Sorpresa con mi vecina

La vecina a quien consideraba una mojigata me sorprende gratamente.

Yo sabía perfectamente que mi marido siempre se había sentido atraído por mi vecina Teresa, una mujer aproximadamente de nuestra edad -45 años-, aunque nunca se había atrevido a confesármelo. No obstante, a raíz de nuestro encuentro con un matrimonio amigo, Julio y Carmen, cambiaron muchas cosas en nuestra relación y una de ellas fue un aumento de la mutua confianza. Nos lo contábamos todo, o casi todo, porque yo no le hablaba de los encuentros furtivos que mantenía con Carmen desde nuestro primer intercambio con ella y su marido. En resumen, que un buen día Paco me contó lo que yo ya sabía: que estaba deseando beneficiarse a Teresa.

Teresa vive puerta con puerta con nosotros. Es una mujer bastante atractiva, rubia teñida, más bien menuda pero con un tipo envidiable, al que acompaña una cara bastante agraciada. Está casada con Benito, dos o tres años mayor que ella, también de baja estatura y muy delgado.

Mi relación con Teresa siempre fue muy cordial, tanto que podría decirse que somos buenas amigas. De trato agradable, es muy locuaz y dicharachera. Nuestra confianza comenzó al poco de venirse a vivir a nuestro edificio, hará unos cuatro años, cuando nos encontramos un buen día tendiendo la colada en el patio interior, al coincidir nuestras ventanas frente por frente. Desde ese día, como si de un pacto tácito se tratase, lo hacemos siempre a la misma hora, y aprovechamos para charlar un rato.

Una mañana de sábado, sobre las once, me asomé a la ventana para tender la ropa. Acababa de salir de la ducha y solo llevaba puesto mi albornoz, sin nada debajo. Casi al instante se abrió la ventana de enfrente y salió Teresa, vestida con un pijama, que me había oído y se dispuso a hacer lo mismo aprovechando para mantener nuestra charla cotidiana.

-Buenos días, Isa. Que tal de noche de viernes ¿salisteis de farra?-

-Que va, hija, los años ya empiezan a pesar y cada vez apetece menos-

-Bueno, seguro que aprovechasteis bien la noche- me dijo con un guiño picaresco y una sonrisa

-Mujer, para eso aun tenemos fuerzas… y ganas- le contesté con una sonrisa -y tú que tal con Benito. ¿Tuvisteis también marcha?-

-Claro. Y de la buena. Ten en cuenta que el pobre se levanta todos los días a las 6 de la mañana y no regresa hasta tarde, así que durante la semana tengo que estar a dieta. Pero el viernes ya es otra cosa. Nos dimos una paliza tan grande que él todavía está roncando, y a mí me costó un triunfo despegarme de las sábanas-

-Caramba para Benito. Es pequeño pero parece que da la talla-

-Y no sabes de que forma. Es una fiera. Y además, no todo en él es pequeño- e hizo un ilustrativo gesto separando ambas manos

-Vaya, vaya. Sois toda una caja de sorpresas-

-Yo no, en todo caso, él. Ni te puedes imaginar el tamaño que se gasta-

-y tú que sabes de tamaños. Para hacerlo tienes que compararlo con otros-

-¿y quien te dice a ti que no lo he hecho ya?-

-¡No me digas!- exclamé sinceramente sorprendida. ¿de veras has probado otra…. polla?-

-Que quede entre nosotras, pero sí. Y más de una-

Ni en sueños me hubiera pasado aquello por la imaginación que Teresa, tan recatada como parecía, le estuviera poniendo los cuernos al bueno de Benito. Pero no tenía por que escandalizarme. En los últimos meses mi vida sexual había dado un vuelco espectacular, pasando de la monogamia más absoluta a un libertinaje total, tras aquella loca velada en compañía de nuestros amigos Julio y Carmen, en la que hicimos de todo entre todos, y los posteriores encuentros con ellos y los míos con Carmen.

