Sorprendiendo a mis hijos

Lo que descubro de mis hijos y de mi mujer

Quiero utilizar este espacio para desahogarme de algo que me ha afectado directamente. Algo hice mal, o hicimos, que para este menester siempre hacen falta dos. Y otros dos son los protagonistas iniciales de este drama, o comedia, o tragicomedia… De lo que quieran. Yo, simplemente plasmaré en papel (virtual) lo que pasó, desde mi punto de vista, para darle algún sentido y orden cronológico.

Intento resumir. He pillado a mis dos hijos haciéndoselo juntos, y con haciéndoselo me refiero a follar. No me considero un puritano, ni mucho menos, pero encontrarte a tus retoños en la cama, en plena faena, ambos desnudos, sudorosos… Es de las imágenes que, por más que intento, no consigo sacar de la cabeza.

Tras mucho gritar, intentar escuchar, intentar encontrar alguna explicación plausible o medianamente racional, tras intentar entender, me fui haciendo una visión más o menos clara de lo que les llevó a esta situación. Intentaré escribirla para ver si, leyendo, soy capaz de racionalizarlo y explicarme lo de mi mujer de una forma coherente, que esa es otra.

Para poner en antecedentes a quienes pudieran interesar estas líneas, tengo dos hijos, Teresa de 22 años y Luis de 19. No es amor de padre si digo que son dos chicos realmente guapos y bien parecidos.

Teresa es una belleza, tiene muy buen tipo, no demasiada estatura, como 1,72, así que tampoco es nada bajita, melena larga, muy rubia de pequeña que ha oscurecido con la edad y unos ojos verdes rasgados (de gata) realmente bonitos. Su pecho llama la atención, no por el tamaño, sino por su forma perfecta. Sé, aunque no me lo ha contado, que ha hecho anuncios de lencería, de las fotos que aparecen en las cajas de las bragas y los sujetadores.

Luis es más alto que su hermana, tanto su físico como su cara causan impacto, tiene el mismo color de pelo y los ojos igual que Teresa, las chicas hacen cola por él e incluso he visto a muchas volver la cabeza a su paso, pero en cuanto al carácter, son muy distintos.

Ella es extrovertida, con muchos amigos, realmente simpática; justo lo contrario que su hermano, introvertido, de conversaciones monosilábicas, siempre enfadado con el mundo y el mundo enfadado con él.

Todavía no digiero qué les pudo pasar, pero, por lo que he podido colegir, mi hija quiso ayudar a su hermano en sus “relaciones sociales”. Me explico, cuando era pequeño, él tenía sus amigos, una buena pandilla de chicos con los que salía, pero, a medida que fueron creciendo y saliendo con chicas o teniendo novia, Luis fue sintiéndose más desplazado. Parece que el sexo femenino no era su fuerte.

Pensé que sería homosexual, estaba dispuesto a aceptarlo sin problemas, sin embargo, siempre lo negaba. Alguna vez le preguntaba por qué no salía con ninguna chica, obteniendo siempre la misma respuesta.

-Que no me pasa nada, que no te rayes, tío. – Dicho con ese deje pasota de los adolescentes.

-Que no soy tu tío, soy tu padre. – Le contestaba enfadándome – Si te lo pregunto es porque no quiero que estés todo el día metido en casa muerto de asco.

Ni siquiera llegaba a responder, se metía en su cuarto a oír música o jugar con el ordenador.

Dándose cuenta de las circunstancias, su hermana se metió por medio intentando averiguar que es lo que rondaba la cabeza de Luis. Hasta aquí, todo bien, incluso me contaba sus avances pidiéndome consejo.

Pero algo debió de pasar entre ellos, algo que no acierto a entender. Según cuentan, fueron, poco a poco, sintiéndose más cercanos, más a gusto juntos que con amigos. Hubo un momento en que empezaron a salir solos, como si fueran pareja, a discotecas, al cine… Aquí es donde debería haber advertido la primera señal.

Pero reconozco que soy una persona comodona, me gustan poco los enfrentamientos y problemas, así que, al ver que mis hijos tenían una relación tan buena, que el humor de Luis había mejorado ostensiblemente, que la armonía reinaba en casa, dejé de preocuparme, es más, alenté este nuevo estado de cosas.

Pasó el tiempo y el estado de bonanza se mantenía, pero, como todas las cosas buenas, siempre acaban.

El inicio del fin comenzó cuando se me ocurrió llevarme a mi mujer a pasar una semana conmigo, a un viaje que tenía que hacer a Ibiza por motivos de trabajo. Ella encantada, era la primera vez que la proponía venir y estaría en un hotel con playa, piscina, etc.

Aunque tuviera que pasar la mayor parte del tiempo sola, no le importaba, tiene la capacidad de enrollarse fácilmente y, enseguida, conoce a todo el mundo. Nos fuimos de viaje un lunes, ella a disfrutar del sol y la playa, yo a trabajar hasta la tarde en que nos reuníamos en el hotel.

Pasamos dos días estupendos, tuvimos buen tiempo y poca gente, todavía no había entrado el verano. Aprovechamos para relajarnos, salir a cenar, tomar unas copas… Incluso hicimos el amor una noche.

Pero, el miércoles, me llamaron de la oficina para resolver un asunto muy urgente. Una faena, mi esposa prefirió esperarme en la isla mientras yo cogía un avión de vuelta con la intención de estar en la central no más de un día y volver el mismo jueves por la tarde.

Llegué a Barajas un poco tarde, más de las once de la noche. Por la premura de tiempo, solo había encontrado un vuelo que hacía escala en Mallorca con lo que tardé muchísimo. En fin, para no fastidiar a mis hijos a esas horas, cogí un taxi para ir a casa.

Era más de la una de la madrugada cuando metí la llave en la cerradura de la puerta. Al entrar había luz en el cuarto de estar, sin embargo, no vi a nadie. Escuché unos sonidos y voces provenientes de la habitación de Teresa y hacia allí me acerqué dispuesto a saludarla.

La puerta estaba abierta, me asomé inocentemente, encontrándome a mi hija cabalgando con frenesí encima de un hombre. Me quedé helado, no supe reaccionar, la veía botar a toda velocidad, veía el perfil de sus pechos increíbles que se bamboleaban al ritmo de sus acometidas, sus gemidos inundaban la estancia, un fuerte olor a sexo embotaba los sentidos.

