Sor Sumisa

En los años ochenta fui contratado para llevar la administracion de unos colegios religiosso regentados por unas monjas. Nada era lo que parecia.

Corría el año 84, el año de Orwell, cuando terminé mi curso de administración de empresas en Londres. Los contactos de mi familia resultaron muy útiles para conseguir algunos "trabajillos" que me facilitaran la experiencia necesaria para ocupar puestos de mas responsabilidad. Uno de estos encargos fue auditar tres centros escolares privados de la provincia de Granada que pertenecían a una familia de nuestro pueblo con la que nunca habíamos tenido especial sintonía pero....... eran los ochenta y los tiempos estaban cambiando.

La sede central era uno de los centros educativos que además de ser colegio, era oficina y residencia internado para una veintena de alumnas, normalmente chicas bien incomodas y conflictivas o becadas y de procedencia humilde. Así los cabrones se curaban la mala conciencia de cobrar una pasta gansa todos los meses, a las familias más pudientes, por la educación de sus hijos. La dirección y administración estaba a cargo de un grupo de tres religiosas de determinada confesión que asumían la contratación de personal y la responsabilidad de todo lo que ocurría. Mi trabajo consistía en modernizar el sistema administrativo y comprobar que no existían "anomalías" en la administración de tan boyante empresa, en definitiva, la piadosa familia de empresarios propietarios de los colegios no se fiaba de las ecuánimes y santas monjas que lo manejaban y pensaban, con razón, como pronto pude comprobar, que sus sospechas estaban mas que fundadas.

Mi primer encuentro con la directora, Sor Teresa, fue de lo más brusco y desagradable a pesar que, para causar buena impresión, por consejo de mi tía, había aceptado darme un buen corte de pelo y sacrificar mi larga melena de entonces y había apostado por un traje y una llamativa corbata de seda. La monja debía de andar por los cuarenta, era delgada, de cara angulosa y ojos azules de mirada eléctrica, destilaban mala leche en lugar de amor y comprensión, lo habitual.

Cuando cargado aun con mi equipaje entré en el despacho de la monja, repleto de oscuras estanterías plagadas de libros antiguos y una vieja mesa de roble, la hostilidad hacia mi persona se respiraba en el ambiente. Me presenté y le di las instrucciones que había recibido de los propietarios, que me alojara en uno de los cuartos del recinto, que me proporcionara los libros de contabilidad y que me ayudara a confeccionar la lista de gastos ineludibles para el mantenimiento del edificio y el inventario necesario para determinar el verdadero valor de la institución. Calculé entre mes y medio y dos meses el tiempo necesario para realizar mi labor.

-Aquí no se puede alojar, tendrá que buscar un hotel, yo no podré ayudarle mucho, los números nunca han sido lo mío y los libros los tendré que mandar a pedir a la hermana Rocío que está en el colegio de Baza, tardará unos días en llegar.

-¡Disculpe hermana! Creo que se esta usted equivocando. En primer lugar yo no soy su subordinado y sus ordenes y su tono autoritario no me impresionan, sus jefes son los mismos que los míos, con la diferencia de que entre mi familia y ellos, mentí, hay profundos y viejos vínculos y en segundo lugar lo que le estoy transmitiendo no es un ruego, es una orden emitida por D. Julián, el gerente. Si usted no atiende esas indicaciones yo me volveré a casa tal como he llegado y le transmitiré a D. Julián el mal recibimiento que me ha dispensado y lo sospechoso de su falta de colaboración, puede ser la excusa perfecta que D. Julián esta esperando para prescindir de los servicios de su orden. Igual resulta que otra orden religiosa le ha echado el ojo a estos colegios y presenta una oferta más interesante. El negocio de la educación se ha puesto muy competitivo.

-¿Prescindir de nuestros servicios? - Preguntó entre el mosqueo y la preocupación –¡Llevamos mas de treinta años asumiendo responsabilidades en estos centros!

-Mire usted hermana. Yo soy de ese tipo de personas a las que la historia y la tradición solo les interesa si le proporcionan beneficios, los años que lleven ustedes aquí me importan un comino y si no me recibe y me aloja como mi misión y rango merecen me largo ahora mismo con viento fresco pero si eso ocurre tenga por descontado que se acordará de mí en términos muy poco católicos en el futuro.

Reconozco mi aversión a las instituciones católicas, haber pertenecido a una familia liberal en los funestos años de la dictadura de Franco obligó a los míos pagar un alto precio que, al menos yo, ni he olvidado ni olvidaré. Represión, represalias y persecución. No dejarme avasallar por aquella arpía me parecía sano, saludable y de lo más profesional.