De todos modos estaba intrigada y quería saber más. La conversación había empezado a calentarme, así que le espeté:

-Yo también tengo ciertas cosas que contarte al respecto, pero me parece que este no es el momento. Pueden oírnos y no me gustaría ser la comidilla del vecindario, pero por que no podemos contarnos mutuamente nuestras confidencias cualquier día de semana, cuando estemos solas, mientras nos tomamos un café-

-Cuando quieras, por mí no hay problema-

-¿Qué te parece el lunes?- le dije, recordando que Paco tenía previsto un viaje de trabajo y estaría ausente un par de días.

-Perfecto. El lunes pues-

En ese momento sucedió algo inesperado. Noté un roce detrás de mí. Era mi marido, que sin que percibiese su presencia se había arrodillado sigilosamente detrás de mí y pude notar como iba subiendo lentamente el albornoz hasta dejar mi culo ante su vista. Yo no podía hacer nada para evitarlo, -aunque en el fondo tampoco lo deseaba-, porque aun con lo comprometido de la situación, con la vecina a pocos metros de mi, tenía que disimular ante ella como si no pasara nada. Me hice una composición de lugar. El cabrón había estado oyendo nuestra conversación sin que nos percatásemos y estaba tratando de sacar provecho.

Traté de disimular su presencia –en la posición en que estaba, ella no podía advertirla, porque al estar arrodillado quedaba fuera de su vista- pero al notar como sus manos abrían mis nalgas y su lengua invadía mi culo, no pude evitar dar un fuerte respingo

-¿te pasa algo?- dijo Teresa

-Nada mujer. Estoy descalza y sin querer he tropezado con la pared al mover un pie- dije mintiendo descaradamente, pero con una voz tan susurrante que provocó en ella un gesto de incredulidad, aunque nada dijo.

Seguimos con nuestra conversación, aunque abordando temas menos escabrosos, o mas bien lo hizo ella, porque yo era incapaz de coordinar mis ideas. La lengua de paco lamía mi culo cada vez con mayor insistencia.

Y así transcurrieron unos momentos, justo hasta que Paco dejó de conformarse solamente con mi culo y sus traviesos dedos se abrieron paso entre los pliegues de mi mojado coñito, y no pude aguantar más. Con una disculpa incongruente –ni siquiera recuerdo cual- me despedí de Teresa, dejándola casi con la palabra en la boca, y cerré la ventana. Ya tendría tiempo de darle explicaciones, pero ahora lo que más urgía era continuar recibiendo placer.

Tras separarme de él le dije:

-vámonos ahora mismo a la cama, que te vas a enterar, hijo de puta-

Y a continuación me lo llevé casi a rastras hacia el dormitorio, asiéndolo por un brazo. El iba completamente desnudo e hice que se tendiese boca arriba en la cama.

Me senté sobre su rostro mirando hacia sus pies.

-Sigue comiendo, cabrón, que lo estabas haciendo muy bien-

Y continuó con el trabajo interrumpido.

Me agaché hasta que mi boca pudo apoderarse de su polla y me la tragué entera; cuando empezaba a coger ritmo de chupada me vino a la cabeza el comentario de Teresa sobre el tamaño de la verga de Benito, y de repente me imaginé que era la que me estaba comiendo.

Fue tal la avidez con que lo hice, que mi marido se descargó casi instantáneamente en mi boca, sin sospechar siquiera que mi entusiasmo iba destinado al vecino.

Después, como vi que era incapaz de enderezarla de nuevo –el desgaste de la noche añadido al de la mañana habían provocado en él una provisional impotencia-, le obligué a complacerme con su lengua y dedos, lo cual no dejó de ser muy satisfactorio.

Cuando tras terminar estábamos recuperándonos en el lecho, me dijo:

-Oí todo lo que te decía Teresa. Espero que obtengas más información sobre lo que está pasando, porque me gustaría hacer algo con ella-

Le prometí intentarlo.