Se agachó hacia su amante comiéndole la boca de forma desesperada, vislumbré la tranca del fulano que estaba mancillando a mi niña, entrar y salir de su coño. Era realmente grande dado el recorrido que Teresa hacía… Un momento después, mi hija se volvió a enderezar, arqueó la espalda, gimió mucho más fuerte soltando unos chillidos sincopados

-Ahhh, ahhh, ME CORRO, ME CORRO, AAAHHH, ahhh, aahhhh

Frotaba fuerte su clítoris contra la pelvis de su amante, movía la cabeza, su melena desordenada…Volvió a abrazarse al tío en cuestión metiendo la cara en su hombro.

Tuve una erección tremenda y empecé, de forma casi automática, a sobarme por encima del pantalón.

El menda, gruñendo como un oso agarrado al culo de Teresa, dio unos meneos de cadera rápidos hasta izar su culo de la cama, arqueando la espalda, con golpes rítmicos y profundos en lo que supuse una corrida espectacular, prolongando el orgasmo de mi hija.

Casi un minuto después, estando yo totalmente alucinado, incapaz de decir una palabra y doliéndome la polla de pura excitación, mi hija se dejó caer de lado, dejándome a la vista a su compañero.

Casi se me caen los pantalones del susto, di un grito de incredulidad al descubrir a mi hijo al lado de su hermana. Se incorporaron ambos al instante con cara de pánico, mirando hacia la puerta, viéndome a mí en el quicio totalmente espantado (y empalmado)

Reprimí, aún no sé cómo, mi primer impulso de ir hacia ellos a partirles la cara, di media vuelta yéndome corriendo a la calle. Anduve dando tumbos, sin rumbo fijo, durante no sé cuánto tiempo, hasta que encontré un pub abierto donde, sin pensarlo dos veces, entré con ánimo de emborracharme. Aunque era muy tarde, llamé a mi mujer para darle la noticia.

Contestó al móvil con voz adormilada.

-¿Diga? –

-¿Inés? Hola, soy yo, que he llegado bien y… - Me quedé cortado, no sabía cómo decirlo.

-¿Y los niños, están bien? – Me preguntó.

No pude decirle la verdad ¡Niños! Pensé. Le respondí con un nudo en el estómago.

-Si, si, están durmiendo ahora. Bueno, ya te llamaré para decirte cuándo vuelvo. Un beso.

Y colgué. Pedí un güisqui solo doble que me bebí de un trago, un segundo con el que repetí el proceso y un tercero bajo la mirada ya reticente del camarero. ¿Y qué coño se suponía que debía hacer ahora?

Estuve comiéndome la cabeza mientras clarificaba las ideas, o las embotaba con el alcohol. ¡Mierda, coño, joder! ¡Me cago en la puta! ¡Me cago en mi puta vida y en la madre que los parió!

Encima, veía más nubes de tormenta. Si se lo contaba a mi mujer, nos divorciábamos seguro, sería imposible convivir con esto hiciera lo que hiciera. ¡Serán cabrones!

Salí a la calle, para alivio del camarero, bastante mareado; el aire fresco de la noche me sentó bastante bien. Según andaba camino de vuelta, intentaba decidir qué actitud tomar, aparte de armarme de valor para enfrentarme a ellos. Las tetas de Teresa, la polla de Luis…

Madre mía, me estaba volviendo loco. ¿Cómo iba a enfrentarme a ellos? ¿Qué les iba a decir? ¿Me los cargaba directamente? ¿En qué me había equivocado?

No sé el tiempo que pasó cuando estaba en la puerta de casa intentando abrir. Me encontré a los dos en el cuarto de estar, con los ojos enrojecidos de haber llorado. Me miraron con cara de susto sin decir nada.

No sabía si me daban pena o rabia, sus cuerpos sudorosos, sus gemidos, sus orgasmos seguían en mi mente. Sus alegrías, sus fracasos, su vida entera también. Inspiré profundamente sentándome en un sillón enfrente de ellos.

-¿Y bien? ¿No tenéis nada que decir? – Dije con voz tensa según encendía un cigarrillo que cogí de encima de la mesa. Después de años sin fumar iba a volver a caer en el vicio.

-Estamos enamorados, papá – Soltó Teresa de sopetón, los ojos anegados en lágrimas. -Nos ha pasado, nos hemos enamorado como tontos, no lo hemos podido evitar…

Mi cara se iba congestionando conforme mi hija hablaba.

-¿Qué os habéis enamorado? ¡Y qué! ¿Es que sois gilipollas? ¡Sois hermanos, coño! ¡No pensáis! ¡Sois unos irresponsables! ¡No sé si partiros la cara o mandaros a un psiquiátrico!

Levantaba la voz conforme hablaba. Teresa se quedó muda, al igual que su hermano, al que parecía haberle comido la lengua el gato.

-¿Y vuestra madre? ¿Y yo? ¿No se os ha ocurrido pensar en nosotros? – Seguí gritando.

Intenté serenarme un poco a la par que intentaba ponerme en su lugar. Teresa estaba como un queso, estaba buenísima, si no fuera su padre yo también le tiraría los tejos… Joder, empecé a imaginarme en la cama con mi hija, esos labios que decían “cómeme”, esos pechos turgentes, esa carita de niña buena, esas piernas sublimes acabadas en un culo de infarto…

Sin darme apenas cuenta estaba teniendo otra erección de lo más incómodo.

Me puse en el lugar de ella, ¿qué veía en Luis? Físicamente estaba muy bien, más que bien, tenía que reconocerlo, pero me resistía a creer que Teresa se enamorara por el físico, más siendo hermanos y tres años mayor.

¿Les habría podido el sabor de lo prohibido?  No sé, no sé. Me estaba sintiendo derrotado moralmente. ¿Qué podía hacer? No podía decírselo a mi mujer, castigarles era una bobada, no les iba a echar de casa ¿O sí?… Desde luego, no podía seguir permitiendo esto.

Les mandé a la cama, cada uno a su cuarto, quedándome yo en el salón con un paquete de cigarrillos y una botella de güisqui por compañía.

Le di cien mil vueltas al tema, lo miré por activa y por pasiva, me bebí la botella, me fumé la cajetilla… Tras una noche sin dormir, una ducha y un café, me vi camino de la oficina hecho unos zorros.