La actitud de Sor Teresa cambio de la altivez a la más absoluta servidumbre, me invitó a comer en el comedor del colegio después de enseñarme las instalaciones y mientras alguien, a quien había transmitido instrucciones a través de un viejo teléfono, preparaba los aposentos para "un importante invitado" enviado por la familia propietaria de la institución.

La construcción, de principio del siglo XX, era, como podéis imaginar, todo lo siniestra que este tipo de mansiones suelen ser, en el ala derecha, acotada por una torre donde estaban las dependencias de los profesores, se encontraba el colegio, con una decena de aulas de obsoletos pupitres de madera rodeada por unas cuidadas y amplias instalaciones deportivas. En el otro ala la residencia, que en ese momento alojaba a una docena de alumnas sobre los quince años, a las religiosas y a un par de trabajadoras internas, la ama de llaves y la cocinera, ambas pasada la cincuentena. También había una pequeña capilla y el comedor reseñado con su correspondiente cocina. Este ala estaba rodeada de un espléndido huerto jardín.

Durante la comida la mirada de acero de la monja había tornado en mirada de cordero degollado, estaba nerviosa y complaciente. Un cóctel que me hizo sospechar que ocultaba algo.

A los postres llegó presurosa Sor Rocío, una monja oronda y apretada, próxima a los sesenta, muy vital, con los libros y la documentación que había solicitado. La monja que al principio de nuestro encuentro Sor Teresa me había dicho que "tardaría varios días en llegar con los libros" me hizo reverencias cuando me los entregó y se sentó a tomar un café.

La antes odiosa, y ahora amabilísima, monja hizo las presentaciones.

-Sor Rocío le atenderá en todas sus necesidades cuando mis obligaciones, que son muchas, me impidan atenderle a mí personalmente –me explico con la mirada como ida, como si tuviera sus pensamientos en otra cosa, en otro lugar.

Mi interés por las mujeres de cualquier edad y condición, que aun perdura, estaban en esos momentos, con ventipocos años, en todo su esplendor. Mientras charlaba de temas banales con las dos religiosas observé a la docena de chicas que almorzaban en el comedor, algunas estaban ya en edad de merecer, crucé alguna mirada furtiva con ellas, juraría que la hermana Teresa percibió de alguna de ellas.

Sin duda la presencia de un joven de la capital en el colegio, al que la directora cumplía con sumo respeto y obediencia, seria la comidilla entre las niñas y si no me causaba mas preocupaciones de las necesarias estaba dispuesto a aprovecharme de ello.

Volví al despacho de la directora con los libros de cuentas, a recoger mi equipaje, Sor Rocío, que me acompañó por indicación de Sor Teresa, no me dejó portarlo, tomo mi maleta con convicción y me pidió que la siguiera.

Desde luego el aposento que me prepararon no debía de parecerse mucho a las rústicas y exiguas habitaciones que caracterizan a los habitáculos que ocupan las alumnas en los internados religiosos. Una amplia cama con dosel, un gran armario de madera, un inmenso ventanal desde el que podía divisar una hermosa vista de la vega granadina y un escritorio tras el que se distinguía una vieja y señorial estantería repleta de volúmenes. Junto a ella un reclinatorio situado ante un viejo cuadro de algún santo cuya identidad no me preocupé en conocer.

La religiosa, sin atender a mis suplicas y reparos, abrió mi maleta y guardó mi ropa en el armario, clasificándola y doblándola con esmero, hacendosa y servicial. Diría que trató con especial cariño la colocación de mis blancos slips en uno de los cajones. Me cayó bien la vieja monja deseosa de complacer, al menos mejor que la bruja de su jefa. Cuando terminó su labor tomo mis utensilios de aseo, los colocó en el cuarto de baño, que me sorprendió por su amplitud, dominado por una gran tina de madera y abrió mi cama con la misma brillantez que la camarera de un hotel de cinco estrellas. Me comentó las distintas formas de localizarla a ella o a la directora, me dio la llave de la habitación, la entrada principal y la cancela exterior y se despidió con la consabida frase:

-Si el señor desea alguna cosa mas solo tiene que decirlo.

Una loca idea se me paso por la cabeza, la deseché, pero tuve la corazonada de que si le hubiera pedido que me chupara la polla, quizás, tras los primeros aspavientos, hubiera accedido. Algo normal en la gente que oculta algo y que piensa que van a ser descubiertos si no lo han sido ya.

