Sorpresa con papá, 6
Gay Filial. Abrí la boca y dejé que me introdujera todo el falote. Me sentí en el paraíso. Ningún otro hombre me haría sentir nunca lo que me hacía sentir mi padre. Ninguna otra polla podía calmar mi apetito. Estaba condenado y era delicioso.
Llamé a la puerta y esperé. Llevaba una botella de vino y estaba muy nervioso. Abrió Jaume.
Llegas tarde - susurró. Él también parecía nervioso.
¿Y papá? - pregunté.
En el baño. Escucha. Se me han ocurrido algunas mamonadas.
Miedo me das.
He conectado las cámaras de tu padre. Durante la cena di que tienes que hacer una llamada o algo y métete en su habitación. Podrás ver lo que le hago por el ordenador.
No me dio tiempo a preguntar qué pensaba hacerle durante la cena. Papá salió del baño.
Fue extraño volver a verlo, volver a su casa después de meses sin pisarla, volver a sentir su cercanía. Cuando nos dimos dos besos su mano apretó mi brazo con intensidad, como si intentara decirme sólo con un gesto cuánto lo sentía.
- ¿Qué hay para cenar? - dije.
La cocina no parecía haber sido usada y la mesa no estaba puesta.
Papá me cogió el vino de las manos y me contestó que traerían la cena de un restaurante. Que Jaume se había empeñado.
- Preparan la cena pero no sirven a domicilio. Yo voy a ir a buscarla - añadió Jaume.
Vale. Era otra de las mamonadas que se le habían ocurrido para la velada. Darme algunos minutos a solas con papá.
Papá me pasó una cerveza. Jaume miró la hora en el móvil.
Qué raro que no hayan llamado todavía.
Ve bajando, ya debe estar casi lista.
No. Esperaré a que llamen. Si no, luego me tendrán ahí esperando dos horas como un imbécil.
Jaume se dejó caer en el sillón. Al parecer el Jaume angelito y el Jaume demonio no se ponían de acuerdo sobre la línea de acción que debía seguir el Jaume grande. Quería dejarme un rato a solas con papá pero no demasiado rato. Lo comprendía perfectamente.
Jaume cogió su iPad de la mesa de centro y se puso a jugar a algo. No reconocí el juego por la musiquilla.
Jorge me ha dicho que a veces utilizas sus servicios -dejó caer mi padre. -Y tan a menudo que está pensando empezar a cobrarte.
¿Conoces a Jorge? -pregunté, estupefacto.
Hijo, nos conocemos todos.
No supe si se refería a todos los profesores o a todos los maricones.
Bueno... Es un buen psicólogo. Sabe escuchar - me defendí.
No me cabe la menor duda.
El tono de papá me dio a entender que sabía perfectamente lo que hacía con Jorge y que estaba celoso. Me pregunté hasta donde le habría contado el muy cabrón.
¿Sabía mi padre que acudía a Jorge porque me recordaba a él? ¿Que me descargaba lefadas casi a diario mientras me abofeteaba o me aplastaba la cabeza contra el diván? ¿Se imaginaría que era culpa suya?
Para cortar tan incómoda conversación me senté junto a Jaume y me interesé por su iPad.
Estoy pensando en comprarme uno pero no sé si será tirar el dinero.
Cómpratelo - dijo Jaume, tajante.
Pero es que todo lo que pueda hacer con el iPad ya lo hago con el iPhone.
Para nada. El iPhone no sustituye al portátil, ¿a que no? Pero con el iPad no volverás a usar tu portátil.
Pues entonces no me lo compro. Me gusta usar mi portátil. Le tengo cariño.
Tecnología obsoleta. Como grabar una peli en un DVD en vez de usar un Pen.
Hay mucha gente que aún funciona con DVDs.
Claro. La uni está llena de dinosaurios.
No sé si papá se sintió aludido pero nos interrumpió de muy mala hostia.
Jaume, ve a por la puta cena ya.
Coño- dijo Jaume pegando un bote. - Ya voy, ya voy.
Tardó como diez minutos en prepararse para salir. Papá lo seguía con la mirada, enfurruñado.
- Bueno, me voy. No tardo. Sed buenos.
En cuanto Jaume desapareció tras la puerta papá dio tres zancadas y me plantó un besazo en los morros. Me derretí. Estaba aturdido pero, feliz, me dejé hacer.
- Dios, te he echado de menos, Max. No sabes cuánto te he echado de menos - dijo papá, despeinándome con unas manos que no podía mantener quietas.
La llave giró en el paño y la puerta se abrió casi al instante. Nos separamos acojonados. El cabrón de Jaume cruzó el salón murmurando que no llevaba dinero. Echó una mirada a mi pelo alborotado y me encogí de hombros. Aunque había sido idea suya no parecía hacerle ni puta gracia que me enrollase con papá.
Papá, por cierto, se había metido en la cocina y se estaba bebiendo una lata de medio litro de cerveza del tirón.
- Me voy - dijo Jaume de nuevo. - Enseguida estoy aquí. No tardo nada. Ya casi he vuelto - añadió, bastante quemado.
Cuando cerró la puerta por segunda vez mi padre me arrastró al sillón, me hizo sentarme y se sacó la pollaca. No llevaba calzoncillos, lo cual era un peligro con una morcilla tan babosa como la suya.
