Sorpresa adolescente (I): Trabajando con Daniel

Daniel y David son dos jóvenes de dieciséis años que han quedado para hacer un trabajo. Un trabajo que se convierte en su primer contacto con el placer del sexo adolescente.

Nota: Por ser el primer relato publicado, si se encuentran errores pido la colaboración de todos para que me los enviéis y se mejoren para futuras ocasiones. Sea cual sea el éxito de esta serie de relatos, prometo darla cierta continuidad (para aquellos lectores que deseen continuarla) aunque su extensión final variará según las críticas y los lectores.

Eran ya las seis de la tarde cuando llamé al telefonillo de su casa. Al principio tenía miedo de haberme confundido de piso, pues nadie contestaba y era la primera vez que le visitaba. Apenas había empezado el curso y conocía de nada a Daniel, por lo aquella situación me incomodaba un poco. Afortunadamente para mí, aunque la espera fue larga, oía la voz distorsionada de Daniel por el telefonillo. La reconocería hasta entre un millón. Llevábamos poco conociéndonos, pero ya éramos buenos amigos.

La puerta del portal se abrió y entré en él. Frente a mi había unas escaleras oscuras y largas, a su lado, un ascensor antiguo que estaba funcionando haciendo un ruido atronador. Sin saber a dónde ir, miré a mí alrededor para ver cómo se encendían las luces de las escaleras, entonces en penumbra. No fue necesario.

La puerta del ascensor se abrió y de él salió Daniel. Era un chico bastante alto, delgado, de mi misma edad, dieciséis años, aunque conservaba alguno de sus rasgos infantiles, sobre todo en la cara. Tenía los ojos marrones, el pelo negro corto y bien peinado; sonriendo como si me hubiera esperado durante mil años. Iba vestido tal y como lo hacía siempre, con unos pantalones vaqueros  y una camiseta negra bastante ceñida a su torso. Con efusividad me saludó y me invitó a que nos metiéramos en el ascensor. Cuando lo hicimos, marcó el cuarto piso y cerró las puertas.

Sin mediar palabra alguna, íbamos ya por el segundo piso cuando, de repente, el ascensor se paró. Asustado, me sobresalté y Daniel dejó escapar una risita, como si le hiciera gracia la situación. Sin dudarlo ni un instante, se apartó para dirigirse a la puerta del ascensor, la abrió y volvió a cerrarla con fuerza. Volvió a darle al botón del cuarto y el ascensor se puso en marcha de nuevo.

— El ascensor es una porquería - me comentó, riéndose - ¡Un día nos quedaremos encerrados y nadie podrá sacarnos!

Sin más problemas, el ascensor llegó hasta el cuarto piso. Daniel giró a la derecha y le seguí hasta su puerta. Cuando la abrió, me invitó a pasar y cerró tras mí. Era una casa bastante pequeña, con dos habitaciones, una frente a la puerta de entrada y una dentro del salón. La cocina y el baño estaban al otro lado del pasillo. Daniel me señaló la habitación que estaba en frente nuestra, me dijo que entrara y desapareció en el salón.

Me senté en una silla frente al ordenador fijo y dejé mi carpeta encima de la mesa, donde tenía todo lo necesario para hacer el trabajo que debíamos de hacer entonces. Miré a mí alrededor y vi una habitación demasiado seria para ser de un adolescente. Los apuntes estaban repartidos por todas partes, de los cuales yo entendía menos que de la física cuántica, unas camisas y unas corbatas colgadas en la puerta del armario y un paquetito morado que me llamó mucho la atención. Me levanté para mirar que era y, justo cuando estaba frente a él, entró Daniel con una silla. Fingiendo que no estaba cotilleando lo que tenía, me volví a sentar y saqué de mi carpeta los papeles del trabajo.

— ¿Es tuya la habitación, Daniel? ¡La tienes hecha una mierda! — le dije, riéndome.

— ¡Qué dices, tío! Esta es la de mi hermano, que tengo el ordenador roto y lo tenemos que hacer aquí — y tras hacer una pausa, añadió — ¡Y a ver qué se podría decir de la tuya!