Mayo acababa de comenzar, Granada exponía su clima extremo, calor de día y muy fresco en la noche, quizás sea el momento de recordar el esplendor de la capital andaluza en aquella década prodigiosa de la Movida. La música rock (091, TNT, La Guardia), el ambiente universitario que propiciaba bares repletos de chicas que cerraban sus puertas mas allá del amanecer. Una gran ciudad sin duda. El colegio estaba en las afueras de Granada. Cuando me preguntaba sobre la forma de solucionar mis desplazamientos hasta el centro de la ciudad Sor Rocío acudió rauda a solucionarlos ofreciéndome el usufructo de una rancia motocicleta modelo Mobilette que me vino de perlas.

Las chicas terminaban sus labores escolares a las cinco de la tarde y salvo castigos o instrucciones sobre lo contrario, de sus progenitores, tenían libre hasta las nueve y media. Ya distinguía alguna de ellas que me saludaban, ceremoniosas y tímidas, por los pasillos de la institución preguntándose que coño pintaba yo en aquel sitio. Aun mas cuando un par de ellas, que esperaban el autobús en la parada, me vieron pasar raudo y veloz con la Mobilette. Me llamó especialmente la atención una morena agitanada de larga melena negra, trasero impresionante y mirada prometedora.

Con el viento acariciando mi cara en la moto y más tarde paseando por la calle Pedro Antonio de Alarcon, repleta de bares, pubs y efervescente ambiente universitario me alegré de haber dado con mis huesos en esa ciudad hermosa y alegre donde por el precio de una cerveza siempre te sirven una tapa abundante. Así descubrí el tapeo, que se convirtió en mi peculiar forma de cenar los días que bajaba a la ciudad.

La administración de los centro era un desastre, no es que no se llevara bien, que no se llevaba, es que las cuentas estaban repletas de errores. Pronto detecté dos tipos de irregularidades, una que creí responsabilidad de Sor Rocío, eran errores intencionados que maquillaban pequeñas sisas. Otra, que sin duda correspondía a la hija de puta de Sor Teresa, era la falta de consignación en los libros de casi el veinticinco por ciento de los abonos de los alumnos, una jugosa cantidad. Al principio decidí denunciarlas, después lo pensé mejor, los intereses de mis jefes la verdad que me importaban mas bien poco así que quien era yo para reparar sus equivocaciones, mas aun cuando las podía usar en mi propio beneficio consiguiendo una buena ración de morbo y un extra económico que compensara el irrisorio sueldo que me proporcionaban por sacarles las castañas del fuego. Con el rollo de que me estaban brindando una gran oportunidad profesional me pagaban una miseria.

Volvía al colegio sobre las doce de la noche, obviando la cita para la cena que era a las diez y riéndome sin piedad de las miradas de reproche de Sor Teresa a la mañana siguiente. La mayoría de las chicas ya me saludaban con confianza y cordialidad, con el pomposo titulo de "Señor Administrador" en especial cuando no había ninguna monja, profesora o empleada en las inmediaciones.

La vieja Sor Rocío fue mi primera víctima. Pasada la primera semana ya tenia la mayoría del trabajo planteado y crecía la inquietud entre las religiosas, a las que se había sumado Sor Agueda, la monja más joven, encargada del colegio de Guadix, que ahora pasaba el mayor tiempo posible en Granada, estimo que siguiendo instrucciones de Sor Teresa.

Nada mas que vi a sor Agueda, su sonrisa maliciosa y las facciones, hermosas pero ciertamente malvadas de su cara, me di cuenta que bajo los hábitos la monja camuflaba un buen cuerpo para el vicio, el morbo y el sexo. Aquella mañana mandé, con tono serio, llamar a Sor Rocío, cuando la monja entró en mis aposentos el miedo por la certera sospecha de haber sido sorprendida, en sus manejos con las cuentas, la dominaba. Estaba a mi merced pero, preso de la juventud y la malicia, estimé que una buena ración de humillación sexual me permitiría, además del disfrute, hacer de ella mi peón de confianza en la tarea que me había encomendado a mí mismo.

-300.000 pesetas cada año en los últimos tres años –solo tuve que decirle la cantidad de dinero que había sisado para que la monja irrumpiera en llanto, suplicando piedad y perdón, justificando el robo en la escuálida situación económica de su familia, allá en el pueblo. La verdad que la cantidad robada era una autentica limosna al lado de otras irregularidades detectadas. Pronto conseguí de ella la confesión y la frase que esperaba:

-Yo haré lo que usted quiera –me rogó de rodillas.

