mis labios imaginándome que era yo quien participaba de la relación. Ambos gritaron al unísono sin esperarme, yo aún seguía con mi erección. El hombre se puso de pie y pude ver su polla, de tamaño moderado, pero lo que realmente me impactaba era el cuerpo de la mujer: tenía unas caderas deleitables y unos senos apetitosos. Ella me gustaba. El señor Mateu se vistió y le sonrió. Empezaron a hablar en tono bajo y yo me fui por el pasillo directo a mi oficina con mi miembro erecto y desesperado. Cerré la puerta y me masturbé recordando lo que había presenciado.
Al día siguiente, cuando el señor Mateu se acercó a mí a preguntarme por el artículo corregido, lo primero que pensé fue en su polla y sonreí. "Aquí tiene", le dije. Él se fue complacido y me dejó solo con Andrea, quien me empezó a contar cosas de su hija. Esa misma tarde, el señor Mateu me encargó otro artículo acerca del comportamiento de los usuarios en los foros de las páginas de Internet. Era largo y como el día anterior, me quedé hasta tarde. Cuando terminé de corregirlo me dirigí a la oficina del editor esperando encontrarme el mismo espectáculo pornográfico del día anterior. Pero estaba ahí, recogiendo sus cosas, solo.
-Aquí tiene-le dije.
-Muchas gracias. Por cierto, el artículo que me entregaste estaba perfectamente escrito. Me parece que si sigues así, de vez en cuando te enviaré a cubrir algunas noticias en la calle. ¿Te gustaría?
-Por supuesto-le contesté sorprendido por su propuesta.
-Muy bien. Nos vemos en la mañana-me dijo mientras tomaba todas sus cosas y salía de la oficina.
Yo me dirigí a la mía, agarré mi portafolio, mi billetera, celular, llaves y para el ascensor. Cuando llegué al estacionamiento estaba casi vacío, exceptuando dos carros y uno de ellos que se movía de lado a lado. Me quedé atónito. Esperé dentro de mi vehículo para ver quien salía del auto, y mi sorpresa fue tan grande que la boca se me secó de tan abierta que la tenía: Andrea y el señor Mateu. Empecé a reírme. ¿Quién hubiera dicho que los editores no tenían sexo? Ella le dijo adiós con la mano, se montó en su carro y se fue. Luego él hizo lo mismo. Yo mantenía la luz de mi auto apagada y la cabeza baja, espiándolos. Esa noche casi no pude dormir.
La mañana siguiente, al llegar al trabajo, no sólo veía los senos de la secretaria, el pene del editor ni algo inimaginable de Andrea: veía como todos ellos se confabulaban para hacer del trabajo un área sexual. Tenía una mezcla de incomodidad y envidia, era muy injusto que él se las tirara a todas, yo quería. Decidí, a propósito, quedarme hasta tarde ese día para ver quien era la elegida para la ocasión. Esperé un rato al borde del pasillo mirando directamente hacia la puerta de la oficina del editor. Andrea entró con cuidado, mirando para todos lados sin ver realmente algo. Permanecí unos minutos hasta que vi a la secretaria de las caderas grandes entrar también: los pillaría teniendo relaciones y se formaría un escándalo. Pero no hubo gritos ni peleas ni nadie que saliera corriendo de la oficina.
Me acerqué y abrí levemente la puerta, agradeciendo que ésta no hizo ruido. La escena que vi sobrepasaba mis límites: la secretaria estaba arrodillada entre las piernas de Andrea, con su cabeza metida entre los muslos de ella, el editor tenía su pene en la boca de mi compañera de oficina y ésta gemía mientras le chupaba el miembro al señor Mateu. Estaban todos sobre el escritorio. Si las paredes hablaran... Él subía y bajaba las caderas penetrando la boca de ella. De pronto se levantó y la besó en la boca, introduciendo su lengua en ella. Le chupó un pezón, luego el otro. Andrea estaba convulsionando bajo el cuerpo de él, producto de sus caricias y de la lengua de la secretaria, que no dejaba de lamerla y besarla en sus partes íntimas. De pronto, ésta se detuvo y se puso de pie. Se quitó la ropa y dejó ver esos magníficos pechos y esas caderas que me llamaban. Se acercó al hombre abrazándolo por la espalada, pegando su sexo húmedo a él. El editor se acomodó entre las piernas de Andrea, de espalda a ella y aguantó a su secretaria por las caderas mientras la atraía hacia sí y la penetraba. La mujer gimió y se aguantó de los brazos de él. Andrea se pegó al editor y cada embestida suya le rozaban la vagina, además de las caricias que se brindaba: tocaba sus pechos, apretaba con los dedos sus pezones... Yo estaba a mil, mi pene quería salirse del pantalón, me pedía a gritos que lo dejara en libertad y le diera placer. Mi pobre y angustiado pene... Me empecé a acariciar deslizando las manos por mi cuerpo mientras con los ojos medio abiertos veía la irresistible escena que era la causa de mi placer.