Y llegó el lunes. Paco, tras hacer la maleta, salió de casa sobre las 10 de la mañana para viajar en avión a Barcelona, despidiéndose de mí hasta el miércoles con un beso, no sin antes insistir sobre el asunto de Teresa, que no se le había ido de la cabeza.

Poco después, acudía a mi cotidiana cita con mi vecina mientras tendíamos la colada, y allí estaba ella, puntual.

-Chica, el otro día te fuiste tan repentinamente que no tuvimos tiempo a despedirnos. ¿te pasaba algo?-

-Claro que me pasaba algo, pero ahora no te lo puedo contar. Mejor lo hago cuando tomemos ese café que tenemos pendiente-

-Pues si quieres nos lo tomamos ahora ya. Yo al menos no tengo mucho que hacer-

Estaba deseando tener ese rato de intimidad con ella, así que acepté. Le dije si podía venir a mi casa, porque yo ya tenía el café preparado.

-De acuerdo; no estoy muy presentable pero solo se trata de pasar de una puerta a la otra- me dijo.

A los dos minutos llamaba a mi puerta. Efectivamente, no estaba como para salir a la calle, ya que calzaba zapatillas y vestía un pijama de pantalón corto y una bata, indumentaria similar a la que yo llevaba.

El café ya estaba dispuesto en la mesita y la invité a sentarse. Nada más hacerlo, no se anduvo con rodeos:

-Bueno, cuéntame tu secreto del otro día, que me tienes sobre ascuas-

-Vale, pero después me tienes tú que responder a unas cuantas preguntas. Confidencia por confidencia-

Asintió, aunque no muy convencida, y pasé a contarle todo lo acontecido el sábado con el ataque a traición de Paco mientras hablaba con ella a través de la ventana. No dudé en entrar en los detalles más escabrosos, porque suponía que eso la iba a hacer reaccionar. Y efectivamente, según le iba comentando lo ocurrido un rubor tiñó sus mejillas, y a veces no podía evitar relamerse los labios. Esa actitud por su parte, que además llevaba aparejada una pronunciada hinchazón de sus pezones, me contagió, y empecé a sentir un calor en la entrepierna, síntoma de que me estaba excitando, no sé si por recordar lo sucedido o porque su presencia me perturbaba. Cuando terminé de contarle, Teresa estaba encendida como una hoguera. Y entonces llegó mi hora.

-Bueno, pues cuéntame esas aventuras que te traes, golfilla-

-Bueno, pero esto tiene que quedar entre nosotras. ¿Me lo prometes?-

-Sí, pero cuéntamelo ya, que me muero de curiosidad-

-Es que me da un poco de apuro, porque tú al fin y al cabo me has contado algo que te ha pasado con tu marido, pero lo mío es distinto: le he puesto los cuernos a Benito-

-No eres la única. Yo tampoco estoy libre de pecado, también tengo mis "cosillas", y más de las que supones- y le conté todos los detalles de los intercambios que Paco y yo manteníamos con Julio y Carmen, y los encuentros furtivos con ésta, a espaldas de nuestros maridos.

Cuando terminé, su cara era un poema, con una expresión en la que se entremezclaban la excitación y la sorpresa.

-espero que ahora me cuentes tú-

Tras asentir con un gesto, comenzó:

-Pues verás: hace algunas semanas, me encontré casualmente en el supermercado con Manolo, un compañero de trabajo de Benito. Hacía tiempo que no nos veíamos, y le pregunté por su familia –conozco a su mujer por haber coincidido en cenas de trabajo-. Nos liamos a hablar, y terminamos tomando un café juntos.

Manolo es muy atractivo, alto fuerte y guapo, y a ello hay que añadir que está dotado de una labia y un desparpajo fuera de lo común, y tiene fama de mujeriego. Enseguida me di cuenta de que pretendía llevarme al huerto, pero debo reconocer que la idea no me desagradaba en absoluto.

Empezó haciéndome ligeras insinuaciones, y terminó diciendo que envidiaba la suerte que tenía Benito de tener como esposa a una muñequita como yo, que si él fuera mi marido no me dejaba ni a sol ni a sombra, etc.

