Sorprendida por mi vecino
Una sorpresa a mi marido se vuelve contra mi
Todo empezó en un pequeño pueblo de Andalucía. Me llamo Carmen y no he sido en mi vida muy sociable. Mido un metro setenta de altura, pelo negro con mucho flequillo y largo, ojos marrones y un cuerpo normal tirando a rellenita. Termine mi carrera universitaria sin apenas relacionarme con los chicos y solo tuve un “rollete”, como se dice ahora, con un chico antes de salir con mi novio y que ahora es mi marido. Ese chico fue el que me dio mi primer beso y sentí algo especial que no he vuelto a sentir desde entones.
Siempre he hecho en mi vida lo que se esperaba de mí, estudiar para tener un trabajo, trabajar para mantener una casa y desde que tuve novio, casarme con él. Tres años llevo ya casada y la cosa parece que no va. Al principio, nuestras relaciones sexuales eran continuas pero se han ido haciendo cada vez más distantes y monótonas. Le conté lo que me pasaba a mi amiga Celi que es lo opuesto a mí. Descarada, divertida, traviesa, siempre tenía a todos los chicos babeando por ella. También se caso pero según me contaba ella, el sexo con su marido era siempre algo genial. Me propuso ir a un sex shop y encontrar cosas para ayudarme. Nunca he pasado tanta vergüenza como cuando me propuso eso. Tarde dos semanas en decidirme a ir en vista que con mi marido no iban las cosas bien.
En el sex shop, Celi parecía que estaba en una tienda de ropa o en un mercado. Se encontraba en su salsa enseñándome los objetos más extraños que había visto. Parecía increíble que pudiese haber tantas cosas para el sexo. Yo ya con solo pedir un preservativo estaba roja como un tomate, allí no sabía dónde meterme. Celi no paraba de enseñarme cosas, consoladores, vibradores, vaginas de plástico,… hasta que encontró unas esposas con cubierta de terciopelo. Me dijo que me acercarse y me las puso en las muñecas. Del susto que me dio me quedé sin respiración.
- Ya sé lo que puedes hacer.- Me dijo Celi. – Comprate un conjunto de lencería sexy, preferiblemente rojo, este vibrador, esta mordaza y varias esposas. En casa te seguiré contando.
No me lo podía creer. ¿Yo iba a tener eso? Celi tuvo que convencerme y ayudarme a pagar eso porque no me salía ni el habla. No sé como llegue a casa porque todavía estaba en estado de shock. En casa, Celi me contó su idea. Mi marido se tiene que marchar algunos días a la capital por reuniones. A veces, se queda allí con los amigos de borracheras pero procura llegar para acostarnos juntos. Celi me propuso sorprenderlo. El día que se marcharse, me dijo de coger la lencería y ponérmela. Una vez puesta, me colocaría en la cama, me pondría la mordaza y esposaría mis pies y mis manos a los barrotes de forja que tenemos. Si quería calentarme, podría ponerme el vibrador para que fuese mi esposo quien decidiese si dejármelo o ocupar su lugar. Me lo soltó tan fresca y natural que no le di crédito a sus palabras. Le dije que yo no hacia esas cosas tan raras.
No volví a hablar del tema en meses. Con mi marido, la cosa siguió igual. Cada vez menos romántico y más aquí te pillo y aquí te mato. Y cada vez se quedaba más en la capital cuando iba con sus amigos. Hable con él y le dije que tenía una sorpresa. El viernes de esa semana se la daría. Llego el viernes y no fui capaz de hacer lo que me propuso Celi. Le di un regalo de lo más normal y una cena romántica. Pero no tuvimos relaciones esa noche. Me decepcione un poco y creo que el también. Me arme de valor para intentarlo a la semana siguiente. Durante ese tiempo no tuvimos sexo.