El editor se salió del cuerpo de la mujer y la volteó para penetrarla por detrás. Esto me excitó aún más. La secretaria gritaba como loca y el hombre le acariciaba el clítoris con sus dedos. Ella no tardó en venirse... Se colocó detrás de mi compañera de oficina aguantando sus pechos mientras el señor Mateu insertaba la verga en la vagina de Andrea. Entonces era el turno de ella de gritar. Yo estaba tan caliente que me quemaba y me derretía. Empecé a mover mis caderas para adelante y para atrás, chocando levemente contra la pared, como si la penetrara. El hombre se vino casi en el acto. Gimió una vez y salió del cuerpo de ella. La secretaria se acercó, cubriendo la longitud de la mujer, y empezó a jugar con su jugosa vagina insertando los dedos y la lengua hasta que Andrea tuvo su orgasmo, que yo me imaginaba que no era el primero de la noche.
Permanecieron los tres ahí, tendidos y acurrucados sobre el escritorio cuando escuché la voz masculina de mi jefe:
-Puedes entrar Jonathan.
Permanecí helado, petrificado, sin moverme, el corazón se me detuvo.
El editor se puso de pie y se acercó a la puerta, pero yo me eché hacia atrás. Tenía el pantalón abierto, pero la verga guardada, por lo menos.
-¿Te gustó el espectáculo?-preguntó con tranquilidad.-¿Gozaste el de anoche? ¿El de anteayer?
Yo estaba sin aliento, tembloroso.
-Yo... es... este... no sé qué... qué decirle-dije tartamudeando.-Lo siento. No quise...
Él sonrió y miró mis pantalones.
-No debemos desperdiciar esa erección-me dijo. Luego me extendió la mano.-Llevamos siendo tres por mucho tiempo. Las chicas querían un juguete nuevo cuando tú apareciste. Ahora es mi turno de ser observador.
Le di la mano, dudando. Él entró conmigo a la oficina y me puso frente a ellas. Ambas se acercaron a mí y me desnudaron. No podía creer que iba a ser yo el que estuviera entre ellas. Acariciaron mi pecho, mis nalgas, mis brazos. La secretaria sonreía mientras veía mi verga hinchada mirarme, y de la punta salía un líquido transparente. Ella me besó ahogándome con su boca. Podía sentir el sabor de la otra, de Andrea, que en ese momento me acariciaba por todo el cuerpo. Volteé mi cabeza y observé al señor Mateu, acostado contra la pared, masturbarse con lentitud mientras sus ojos bajaban y subían por el cuerpo de las mujeres.
Agarré a la secretaria por la cintura y la penetré. Estaba muy excitado. Uno, dos, tres... La besé de nuevo, de la misma forma que ella había hecho conmigo... siete, ocho, nueve... Recorrí con mi lengua sus orejas, su cuello... quince y dieciséis, eyaculé dentro de ella. Me volteé a hacia Andrea, que esperaba pacientemente mi atención. La sostuve por la cabeza y la besé llevándola a rastras hasta la pared y la pegué contra ella. Vi de reojo cómo el editor nos observaba. Andrea estaba bien húmeda, lista y dispuesta para recibirme. Entré en ella un rato después de darle algunas caricias. Sentí al editor acercarse a nosotros y acomodarse detrás de mí, pero sólo la acarició a ella bajo mis brazos mientras yo la penetraba con más calma que a la secretaria. Se besaron y luego ella me besó a mí, pasándome los fluidos de él que se mezclaban con nuestras lenguas. Vi a mi lado a la secretaria abrazada a él, se arrullaban tiernamente en lo que yo acababa. Eyaculé después de algunas arremetidas y la sentí a ella temblar de bajo de mí. La secretaria besó a Andrea y luego me besó a mí. Así mismo sucedió con el editor: las besó a ambas.
Me alejé de la oficina con la mente en blanco. Fui a buscar mis cosas y cuando regresé, las mujeres se habían marchado y sólo estaba Mateu, agrupando unos papeles. Él me vio y me sonrió.
-No puedes decir ni una palabra de lo que sucedió aquí. Ahora tú también estás involucrado y si por alguna razón nos acusas, nosotros te acusaremos.
-No diré nada-le contesté.
Él se acercó a mí sonriendo.
-Ese aumento del que te hablé, considéralo como un hecho. Ganarás el doble de lo de ahora-me dijo saliendo de la oficina.
Yo empecé a caminar a su lado.
-¿Cómo supo que había espiado?-pregunté.
-Por las cámaras de vigilancia-me contestó sonriendo.
-¿Y que hay con el de guardia de seguridad?
-Vive conmigo-contestó mirándome.-Es mi primo, nada de amantes, si eso es lo que te imaginabas.
-No, por supuesto que no-contesté frunciendo la frente.-¿Ese aumento es por qué soy bueno en lo que hago o por lo que acaba de suceder?-le pregunté.
Él se detuvo, me miró y colocó una mano en mi hombro.
-Acabo de darme cuenta que no sólo eres bueno redactando sino haciendo muchas cosas más. Eres un muchacho con muchas habilidades y destrezas-dijo mirando mi pantalón.-Eso es algo que no dejo escapar.
Me sonrió de nuevo y siguió su camino por el pasillo hacia el auto mientras yo lo observaba alejándose de mí.