Sorpresa con papá

Temática gay filial. Fragmento: Después mi padre se desabrochó la correa y el botón del pantalón y yo comencé a ponerme nervioso. - ¿Te da vergüenza? -preguntó papá, con una sonrisa. - Puedes darte la vuelta, si no quieres que te vea la polla.

Hola. Me llamo Max, tengo 26 años y soy profesor de Ciencias de la Comunicación en la Universidad de las Islas Baleares. Lo que voy a narrar ocurrió hace un año. Yo estaba pasando unos días en casa de mi padre porque acababa de separarse de su segunda esposa y estaba bastante deprimido. Mi padre tiene 49, se llama Raul y es también profesor en la misma Universidad, aunque en otro edificio. Él da clases de lengua de primer curso de lo que antes era magisterio. Como decía, estaba pasando unos días en su casa. Los viernes mi padre solía quedar con otros profesores de la UIB. Era un grupo bien avenido, cuatro hombres y dos mujeres, y desde hacía años cenaban cada viernes en casa de uno de los seis. Aquel viernes le tocaba a mi padre preparar la cena. Yo conocía a sus amigos solo de vista, de cruzarme con ellos en alguna cafetería o comedor de la universidad, y soy bastante tímido, así que no me apetecía quedarme a cenar con ellos. Pero mi padre insistió y no me quedó más remedio. Al fin y al cabo estaba depre.

Preparamos la cena entre los dos. La cocina es muy espaciosa, nada de agobios, así que había suficiente sitio para poder maniobrar sin apenas rozarnos. Pero durante la preparación de cada uno de los platos mi padre me tocó mucho más de lo que podría considerarse normal. Pensé que necesitaba afecto, contacto físico, que era natural. Nunca hemos sido muy afectuosos en mi familia, lo de dar abrazos no iba con nosotros, y al principio la proximidad de papá me incomodó bastante. Pero conforme pasaba la tarde me fui acostumbrando a sus roces y he de decir que cuando por fin terminamos de preparar la cena me sentí un poco contrariado de que se hubiera acabado.

  • Vaya, qué tarde se ha hecho -dijo mi padre mirando el reloj. - Están al caer. No nos va a dar tiempo de ducharnos.

  • Hazlo tú, a mí no me hace falta.

En realidad me había manchado la ropa con la harina de los rebozados y aunque no me duchara tendría que cambiarme. Mi padre me miró de arriba a abajo y me propuso:

  • Vamos a ducharnos juntos. Tú necesitas esa ducha tanto como yo. Podemos estar vestidos en quince minutos, para cuando llegue el primero.

Su propuesta me desconcertó. Nunca me había duchado con mi padre, ni siquiera cuando era un niño. De hecho no recordaba haberlo visto nunca desnudo. Sin embargo la idea, no sé porqué, me sedujo. En vez de inventarme una excusa lo seguí dócilmente al cuarto de baño.

Papá se quitó camisa y camiseta y yo lo imité. Por un momento nos quedamos mirando ambos el torso desnudo del otro. Papá es moreno de piel y tiene muchísimo vello, le hace caracolillos en el pecho. Yo soy mucho menos peludo.

Después mi padre se desabrochó la correa y el botón del pantalón y yo comencé a ponerme nervioso.

  • ¿Te da vergüenza? -preguntó papá, con una sonrisa. - Puedes darte la vuelta, si no quieres que te vea la polla.

Iba a contestar que lo que me daba vergüenza no era que me viera la polla sino verle a él la suya cuando me di cuenta de que jamás había escuchado a mi padre decir la palabra polla. Era más típico de él decir "tus partes" o algo de ese estilo, mucho más inocuo.

En vez de ponerme a discutir sobre lo que me incomodaba o dejaba de hacerlo decidí ser más práctico y me desnudé tal como estaba, delante de él.

Papá también acabó de hacerlo. Cuando estuvimos completamente desnudos nos quedamos de nuevo quietos, contemplando el cuerpo del otro en silencio.

Aunque no quería que papá pensase que tenía un interés especial en su miembro lo cierto es que fui incapaz de apartar los ojos de él. Tenía una vergajo formidable, asombrosamente grande para estar en estado de reposo, y unos huevos grandotes y oscuros que le colgaban bastante. Mi padre estaba muy bien dotado, al parecer.

Por un momento tuve el extraño impulso de arrodillarme, meter la nariz entre sus huevos y aspirar profundamente ese olor a macho pero la extraña idea desapareció como había llegado.

Papá se metió en la ducha y yo lo seguí.

Mientras él abría el grifo y esperaba a que cogiera la temperatura adecuada antes de cambiarla a la alcachofa, yo, a su espalda, me magreé la polla. Me había puesto tan nervioso que el pene se me había escondido y me daba cosa que mi padre pensara que la tenía pequeña cuando no es cierto. Para cuando el agua estuvo a punto yo ya había conseguido que mi polla estuviera morcillona y saludable, lo cual no me dejaría en mal lugar delante de un papá tan bien dotado.