Como ya íbamos con retraso, empezamos a hacer el trabajo inmediatamente. Teníamos que hacerlo para el día siguiente, y el profesor que no daba era un pesado de cuidado y se ponía a gritar como un orangután en celo cada vez que alguien no hacía todo perfecto. Aunque era fácil y venía en el libro, Daniel y yo queríamos buscarlo en Internet para ampliarlo y enseñarle al energúmeno ese que no éramos tan tontos como nos decía.

— Oye, tú — preguntó Daniel mirando mis papeles — ¡Qué eso no era lo que tenías que buscar! ¡Esta mierda no nos sirve de nada!

Daniel parecía divertirse con mis errores. Siempre que la cagaba en clase, o por la calle; o donde fuera, sacaba un comentario para reírse de mí. Uno de los más notorios fue cuando, al decirle que estaba algo "interesado" en cierta chica, lo primero que hizo fue saludarla y decirle que estaba enamorado de ella. ¡Menos mal que nos tomábamos las cosas a guasa! Y que consté que se la devolveré...

— Venga va, vamos a lo que vamos. Ve haciendo tú lo que tienes y yo voy buscando lo mío de nuevo en el ordenador - le contesté.

Fue cuando encendí la pantalla del ordenador cuando todo cambió. Nada más encenderse, tanto Daniel como yo pudimos ver como aquel maduro le estaba metiendo a un musculado una polla tan grande como un bate. Daniel me apartó de un empujón de delante del ordenador y, resbalando, encendí sin querer los altavoces. Unos gemidos de placer sonaron a todo volumen en la casa hasta que Daniel pudo quitar el vídeo del ordenador. Mientras me levantaba del suelo y volvía a apagar los altavoces, pude ver como algo que había levantado en su pantalón.

¿Sería suyo aquel vídeo? Resultaría que Daniel... ¿era gay? Nunca antes habíamos hablado de nada sobre ese tema, pues tampoco nos conocíamos de hace tanto tiempo como para poder hablar de chicas o de la orientación de cada uno. Sin embargo, aquella elevación en su pantalón le había delatado. Intentando fingir que no había visto nada, me giré para continuar buscando lo que necesitábamos para el trabajo, pero entonces él habló.

— Oye, David... - me llamó, con voz temblorosa — Se me ha ocurrido una idea que... que podría molar.

Cuando pronunció esas palabras me quedé paralizado. Me sentía incómodo pues creía saber qué iba a decir, al tiempo que deseaba que no lo dijera, quería que me lo comentara. Era algo nuevo, excitante.

— ¿Y si probamos... a hacer lo del vídeo?

Justo en ese momento, noté como se acercaba a mí y su mano se dirigía a mi pantalón, tocándome suavemente la polla por encima de él. Asustado, me quedé callado, pero mi polla comenzó a levantarse, deseando lo que iba a ocurrir. Quise apartarle la mano, pero cuando fui a hacerlo, ya estaba totalmente levantada.

— Venga, tócala tú también.

Indeciso, acerqué la mano hacia su pantalón, pero la quité por vergüenza. Nada más hacerlo, él cogió mi mano y la llevó hacia su polla, haciendo que la tocara al igual que él estaba haciendo con la mía. Estaba ya dura, mucho más que la mía, y cada vez que la tocaba notaba como palpitaba, hinchándose por la excitación. Al principio la acariciaba con timidez, pero cuando él empezó a tocar la mía con fuerza, yo le imité.

— Puedo... ¿tocártela por dentro? - me preguntó poco después.

Sin miedo esta vez, asentí y me eché hacia atrás. Él se acercó a mí y me desabrochó cuidadosamente el botón del pantalón, deslizando su mano por dentro de mis calzoncillos. Noté como sus fríos dedos cogían mi polla erecta y la movían arriba y abajo con cuidado, parando de vez en cuando para jugar con mis testículos. Sin previo aviso, me bajó los pantalones hasta la rodilla y dejó mi polla al descubierto, mirándola con interés. Medía unos dieciséis centímetros, bastante gruesa y sin circuncidar. Sin apartar su mirada, la agarró completamente con su mano y comenzó con una paja lenta, más placentera que cualquiera otra que me hubiera hecho. Al cabo de poco tiempo, comenzaron a brotar las primeras gotas de líquido preseminal.

— ¿Se siente bien? - me preguntó, sin cesar la paja.