Solucioné el problema que teníamos, al final era una bobada, firmé un par de documentos que necesitaban mi conformidad y, sin volver a casa, me fui directo al aeropuerto donde cogí un vuelo camino de Ibiza. Eran todavía las 12 de la mañana.

Después de una hora de vuelo y veinte minutos de taxi, llegué al hotel. Subí a la habitación e Inés, mi mujer, no estaba. Tenía que hablar con ella, tantear el terreno y ver si podía comentarle lo de nuestros hijos, era mucho peso para mí solo.

Decidí darme un baño en la piscina para relajarme antes de comer, probablemente la encontraría allí. Al dejar atrás la recepción, vi una puerta que indicaba que había también una pequeña piscina cubierta de agua caliente, muy coqueta, donde decidí entrar.

Al abrir la puerta, curiosamente, vi a mi mujer que estaba en el agua, le llegaba a la altura del pecho. Lo que no esperaba es que estuviera abrazada a un fulano, creo que desnuda, metiéndose mano a placer. El agua era clarísima y estaba iluminada. En un momento, con toda desfachatez, pasando de las pocas personas que había, todas fuera del agua, el fulano pareció enchufar su virilidad en el coño de mi esposa que lo recibió rodeándole con las piernas por las caderas, comiéndole la boca como jamás lo había hecho conmigo.

El tío, al que no conocía de nada, le sobaba las tetas, esas tetas perfectas cuya operación había pagado yo, la cogía las nalgas moviéndola de arriba a abajo en un mete saca cada vez más profundo. En un momento dado creí notar (a pesar de la distancia se veía muy bien) que le metía algo en el culo, haciendo que mi mujer soltara un gran gemido de placer.

-Aaaaahhhh – Resonó en el recinto.

¿En el culo? A mí no me había dejado tocárselo en mi vida. ¿De qué iba esto? Desesperado, me fijé en la gente que había en la piscina, dándome cuenta de que eran dos o tres parejas magreándose, casi todos en cueros. Esto parecía más un lupanar que otra cosa.

Quise gritar, insultar a mi mujer, llamarla zorra, desahogarme de alguna manera… La única que gritó fue ella mientras se corría, abrazada a ese cabrón, con un dedo metido en el culo (creo).

-AAAhhh, siii, sii, si, ahhhh

Poco a poco iban relajándose, Inés soltó el abrazo de sus piernas y vislumbré entre las ondas del agua, de forma difusa, cómo el pene del tío salía de su coño, cómo él empezó a mordisquearle los pezones, cómo ella echaba la cabeza hacia atrás y reía…

Creía que teníamos una buena relación de pareja, el sexo siempre había sido muy bueno, aunque, ahora que lo pensaba, bajo las estrictas reglas de ella (ni la chupo, ni la toco, ni me dan por el culo).

Fueron hacia el borde de la piscina, me escondí discretamente tras unas plantas cuando él salió del agua, sentándose en el borde, con las piernas metidas en ella. Mi mujer se acercó, le agarró el miembro algo morcillón introduciéndoselo en la boca. Le chupó con la lengua, le hizo un mete saca subiendo y bajando la cabeza mientras le pajeaba con una mano y jugaba con sus testículos con la otra.

Ya no es que flipara, me había quedado totalmente helado. ¡Que más hubiera querido yo que mi mujer me diera ese tratamiento! Es como si la hubieran cambiado de repente.

Junto con la toalla, llevaba el móvil en la mano, uno con cámara de alta definición. Sin más preámbulos, grabé toda la mamada, cómo se tragó toda su corrida y el posterior cunnilingus con que el fulano la agasajó allí mismo, al borde de la piscina, metiéndole dos dedos en el coño, chupando su clítoris, metiéndole otro dedo en el culo... (Otra cosa que tampoco solía dejarme hacer, comerla el coño, me refiero)

Inés gritó como una loca, pasando de las miradas lascivas y divertidas de los presentes. (Conmigo, jamás había gritado en sus orgasmos)

Al terminar, se sentaron en unas gradas, con sus toallas, muy acaramelados. En un momento, el tío ese volvía a estar dispuesto, metió mano a mi mujer que, sacando la grupa hacia afuera, con las manos apoyadas en la grada, pareció esperar la próxima embestida.

Y vaya embestida le dio, dilatándola durante pocos minutos, ante mi mirada alucinada se la enchufó, literalmente, por el culo. El alarido fue impresionante, las risas de las pocas parejas que había, también… Yo me quedé con la boca seca y más allá del entendimiento, jamás hubiera esperado esto de Inés. Siguió dándole como un poseso hasta que ella se corrió entre grandes gritos y jadeos.

Muerto de vergüenza, de rabia y de cuernos, salí de mi escondite mirándoles directamente. Ni se fijaron en mí, estaban a otro rollo; di media vuelta y me fui. Esto de las huídas ante situaciones violentas se iba a convertir en costumbre. Volví a la habitación, hice mi equipaje y bajé a recepción.

Pagué la cuenta hasta entonces, comunicando que mi mujer se quedaba y que sería ella la que se haría cargo de la factura a partir de la fecha. Con la cabeza dándome vueltas (sería por el peso de los cuernos) me fui otra vez al aeropuerto a coger un vuelo de vuelta a Madrid.

Estando ya en la puerta de embarque esperando la salida, recibí una llamada de la zorra de mi esposa que no estuve en condiciones de contestar. Poco después recibí un sms preguntándome dónde estaba. ¿Qué dónde estaba? En la puta miseria, jodido, cornudo y apaleado. Recordar a Inés cabalgando a los lomos de un desconocido, siendo enculada, haciendo cosas que jamás había hecho conmigo…

Vuelta a casa… Mejor dicho, me fui a un hotel, ahora tenía menos fuerzas aún para enfrentarme al par de degenerados que vivían allí. ¿Cómo se me había ido la vida al carajo en apenas 24 horas? Era jueves y hasta el lunes no tenía que volver a la oficina. Conclusión, me dediqué a vaciar el mini bar de la habitación, a beberme todo lo que había en la cafetería del hotel…

Cuatro días de borrachera continua no me hicieron ver las cosas mejor, solo soportarlas durante este tiempo. Tenía el buzón de voz del móvil llenito de mensajes de mi mujer, de llamadas perdidas, de mensajes, pero nada de mis hijos. Para ellos, seguro, cuanto más lejos mejor.