Papá se dio la vuelta, quedando frente a mí, y manejando la alcachofa empezó a echarme el agua por la cabeza. Me di cuenta de que en determinado momento se fijó en mi polla y me pareció que sonrió con aprobación. Por algún motivo me parecía importante que mi padre tuviera buena impresión de mi tamaño.

Mientras me regaba entero manejando diestramente el cabezal de la ducha sentí calor en mis piernas y al mirar vi que mi padre me las estaba regando con su propio cabezal.

  • Papá, ¿me estás meando? -dije, con un deje histérico.

  • Se ahorra agua meando en la ducha. ¿No lo sabías?

No supe qué contestar. Me quedé mirando como miccionaba y como el amarillo se iba poco a poco por el desagüe mezclado con el agua.

  • No te preocupes, te voy a dejar bien limpio.

Yo estaba alarmándome porque la polla se me había empezado a poner dura al darme cuenta de que papá me estaba meando encima. Menos mal que me pasó la alcachofa y se dio la vuelta para coger el champú.

Le eché ahora yo el agua a él mientras intentaba pensar en monjas muertas para no ponerme en evidencia.

Él empezó a frotarse con viveza el cabello con champú, luego cogió la botella del gel y empezó a enjabonarse todo él mientras yo volvía a echarme agua a mí mismo para no enfriarme.

Cuando mi padre terminó de enjabonarse me quitó la alcachofa pero en vez de aclararse el jabón cerró el agua. Después cogió la botella de champú, se puso un poco en la palma de la mano y empezó a lavarme el pelo. Yo cerré los ojos y me dejé hacer.

Cuando cambió al gel lo sentí muy frío. Me enjabonó las axilas, el pecho, los brazos, las manos... Sus manos grandes y suaves recorrían mi piel y me producían sensaciones de lo más placenteras. Mi polla empezó a empalmarse sin remedio. Yo permanecí con los ojos cerrados, avergonzado pero incapaz de esconderme en ninguna parte.

Papá se había agachado y me enjabonaba ahora los gemelos y luego los tobillos y los pies. Había saltado la zona genital, la cual supuse me dejaría para mí, pero era imposible que no se hubiera percatado de mi erección. A esas alturas tenía la polla completamente enhiesta.

Después todo se precipitó.

Sentí un escalofrío cuando sus manos empezaron a enjabonarme los huevos. Después se cerraron llenas de gel sobre mi verga y lo que al principio era un enjabonamiento se convirtió en un pajote en toda regla.

Casi sin darme cuenta me giré un poco para que papá pudiera pajearme a gusto con la mano derecha. Me estremecí cuando sentí los dedos de su mano izquierda llenos de gel en el orto. Me pajeaba con una mano y me daba placer en el ojal con la otra. Yo estaba en la gloria y permanecía aún con los ojos cerrados. Mi padre se pegó a mí y sentí su descomunal vergajo contra mi cadera. Oía y sentía su respiración en mi oreja y era plenamente consciente de cada centímetro de su vergajo sobre mi piel.

Sus manos aceleraron el ritmo, yo empecé a moverme adelante y atrás con su cadencia, él se pegó más a mí. Sentía su boca respirando tan cerca... Sin saber muy bien qué hacía giré la cabeza y mis labios rozaron los suyos. Y ahí me invadió la locura. Nuestras lenguas se fundieron, le comí la boca con un ansia brutal mientras sus manos me llevaban rápidamente al orgasmo más increíble de mi vida.

Sentí que perdía las fuerzas mientras los trallazos de lefa escapaban de mi verga y se mezclaban con el jabón de su mano. Seguí comiéndole la boca a papá mucho después de haberme corrido.

Después papá abrió el agua y acabamos de ducharnos sin intercambiar palabra.

Yo esquivaba su mirada, no sé muy bien por qué.

Salimos de la ducha. Papá me pasó una toalla y nos secamos los dos en silencio.

Por fin me atreví a mirarlo a los ojos. Él me sonrió con amor. Pero también con algo más. El tío seguía muy cachondo.

  • ¿Me das un abrazo? -le pedí, descubriendo que eso era lo que más me apetecía en el mundo.

Papá abrió los brazos y me dejé envolver por él. Aunque podría haber sido una demostración de afecto sin más intenciones estábamos desnudos y su polla estaba tiesa.

  • Tú no te has corrido -dije, comprobando que no era tan difícil hablar con normalidad pese a lo que habíamos hecho.

  • No pasa nada. Están a punto de llegar todos.

Hizo amago de salir del baño pero tiré de él y le hice sentarse en el water. Después puse la toalla en el suelo, me arrodillé y me metí sin dilación el vergajo de papá en la boca.

  • Ohh -dijo él. -Mmm.

Empecé a trempar otra vez instantáneamente. Jamás se me hubiera ocurrido que podría ser tan excitante tener una polla llenándome la boca, aunque quizá lo de que fuera la polla del hombre que me había engendrado le añadía un plus de morbo.

  • Oh, siiiiii.