-¿Lo que yo quiera? –pregunté malicioso

La monja, no tan ingenua, parece que distinguió el morboso tono de mis palabras.

-¡Pero yo soy una religiosa! ¡Y tengo mucha edad! ¡Soy una pobre vieja!

-¡Eso lo decido yo! Esta medianoche vendrá a la habitación, ya le diré yo como solucionaremos esto.

A la monja le brillaban los ojos, me dio la impresión que mas que un castigo le estaba dando un premio.

Me crucé durante el día varias veces con Sor Rocío por los pasillos, su risa de comadreja viciosa me dio a entender que tenia claro los fines de la cita a la que no puso ningún reparo en acudir.

La verdad es que mi natural siempre ha sido caliente y con aquella edad era un volcán en erupción, la paja diaria (a veces dos), que me regalaba para frenar los impulsos de mi instinto, ya me sabia a poco.

Dejé la puerta de mi habitación abierta, a las doce menos un minuto la vieja monja, turbada y con la cabeza agachada, entró en la estancia. Se mantuvo en el centro de la misma, en silencio, esperando mis ordenes, yo estaba sentado en el despacho haciendo como que examinaba unos documentos.

-Te quitas el habito y te arrodillas en el reclinatorio –le ordené.

Poniendo cara de asombro pero sin poner objeción alguna la monja se retiro a un extremo de la estancia, junto a la librería, donde se desprendió de los hábitos con discreción. Esperaba verla en ropa interior, bien es cierto que no esperaba ninguna sorpresa con su lencería, mi gozo en un pozo, la monja se había dejado puesto un amplio camisón de algodón blanco, no obstante pude ver su generoso escote y la blanca y rellena plenitud de sus blancos brazos. Estaba arrodillada con la cabeza agachada sobre el reclinatorio.

-¡Fuera el camisón!

Sus labios se abrieron para objetar pero mi fulminante mirada le invitó a no hacerlo. Obediente y vergonzosa se desprendió del camisón. Era una mujer de casi sesenta años, no os mentiré, no era ninguna belleza, si bien tenerla a mi merced me resultaba excitante y mi verga se mostraba inquieta entre mis piernas. Vestía unas bragas y sujetador de color negro gigantescos, el sujetador portaba dos tetas voluminosas y caídas, las bragas tapaban unas nalgas marmóreas, un poco arrugadas e inmensas. Los michelines de su barriga formaban tres olas en sus costados. Me sorprendieron las marcas rojas amoratadas en sus muslos y su espalda. Me dirigí a donde estaba la monja que inicio un ronroneo parecido a un rezo, posiblemente, y justo detrás de ella me detuve, le pedí que se relajara y le desabroché el sujetador, a pesar de que ella intentó tapar sus tetas con las manos pude verlas en su esplendor, un par de grandiosas ubres caídas, con la roseta casi del color de la piel y coronada por pequeños pezones. Tome las manos de la monja y las puse en su espalda, también le hice levantar la barbilla aunque la mantuve de rodillas. Sus tetas, pesadas, eran víctimas de la ley de la gravedad, caían sobre su vientre. Las sopesé y las amase sin contemplaciones. La monja apretando los dientes musitó:

-¡Por favooooooorrrr! –en voz muy baja

Pero a mi no me valían sus ruegos, además su mirada era inconfundible, la vieja estaba caliente. Me entretuve, tras ella, en sobarle las ubres, cuyos pequeños pezones ya reaccionaban, enhiestos, mientras me quitaba los pantalones. La vieja estufa metálica estaba encendida y a pleno rendimiento, dando calor a la habitación. Me despojé de los slips y roce mi paquete en la espalda de la monja que suspiró profundamente cerrando los ojos.

-¿De que son las marcas de tus muslos y tu espalda? –pregunté

-Son penitencias.

-¿Penitencias?

-Si, algunas me las impone Sor Teresa cuando hago algo mal, otras me las impongo yo en señal de arrepentimiento.

-Seguro que te las haces porque te pone caliente.

-¡No diga usted eso! –contesto ruborizándose y agachando la cabeza.

-¡Ponte de pie, quítate las bragas y vuelve a ponerte de rodillas!

De nuevo intentó replicar. De nuevo al cruzarse su mirada con mi mirada venció mi voluntad y obedeció sin rechistar.

