Sorpresa

Ahí estaba allí ella también, mi querida amiga y compañera de fatigas y alegrías. A pesar de nuestra confianza no me atrevía a demostrarle mis auténticos sentimientos, por miedo a la incomprensión y sobre todo, al rechazo. Resignada a que pasara el tiempo, con la leve esperanza de que el valor me invadiera o algo en ella cambiara...

Era una noche cualquiera, una noche más. Una de tantas veces en que quedamos los amigos para tomar un par de copas, reír un poco, bailar,... lo que sea para olvidar la aburrida rutina.

Ahí estaba allí ella también, mi querida amiga y compañera de fatigas y alegrías. A pesar de nuestra confianza no me atrevía a demostrarle mis auténticos sentimientos, por miedo a la incomprensión y sobre todo, al rechazo. Resignada a que pasara el tiempo, con la leve esperanza de que el valor me invadiera o algo en ella cambiara...

Tras un par de visitas a nuestros bares habituales recalamos en nuestro garito favorito, un local con apariencia de pub irlandés, con sus carteles antiguos en las paredes, luz casi inexistente y sus comodísimos sofás donde des-cansar disfrutando de una fresca pinta de cerveza o sidra típicas de aquel país.

Elegimos uno situado en un rincón, algo alejado del bullicio de la barra y poder charlar. A estas alturas de la noche ya notábamos la alegría del alcohol, por lo que no parábamos de reírnos y bromear. Yo estaba contenta también y me extrañó ver un gesto inusual en su cara. No le di importancia. Los vasos se vaciaron y había que llenarlos y Vero se ofreció a ir a pedir otra ronda, tres de cerveza y dos sidras, para nosotras dos. Supongo que fue gracias al efecto de esta dulce pero traicionera bebida, que al pasar tras el sofá y mi espalda, me llamó, giré la cabeza, me cogió del cuello acercándome a su altura y... me besó en la boca! Y no un simple piquito, no, sino un beso de verdad, que noté su boca abriéndose, forzando la mía a lo mismo e invadiendo un territorio inexplorado.

Apenas duró unos segundos, pero intensos, que me pareció una eternidad. Cuando ella por fin dio por finalizado este arrebato retiró su mano de mi cuello y fue a la barra. La cuadrilla, alucinada y yo, en el séptimo cielo... Mi res-puesta no se hizo esperar tras un momento de incredulidad y cuando volvió con las bebidas le agarré yo con similar ímpetu y le planté un buen beso, demostrándole que yo también le ansiaba poseer. Le estaba dando las gracias por haber dado ese paso por mi... El resto del grupo no sabía dónde meterse y optaron por callar. Vero y yo seguimos ensimismadas en nuestro mundo, nuestro Nuevo Mundo, por unos segundos más hasta que vol-vimos a aterrizar. Debíamos desatar nuestra recién descubierta pasión mutua en otro lugar más íntimo, por lo que terminamos la copa de un trago y nos despedimos de los demás, camino a nuestro primer lecho de amor.

Con risa nerviosa llegamos a mi casa, libre de indiscretos moradores y nada más entrar volvimos a la tarea interrumpida, apoyada yo contra la pared. Desconocía pero admiraba este lado agresivo de Vero. El corazón latía a mil por hora y respiraba entrecortadamente, sentía mis piernas a punto de flaquear, por lo que di un giro de timón y tomé las riendas, llevando a mi víctima, agarrada por la cintura y apresada con la mirada, llena de fuego y lujuria, hasta el sofá. La tumbé y me puse sobre ella a horcajadas. Le aparté el suave pelo azabache de su cara y le besé tiernamente mientras acariciaba su cuello. Vero parecía sorprendida ante tal cambio de intensidad, un breve respiro de romanticismo y es que bajo aquella ola de frenesí había un corazón solitario y sensible en busca de cariño.

Vero se dejó hacer, dejó que acariciara su nuca bajo la ropa al tiempo que mi lengua, juguetona, recorría los veri-cuetos de su oreja izquierda. Ella puso sus manos sobre mi espalda, enredó sus dedos en mis largos rizos cobrizos y bajó de los hombros poco a poco hasta llegar a la cintura. Sentir su tacto sobre mí me hizo suspirar, casi simultáneamente con Vero. Al llegar al pantalón subieron sus caricias, empujando la camiseta hacia arriba, haciendo que me estremeciera. Yo entretanto empecé a soltar los botones de su blusa, con dedos temblorosos y ansiosos, lo que hacía que Vero me obsequiara con su voz susurrante. Sus bellos ojos negros brillaban como nunca había visto.

Uuuff... demasiado calor, mi corazón a punto de explotar necesitaba salir de esa cárcel de tela y cuero, así que en cuanto conseguí abrir la blusa de Vero pude disfrutar de la hermosa visión de su piel. Ella me hizo alzar los brazos para quitarme la camiseta y estar en igualdad de condiciones. Por un breve momento ambas sentimos miedo, temor a pasar una frontera invisible pero tras cruzar nuestras miradas rebosantes de complicidad acordamos romper esos límites y sin más tardanza me lancé a acariciar su cuello. Al llegar a los pechos mis manos abiertas los cubrieron totalmente, apretando suavemente. Vero se sentó frente a mí, empezó a morderme el cuello y b ajar sus dedos de fuego por mi espalda, para llegar hasta el cierre de mi sujetador, con delicadeza sacó los tirantes y liberó mis pechos de su opresión. Yo repetí la operación y con una mano abrí el suyo mientras con la otra des-cubría sus clavículas. Me parecía mentira que esa amiga con la que antes compartía apuntes de clase estuviera ahora palpando, besando, lamiendo mi desnuda piel...