Le contesté que eso precisamente era lo que ocurría. Mi marido iba del trabajo a casa y de casa al trabajo. Pero el me respondió que no siempre era así, porque cerca de la fábrica en que trabajan hay un puti club del que Benito era asiduo, y que no iba allí solamente a tomar copas, y de ello podían dar fe tanto el propio Manolo como otros compañeros de trabajo.

Eso me hizo pensar que ya que mi marido me ponía los cuernos, ¿Por qué tenía yo que permanecer fiel, y más teniendo ante mi a un bombón como Manolo, que me estaba diciendo claramente cómeme?

Cambié claramente de actitud, haciendo ver a mi acompañante que tenía via libre para seducirme, y él lo percibió tan claramente que en pocos minutos me encontraba a bordo de su coche, camino de un motel.

Tan pronto llegamos al pequeño parking correspondiente a la habitación que habíamos alquilado, ni siquiera me dejó bajar del coche. Puso su mano derecha en mi nuca y me arrastró hacia él, aproximando sus labios a los míos, que inconscientemente se entreabrieron para dar acceso a su lengua, que se enzarzó en un duelo con la mía. Estábamos a tope los dos. Mi calentura era tan grande que cuando su mano izquierda se posó en mi muslo, iniciando una subida por dentro de la falda en dirección a mi zona más íntima, abrí las piernas para facilitarle el trabajo-

El relato de Teresa me estaba poniendo tan cachonda que no dudé en posar una mano en sus desnudos muslos, al tiempo que me iba acercando tanto a ella que sentíamos el soplido de nuestras respiraciones, pero no quise pasar de ahí, al menos por el momento. Ella pareció no darse cuenta y continuó:

-Pronto su mano llegó a donde pretendía, sin que nuestras bocas se separaran ni un solo instante. Mi lengua recorría todo el interior de su boca y me tragaba su saliva como si fuera el néctar más exquisito, y mi mano tampoco permanecía inactiva, puesto que como si tuviera voluntad propia, se dirigió hacia su polla, que apretó por fuera del pantalón, haciendo que me llevase una pequeña decepción, puesto que al tacto se notaba claramente que su tamaño era muy inferior a la de mi Benito; pero ni con esas bajó mi calentura.

Su mano echó a un lado mi tanga y accedió a mi coñito, que al estar completamente depilado no le puso impedimento alguno para que sus dedos se introdujesen en el interior. Mi excitación era tan grande que solo tardé unos instantes en correrme.

Después, bajamos del coche y entramos en la habitación. Nada más hacerlo encendió las luces, me arrastró hacia la cama y me tumbó en ella boca arriba. Comenzó a besarme de nuevo, mientras desabrochaba lentamente los botones de mi blusa, para después sacar mis tetas del sujetador donde estaban aprisionadas, y comenzar a magrearlas y a pellizcarme los pezones.

Su boca abandonó la mía y se dirigió a mi cuello y mi oreja, que chupó, lamió y mordió con delicadeza, provocándome unas sensaciones increíblemente gratificantes.

Después descendió hacia mis tetas, que chupó con avidez, al tiempo que su mano se dirigió al borde de mi falda, que arrastró hasta la cintura. Tras eso, su cabeza descendió hasta la altura de mi coño y con sus manos bajó mi tanga hasta los tobillos, facilitando que me lo quitara con un simple movimiento de pies. Sus dedos separaron los labios de mi depilado coñito, y ante la vista de su interior, no pudo evitar comentar: -joder, es precioso-, para después introducir allí su lengua y comenzar a comerlo con maestría.

Mientras tanto, mis manos tampoco se estaban quietas. La entrepierna de Manolo había quedado a su altura y hacia allí se dirigieron para desabrochar con habilidad el cierre y la bragueta del pantalón, introducirse en su slip y sacar a la luz una enhiesta polla, muy dura, pero de un tamaño realmente decepcionante al lado de lo que yo estaba acostumbrada, como ya había podido apreciar previamente al tacto.