Pude ver su pubis poco poblado, con abundante de vello blanco encanecido sobre el que caía uno de los rollos de su vientre. No, sin duda no era nada atractiva pero yo tenia la polla bien empalmada y tenia claro que le iba a dar una buena ración de leche de cabrón.

Le indiqué que pusiera sus manos en señal de oración, unidas por las palmas, amasé sin contemplaciones sus tetas, pesadísimas por su tamaño, y acabe llevando mi mano a su raja, lo que le causó un estremecimiento, se ofrecía para una penitencia especial. Su coño anciano empezaba a rezumar humedad, acepto la invasión de mis dedos, mientras la humillaba y le susurraba obscenidades, le frotaba el clítoris y le introducía dos dedos en su concha que, ahora si, manaba zumo de coño en abundancia.

-¿Desde cuando no tienes una polla metida en el coño bruja?

-Hace muchos años señor

-¿Cuantos años?

-Unos cinco

-¿Eras monja?

-Si, lo era, lo soy desde hace treinta y cinco años

-¿Quién fue?

-Un cura.

¿Qué cura?

Yo seguía masturbándola y pellizcándole los pezones mientras la interrogaba.

-Don Romualdo, el padre que viene a confesarnos

-¿Ese viejo baboso y seboso?

-Si

-¿Y ya no te folla?

-Ya no

-¿Por que?

-Ahora se lo hace a Sor Teresa

-Ella es mas joven, además es la directora.

-¿Y tu que papel juegas?

-A veces cuando D. Romualdo visita a la hermana Teresa y esta no acaba muy contenta ella me llama a su aposento cuando el padre se va y me aplica penitencias,

Menudo vicio. Siempre había sospechado que este tipo de cosas existen. Ahora era una certeza. Mi polla estaba a tope, le pedí a la monja que abriera la boca, la tomé del pelo y sin avisarla se la clave hasta la campanilla, no vomito de milagro.

-¡Venga perra mama polla como me muerdas o me hagas daño te mato a hostias!

La anciana monja desnuda mamaba la verga atragantándose, bueno, no era exactamente una mamada, le estaba follando la boca, cuando la monja hacia ademan de incomodidad o ahogo le sacaba la polla y le soltaba una buena bofetada con la mano abierta, pronto aprendió la dinámica de la jugada, por la cuenta que le tenia, ya tenia los mofletes rojos del montón de bofetadas que le solté. Tengo una polla de dimensiones considerables, os aseguro que el juego no le resultaba fácil, la situación me parecía tan viciosa que, tras unas pocas metidas de polla entre sus labios, le solté una buena andanada de espesa leche en el fondo de su garganta. Por la cuenta que tenia la tragó aunque no pudo evitar que le vinieran arcadas.

-¡Ahora lame bien rico, te tragas toda la leche que me queda en el capullo y me lo dejas bien limpio perra!

Con la cabeza agachada, chupo y lamió la cabeza de mi verga recién eyaculada. Volví con mis dedos a su raja, que guarra, estaba empantanada de flujo, comencé a darle pollazos en la cara. Seguro que le gustaba la penitencia a la muy hipócrita hija de puta. La cara de guarra que ponía cuando me lamía las pelotas eran una demostración palpable. Sobre la mesa había una vieja regla de madera milimetrada de sesenta centímetros, la tome y comencé a darle palmadas con ella en las nalgas, las manchas violáceas de su trasero tomaron un tono mas vivo, también la cara de perra de la monja, aceptando, con gusto y de buen grado, el castigo. La regla se hundía en sus nalgas fofas en cada golpe. Me empalmé de nuevo. La tome del pelo y le lleve a mi cama, la muy cabrona se tumbó boca arriba abierta de piernas, aquello no era resignación cristiana, aquello era puro puterio, le di una hostia y le ordené que se pusiera en cuatro, entre sus inmensos muslos asomaban algunos pelos blancos rizados y los labios de su coño sexagenario. Apunte la polla y la penetre en tres embestidas, le dolió, cinco años sin polla y que te claven una tranca como la mía, sin piedad y de repente, tiene que tener su efecto, me sorprendió la estrechez del coño de la monja en mi verga, fue un espejismo, en cuanto se calentó y lubricó abundantemente el coño se le abrió aceptando mi intruso sin dolor y con mucho placer para aquella jodida zorra, la verdad es que ver desgañitarse de gusto a una puerca de sesenta años mientras la follas por su pantanoso coño tampoco es que sea una experiencia para que ondeen las banderas, así que me cansé pronto y sin avisarle le abrí sus blandas nalgas, le saqué la polla del coño y, después de soltarle un escupitajo, se la apunte en el ojo del culo, sentí un calor inusual al contactar la punta de mi polla en su cerrado agujero, embestí, su esfínter cedió, esta vez no pudo reprimir un quejido de dolor.

