Sorpresa con papá, 2

Temática gay filial. Continúan las aventuras de Max y su padre, ambos profesores de Universidad en las Islas Baleares.

Aquella noche, después de la cena, cuando todo el mundo ya se hubo marchado (los amigos de papá resultaron ser encantadores), papá y yo nos sentamos en el sofá con una copa.

-Papá -le dije tras una intrascendente charla sobre nuestro trabajo en la Universidad. - Sobre lo que pasó antes...

  • ¿En la ducha?

  • En la ducha y fuera de ella.

  • ¿Te arrepientes?

  • ¡No! Qué va. De hecho estaba deseando que se fueran todos para seguir. Si te parece bien.

Mi padre sonrió de oreja a oreja.

  • ¿Quieres que vayamos a la cama?

  • No, aquí estamos bien. Pero me está sobrando la ropa.

Mientras volvíamos a desnudarnos le pregunté si había estado con muchos hombres. Papá pareció preguntarse hasta dónde debía contarme. Finalmente me hizo la misma pregunta a mí para evitar darme una respuesta.

  • ¿Yo? Jamás había hecho nada parecido - contesté.

  • Pues nadie lo diría por como me has comido antes la polla.

  • En serio, papá. ¿Tienes mucha experiencia con hombres?

  • Bueno... Podríamos decir que he estado con más hombres que con mujeres.

  • ¿Ah, sí?

  • En proporción diez a uno.

  • Joder.

Que yo supiera papá había estado, como poco, con tres mujeres en su vida, así que por lo menos se había follado a treinta tíos. La idea de imaginármelo en faena con otro hombre me la puso dura. Papá me besó dulcemente y luego dijo:

  • Tú pareces muy cómodo con la idea de mamarle el rabo a tu padre para ser un novato.

  • Pues es la verdad.

  • ¿Nunca has fantaseado con la idea?

  • Jamás. Acostarme contigo no era una de mis fantasías de adolescente. Y he visto porno gay por curiosidad pero no me ha llamado nunca la atención.

  • Pero yo te pongo.

  • Sí. Como una moto.

  • Te voy a convertir en un mariconazo, hijo.

  • A lo mejor era algo latente.

Nos habíamos quitado ya toda la ropa. Recosté la cabeza sobre su pecho desnudo, cogí su polla morcillona y me metí su delicioso glande en la boca. Era todo lo que necesitaba para ser feliz. Papá me acarició el cabello y suspiró.

  • Pues yo sí había fantaseado con que me hicieras precisamente esto, hijo.

Apreté el tronco de su verga que se endurecía poco a poco y tiré hacia arriba hasta cubrir de piel el gordo glande del rabote de papá. Después introduje la lengua en los pliegues que hacía la piel, chupando el prepucio y recogiendo y saboreando el delicioso precum que volvía a brotar como lo había hecho unas horas antes.

  • Tienes una polla super babosa, papá. Me encanta.

Papá volvió a suspirar. Yo seguí ensalivando la cabezota de su verga que seguía creciendo en mis manos y boca. Metí luego la nariz en los pliegues de piel llenos de mi saliva y su precum y aspiré profundamente. Sentí que si había un cielo debía parecerse bastante a aquello. Pensé que podía quedarme a vivir allí, amorrado al falote baboso y lefero de papá.

  • ¿Te acuerdas cuando tenías diecinueve o veinte años y me pedías las llaves para venir a follarte a Susana?

Me saqué el pollón de papá de la boca para poder mirarlo a la cara.

  • Nunca te dije que quisiéramos follar en tu casa. Veníamos a ver películas del Plus.

  • Y una mierda. Veníais a follar.

  • ¿Cómo lo sabes? ¿Dejamos alguna vez evidencias?

  • Tenía cámaras. Aquí y en tu habitación.

  • ¿Qué dices? - mi padre era más cerdo de lo que me había imaginado. - Explícame eso.

Volví a amorrarme a su vergajo mientras escuchaba atentamente.

  • No hay mucho que explicar. Cuando empezaste a venir con Susana los días que Marina y yo no estábamos me imaginé que usarías mi casa como picadero. Entonces compartías piso con aquellos  dos amigos tuyos, que por cierto, el alto tenía un polvazo. Imaginé que nunca teníais intimidad Susana y tú con tus amigos y sus propios ligues en ese pisito y que por eso la traías aquí. Solo de imaginar que te la follabas en mi sillón me ponía burro. Así que instalé unas cámaras de forma discreta y me grababa vuestros polvos. Joder, que bien la chupas, hijo de puta.

Asentí en agradecimiento con la boca llena de carne.