Pero no me importó. Me la llevé a la boca como si fuese el más sabroso de los caramelos y me puse a chuparla, mientras pensaba que aún no hacía una hora que me había encontrado con Manolo y ya estábamos haciendo un 69. Me sentí puta, pero eso en lugar de afectarme me agradaba.

Pronto nos corrimos casi al unísono. Primero le tocó el turno a él, que inundó mi boca con una descarga de leche de la que no dejé escapar ni una gota, y casi al instante me sobrevino un intenso orgasmo.

Después terminamos de desnudarnos. Pese al lamentable tamaño de su polla, yo tenía ganas de meterla en mi coño, porque aunque ya había disfrutado de dos orgasmos no estaba ni mucho menos saciada. Pero las perspectivas eran penosas: entre lo pequeña que era y lo arrugada que estaba, parecía haber desaparecido, enterrada entre los huevos.

Pese a ello no desfallecí. Acercando de nuevo mi boca, me puse a chupársela con entusiasmo, alternando con lamidas en los huevos, pero no parecía reaccionar. Hice que se diera la vuelta y se quedara a cuatro patas, y tras abrir sus nalgas, metí la lengua en el agujero de su culo en un apasionado beso negro, algo que cuando se lo hago a Benito provoca que su polla salte como un resorte. Pero fue inútil: al pasar mi mano por entre sus muslos para comprobar su estado de rigidez, comprobé decepcionada que apenas habia reaccionado.

Manolo captó mi desencanto y se ofreció a llamar a un amigo de toda confianza que gustosamente se ofrecería a saciar mis urgencias. Pese a las ganas de polla que tenía, me negué, porque ya me estaba arriesgando bastante con lo que estaba haciendo como para permitir que alguien más interviniese.

Pero Manolo, a quien lo que le faltaba de potencia sexual lo compensaba con imaginación, encontró la solución.

-Aquí de lo que se trata no es de ver, sino de follar, así que si lo llamo y apagamos las luces antes de que llegue, no habrá problema alguno porque no sabrá con quien ha estado-

Ese argumento, unido a la intensidad con que deseaba una polla en condiciones dentro de mi coño, me convenció plenamente y accedí. Llamó por el móvil:

-¿Jaime? Soy Manolo. Estoy en el motel "La Rosaleda", habitación 134, y necesito que me eches una mano- y a continuación le explicó de lo que se trataba, y tras colgar, me dijo que llegaría en cinco minutos. Salió a abrir la puerta del garaje, único acceso a la habitación para los clientes, y después apagó la luz y descorrió ligeramente la persiana del ventanal hasta conseguir una penumbra adecuada, que permitiese moverse por la habitación pero sin distinguir las caras, y se tendió conmigo a esperar.

Al cabo del tiempo prometido, escuchamos unos suaves golpes en la puerta de la habitación. Manolo se levantó a abrir.

-Hola Jaime. Pasa y vete desnudando-

El recién llegado no dijo ni una palabra. Le distinguí en la penumbra, desnudándose. Cuando hubo terminado, decidí tomar la iniciativa. Salí de la cama, me arrodillé ante Jaime, y tomé su polla en mis manos. Estaba morcillona, pero enseguida comenzó a desperezarse.

Me la llevé a la boca y comencé a chuparla. Sin llegar a ser la de mi marido, era mucho mayor que la de Manolo y unos cuantos chupetones y lamidas de huevos la pusieron dura como el acero.

Yo necesitaba que me la metieran bien adentro, así que sin más dilación le obligué a tumbarse en la cama, me puse sobre él, mirándole de frente, y me la clavé de un solo golpe, sintiendo un extraordinario e instantáneo placer. Comencé a dar saltitos, sintiendo como aquella espléndida polla entraba y salía de mi resbaladizo coño. A mi izquierda, percibí en la penumbra que Manolo se había puesto de pie sobre la cama y su pollita estaba a la altura de mi boca en una clara invitación que no dudé en aceptar.