-¡Muerde la almohada perra!

Le rompí el culo con todas las de la ley, al calor de su interior había que sumarle la cálida humedad de la sangre que casi actuaba como lubricante, le debía escocer el trasero a la perra, palmeándole las nalgas avance en su interior y tras varias embestidas la tenia ensartada por el culo hasta las pelotas, estaba tan caliente, tenia la polla tan dura que la angosta estrechez de su agujero trasero me excitaba mas, le daba verga, la sometía a un mete y saca imposible, la vieja gruñía y mordía la almohada pero presentaba sus nalgas bien dispuestas para que siguiera enculandola, sentí la inminencia de mi corrida, saque la polla de la tripa de la vieja, no quise ni mirar el aspecto de mi polla, la tomé del pelo, le solté una buena bofetada y se la metí en la boca, proporcionándole, nuevamente, una buena corrida en el fondo de la garganta. Se esmeró en dejarme la verga limpia y brillante, mirándola entre la compasión y el desprecio que me merecía le espeté:

-Me voy a dar una ducha. Limpia la cama y abre las ventanas. ¡Aquí huele como en el infierno!

Cuando salí de la ducha, las sabanas habían sido cambiadas, la vieja monja había desaparecido y la fría brisa de la noche granadina invadía la estancia, me acerqué al ventanal para cerrarlo cuando me pareció observar una extraña sombra en el huerto. Apagué la luz de la habitación para que no me vieran y esperé a que mi vista se aclimatara a la oscuridad reinante. La chica agitanada que me había llamado la atención por su buena figura y lo prometedor de su mirada y una chica, alta, delgada, casi famélica intentaban subir a un árbol desde cuya copa había acceso a la terraza de la planta donde se ubicaban sus habitaciones, eran las cuatro de la mañana, no había duda, las chicas se escapaban por las noches para irse de juerga y volvían, saltando la valla clandestinamente, de su periplo nocturno. Tosí para llamar su atención. Cuando repararon en mi presencia permanecieron en silencio, inmóviles, con el inútil propósito de no ser sorprendidas, cuando me cansé de la situación cerré la ventana y me acosté. A esto, pensé, le voy a sacar partido.

A media mañana Sor Rocío, visiblemente alterada, llegó a mi aposento y me comunico que Sor Teresa solicitaba mi inmediata presencia en su despacho. Me olí una jugarreta de la perra directora de ojos azul eléctrico.

-En diez minutos estaré en el despacho.

-La señora directora me ha dicho que inmediatamente.

-¡Me importa un carajo lo que haya dicho la puta de la directora! –le fulminé.

Desapareció, me encantó verla surcar el extenso pasillo con las dificultades propias, al andar, de una vieja que ofreció la noche antes su cerrado agujero anal en sacrificio.

Tenia razón, era una encerrona. Sor Teresa me miraba con desprecio cuando le di los buenos días y me senté ante su despacho sin su permiso. En un viejo sillón posaba sus santas pelotas el cabrón de Don Romualdo, el cura confesor, un energúmeno con sotana, bajo, calvo y rechoncho, de rasgos degenerados y sapunos. Un hijo de puta como una casa.

-¿Conoce usted a Don Romualdo?

-Si le conozco. Hemos tomado algún café en el comedor.

-¿Qué tal? –saludo el cura con desdén.

-Lamento comunicarle que hemos decidido informar los propietarios de su actitud relajada y amoral y de cómo esto distorsiona los sanos y santos principios de esta institución.

-¡Jajajajaja! –me reí en su cara. La monja se quedó sorprendida, esperaba suplicas que no atendería y recibía ironía y poca vergüenza.

-Sabemos de sus compañías en las noches de Granada, su afición al alcohol y a otras cosas de las que no quiero ni hablar. También me consta el trato indecoroso y humillante al que usted somete a Sor Rocío. ¡No se lo voy a tolerar! –sus ojos, sus facciones duras, su forma de hablar apretando los dientes y su puesta en escena de verdugo de la inquisición no consiguieron borrar la sonrisa de mi rostro. Mire al cura que me devolvió una mirada de preocupación.