Mordiéndome los labios asentí, mirando como su mano se deslizaba una y otra vez por mi polla

— Entonces, esto se va a sentir mucho mejor.

Nada más terminar la frase, se inclinó sobre mí y se metió toda mi polla en su boca. Dejé escapar un jadeo cuando todo ese placer inundó mi cuerpo. Notaba la calidez y humedad de su boca, su saliva mojando el tronco de mi miembro, el placentero cosquilleo cada vez que pasaba su lengua sobre mi glande. Con una mano agarró fuerte la base de mi polla, e iba pajeándome suavemente al tiempo que, sin cesar de chuparla, movía su lengua de un lado a otro de mi polla sin parar. De vez en cuando, la sacaba para humedecer con su lengua todo el tronco, llenarlo de saliva, y luego lamer y succionar delicadamente mi glande del que no cesaba de brotar líquido preseminal. Yo solo podía gemir, disfrutar de todo ese placer; no podía apartar mi mirada de aquella espectacular mamada al tiempo que notaba como mi polla se hinchaba en su boca por auténtico placer. Mi respiración y mis gemidos fueron acelerándose hasta que noté que estaba a punto de correrme. Fue entonces cuando Daniel paró su espectacular mamada y se puso encima de mí, me agarró del cuello y me besó con pasión. Noté su calidez en mi boca, como su lengua iba al encuentro con la mía. Mientras nuestras lenguas jugaban, desbroché su pantalón, dejando que cayera hasta los tobillos, le bajé sus bóxer y agarré con fuerza su miembro, moviendo mi mano en una suave paja.

Entonces, él se colocó de pie encima de mí, con su miembro erecto a la altura de mi boca. Este era un poco  más grande que el mío, marcado, ligeramente curvado hacia arriba, ancho en la basa y afinándose en su glande, que se dejaba ver brillante fuera de su prepucio. Al principio le pajeé, indeciso sobre qué hacer, pues hasta entonces ni tan siquiera se me había pasado por la cabeza hacerle una mamada a un chico. Pero en cuanto recordé el placer indescriptible que había sentido durante su mamada, dejé de dudar y me introduje su miembro en la boca.

Comencé limpiando su grande reluciente con mi lengua, pasándola lentamente sobre él. Tal y como me había hecho él antes, agarré su miembro de la base y comencé a pajearlo suavemente. Mientras lo hacía, pude escuchar sus primeros jadeos. Intenté hacer ese mamada lo mejor que podía, moviendo mi lengua por toda mi polla, pajeándole al compás, sacándola de mi boca una y otra vez. La saliva salía del borde de mis labios mientras él no paraba de jadear, con la mirada en el cielo. Al cabo de unos minutos, cogió mi cabeza y la separó de su polla.

— Vámonos a un lugar donde estemos más cómodos.

Rápidamente, se subió los pantalones y salió de la habitación. Imitándole, salí con él y le seguí hasta una habitación más allá del salón. Nada más entrar, él cerró la puerta y se abalanzó sobre mí, besándome apasionadamente, encontrándose nuestras lenguas. Ese beso solo cesó cuando se quitó su camiseta, y volvimos tan pronto como yo me quité la mía, disfrutando del suave tacto de su torso desnudo contra el mío. Después, me tiró sobre la cama y empezó a desabrochar mis pantalones, dejando mi polla al descubierto y empezando a mamarla igual que antes lo había hecho, mientras yo acariciaba su pelo y gemía disfrutando de aquel inesperado espectáculo.

Después, él me quitó los pantalones y me tumbó en la cama, totalmente desnudo. Busqué su boca y, mientras nos besábamos, le quité el suyo e hice que se tumbara encima de mí. Cuando lo hizo, se inclinó sobre mí y agarró nuestras dos pollas juntas, pajeándolas con fuerza al tiempo que nos besábamos. El placer de aquel momento era indescriptible. El líquido preseminal de nuestros jóvenes miembros se juntaba al igual que nuestros jadeos en nuestra boca.