  • Después me hacía unos pajotes brutales con vuestras folladas. Me encantaba ver moverse tu culo sudoroso en las arremetidas, y esas mamadas que te hacía Susana eran la hostia. Soñaba con disfrutar de tu cuerpo como lo hacía ella. Tenía que contentarme con los vídeos y los pajotes, y con los sueños en los que podía estar con mi hijo hetero. Por eso no te imaginas lo que significa para mí tenerte ahora mismo enchufado a mi cipote. He soñado con esto durante años.

Un buen chorro de precum lubricó aún más mi mamada. Dios, era un vicio mamar una pollaca así. Me preguntaba cómo había pasado toda mi vida sin probar algo tan bueno.

Papá guardó silencio un rato, limitándose a disfrutar de mi boca.

Yo estaba encantado de poder hacerle feliz. Me encantaba magrearle esos enormes cojones mientras mamaba sin parar, completamente entregado. Pronto mi saliva acabó empapando sus huevotes.

Mientras se la mamaba papá me acariciaba la espalda, los brazos, o llevaba la mano a mi trasero y la metía de lado a lo largo de la raja de mi culo.

En un momento determinado me  saqué su tranca de la boca para decir:

  • ¿Qué ha cambiado? Soñabas con tener enchufado a tu cipote a tu hijo hetero.  ¿Decidiste sin más que ya iba siendo hora de intentar algo conmigo? Lo de la ducha te ha salido bien pero era arriesgado, ¿no crees? No sabías cómo iba a reaccionar.

  • Supongo que estoy más sensible que de costumbre. El divorcio se está complicando. He estado bastante  deprimido. Pero sobretodo me deprime hacerme mayor. Los años están pasando demasiado deprisa. Me da la sensación de que se me acaba el tiempo. Supongo que tenía que hacer que pasara algo entre nosotros antes de que fuera demasiado tarde.

  • No digas tonterías. Estás estupendo, papá. Ven aquí, te voy a comer ese culo.

Me senté en la alfombra, a los pies del sillón, y esperé a que papá se levantara y me colocara el esfinter encima de mis labios expectantes. Me gustaba hacerle de todo. Jamás me hubiera imaginado que llegaría un día en que le comería el agujero a mi propio padre. Desde mi posición era cómodo pasar del orto a chuparle los cojones, otra de las cosas que había descubierto que me volvían loco, y su miembro, duro y rezumante, se veía aún más formidable desde ahí.

Empecé a pajearme sin prisa, con su rosado agujero pegado a mi lengua. Papá se estaba zurrando otro de sus pajotes extasiado. Mientras le daba lengua por el orto él me cogía del pelo y me apretaba la cara contra su culo peludo.

  • Come, cabrón - decía.

Papá era todo para mí. Podía disfrutar de él lo que me diera la gana. Teníamos toda la noche y tendríamos todo el fin de semana y el resto de nuestras vidas. Aquello se repetiría cuantas veces quisiéramos. Me volvía loco saber que volvería a descargar su pollaca lefera en mis morros una y mil veces. Y por supuesto quería hacer más cosas. Quería experimentarlo todo. Lo quería con locura. Amaba a mi padre y aquel ansia que había despertado en mí tenía un fuerte componente sexual, es evidente, pero se cimentaba en el amor.

Mi padre se dió la vuelta dispuesto a descargarme la lefa en la lengua. Abrí la boca y la imagen de papá zurrándose un pajote increíble delante de mis morros me pareció sublime, lo mejor que jamás verían mis ojos. La lefa empezó a salir a borbotones, derramándose caliente sobre mi cara. Mis fosas nasales se llenaron de su olor, mi lengua recibió sus trallazos. Me volvía loco la leche de papá. Era un manjar exquisito.

Justo entonces unos nudillos llamaron a la puerta. Dos, tres golpetazos.

Miré a mi padre que aún me descargaba los últimos chorretones de su abundante segunda corrida del viernes.

Aunque ya era sábado.

  • ¿Esperabas a alguien? - pregunté, preocupado.

Los golpes volvieron a retumbar por toda la casa. Era casi la una y media de la madrugada.

  • A lo mejor se han dejado las llaves - dijo papá, refiriéndose a alguno de sus amigos con los que habíamos cenado aquella noche.

Hacía bastante rato que se habían ido. Y no me pareció que ninguno de sus amigos fuera capaz de aporrear de aquella manera la puerta en vez de llamar educadamente al timbre.

De alguna forma supe que acababan de llegar problemas y con la deliciosa lefada de papá aún resbalando por mi cara deseé que jamás abriera aquella puerta.

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