Al volver a la oficina el lunes por la mañana, viendo que las cosas estaban tranquilas, pedí una semana de vacaciones a cuenta de las de verano. Gracias a Dios no hubo problema, ahora tenía siete días para intentar solucionar mi vida. Fui a ver a un abogado, amigo mío, para tratar el tema de la separación. Desde luego, no iba a seguir con Inés ni loco.

No me pintó las cosas muy bien, separarme, aunque hubiera habido infidelidad por la parte contraria, me iba a dejar tiritando. En principio, la casa era para los hijos, quien tuviera su custodia se quedaba. Sin embargo, eran mayores de edad, así que ellos elegían con qué progenitor quedarse, normalmente la madre.

También me comentó el abogado que, aún siendo mayores, tenía que pasarles pensión alimenticia mientras durara su formación y pensión compensatoria a mi mujer durante el tiempo que estimara el juez. (Por lo menos, ya no era “ad infinitum” como antiguamente)

Lo dicho, tiritando. Hicimos unos cuantos números para ver con cuánto dinero me podría quedar cada mes, por suerte tengo un buen sueldo así que, un poco justo, tendría para vivir yo solo bastante decentemente, sin alardes.

Pero me daba una rabia tremenda dejarle todo al putón de mi esposa. Estuve pensando mucho tiempo, solo en la habitación del hotel o en el bar del mismo. Tras varios días, llamé a mis hijos para que vinieran a verme.

Tuve la decencia de ducharme y afeitarme y, aunque tenía unas ojeras escandalosas, estaba presentable. Quedamos en una cafetería a media mañana, para cuando llegaron me había trajinado un par de güisquis. Tenía la mente clara y un humor frío como el hielo.

Vinieron muertos de miedo, creían que yo no había vuelto a casa por su culpa y estaba seguro de que no habrían hablado con su madre del tema. A saber qué estarían pensando cada uno.

Se sentaron en una mesa conmigo, sin siquiera haberme dado un beso de bienvenida. Volvimos a la conversación que había dejado a medias unos días antes.

-Bien, he estado pensando, intentando entenderos. La verdad, se me escapa un poco el tema de que os hayáis enamorado, como decís. Los hermanos suelen quererse, pero de una forma muy diferente. Y con respecto al sexo, puedo entender que estéis en plena revolución hormonal, lo que no entiendo es que no hayáis sabido aguantaros. En fin, vosotros diréis.

-Mira papá, - empezó Teresa –No sé cómo contarlo, sólo que nos ha pasado. No te lo puedo explicar porque no lo entiendo ni yo, y a Luis le pasa lo mismo. Solo sé que nos queremos, lo hemos hablado mucho, no es un amor fraterno… No soportaría ver a Luis con otra chica, se me revolverían las tripas. Él es mío, es lo que siento.

Miró a su hermano con cara arrebolada, tenía ojitos de carnero degollado. Él estaba igual, eso sí, sin abrir la boca.

-A ver, Luis, di algo. – Dijo la niña.

-Bueno… Yo… No sé, tío… Yo estaba mazo rayao y Tere se portó súper bien y me ayudó mazo, tronco… No sé… O sea… Luego, sólo quería estar con ella, o sea, todas las demás tías me rayaban y Tere no. No sé…

Desde luego, este hijo mío parecía tonto: “tío, tronco, no sé, rayao, mazo” Vaya vocabulario. Supongo que ya maduraría, empezaba a dudar de si entendería algo de lo que les iba a decir.

-Bien, vale. Voy a daros el beneficio de la duda y supondré que es verdad lo que decís. ¿Habéis pensado en vuestro futuro? Porque, de momento, el matrimonio entre hermanos no es legal, aparte de las connotaciones sociales, las relaciones con vuestros amigos…

Me miraban como a un bicho raro, me daba la sensación de que no entendían ni torta, lo que me indicaba que, de momento, no habían pensado en nada de lo que les decía.

-En fin, veo que aún no habéis hablado de estos temas. Ahora lo veremos. Lo que os quiero explicar también es que me voy a separar de vuestra madre.

-¡Pero por qué, papá! ¡Mamá te quiere muchísimo! ¿No será por nosotros, verdad? – Exclamó Teresa. Luis no había ni pestañeado.

-Si le contara lo vuestro, no sé lo que haría, pero está claro que nuestra convivencia se acabaría enseguida.

-Pues no se lo digas, tronco. – Dijo Luis. Al final no iba a ser tan tonto.

-Es una idea – Les contesté –No, me separo porque vuestra bendita madre ha resultado ser una zorra de cuidado. Lo he podido comprobar en este viaje.

-No me lo creo, papá. Mamá es incapaz. Además, es una puritana con eso de “ni la chupo, ni la toco…” Imagínate diciéndoselo a alguien que se quisiera enrollar con ella...

No tuve más remedio que sacar el teléfono y enseñarles el vídeo, no tenía ganas de discutir.

Hasta Luis alucinaba viendo a su madre montándoselo de esa manera. Se quedaron ambos pasmados, sin palabras, incapaces de decir ni mu.

Ya les tenía a punto de caramelo para lanzar mi propuesta.

-Mirad chicos, con la separación, uno de nosotros dos, vuestra madre o yo, tendrá que irse de casa. El asunto es que depende de vosotros. Vosotros elegís quedaros en casa o no y con qué progenitor.

Dejé que sopesaran un poquito esta información.

-Lo que yo he decidido es que os quedéis conmigo. Si queréis quedaros con mamá, le tendré que contar lo vuestro, a ella y al juez, naturalmente. No sé que decidirá entonces, sois mayores de edad, pero el incesto no está muy bien visto. Con este vídeo y vuestra relación, es más que probable que el juez falle a mi favor y os quedéis todos en la calle.

Me estaba tirando un farol que se estaban tragando enterito.

-Ahora bien, si os quedáis en casa conmigo, no le cuento nada a vuestra madre ni a nadie. Eso sí, estando yo, os comportáis como hermanos de toda la vida.

Habiendo visto a su madre en esa tesitura con un desconocido, no tardaron ni dos segundos en decidirse. Fuimos todos a casa donde ya estaba mi mujer. Se puso toda nerviosita al verme, realmente no sabía qué había pasado conmigo, solo lo que le contaran en el hotel de Ibiza que no era otra cosa que el que yo me había ido sin más.