Llegó el viernes y empecé a prepararlo todo. Fui al mercado a comprar unas velas rojas y perfumes. Llegue a casa muy nerviosa y le mandé un mensaje a mi marido diciéndole que cuando volvía a casa. Me contestó que temprano, sobre las 7:30 o así. Eran poco más de las seis y cuarto. Tendría poco más de una hora para prepararlo todo. Ate unas pequeñas cuerdas al pie de la cama para que me diese espacio para las esposas de los pies. En un sobre, sellados con un beso de mis labios dejé las llaves de las esposas. Me desnudé y noté la excitación en mis pezones. Me puse el sujetador rojo que apenas cubría mis pechos y el ligero tanga. Me eche en la cama y le mandé otro mensaje a mi marido. Con lo nerviosa que estaba, tarde un siglo en decirle que no se tardase. Tuve que hacer acopio de todo mi valor para ponerme la primera esposa en mi pie izquierdo. Sabía que podía quitar la cuerda y quedar libre. Eso me tranquilizó un poco. El clic de la esposa cerrándose, resonó en la habitación. Hice lo mismo con el pie derecho, quedando mis piernas totalmente abiertas. Podía cerrarlas un poco por las cuerdas pero no juntarlas. Aquí dudé en ponerme o no el consolador. Después de un rato pensándomelo, lo hice. Estaba hecha un flan y mi coñito lo notó. Dejo que se acomodase el consolador fácilmente. Tampoco era muy grande, pero era el primero que me ponía. Llegó el momento de esposarme la mano izquierda. Cuando las esposas hicieron clic ya sabía que no podría soltarme. Me puse la mordaza y por último, la esposa de la mano derecha. Ya solo me quedaba esperar.
Allí estaba, atada a la cama, en X, medio desnuda, amordazada y con un consolador en el coño. Llevaba ya largo rato. Creo que ya eran más de las 7:30. Oí pitar el móvil. Un mensaje. Llamaron por teléfono. No podía cogerlo. Esperé. No tenía otro remedio. Casi me quedo dormida cuando oigo abrirse la puerta de la entrada. Mi marido, al fin!
Hola?? – Dijo una voz que no era la de mi marido. -¿Hay alguien?.
¿Quién podía ser? No podía hacer nada. Así que recé para que no entrase más en la casa y me viese. Tenía los ojos como platos temiéndome lo peor. Oí sus pasos por la casa y el tintinear de unas llaves. ¡Hay caí en la cuenta que me dejé puestas las llaves en la puerta! ¡Dios que despiste! Pasaron unos minutos que me parecieron horas. El intruso parece que registró toda la casa y llegó a mi habitación. Quería morirme de la vergüenza. Era mi vecino. Nunca le había dicho nada más que hola y adiós. Tenia unos 50 años, quince más que yo. Le había visto algunas veces por la ventana, o nos habíamos encontrado en la entrada. Poco más. Había algo en él que no me gustaba y por eso no me había relacionado nunca. Ahora me tenia a su completa disposición y no podía hacer nada.
-¡Mira, mira, mira! ¡Qué sorpresa, vecina! – Me dijo lascivamente.
Ahora entiendo este sobre con estas llavecitas- Y me mostró el sobre con mi beso.
¡Bien preciosa! ¿Ahora qué hago contigo? No todos los días tengo esta suerte.
Le miré a los ojos suplicando que no me hiciese nada y aparté mi cara cuando quiso acariciarme.
- ¡Vaya! ¡Parece que ahora no quiere! De seguro que te has puesto así para tener sexo y eso vas a tener. - Volví a suplicarle ya con lágrimas en los ojos que no quería pero me ignoró.
Empezó a desnudarse y pude contemplarlo. No es que fuese guapo, ya tenía algunas curvas, pero no estaba mal conservado. Cuando pude ver su aparato comprobé con horror que era más grande que el de mi marido. Me acarició todo mi cuerpo empezando por mi cuello, mi pecho, mis brazos, mi barriga y mis piernas. En algún momento me hizo cosquillas pero yo no lo veía. Volví mi cabeza para intentar tapar mis ojos con mi propio pelo y evitar que viera mi llanto. Cuando llego a mi tanga, encontró el consolador. Si en ese momento pillo a Celi, la mato.