Al descubrir sus pechos, redondos y turgentes, me puse a empujarlos hacia arriba, apretando algo más fuerte, como asegurándome de que eran reales. Centré mi manoseo en los pezones con las palmas de las manos; ense-guida sentí la necesidad de probar su sabor y acerqué mi boca para lamerlos como si mi lengua fuera una rueda. Pasé un lado a otro, tras lo cual los chupé con ansia, tratando de memorizar todo lo que sentía y hacía sentir. Vero cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, suspiró profundamente y empujó mi cabeza hacia su cuerpo, para que ese momento de placer no acabara nunca.

Estuvimos unos minutos así, hasta que ella decidió tomar las riendas y pasar a la acción; el sofá se hacía pequeño para tanta pasión, así que me levantó, para mi sorpresa me cogió en brazos y besito a besito llegamos a la cama amplia y solitaria que hasta entonces había tenido yo por descanso nocturno. Me echó sobre la cama e inició una carrera descendente de besos desde mi boca pasando por el cuello; paró en mis pechos y les dedicó unos besos y lametones muy muy calientes, mientras yo no paraba arriba y abajo con mi respiración acelerada. Prosiguió su camino, besó mi hundido ombligo y al toparse con la hebilla de mi cinturón, ni corta ni perezosa lo soltó de un santiamén, aflojó el botón y bajó lentamente la cremallera, unos segundos que me parecieron horas... Esos dedos mágicos lo pueden todo!!

Vero no dejaba que me levantara, me tenía en sus manos, esas prodigiosas manos que habían bajado mi pan-talón vaquero y andaban acariciando mis muslos. Todo intento de acercamiento era rehusado, así que ahí estaba yo, retorciendo con fuerza las sabanas y aguantando las ganas de tomar la revancha... Al rozar por encima del tanga el volcán que cubría latía incesantemente. Ay, cuando me quitó la única prenda que me cubría ya pensé que me iba a morir!

Alzó la vista, me miró y debió compadecerse de mí porque permitió que mis manos se acercaran a sus robustos hombros y la hicieran tumbarse en la cama, a fin de devolverle parte del amor que me estaba demostrando. Mis manos se deslizaron sobre su pantalón desde los tobillos, como dos serpientes sigilosas. Noté que algo bullía en su interior que le impedía estar quieta, pero yo seguí, hasta llegar a la cintura. Para despistar, unos besitos en la zona del ombligo y luego, ataque a los botones de su ajustado pantalón negro. Uno a uno los aflojé con los dientes, mi hambre de carne humana era insaciable... Clavando mis uñas sobre su sonrosada piel fui bajando las perneras hasta hacerlo desaparecer; sus tiernas braguitas rosas no duraron mucho más ya que de un zarpazo descendieron y no supimos más de ellas.

Vero estaba a mis pies y yo a los de ella, pero no eran los pies lo que nos interesaba en ese momento... Exploré con una mano la parte interior de sus fuertes muslos y la otra, más hábil se aventuró en su húmeda selva secreta. A su vez ella besaba mi monte de Venus mientras acariciaba mis caderas... así durante unos prodigiosos minutos de habilidad manual y oral en los que ambas nos convertimos una orquesta. Resurgió mi ansia de comer y degusté sus jugos, lamí alrededor de su clítoris y escuché una sinfonía de boca de Vero. Nunca antes había probado tal manjar, pero sólo lamentaba no haberlo hecho antes. Mi amada gemía y gemía, yo en cambio lamía y lamía... al poco no oía nada, era ella que me correspondía entre mis piernas, usando su lengua traviesa y sus mágicos dedos, ahora el sonido que se oía era el de mi voz, susurrando primero y gimiendo después. Seguía sin creerme la suerte que tuve al conocerla y al tenerla ahora en mis brazos, disfrutando las dos de nuestra mágica pasión... Su lengua rotaba arriba y abajo, dentro y fuera de mis labios inferiores, una gruta caliente que sentía fluir el magma del amor en su interior.

Volvimos a cambiar de posición rápidamente, esta vez cara a cara, sin esconder nuestras emociones. Nos abra-zamos, sentimos el cuerpo de la otra chocando contra el nuestro, una sensación de querer unirlos en uno solo, una sola alma. Al tiempo juntamos nuestras bocas, sintiendo el tacto de los labios y el profundo abismo que guar-daban celosamente. Mis manos fueron deslizándose de sus brazos a sus rotundas caderas, dejando un ligero surco rojizo a su paso; eran mis uñas que no querían dejar escapar tan preciado tesoro y marcaban así su pro-piedad. Vero seguía abrazada a mi, mi dulce princesa, pero pronto pasó a la ofensiva.

Sentadas una frente a la otra, con las piernas bien abiertas, metimos nuestros mejores y hábiles deditos en la vagina de nuestra compañera y amante. Ummm, solo el recordarlo me estremece... El dúo de sonidos armo-niosos, agudos y graves se fue acelerando, parejo a la intensidad de nuestros "perforadores" abajo. Mi mano res-tante acarició su cara y la suya mi nuca, cogiéndonos luego de la mano, hasta que nuestros volcanes entraron en erupción. Ese orgasmo compartido fue acompañado de unos gritos animales, liberadores.

Salió la bestia que llevábamos dentro, una bestia que tras el esfuerzo y las emociones necesitaba descansar. Así hicimos, ya que caímos rendidas, con la energía justa para coger la sábana, cubrirnos y darnos un cariñoso beso de buenas noches, tras lo cual mi amazona se recostó en mi pecho y dormimos abrazadas. Un abrazo que ya nada ni nadie podría romper jamás.

FIN