La solté el bombazo de repente, no le di tiempo ni a pensárselo y cuando quiso que sus hijos la apoyaran, me hicieran ver mi error, callaron dándole la espalda. ¡Cómo me reía interiormente!

Le di de plazo una semana para hacer las maletas e irse de la casa. Durante ese tiempo, presenté los papeles de divorcio, de mutuo acuerdo para agilizar los trámites. No le iba a pasar ni un euro, no iba a pisar la casa y tendría que contribuir a la manutención de nuestros hijos. Con respecto a cuándo verles, no puse ninguna pega, ya eran mayorcitos.

Al ver el vídeo tragó con todo, lloró, pidió perdón, suplicó… Pero no cedí. No sólo es que me hubiera engañado con otro, lo que más me molestaba era que había hecho cosas totalmente prohibidas para mí. Me juró que la habían drogado, que no se había enterado de nada… Se lo creería su puta madre, una drogada no participa con ese entusiasmo.

Al cabo de la semana establecida, cumplió lo pactado marchándose a casa de una hermana suya. Tuve que soportar más lloros, perdones, juramentos, promesas… Seguí en mis trece, no tuve ninguna lástima de ella. En esos momentos, todo lo que había soportado en el matrimonio salió a relucir eclipsando cualquier buen rato que hubiéramos compartido.

Al quedarme sólo con mis hijos, ellos también cumplieron con su parte. No sé lo que hacían cuando yo no estaba, aunque lo suponía, delante de mí siempre se comportaban correctamente.

Fueron pasando los meses en los que disfruté de mi nueva condición de soltero, con el añadido de que mis hijos me obedecían en todo. Eso era otra novedad que me reportaba más satisfacciones si cabe. Cumplían horarios, tenían sus cosas siempre recogidas, la casa limpia… En fin, una maravilla.

Con un poco de respeto al principio, estaba totalmente desentrenado, empecé a salir con amigos algunos fines de semana. Llevaba tantos años con mi mujer que al principio me parecía que tenía que ir a casa corriendo para que ella no se enfadara, y eso que jamás le había sido infiel.

Pero una vez superada esta fase, no voy a decir que me desparramé, simplemente, no me cortaba. Empecé a llevar a alguna chica a casa, para echar un polvo o por el simple placer de un rato de compañía. Como terapia es fabulosa para recuperar el ardor sexual. Por ejemplo, llevaba más de diez años sin echar dos polvos en una noche… Ahora resultaba que sí podía.

Sin embargo, a mis hijos no les hacía mucha gracia que trajera mujeres a casa, sobre todo a Teresa. Creo que a Luis le daba bastante igual, pero mi hija se ponía de uñas siempre que venía con alguna amiga.

No sé por qué, me dio por hacerla rabiar, cada vez eran más las “amigas” que me acompañaban por la noche, quedándose a dormir. Teresa estaba cada vez más huraña conmigo, cosa que me hacía mucha gracia.

Cuando sacaba el tema a relucir, me decía que debía cortarme un poco, que ya era mayorcito para andar haciendo el tonto como un adolescente. Le contestaba que no era quién para llamarme la atención, bastante tenían que excusar ellos, además, tenía ciertas necesidades, como todo hombre, ya había pasado mucho tiempo “a dos velas” por culpa de su madre.

Fue cuando me enteré de que mis hijos ya no compartían cama. Según Teresa, habían recapacitado y dado cuenta del error que cometían. Por eso se sentía ahora con más derecho para reprocharme mi actitud.

Supongo que por ser su padre me vería muy mayor, pero acababa de cumplir cuarenta años. Nos casamos “de penalti” cuando tenía 18 años y su madre 17. Tuve que trabajar y estudiar como un cabrón para mantener a mi familia.

Así sucedió que un buen día, uno de los pocos en los que estaba sólo, de madrugada, apareció Teresa en mi habitación. Era tarde, pero estaba despierto; ella, sin decir palabra, cerró la puerta a sus espaldas, abrió las sábanas y se metió en la cama. Llevaba un pequeño camisón de algodón, más de niña que de mujer. Estuve a punto de encender la luz, pero me quedé quieto, manteniendo la respiración profunda y acompasada.

Aunque era previsible, era excitante esperar los pasos que ella quisiera dar, yo no tenía intención de alentarla, ni siquiera de moverme. Estuvo un rato a mi lado tumbada, no sé si observándome, esperando, o tomando valor para hacer algo. Por mi parte, tenía un pensamiento en la cabeza, una cosa era haberme convertido en un poco golfo y otra muy distinta acostarme con mi hija. Estaría buenísima, pero era su padre y aún tenía moral.

Además, tampoco estaba seguro de que no fuera una trampa. Si Teresa se lanzaba y yo cedía, me imaginaba a mi mujer abriendo la puerta de golpe, encendiendo la luz fusilándome a fotos. Se volverían las tornas y estaría, en menos que canta un gallo, en la puta calle.

Reaccioné haciendo que me despertaba repentinamente, encendiendo la luz. Di un grito sofocado de sorpresa.

-¡Teresa! ¡¿Qué haces aquí?! – Casi grité, haciéndome el sorprendido.

Viéndose pillada, mi hija se puso como la grana, bajó la vista y fue incapaz de decir nada. Ante su silencio, quise facilitarle un poco las cosas.

-¿Te pasa algo? ¿Estás mala? ¿Tienes miedo? – Le dije en voz baja.

Vio la salida que le daba y, como cuando era pequeña, me abrazó.

-He tenido una pesadilla, papá. Estaba muerta de miedo.

La besé la frente, le di un par de palmaditas cariñosas y la acompañé a su habitación, cerciorándome también de que su madre no estuviera por ningún lado.

Desde entonces, cada noche que estaba sólo, pensaba en cuánto tiempo iba a tardar en volver a mi cuarto. Estaba seguro de que lo haría, aunque se me escapaba el porqué.

Empecé a controlarme, prácticamente no traía a nadie a casa esperando el día en que Teresa volviera a decidirse. Para mí era un juego bastante gracioso, aunque pensándolo fríamente, llegaba al convencimiento de que Teresa no estaba bien.