-¡Mirame! – Ordenó tajante- ¡Mirame te digo!- Me resistí hasta que me dio un pellizco en mis pezones.
- Así que me estabas esperando, eh? Bueno, creo que este aparato no te ha servido mucho. Ahora comprobarás uno de verdad. – No paraba de llorar. Este tío me va a violar en mi propia cama y yo me he ofrecido en bandeja.
Mi tanga no duró mucho en su sitio y empezó a acariciarme en ese sitio. Tenía experiencia, porque me empezó a gustar. El cacao mental que tenía era enorme. Me estaba violando y mi cuerpo respondía con gusto a eso. El masaje seguía, junto con mi llanto y mi aumento del placer y mi humillación. En un momento paró y me volví a ver que hacía. Se estaba acomodando para penétrame. Tenía que evitarlo. Con los últimos restos de mi dignidad, me movía para evitar que me mancillase de esa manera. Fue en balde, pues al moverme le facilité que me penetrase y él lo vio como un signo de que estaba gozando.
-Mira, si se mueve! Estas buscando la polla que te va a hacer gozar, verdad, puta?-
Hasta entonces había permanecido inmóvil, intentando ser lo menos sexy posible, pero en mi situación era imposible. El meneo que empezó a darme me encendió como una cerilla enciende un barril de gasolina. Me puse más colorada si cabe que en la tienda del sex shop. Me hice daño en manos y pies intentando librarme de mis ataduras. Pero lo que más me sorprendió fue mi orgasmo que llegó como un misil. Me había ganado. Me aflojé pero él seguía con su meneo y sus caricias. Me mordía el cuello y los pezones de vez en cuando. Otras veces se levantaba y me tocaba el clítoris con una mano mientras seguía bombeando. No pude aguantar y el segundo orgasmo llegó igual de rápido. Ya estaba hecha un guiñapo cuando aceleró su marcha y explotamos juntos en otro orgasmo más.
-¡Vaya! ¡Qué ricura de coño tienes! Pareces virgen y todo. – Me dijo. Yo estaba como ida.
Me quito la mordaza pero no dije nada. Estaba muerta de vergüenza. Miro la habitación y encontró mi móvil. Vio el mensaje que tenia. Era de mi marido. Se quedaba en la capital.
-Creo que vamos a pasar la noche juntos, preciosa-
-Por favor, ya has tenido lo que querías, ahora déjame. – Suplique.
- ¿No lo has disfrutado?-
-No- Mentí.
-Jajajaja - Rió- No sabes mentir, guapa! Creo que has tenido tres orgasmos, a pesar de que la mordaza no te dejaba gritar.-
Me humilló más el ver que me había descubierto.
-¡Por favor! Suéltame y vete. – Me atreví a decir sin mirarlo.
- ¡Vale! ¡Te soltaré! Pero aún creo que me quedaré un poco más.
Estaba hundida. Me había violado y había disfrutado de ello. Quería que se fuese para olvidar esto pero estaba claro que no me iba a soltar. Me desato los pies primero y luego las manos. Cuando ya me veía libre, me giró y me esposó las manos a la espalda.
-¿Qué haces?- Pregunté
-¿Creías que te iba a dejar tan pronto? No! Hoy voy a hacer contigo todas mis fantasías! ¡Lávate bien!
Me lave en el bidé del cuarto de baño que tengo en el dormitorio con mucha dificultad. Quería quitarme todo su semen de mi y sentirme limpia pero con las manos a la espalda, el chorro del agua me daba en el clítoris que lo tenía inflamado después de tanto trabajo. No me lo creía, pero me estaba empezando a gustar el ser humillada. Mi vecino, no me quitaba vista de encima.
-¡Ya vale! Parece que tu coño está seco después de toda la leche que ha bebido- Dijo.
-No puedo cerrar el agua y secarme, estado atada. –Dije totalmente humillada.
-Eso lo arreglo yo…
(Continuará...)