Sorpresa en el 15 aniversario
De regalo le preparé a mi mujer una encerrona que no olvidará fácilmente.
Era viernes. Nuestro 15 aniversario de matrimonio. 15 años de sexo sin ningún tipo de complejos, cada vez más intenso y más sabroso.
Llegué temprano a casa, me duché y acicalé para la ocasión.
Encima de su cama dejé perfectamente colocado el modelito que quería que se pusiese aquella noche. Una camisa blanca ajustada semitransparente, una minifalda negra, medias de rejilla fina negras con costura trasera, liguero, sujetador de media copa de encaje y botas de cuero negras de mosquetero por encima de la rodilla al más puro estilo Pretty Woman. Escribí una nota recordándole la importancia de vestirse para la ocasión. Encima de la nota deje un estuche con unas pinzas para pezones unidas por una cadena metálica, y la hora y dirección del restaurante donde le estaría esperando ansioso.
Reservé el restaurante romántico para cenar con una buena mesa en un reservado y llegué con antelación suficiente. Me aposté a una distancia prudencial desde donde podía divisar perfectamente la entrada del restaurante. Se retrasó 5 minutos, llegó en un taxi y descendió envuelta en una chaqueta de lana larga que no dejaba imaginar el modelito sexy que yo había escogido. Preguntó por la mesa y un camarero la acompañó al reservado. A los cinco minutos me llamó nerviosa e impaciente al móvil y no contesté. Cinco minutos más tarde entré en el restaurante y me dirigí al reservado. Nos dimos un beso y me preguntó a qué venía todo eso.
Le explique que quería celebrar el aniversario con una velada inolvidable. Le observé detenidamente para ver que había seguido mis instrucciones; pero vi que si bien se había puesto lo que le pedí, no llevaba la cadena. Me dijo que la tenía en el bolso y que no se la había puesto porque le parecía demasiado.
Cenamos a la luz de las velas y dimos cuenta de una botella de vino rosado espumoso que pronto haría su efecto. Tomamos el postre, café y unos licores que encendieron la mecha de lo que sería una noche muy caliente. Yo aprovechaba cualquier excusa para acercarme y rozarle, acariciar sus muslos y tocar su culo.
Me dijo que necesitaba ir al baño, a lo que le impuse una condición. Debía volver sin ropa interior y ponerse las pinzas para los pezones. Asintió a regañadientes con la condición de que yo hiciese lo mismo. Acepté. Regresé impaciente antes que ella que volvió completamente ruborizada, diciéndome que creía que se le notaba todo porque la camisa era muy ajustada. Le dije que estaba realmente fantástica. Yo estaba absolutamente excitado.
Salimos del restaurante y decidimos ir a tomar una copa a un pub cercano. A estas alturas debo confesaros dos cosas, una que ciertamente se le notaban los pezones duros como piedras y la segunda es que previamente en casa había aflojado un botón de su blusa y no faltaba mucho tiempo para que el sabotaje hiciese su efecto.
Nos sentamos en una mesita baja en la que al sentarse prácticamente dejaba al descubierto una visión de su autopista hacia el cielo. Se veían claramente las ligas que sujetaban las medias y a mi el bulto que iba a reventar mis pantalones. En uno de los achuchones que le di, saltó el bendito botón mostrando la mitad de sus tetas unidas por una cadena sin que ella se diese cuenta. La visión era realmente erótica. A estas alturas el bulto de mi pantalón era ya escandaloso ya que ella no dejaba de sobarme en cuanto podía. Ella fue al baño momento que aproveché para esconderle la chaqueta debajo del asiento. Cuando volvió me dijo que se le había saltado un botón y que se había quitado la cadena porque se le veía por el estote. Me preguntó por la chaqueta a lo que respondí que yo también había aprovechado par ir al baño así que no había visto nada.
Salimos con la intención de tomar otra copa y nos pilló un tremendo chaparrón que nos dejo empapados con la consecuencia lógica de la transparencia absoluta de su blusa. Nos metimos en el primer sitio que encontramos y que resultó ser una antro oscuro de ambiente indefinido puesto que se podían ver parejas de hombres, mujeres y grupos de parejas. Nos quedamos en la barra y un camarero se acerco albando la figura de mi mujer perfectamente detallada como consecuencia del agua, invitándonos a probar la copa especialidad de la casa y mi mujer a cambiarse la blusa, ofreciéndole la camiseta que vestían las camareras. Era una fina camiseta de tiras de la talla pequeña. Teniendo en cuenta que tiene una talla 105 de pecho y que no llevaba sujetador, tengo que admitir que todavía estaba más cachonda. Imaginaos la postal, minifalda negra, botas altas y camiseta de tiras. De hecho cuando volvía de la trasera un calvo que estaba en la barra le dio un pellizco en el culo pidiéndole u wiskie. Decidimos volver a casa bajo la lluvia; lo que hizo que nuevamente aquella escueta camiseta dibujase con detalle cada centímetro de su pecho así como mi pantalón de lino leía todo el perfil de mi empalmada polla.
No pude resistir más y agarrándola del brazo la metí en un portal de camino casa y apoyándola en la pared de mármol subí la empapada camiseta mordiendo con ansía sus duros pezones. Desabroché mi bragueta dejando saltar de golpe mi tranca que encontró con facilidad el camino hacía sus humedo coño. Clavé mis zarpas en sus nalgas y de un brinco se clavó mi estaca hasta los mismísimos huevos, comenzando una galopada de más de diez minutos en los que me corrí dos veces como en los mejores tiempos. Se recompuso como pudo y escurriendo chorros de semen entre sus piernas llegamos a casa.
Nos dimos una ducha retirando los restos de la cabalgada y ella se agachó en la ducha para hacerme una mamada como solo ella sabe hacer has que mi rabo recobró todo su esplendor, la enganché por la cintura poniéndola de cara a la pared. Unté con abundante gel la punta de mi polla y la introduje lentamente en su culo a lo que ella respondió dibujando unos círculos perfectos con su precioso culo para incrementar el ritmo con unas sacudidas que me pegaron mi espalda contra la pared de la ducha retirándose bruscamente y agachándose me clavó un dedo en el culo haciéndome explotar de placer para recoger el fruto de mi corrida en sus pechos, lamiendo hasta la última gota que compartió conmigo en un profundo beso.
Nos acostamos y soñamos con lo que pueden ser los próximos 15 años.