Apenas habían pasado un par de semanas cuando mi hija repitió la escena. Hizo exactamente lo mismo, cerró la puerta y se metió en la cama. Esta vez no quise esperar e inmediatamente encendí la luz.

-¿Otra pesadilla, hija? – Dije en voz baja y cariñosa.

-Si papá. Desde que os habéis separado tengo muchas, lo paso fatal. Déjame dormir contigo, anda. Paso mucho miedo estando sola en mi cuarto.

-¿No crees que eres un poco mayorcita para dormir con tu padre? – Intentaba volver a darle una salida sin ser desagradable pero Teresa parecía tener bien aprendida la lección, no se desanimó...

-Ya lo sé, papá, solo hoy, porfa…Te juro que no vuelvo a pedírtelo. Tampoco querrás que se lo pida a Luis… - Me dijo muy mimosa, dejando caer el chantaje como si nada.

Decidí dejar que se quedara, esperaría a ver si intentaba algo. Apagué la luz dándole las buenas noches.

Estaba tumbado de lado y ella detrás de mí, ya había pasado un buen rato, estaba prácticamente dormido cuando noté la mano de mi hija posarse en mi cintura y pegarse más a mí. Notaba sus pechos en mi espalda y su aliento en el cogote, me hacía poner los pelos de punta, mi cacharro empezó a endurecerse.

Todavía no estaba seguro de nada así que, disimuladamente, di media vuelta quedando de frente a ella. Ella no reaccionó como esperaba, no dio media vuelta, simplemente subió la mano hasta mi cara, me acarició la mejilla y me besó en los labios con muchísima suavidad.

Aún sabiendo o sospechando que Teresa podía intentar algo así, me pilló por sorpresa. No tuve que fingir, di un bote en la cama y encendí la luz con cara de susto.

-Perdona, papá. Ha sido sin querer, debía de estar soñando. Perdona. – Me dijo asustada.

Puso tal carita de buena que no tuve más remedio que fingir que la creía. Con un “no pasa nada” volví a apagar la luz. No volvió a intentar nada durante el resto de la noche.

Pero había sembrado una semilla. Ahora estaba seguro de que mi mujer no tenía nada que ver con esto, tampoco estaba seguro de cómo seguía la relación con su hermano. Últimamente veía que salía sin ella; Teresa, sin embargo, no parecía que tuviera muchas ganas de esparcimiento, era cada vez más normal verla en casa un fin de semana por la noche.

Me estaba preocupando, a lo mejor tenía algún tipo de tara mental o problema psicológico. ¿Primero su hermano y ahora su padre? ¿No había otros hombres por ahí? Desde luego, no era normal.

Tardó más de un mes en volver a mi habitación con la misma excusa. Durante este tiempo imaginaba muchas veces, de forma recurrente, el cuerpo desnudo de mi hija, su pecho, su culo, sus piernas… Ya no era imaginación mía, Teresa se me insinuaba descaradamente mientras yo me hacía el sueco. Una tortura.

Cuando entró en el cuarto, lo primero que pensé fue en el valor que tenía para volver. ¡Vaya tenacidad! Estaba realmente obsesionada conmigo, porque estaba seguro de venía a lo que venía.

Otra vez a convencerme para dejarla dormir conmigo, a ponerme carita de buena, a lucir el camisón más pequeño que tenía… A punto estuve de mandarla a su habitación, pero me había pillado en un día tonto, estaba muy cansado y no tenía ganas de discutir.

No me moví cuando puso la mano en mi cintura, pero me estremecí cuando me acarició la tripa. Estaba a punto de encender la luz, pero… ¡estaba tan cansado…! Teresa siguió acariciando y un minuto después, mi erección era hasta dolorosa. No me moví para nada, no iba a alentarla, no tenía ninguna gana de hacer nada con ella de forma racional, intentaba controlar la respiración como si estuviera dormido. Sentimientos encontrados me obsesionaban, luchaba entre la cordura, la calentura y el cansancio tremendo que tenía.

Teresa siguió acariciándome, de vez en cuando llegaba hasta la goma del pantalón del pijama donde, metiendo los dedos, me rascaba el vello púbico sin llegar más allá. En un momento, se incorporó un poco y noté cómo se quitaba el camisón. Sus pechos desnudos se apoyaron en mi espalda, su mano volvió a mi tripa, su aliento a mi nuca… Cuando me empezó a besar el cuello tuve que hacer un esfuerzo ímprobo para mantenerme sereno. ¿Por qué no me daba la vuelta, encendía la luz y la mandaba a su cama?

Porque llevaba mucho tiempo imaginándola, porque me estaba dando un morbazo increíble comprobar hasta dónde era capaz de llegar, porque si ella quería, de una forma u otra lo conseguiría, porque estaba harto de fingir que me despertaba, porque estaba tan cansado… Definitivamente la calentura o el agotamiento ganaban la partida.

Los besos en la zona posterior del cuello se hicieron más intensos, incluso me daba mordisquitos, notaba perfectamente sus pezones, sus piernas acariciaban las mías, sus pies los míos… Yo sólo llevaba el pantalón del pijama.

Sólo era cuestión de tiempo que su mano fuera a mi zona más íntima, creo que nunca había tenido una erección tan grande… Mi virilidad palpitó cuando sentí sus dedos y su gritito de sorpresa. No me la abarcaba entera.

Empezó a masturbarme con mucha suavidad, ella tenía que saber que estaba despierto, pero se comportaba como si mi inacción le diera igual. Se volvió a incorporar quitándose las bragas, al tumbarse otra vez, me agarró mi miembro con fuerza, se restregaba contra mi espalda, intentaba frotar su vulva contra cualquier parte de mi cuerpo...

Me estaba costando horrores mantener mi actitud, mi hija estaba cada vez más desatada, me masturbaba, se frotaba, incluso me cogió una mano con la que empezó a tocarse su depilado coñito. A pesar de seguir a mi espalda, no tuve problemas en manejar los dedos, noté la suavidad de sus labios, noté la inflamación de su clítoris que no tuve ningún reparo en frotar, noté la humedad de su interior, sus gemidos…

Supongo que no pudo más, me giró dejándome boca arriba, me bajó el pijama quitándomelo por los pies, se puso entre mis piernas… Agachándose, se introdujo mi espada hasta la garganta… Y casi me corro de la impresión. Como mi mujer no lo había hecho nunca (a mí), sólo tenía alguna experiencia de las mujeres con las que había estado últimamente (un par de ellas). Fue una muy agradable sorpresa.