-¡Me la trae floja hermana. Usted, el cura borrachín que le aplaude el numerito y se corre en su boca y su jodida institución! No declara usted el alta de mas del veinticinco por ciento de los alumnos matriculados, están robando una cantidad escandalosa y tengo pruebas de ello, así que les planteo un reto, usted denuncia a nuestros jefes mi ligereza moral y que me despidan y yo antes de irme de Granada me enteraré el día que hay de guardia un juez progresista de esos que tanto odian, con razón, a su Santa Iglesia y en vez de informar a mis superiores pondré directamente una denuncia contra ustedes y su querida orden por robo, estafa, falsificación de documentos y latrocinio en general. A ver quien puede con quien. A ver quien se hunde antes.

De entrada ¡Usted! –dije refiriéndome al cura que se había puesto rojo como un tomate –¡Se va al carajo y sale de este despacho ahora mismo! ¡Ya ha visto todo lo que tenia que ver! –al cura, un asqueroso cobarde oportunista, como es habitual, le sobró tiempo para abandonar el despacho –y ahora querida Teresa, entre usted y yo ¿Cómo vamos a arreglar esto?

La monja mordió su labio inferior hasta que tomó un tono amoratado, me miraba con odio sin proferir una palabra, le mantuve la mirada con una sonrisa de desprecio.

-Esta noche le visitaré en su habitación y le informaré de mis condiciones – le dije levantándome, ignorándola, dejándola con la palabra en la boca y saliendo del despacho, en la entrada me encontré con Sor Agueda, me miro como si fuera el mismo diablo. Me encantó.

Comí con Sor Rocío que solo podía posar una de sus nalgas en la silla para evitar el dolor de su trasero perforado y roto. Me sentía el puto amo, en realidad lo era. Durante toda la comida, en voz baja, la insulté y le dije, entre blasfemias, todo tipo de obscenidades a la vieja monja, que intentaba disimular la expresión de asombro que tamaña desfachatez le producía. Que si "eres una perra chupapollas a la que voy a alimentar con leche de cabrón" que si "eres una vieja guarra con canas en el coño" no me engañó, mi desprecio le calentaba y le gustaba.

También durante la comida mire sin disimulo a la morena y su amiga esmirriada que compartían una mesa apartada y pronto lo advirtieron, se daban codazos una a otra, un rictus de preocupación se dibujo en sus rostros. Ya sabían que yo sabia. Le ordené a la vieja monja, que era la única "autoridad" presente en el comedor, en ese momento, que se perdiera de mi vista, me levanté y me dirigí a su mesa, sin pedir ningún tipo de permiso me senté, todas las chicas internas, doce, que se encontraban en el comedor se percataron de mi poca vergüenza.

-Muy bonito lo vuestro. Eso de escaparse por la noche para irse de juerga

Las chicas permanecieron en silencio, los negros ojos de la morena echaban chispas.

-La próxima vez que queráis ir de marcha os llevaré yo, puedo hacer que Sor Rocío haga la vista gorda y tengo las llaves de la cancela y de las puertas no tendréis que arriesgar el cuello subiendo a los arboles en plan Tarzan.

La morena se quedó sorprendida, la chispa de sus ojos llego acompañada de una mueca de sus labios que bien podía ser una sonrisa. La chica famélica solo se quedó con la boca abierta, embobada. Me levanté y me largué sin despedirme.

Sobre las once y pico de la noche, aseado y con la mejor de las sonrisas enfile hacia la habitación de Sor Teresa, que ocupaba las dos plantas del torreón del ala de servicios del colegio. Llamé a la puerta tocando con los nudillos, no tome la precaución de hacerlo flojo, lo hice con energía y autoridad y no paré de llamar hasta que la monja abrió la puerta. Cuando lo hizo empuje con fuerza, la aparté y entre en su habitación. Mierda para la pretendida austeridad de las piadosas hermanas. Ignorando a la monja, que escupía gélido fuego en su mirada, observé la estancia, una pequeña mesa escritorio, unas sillas, un cómodo sofá de cuero y un reclinatorio junto a un crucificado, también había una escalera de caracol que llevaba a la planta de arriba, sin pedir permiso, subí y me encontré una espaciosa habitación con baño dominada por una cama similar a la que yo ocupaba. El ventanal de la torre era una delicia, un puntazo, calidad de vida lo de la puta de Sor Teresa. La monja me había seguido hasta la planta superior, la encaré, ella intentó mantener el desafío pero cuando comprobó que mi paso era firme comenzó a retroceder hasta llegar al borde de la cama, cuando ya no podía esquivarme y mi cara y la suya estaba a apenas diez centímetros, aguantando nuestras miradas, retrocedí un paso, tome impulso y le solté y sonora una fuerte bofetada con la mano abierta que le hizo caer de culo en la cama y girar su cara mas de cuarenta y cinco grados.