Me la metí en la boca teniendo cuidado de que no me quedase encajada entre mis dientes –evidentemente es broma pero no se aleja mucho de la realidad-. Los esfuerzos realizados para ponérsela a tono dieron finalmente sus frutos y la polla de Manolo se endureció, quizás producto de mi entusiasmo y del morbo que le producían los jadeos que exhalábamos Jaime y yo en nuestra follada.

En ese momento, a mi enfebrecida y calenturienta mente se le ocurrió una idea. Benito llevaba años intentando metérmela por el culo, pero sus reiterados intentos siempre habían fracasado, debido al descomunal tamaño de su instrumento. La insignificancia de los atributos de Manolo me daba pie, no solo a intentar que me acometiesen por primera vez por ese orificio, sino a experimentar una doble penetración, así que no dudé en pedirle que me la introdujese por atrás.

Éste accedió gustoso a mi petición, y se situó detrás de mí, poniéndose de rodillas. Uno de sus dedos buscó a tientas mi esfínter y se dedicó a masajearlo.

Supuse que lo había mojado en saliva, porque noté cierta humedad. Y placer, mucho placer, añadido al que me provocaba su amigo con la polla metida dentro de mí mientras aprovechaba para chuparme las tetas.

Pero lo mejor estaba por llegar, porque tras masajear durante un rato la zona y conseguir relajarla, el dedo de Manolo fue sustituido por su polla, que no era mucho más grande. No hizo más que empujar y lo introdujo de un solo golpe en mi virginal agujero sin provocarme prácticamente dolor, y no pasaron ni diez segundos cuando me sobrevino un intensísimo orgasmo en medio de fuertes gemidos, y se provocó una reacción en cadena: en primer lugar Jaime y un momento después Manolo, se vaciaron en mi interior.

Estaba tan agradecida por el placer recibido, que en cuando se sacaron de dentro de mí hice que se pusieran juntos, de pie, y arrodillada, lamí sus pollas hasta dejarlas completamente relucientes.

Después, Jaime se vistió y se marchó tras decirnos que cuando volviésemos a necesitar de su colaboración no dudásemos en llamarle, y poco después Manolo y yo abandonábamos la habitación, prometiendo volver a repetir en cuanto surgiese la oportunidad, algo que todavía no ha sucedido-

Aquel relato causó estragos en mí, dejándome completamente enfebrecida, presa de la más desenfrenada lujuria; estaba tan cerca de ella que sentía su respiración entrecortada, fiel reflejo de que su estado era muy parecido al mío.

Tuve la tentación de besarla en la boca, casi segura como estaba de que no me rechazaría, pero algo me hizo ser prudente y cambiar de táctica hasta confirmar mi teoría. Mi mano continuaba posada en uno de sus muslos, muy cerca del borde del pantaloncito del pijama, y ella no hacía nada por separarla.

-¿Teresa, te puedo pedir una cosa un poco íntima?-

-Lo que quieras. Hemos desnudado nuestras intimidades hasta tal punto, que poco puede haber ya que no sepamos la una de la otra-

-No, no se trata de que me cuentes nada; es otra cosa. Hace tiempo que mi marido me ha pedido que me depile el coño, pero de momento no me atreví porque tengo miedo a que no me guste como me queda. ¿Me permitirías ver el tuyo para comprobarlo?-

-Por supuesto que sí. Puedes contemplarlo todo el tiempo que quieras-

Y a renglón seguido se alzó un poco y bajó su pantaloncito de pijama, dejando al descubierto un hermoso coñito, completamente rasurado, y que entre sus labios reflejaba un brillo de humedad que delataba lo excitada que estaba su propietaria.

Sin decir nada, me levanté del sofá y me arrodillé ante Teresa, aproximando mi cara a su entrepierna con la disculpa de verlo con más detenimiento. Un penetrante y delicioso aroma a sexo me invadió.