Abrí la boca y dejé que me introdujera todo el falote. Me sentí en el paraíso. Ningún otro hombre me haría sentir nunca lo que me hacía sentir mi padre. Ninguna otra polla podía calmar mi apetito. Estaba condenado y era delicioso. La necesidad de sentir su rabote entre mis labios, colmándome toda la boca, me llevó a la locura y empecé a comer rabo como un desquiciado. Empapé de saliva los pantalones de papá, completamente enajenado. Me atraganté un par de veces cuando alcanzó todo el tamaño. Papá, en lugar de darme tregua me aguantaba la cabeza contra sus cojones cuando veía que me estaba ahogando, quizá en venganza por haberle sido infiel con el manubrio del psicólogo.
- Traga, cabrón - decía.- Toda dentro. Asiiii. Chupa bien. Lo estabas deseando. Come polla. Come polla.
Yo obedecía, vaya si obedecía.
Los huevazos de papá me golpeaban la barbilla. Yo no podía respirar pero no me importaba. Cogía una buena bocanada de aire cuando ya no podía más y seguía babeándole el cipote.
- Ufffff, qué boca tienes, cabrón. Traga rabo. Así. Mmmm, síííííí. Así. Qué bueno. Qué bueno. Ahí... ahí... Sííííííí. Ahógate de raboooooo. ¿Te gusta el falote de papá?
¿Que si me gustaba? Estaba en la gloria. La pollaca de papá estaba soltando más baba que nunca. No recordaba una mamada más rica. Me volvía loco el sabor de su precum.
Me parecía que sólo llevaba unos minutos tragando falote pero debían haber pasado muchos más porque la puerta volvió a abrirse y Jaume apareció con la cena.
Papá soltó una imprecación y salió al balcón mientras trataba de guardarse el rabote empapado. Yo cogí el iPad de Jaume y crucé una pierna por encima de la otra en un gesto que pretendía ser casual. Estaba super empalmao.
La cara de Jaume era un poema. Se veía a kilómetros que se había arrepentido de su plan.
Sin embargo diez minutos después estábamos cenando como si no hubiese pasado nada.
Hay que reconocer a Jaume el mérito de continuar con el plan a pesar de que lo estaban matando los celos. Cuando estábamos acabando la cena aprovechó un despiste de papá para recordarme que debía retirarme.
Papá, tengo que hacer una llamada importante -aventuré. - ¿Puedo ir a tu cuarto?
Claro. Y si no, sal al balcón. No hace ningún frío.
Hice como que no había escuchado lo último, me metí en su habitación y cerré la puerta.
Me quedé durante unos minutos mirando el móvil, preguntándome a quién debía llamar. Después recordé que el motivo de todo aquello era espiar a Jaume y a papá a través del ordenador.
En realidad no me apetecía. Yo no quería ver cómo Jaume le metía mano, lo calentaba o preparaba el terreno para hacer un trío. Yo no quería hacer un trío. Yo quería tener a mi padre sólo para mí. Comprendí que había cometido un error acudiendo allí aquella noche. Tenía que largarme cuanto antes.
Decidí aprovechar la escena sexual que iba a desarrollar Jaume para hacerme el ofendido y salir de allí por patas.
Empecé a dar vueltas por la habitación para hacer algo de tiempo.
Empecé a preguntarme qué sucedería si le decía a papá que me había encontrado a su novio en el Yuppiey y que me había confesado que le ponía los cuernos sistemáticamente. ¿Conseguiría que lo dejara?
Sabía que yo no sería capaz de hacer algo así, pero mi necesidad de Raúl no me dejaba pensar con claridad.
Y de pronto lo ví claro. Ya no era sólo papá. Era Raúl. Era mi padre pero también era el hombre al que amaba. Me sentía perfectamente capaz de declararle mi amor, de proponerle vivir juntos, de ser su novio, su compañero, su pareja, además de lo que ya era y no podía dejar de ser: su hijo.
¿Me había vuelto loco? ¿En realidad pensaba que podía suceder algo así?
Además... ¿No le había planteado ya algo parecido a papá hacía cuatro meses?
¿Y acaso no había elegido entonces a Jaume?
El recuerdo de aquello me hizo enfurecer. Recordé sus promesas. Jaume un día desaparecía pero yo sería siempre su hijo, y haríamos aquello que nos hiciera felices a ambos. Pero yo no era feliz. Me pasaba los días y las noches pensando en papá y en su rabote, buscando en otros hombres, en infinidad de hombres, lo que él no me daba.
Papá no había cumplido su palabra. Y aunque lo hubiera hecho no me habría bastado. No podía compartirlo con nadie. Lo amaba y lo quería sólo para mí.
El problema no tenía solución. Mi única opción era desaparecer, alejarme de papá y... quizá buscar ayuda.
Derrotado me senté en la silla, frente al escrito de papá, y al dejar caer las manos sobre él moví el ratón. El monitor cobró vida entonces.
Jaume estaba besando a papá.
La cámara tenía una definición formidable. No sólo pude ver perfectamente cómo se besaban. También pude ver que Jaume estaba llorando.
Después Jaume se alejó de papá y ví cómo recogía el iPad y lo metía en su bolsa. Luego salió de plano.
Unos minutos después escuché la puerta de la calle.
Papá seguía sentado inmóvil a la mesa, con expresión pensativa.
Apagué el ordenador y salí de la habitación.
¿Qué ha pasado? -pregunté.
He cortado con él -contestó papá.
¿Por qué?
¿No es evidente?
Negué con la cabeza.
- Porque quiero estar contigo, Max. Sólo contigo.
Han pasado cerca de diez meses de aquello y es también el tiempo que llevamos juntos, como pareja.
En este tiempo he aprendido a vivir más y a preocuparme menos por el qué dirán.
Tengo la suerte de haber encontrado a quién amar, y tengo la suerte de que el vínculo que nos une es el más fuerte que puede haber, el de dos amantes que además... son padre e hijo.
Fin.
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