Una vez aguantado el tirón inicial, dejé que ella siguiera como más le apeteciera, que supiera que yo no iba a colaborar en nada. Al principio lo conseguí, pero ella, aún sin la experiencia de muchas otras mujeres, intentaba darme y darse placer. Subía y bajaba a lo largo de mi tronco, me lamía el glande, me acariciaba los testículos, se frotaba el clítoris con la mano…

De vez en cuando se tumbaba sobre mi pecho haciéndome sentir la dureza de sus senos, besándome y mordiéndome el cuello, mordiéndome las orejas, echándome el aliento en el oído.

Me estaba matando de gusto y excitación, quería verla, quería ver su cara mientras me la chupaba, ver su placer. La sujeté mientras me incorporaba y encendía la luz de la mesilla. Era una luz suave, lo justo para no incomodar. Me miró con sorpresa, pero continuó con lo que estaba haciendo.

Volví a tumbarme, a dejarle la iniciativa… Se incorporó sobre mí, se sentó a horcajadas introduciéndose mi instrumento de un tirón.

Ahora, sin poderlo resistir, la acariciaba el pecho, sus abultadas areolas, sus duros pezones bajo mis dedos… Ella hacía un mete saca constante, profundo, de vez en cuando paraba para frotarse el clítoris contra mi vello púbico o con sus propios dedos.

Al cabo de un rato, ella estaba al borde del orgasmo, lo notaba, se movía de forma sincopada. En el momento en que volvió a tumbarse sobre mí, abrazándome muy fuerte, arañándome los hombros, me ensalivé el dedo índice introduciéndolo en su prieto culito.

-AHHH, SIIII, PAPÁAA, SIIII…

Debió de ser una sorpresa para ella, aunque no creo que le hiciera daño, lo noté en las fuertes contracciones de su esfínter, su orgasmo se prolongaba, con mi otra mano, introducida entre los cuerpos de ambos, le frotaba el clítoris. Jamás había oído a nadie gritar de ese modo cuando se corría. Mi ex no, desde luego.

Unos segundos después, segundos eternos, se relajó encima de mí. Enterró la cara en mi cuello, jadeaba intentando recuperar la respiración… Estuvimos así durante más de cinco minutos, hasta que se incorporó con mi virilidad encajada en su interior. Tenía la cara roja, el pelo revuelto, los ojos brillantes… Sonreía medio ida.

Movía suavemente las caderas en círculo, sin salirse para nada. Debió de cansarse de esa postura, creo que tenía las piernas entumecidas; despacio, fue inclinándose hacia un lado intentando arrastrarme consigo, sin salir de su interior.

Acabó tumbada en la cama conmigo entre sus piernas; después de un par de mete saca suavecitos, tomé la iniciativa recorriendo su cuerpo con los labios. No podía ser de otro modo, era alucinante, no tuve más remedio que darle un repaso a sus pechos como nunca había hecho con nadie. Estuve un buen rato acariciando, chupando, succionando sus pezones…

Ella gemía de placer, pasaba de una teta a otra, eran verdaderamente perfectas, tan tiesas como las operadas de Inés. Cuando seguí camino hacia su ombligo, había conseguido que su excitación volviera a subir como la espuma.

Me perdí en su intimidad, pensaba en ese momento en las reticencias de mi mujer, en muchas otras mujeres que tenían reparos en este tipo de cosas… Mi hija no, ella me esperaba anhelante, ansiosa e intenté, a pesar de mi poca experiencia en este campo, no defraudarla. Tenía unas ganas enormes de comerme un coñito como aquel.

Al besarle y mordisquearle la cara interna de los muslos, se le puso la piel de gallina, me entretuve en sus ingles viendo la sensibilidad que tenía. Poco a poco, sin ninguna prisa, me fui acercando a la entrada de su vagina, saboreé su flujo, de olor intenso después de haberse corrido.

Le metí la lengua en su hoyito, realizando un pequeño mete saca, girándola en círculos… Se tensó cerrando los muslos cuando recogí su clítoris entre mis labios, lo succioné algo fuerte al principio, se quejó un poco. Inmediatamente dulcifiqué mi caricia, jugueteaba con él como con un pequeño badajo, metí un dedo en la vagina buscando la parte rugosilla de su zona superior…

Teresa movía las caderas, gemía de forma audible, doblaba las piernas dejando los pies temblando o me apretaba con ellas. La verdad es que estaba disfrutando enormemente del placer de mi hija, de su sabor acre, de su olor a hembra...

Estuve un buen rato de caricias, manuales y linguales, hasta notar que se acercaba a otro orgasmo. Gemía más fuerte, más rápido, movía las caderas de forma más desordenada, me apretaba contra ella tirándome del pelo… Ahora le introduje el dedo pulgar de la mano izquierda en su esfínter anal.

Volvió a correrse de forma devastadora, tensando mucho la espalda, apretándome con sus piernas hasta casi asfixiarme.

-AAAAAHHHH, SIIIIII, AAAHHH, AAAHHH, AAhhh, aahh, siii

Cuando se relajó, tiró de mí haciéndome abandonar su tierno coñito. Por primera vez me besó en la boca, buscó con la lengua su propio sabor, nos mordimos los labios… Mi pene estaba aprisionado entre ambos cuerpos.

Me quité de encima poniéndome a un lado, nos acariciábamos y besábamos esperando que ella se relajara un poco. Al cabo de un ratito, fui girándola hasta dejarla boca abajo, metí una almohada bajo sus caderas dejando su culito en pompa.

Tenía una suavidad asombrosa, no recordaba haber acariciado una piel tan tersa. Con delicadeza, volví a introducirle mi virilidad en su interior. Echado sobre su espalda le acariciaba las tetas según le metía y sacaba el nabo.

Bajé una de las manos a frotarle el clítoris mientras aumentaba el ritmo de mis acometidas.

Teresa gemía medio derrotada, me agarraba la mano sobre su pubis, mordía las sábanas… Enardecido, me salí de su interior, me ensalivé bien el pene, ensalivando también su esfínter, empezando a metérsela por la entrada trasera.