-¿Puedo tocarte alrededor para comprobar su suavidad?-

-Por supuesto. Es todo tuyo- me invitó con voz susurrante.

Las yemas de mis dedos pasaron a acariciar los alrededores de su vagina con extrema suavidad, arrancando de Teresa un profundo gemido de excitación, que me dio a entender que la suerte estaba definitivamente echada.

Alcé la vista hacia su rostro y vi que tenía los ojos entrecerrados y mordía su labio inferior, y me decidí a atacar. Acerqué los dedos a su coñito y lo abrí con delicadeza. Chorreaba.

En ese instante abrió los ojos y mirándome, dijo en un susurro:

-Hazlo ya, por favor-

No hizo falta que lo repitiera. Mi boca se acercó a aquella cueva y mi lengua penetró en su interior, quedando pegada a las húmedas paredes como una ventosa, al tiempo que una de mis manos bajaba a mi coñito y comenzaba a acariciarlo. Después, mi lengua empezó a moverse por todos los recovecos, primero lentamente y después a mayor ritmo el sonido de su chapoteo estaba acompañado por la sucesión de gemidos que exhalaba Teresa, y que alternaba con todo tipo de frases soeces invitándome a devorarla. Cuando mi lengua tocó su botoncito y mis labios lo apretaron, le llegó el éxtasis, que se encadenó con el mío, ambos de gran intensidad.

Teresa quiso cambiar de posición conmigo para aplicarme el mismo tratamiento, pero le dije que no. Hice que se pusiera de pie, y le quité la escasa ropa que le quedaba, lo que después hizo ella conmigo. A continuación la tomé de una mano y la arrastré hasta el dormitorio.

Nos tendimos sobre la cama y comenzamos a comernos la boca con voracidad, mientras nos manoseábamos mutuamente por todo el cuerpo.

Aprecié la belleza y consistencia de sus tetas, de tamaño mediano y pezón negro, y no pude resistir la tentación de metérmelas en la boca, devorándolas a base de lamidas y chupeteos.

Poco a poco fuimos buscando la posición idónea para un 69. Mientras yo utilizaba mis dedos para penetrarla y jugar dentro de ella, sentí como su lengua se introducía en mi coño y me devoraba por dentro tal y como yo le había hecho antes, demostrando ser una aventajada aprendiz.

No tardamos en volver a corrernos violentamente, en una auténtica vorágine de frenesí sexual, pero no estábamos agotadas, ni mucho menos. Hice que se pusiera a cuatro patas y mi lengua pasó a lamer el agujerito de su culo, provocando una nueva retahíla de frases obscenas en las que las palabras guarra, puta y zorra dirigidas a mi persona tenían el mayor protagonismo, cosa que me enardecía aun más, animando a mi lengua a seguir con su trabajo empujando con la punta en su agujero hasta llegar casi a sodomizarla. Tardó bastante en correrse, pero finalmente lo hizo, y sin tomar casi respiro, se situó detrás de mí para dedicarme el mismo tratamiento que ella había disfrutado.

Terminamos exhaustas y bañadas en sudor, y pasamos a la ducha, donde nos enjabonamos mutuamente, aprovechando para darnos una nueva ración de caricias.

Comprendí que definitivamente, me gustaban más las mujeres que los hombres, aun sin despreciar a éstos.

Poco después nos despedíamos. Teresa, a sabiendas de que yo aquella noche dormiría sola, se ofreció para mediar ante su marido proponiéndole que hicieran un trío conmigo, algo de lo que estaba segura que no se negaría, pero decliné la tentadora invitación. No quería mantener ningún tipo de relación con hombres en ausencia de mi marido, pero lo que sí le pedí fue que aquella noche, aun siendo día de semana, lo provocase para tener sexo, y se "olvidase" de bajar las persianas de la habitación, con lo que yo podría ser espectadora privilegiada desde mi ventana, dándome una buena masturbada mientras admiraba la enorme polla de Benito.