Sorpresa

La primera vez que resuró su coño, y cómo me la mamó mientras íbamos por la carretera.

Sorpresa

Cuando A. regresó al auto, traía un rojo vestido corto y escotado que dejaba ver a trasluz su delicioso cuerpo. Sonreía juguetonamente mientras se aproximaba con sensuales pasos, calzando ahora unas zapatillas de tacón. Por supuesto que me estremecí, y un leve hormigueo recorrió mi verga.

A. es realmente atractiva, y su elegancia contrastaba con el entorno polvoriento. Tomó asiento, y dejó que el vestido resbalara hacia arriba de sus muslos, blancos y firmes.

Para el despachador de gasolina fue una sobrada propina ver aquel espectáculo; se la comía con los ojos, y una vez que ella estuvo adentro del carro, él tardó mucho tiempo para contar el cambio; le temblaban las manos, y más que poner atención al dinero, apenas podía disimular que se saboreaba mirando el par de aterciopelados muslos semiabiertos y el par de magníficas tetas que estaban provocadoramente a unos centímetros de él.

No pude evitar un aguijonazo de celos, pero luego me pareció divertida la actitud de A, porque el pobre tipo no atinaba a terminar de despacharnos. Lo de menos era su desconcierto al verla transformada, pues unos minutos antes la había visto ir al baño con pantalones de mezclilla, playera y zapatos deportivos.

Con toda intención, cuando me iba a dar el cambio recargué mi cabeza en las tetas de A y puse una mano en su muslo, como al descuido. Seguramente el despachador se fue enseguida directo al baño a pajeársela pensando en mi mujer.

Arranqué por fin, y los siguientes minutos los comentarios fueron acerca de la cara del hombre aquél. Para entonces, ya mi verga comenzaba a crecer, así que busqué la mano de A para ponerla encima de mi paquete, pero ella se resistió. En cambio, dijo:

Si hubiera levantado un poco más el vestido, se nos desmaya… ja ja ja.

Sí, acepté —aún sin entender bien a bien el sentido de su comentario

Entonces comenzó a subir lentamente el vestido, lo que me obligó a disminuir la velocidad para no salirme de la carretera mientras echaba un ojo al gato y otro al garabato.

Mi mano buscó la entrepierna de A, pero ella se resistió de nuevo, y comenzó a descubrirse los hombros, sabedora de que también sus hombros me ponen caliente. Jaló un poco más el vestido del lado izquierdo, y una hermosa montaña de carne recibió las caricias del aire. Me di cuenta entonces que no llevaba sostén. Intenté frenar para chupar su delicioso pezón, pero ella dijo: "No, no… sigue, de otra forma no llegaremos a tiempo".

Con la mano izquierda hice el intento de aquietar la fiera en que se había convertido mi verga, pero el toque la puso más furiosa.

—¿Sabes por qué se hubiera desmayado? —dijo, tomando la orilla del vestido.

Oye, cualquiera se desmaya frente a esos muslos

Como contra respuesta exclamó:

—¡Sorpresa! —mientras se subía el vestido y dejaba al descubierto su sabrosa panocha recién rasurada.

Yo conocía bien su coño. Lo había saboreado muchas veces, y lo había penetrado también infinidad de ocasiones, y lo había acariciado y bañado con mi leche… pero nunca lo había visto así, digamos que desnudo, aniñado, sin rastro alguno el vello; sus labios tenían aún cierta irritación, lo cual los hacía más atractivos.

La palanca de velocidades y mi bastón estaban igual de duros. Intenté de nuevo buscar un lugar para estacionarme, pero ella se negó.

—Al menos déjame darle un lengüetazo… —le supliqué.

Sonrió y descubrió el otro seno. Yo estaba más caliente que el motor del carro. Por fin se compadeció de mí, tomó el volante mientras yo metía mi lengua rápidamente en su concha… mmmmhhhh ¡Una delicia!

Me incorporé, todavía sintiendo en mi boca su sabor. Entonces las manos de A. fueron en busca de mi verga. Comenzó a acariciarla por encima del pantalón, de la manera justa que sólo ella sabe. La llevó a su máxima estatura, y luego abrió el pantalón para sacarla, no sin dificultad.

Se humedeció los dedos y empezó a acariciar la cabeza de mi bestia, que bramaba en silencio a punto de estallar. Con los dedos índice y pulgar izquierdos subía y bajaba por mi garrote, mientras con la mano derecha apretaba mis huevos

Quise meter mi mano en su coño, y ella dijo:

Tranquilito, tranquilito… déjame a mí

Ahora agarraba firmemente mi verga con su mano derecha; se inclinó y comenzó a pasear su lengua por toda la cabeza del pene, haciéndo énfasis en el borde.

Seguíamos avanzando por la carretera, afortunadamente despejada, mientras A lamía mi trozo de carne desde la base hasta la punta; de vez en cuando, al llegar arriba recorría otra vez con su lengua toda la cabeza, y metía la punta en el agujero.

Luego introdujo la cabeza de mi garrote en su boca, rodeándolo con los labios. Dejó la cabeza adentro de su boca por unos momentos, mientras yo sentía cientos de descargas eléctricas por todo el cuerpo, y más cuando engulló los casi 17 centímetros de mi verga y los mantuvo valerosamente adentro por unos segundos.

Lo sacó poco a poco y siguió lamiendo como si fuera un helado de chocolate. Tomó mi glande con los labios y lo apretó como queriendo alargarlo más; luego lo besó y lo tomó como un chupón.

Yo estaba al borde de la locura, mientras ella volvió a comerse toda mi verga, sacándola y metiéndola en su deliciosa boca

El copiloto de un trailer a ver parte del show mientras nos rebasaban. Luego el chofer tocó la bocina y el acompañante se asomó por la ventanilla levantando el pulgar.

Allá abajo A seguía apresando mi verga en su boca.

Agghhh… Estoy… a punto… de venirme… —le dije entre jadeos.

Impulsada por mis palabras empezó a subir y bajar con su boca a todo lo largo de mi pene, mientras con la mano derecha me decía: "Vente, vente…".

La obedecí con gran placer, intenté no pisar el acelerador al momento de estirarme, y solté todos los chorros de leche de que era capaz, mientras ella ordeñaba mi manguera con su boca y su mano. Por la comisura de los labios comenzó a correr la leche que ya no era capaz de tragar, lo cual la hacía verse más excitante. Me extrajo hasta la última gota, y todavía jugueteó con mi verga en su boca, pasándola de un lado a otro como si fuera un dulce.

Cuando por fin me venció, se incorporó, sin dejar de acariciarme con sus manos.

Mientras se limpiaba el rostro con una toalla húmeda y se recomponía el vestido, me advirtió, o mejor dicho me prometió:

Todavía no acabamos ¿eh? Espero que al regreso sea mejor, y "me pagues" esta rica mamada que te he dado.

Apenas pude asentir. Con las piernas temblorosas, retomé el control del carro. Haría todo lo posible por llegar al pueblo que íbamos, y de donde la habían llamado para hacerse cargo de la decoración de unas oficinas.

Desde luego, el regreso fue también inolvidable. Pero de ello hablaremos en otra ocasión.