Comenzó entonces a besarme cuidadosamente en el cuello, usando su lengua tras mis orejas, chupando energéticamente mis pezones, bajando lentamente hasta mi polla. Cuando llegó a ella, comenzó a lamerla con delicadeza, cubriéndola de saliva, recorriéndola con su lengua. Cuando estuvo totalmente cubierta, sin mediar palabra alguna, se levantó y la colocó en su culo, metiéndosela lentamente, poco a poco. Pude ver como pegaba un pequeño respingo cuando la tuvo totalmente en su interior, pero todo quedó eclipsado por el placer cuando empezó a moverse, primero lentamente, luego cada vez más rápido. Nunca antes había sentido algo tan placentero como la sensación de recorrer su interior, estrecho y cálido, al tiempo que el jadeaba, aceleraba cada vez más y trataba de meterse hasta el último centímetro. La cama rechinaba con su trote salvaje sobre mi polla, nuestros jadeos y gemidos se mezclaban en el aire. El ritmo era tal que era imposible no correrse en pocos segundos. Noté como mi miembro se iba ensanchando, listo para echar toda su leche, pero Daniel lo notó y fue bajando el ritmo, manteniéndome al filo de la eyaculación, donde el placer me turbaba la vista.

Justo cuando ya no iba a poder evitarlo más, Daniel sacó mi polla de su interior y comenzó a besarme. Mientras lo hacía, comenzó a deslizar un dedo hacia mi interior, dilatando lentamente mi ano. Luego fueron dos, que provocaban una sensación a medio camino entre el dolor y el placer. Cuando consideró que estaba listo, colocó su miembro a la puerta de mi culo, y lo fue metiendo cuidadosamente. El dolor comenzó a aparecer a medida que la iba metiendo, pero desapareció en cuanto estuvo toda dentro. Cuando empezaba a disfrutar de tener su polla erecta dentro de mí, comenzó a moverse. Las primeras embestidas fueron lentas y cuidadosas, pero el ritmo fue aumentando cada vez más y más.

En poco tiempo, su polla adolescente salía y entraba de mí a una velocidad increíble, metiéndose hasta el fondo y volviendo a salir tan rápido que apenas podía notarlo, siendo una fuente inagotable de auténtico placer. Entre mis jadeos podía escuchar su acelerada respiración, sus gemidos, el chochar de sus muslos contra mi culo cada vez que metía su miembro hasta la base. La cama parecía que iba a partirse en mil pedazos, tal era el ritmo que yo habría eyaculado en solo un segundo. Agarré la almohada con fuerza, tratando de liberar la tensión. Él continuaba allí, respirando a mil por hora, metiéndomela sin cesar, con mis piernas abiertas sujetas en sus manos. Mis gemidos eran ya gritos de auténtico placer, lo que pareció complacerle pues comenzó a embestir aún más rápido, tanto que parecía que iba a partirme por la mitad. Aquel salvaje anal se extendió durante los minutos más placenteros de mi vida.

— Ya me va a salir... ya... me sale... - jadeó.

Inmediatamente, sacó su polla de mi interior y se acercó a mí al tiempo que se pajeaba violentamente. Abrí la boca, saqué la lengua y me preparé para recibir los frutos de aquella salvaje follada. Cogí su mano y los dos juntos continuamos pajeando salvajemente su polla que parecía mucho más grande que antes. En unos pocos segundos, Daniel estalló en un gemido y su polla comenzó a disparar trallazos de semen caliente y espeso en mi boca, al tiempo que yo le pajeaba en perfecta coordinación con los disparos de su polla. Mientas me deleitaba con su sabrosa leche en mi boca, él echó la mano atrás y agarró mi miembro, pajeándolo a tanta velocidad como me había follado. Comencé a gemir, cada vez más alto, mi miembro se hacía cada vez más grande. Una sensación inmensamente deliciosa recorrió todo mi cuerpo con fuerza justo cuando estaba a punto de correrme. Daniel, al verme, se metió toda mi polla en su culo.

Esta vez no pude resistirme. En medio de gritos de placer, comencé a correrme abundantemente dentro de él. La mejor sensación del mundo me recorría cada vez que mi polla llenaba con más leche su interior. Tras ello, nos quedamos allí, yo dentro de él, besándonos salvajemente, jugando con el semen de su corrida en mi boca hasta que me lo tragué. Cuando sacó mi polla de su interior, mi semen comenzó a gotear lentamente, cayendo por sus piernas. Nos dimos un último beso. Estábamos seguros de que tendríamos que repetir.