Las manos de mi padre se posaron sobre mi cabeza y de pronto hicieron presión ensartándome de polla. Sus inmensos cojones me rozaron la barbilla. Su rabo se endureció dentro de mis carrillos. Mantuvo la presión. Yo aguanté la respiración, sintiendo una felicidad extrema teniendo aquel falo descomunal incrustado hasta la garganta.

Después aflojó la presión y mientras yo retiraba un poco la cabeza y su verga hacía el recorrido inverso sobre mi lengua saboreé el chorro de precum que iba soltando.

El chorro parecía inagotable. Después de unos cuantos movimientos que me descubrieron que me gustaba mucho mamarla me la saqué de la boca para decirle a papá:

  • Quiero que te corras en mi boca.

  • ¿Estás seguro? Soy muy lefero.

Oírle decir esas cosas me ponía muy caliente.

  • Échamela toda -lo animé.

Lo siguiente fue centrarme en mamarle el capullo. Mientras con una mano que abarcaba sus cojones peludos le acariciaba el escroto mis labios le hacían un traje de saliba al glande de papá que de rato en rato me regalaba con un chorro de precum. Papá movía las piernas abriéndolas y cerrándolas un poco, lo que le permitía mi cuerpo amorrado a su tranca.

  • Oh, Diooooos, qué bueno -decía de vez en cuando. - Dios, qué boca. Qué boca.

Sin dejar de mamar subí las manos esta vez por su pecho y enredé mis dedos en su vello. Después, le acaricié la cara.

Al rozar sus labios con mis dedos sentí la necesidad de besarlo. Me incorporé y mientras le pajeaba con mi propia y abundante saliba le comí la boca. Papá se estremecía de placer bajo mis atenciones. Tras chuparle los labios y la lengua a placer volví a ocuparme de su rabazo. Él se recostó un poco sobre el water para dejar libre el culo y mientras yo le mamaba el vergajo con empeño me pidió que le metiera un dedo por el orto. La petición me abrió nuevas posibilidades. Mientras le llenaba el agujero de saliba me di cuenta de que aún no le había chupado los huevazos. Me metí un cojón en la boca y mi propio rabo dio un respingo de puro placer. Cada nueva cosa que le hacía a papá me resultaba más electrizante que la anterior. Me encantaba la textura de aquellos cojones peludos y ahora mojados contra mi piel, cómo se movían, primero un huevo y luego el otro, sobre mis labios y lengua. La verdad es que no me cabían en la boca y eso me ponía mucho más caliente.

De ahí pasé a comerle el ojal y entonces mi padre se deshizo de gusto. Aunque a mí me gustaba que se despatarrara sentado en el water y que sus huevazos me cubrieran la mejilla mientras intentaba llegarle con la lengua al agujero al final, por comodidad, se acabó poniendo de pie. Le abrí las cachas y metí la cara buscando con la lengua comerle bien el orto.

Empezó a hacerse un pajote todo frenético mientras yo le comía ahora el culo ahora los huevos y cuando vi que se estaba acelerando le hice volver a sentarse, no se fuera a correr fuera de mis labios.

Me llené el dedo corazón de saliba y mientras me volvía a meter su tremendo pollón en la boquita le fui incando el dedo por el culo hasta dejárselo bien adentro.

Después mamé como un cabrón, disfrutando de toda esa carne y del líquido que iba soltando mientras me follaba su culo con el dedo.

A mi padre se le iba la cabeza. Empezó a subir la voz y a decir que no parara, que se iba a correr. Seguro que se oía desde fuera de la casa.

Mientras tragaba falo a dos carrillos y le metía dedo a toda máquina me empecé a pajear frenéticamente con la otra mano. Quería correrme a la vez que él, echar la leche cuando me atiborrara la boca entera de lefa.

El movimiento fue in crescendo, al igual que los bramidos de papá. Su tranca se endurecía más y más entre mis labios, sentía sus venas llenas. Era desquiciante. Le estaba comiendo la polla a mi padre y no solo me gustaba. Era lo más excitante que había hecho en toda mi vida. Los labios me temblaban del placer que me producía tener aquella cosa colmándome toda la boca.

  • Oh, ohhhhh,  me voy a correr -gritó papá. - Sigue, sigueeeeeee.

Sus gritos me pusieron a cien. Otro chorreón de su precum le dio sabor a mi mamada. Le metí el dedo por el culo más despacio y más profundo y tragué polla como un condenado, más adentro, más adentro, mientras mi padre se tensaba.

  • Oh, me corro, me corroooooooo.

Su rabo se endureció como si fuese a explotar y de hecho lo hizo. Con el primer trallazo de su lefada en mi garganta me dejé ir y comencé a correrme yo también entre espasmos de incontrolable placer. Nos corríamos simultaneamente y era delicioso recibir su leche caliente dentro de mis morros mientras liberaba la mía en una corrida fenomenal.

Pensé en tragarme su leche (sí que era lefero el cabrón) pero pensé que a papá le gustaría ver mi boca llena de su lefa. Así que seguí mamando dejando que algo de leche fuera escapando de mi boca llena y le bajara por los enormes cojones.

Entonces... llamaron a la puerta.