Al principio apretó mucho el culo con lo que no conseguí nada. Un momento después, me incorporé para coger un bote de lubricante íntimo que tenía en el cajón de la mesilla, me embadurné bien mi mástil, así como su cerrado anito. Volví a empujar, a intentar entrar en ella… Con tanta crema como había echado, costó poco trabajo que mi aparato horadara su estrecho túnel.

Gruesas gotas de sudor perlaron su frente. Poco a poco incrementaba el ritmo de mis acometidas, estaba disfrutando a tope, era la primera vez que practicaba sexo anal...

En un rato Teresa gemía, yo la masturbaba a la vez, movía sus caderas al son de mis envites ¡Joder qué polvazo! Un momento después volvió a correrse.

-AAAHHH, PAPAAAA, SIII, JODERRRR, SIIIII, AAhhh, aaahhh, aahhh

Notaba sus contracciones en la base de mi instrumento, estaba en el borde mismo, aceleré lo que pude hasta que solté toda mi simiente en su interior. Sus gemidos fueron escandalosos mientras me quedaba medio muerto encima de ella.

-MAAASSS, DIOSSS, PAPÁAA, AAHHH, ahhhh, ahhh

Me hubiera quedado así todo el tiempo del mundo, pero conforme fue bajando mi erección salí de ella tumbándome a su lado. Giró la cara hacia mí sin apenas moverse para besarme suavemente en los labios.

Esa noche durmió conmigo, pero, una vez saciado el apetito sexual, yo tenía mucho cargo de conciencia, me sentía bastante mal. A la mañana siguiente, al despertar, hablé con ella de lo sucedido, me desahogué dejándole claro que no me parecía bien lo que había pasado la noche anterior. Dos minutos después estábamos enzarzados en otra batalla sexual de las que hacen época.

Después de varios orgasmos, de haberme corrido en su interior, quiso convencerme de que me quería, de que me amaba… No pude menos que preguntar

-¿Y tu hermano? ¿No estabais enamorados entre vosotros? ¿No me dijiste que no podías vivir sin él?

-Antes era así, papá, no te mentimos. Pero ahora Luis sale con una chica. Quizás nos precipitamos un poco al principio. No quiere decir que no le quiera, pero tenías razón, no habíamos pensado en el futuro y nos dejamos llevar.

-¿Entonces, a falta de tu hermano, me buscas a mí?

-No lo sé, papá, pensarás que soy una golfa. Pero hay algo en ti que me atrae de forma especial, es igual a lo que veía en Luis, es más fuerte que yo, es una especie de necesidad… No, sé. Sólo tú puedes saciarme.

-Pues yo no puedo ser tu amante, hija. Soy tu padre. Lo de anoche fue una calentura, si siguiéramos así, nos destrozaríamos moralmente.

-Ya lo sé, papá, sé que no debía de haber venido a tu habitación, perdóname… Pero fue más fuerte que yo, papá, no lo puedo controlar. Sólo quiero que sepas que me destrozarás si me rechazas.

Mis hijos se comportaban en casa normalmente, yo dejé de ser tan golfo. Ahora no traía nunca a ninguna mujer; pasado el primer ardor inicial, me encontraba más sereno, tampoco me veía con ganas de andar trasnochando continuamente.

Lo de Teresa es otra cosa. A pesar de sus promesas, cada vez más a menudo aparece en mi habitación de madrugada y, aunque siempre le digo que no, siempre se sale con la suya. Creo que espera a que lleve un tiempo sin follar para pillarme con más necesidad. Esto me va a causar algún trauma sicológico, es mi hija y la quiero como hija, después de hacer el amor siempre me siento culpable y me juro a mí mismo que no volverá a pasar.

Pero es persistente, cada vez que lo hacemos me jura que es la última vez, pero siempre vuelve a mi cama. No sé si mi hijo Luis sabe algo, si es así no comenta nada o le trae sin cuidado. De mi mujer, bueno, ex mujer, apenas sé nada ni me interesa, seguro que no se ha enterado de lo que está ocurriendo por estos lares, si no…

Y estoy seguro de que Teresa vendrá esta noche, ahora es prácticamente todos los días. También estoy intentando convencerme a mí mismo de que la voy a mandar a su cuarto, de que no voy a caer en la tentación… Pero cada vez me cuesta más. Yo nunca la he buscado, pero cuando aparece, me desarma. Su cuerpo joven, su pecho perfecto, su coñito ¿he dicho que está depilado?, su carita de niña buena, el amor que me muestra, su pasión…

Quiero pensar que para mí es algo físico, ¿cómo voy a mandarla de vuelta si cada polvo con ella me produce más morbo y placer que cualquiera que haya echado nunca? No quiero buscar otras connotaciones, ni morales y menos de índole sentimental. Porque la niña siempre encuentra algo nuevo con qué agasajarme, se ha convertido en una súper experta en la cama y me tiene más que cubiertas mis necesidades, cualquiera que se me ocurran.

Hace dos días que no ha venido y es raro; es viernes, no he salido, así que se dan todos los ingredientes para que aparezca en cualquier momento, esta misma mañana se me estaba insinuando descaradamente durante el desayuno, así que no tengo ninguna duda. Sobre lo que sí tengo dudas es sobre su salud mental, no es normal lo que hace ni con quién lo hace. Creo que el morbo que le produce el hecho de ser su padre la supera, igual que sucedía con su hermano.

Luego estoy yo. A pesar de que nunca quise esta situación, soy incapaz de evitarla, está claro que arderé en los infiernos mientras esta cría siga acechándome así. No va con otros hombres, tiene auténtica obsesión conmigo, aunque ella lo llame amor. Me doy cuenta de que siempre me tendrá, es mujer y sabe utilizarlo. Si no hubiera caído la primera vez, quizás sería distinto, pero ahora, en la cama, soy un juguete en sus manos. Ella lo sabe y yo lo sé.

Sólo estoy esperando el día en que, directamente, se instale en mi habitación, no creo que tarde demasiado. Últimamente sale conmigo a hacer la compra, o al cine, o a tomar algo por ahí, se está comportando como si fuera mi mujer, no mi hija y lo peor es que no hago nada por evitarlo a pesar de saber que esto está mal. Me domina con el sexo, ahora veo el morbo y la excitación que produce, es como una droga. Lo único que le falta es decir en público que soy su pareja y también lo hará. Si no, al tiempo.