-¡Levántate! –le ordené, obedeció, parece que la perra empezaba a entender. La tenia donde quería. Estas son mis condiciones –ella intentó hablar pero no la dejé –¡No te he pedido que hables! Hablaré yo y solo yo y cuando termine de hacerlo ya veré si quiero oír lo que tengas que decir o paso un kilo.

No había reparado al principio pero el habito que llevaba la monja era mas ligero que el que le había visto normalmente, también mas ceñido, el talle de la monja seguía el acompasado ritmo de su agitada respiración. Marcaba un buen par de tetas en el que no había reparado hasta el momento. Como ocurrió en nuestro primer encuentro la orgullosa altivez que le caracterizaba había desaparecido. La tenia en mis manos y ella lo sabia.

-En primer lugar, teniendo en cuenta la de dinero que habéis robado, y solo me ciño a los últimos cinco años, quiero una indemnización, de la que ya os comunicaré el monto definitivo, a cambio de mi silencio. Por supuesto, en cuanto determine la cantidad mensual que robáis os exigiré una tercera parte. A cambio dejaré sentada las bases para que lo podáis seguir haciendo pero bien hecho, no la chapuza de mangantes que estas haciendo ahora.

-Creo que podremos llegar a un acuerdo –asintió compungida.

-También quiero que me demuestres, con buena disposición, tu espíritu de servicio.

-¿Qué quieres decir? –me preguntó intrigada.

-¿No me digas –le dije sacándome la polla del pantalón y mostrándola entre mis manos ante su sorpresa – que no vas a agradecer que sea esta polla la que te folle en lugar de la asquerosa y pequeña pinga babeante de un cura rechoncho?

No respondió pero su mirada no abandonó mi verga por un solo segundo.

Saqué de mi bolsillo una pequeña y afilada navaja. La monja no me pareció atemorizada, la despoje de su velo y me encontré con una melena rubia recogida con una cola, liberé el pelo, el brillo de su mirada había cambiado, el orgullo de ser deseada había sustituido al odio. Tome su habito por la manga, introduje la navaja y la rajé, avanzando hasta sus axilas, cuando llegué le di un violento tirón, que la desplazo del lugar que ocupaba, su habito desgarrado, roto, se confundía con su camisón, esta vez no era el antiestético camisón blanco de algodón de Sor Rocío, el camisón de esta perra era negro transparente, de seda, con encajes. La despojé sin miramientos, y sin oposición, por su parte, del habito. La observé con delectación. Juraría que la puta se había preparado para la ocasión. Bajo el camisón lucia sujetador y bragas también negros, medias y ligueros, nada en el conjunto de lencería podía ser calificado de ascético, todo lo contrario, puro glamour. Sor Teresa, con la barbilla levantada, una ligera sonrisa de orgullo y la mirada encendida permanecía, de pie, inmóvil. Me retire a mirarla y examinarla, Me acerque y aspiré la fragancia de su pelo y de su cuello, no distinguí el perfume pero de su calidad y precio no habia duda. Era caro. Su piel era muy blanca, sus pechos voluminosos en contraste con su nerviosa delgadez y, lo más llamativo, Sor Teresa era la propietaria de un excelente trasero respingón de lo mas atractivo y excitante. Sin tocarla acerque mis labios a su nuca, los roce en su cuello, en el lóbulo de su oreja, ella intentaba mantenerse ajena pero su piel erizada la delataba, estaba siendo receptiva a las caricias. Por un lado me gustaría haber hecho con ella el amor de una forma mas convencional pero tenia claro que, a aquella puta, si no le dejaba claro quien era el que mandaba me acabaría arrepintiendo, así que para entonarme la pellizque bien fuerte en una nalga. La cabrona tenia las nalgas bien duras. Apretó los dientes y no se quejó, manteniendo el pulso, pellizqué mas fuerte, retorciéndola, una pequeña mueca de dolor apareció en su rostro, había cedido. Desabroché su sujetador, ella permanecía inmóvil, sus pechos desafiaron la ley de la gravedad y permanecieron erguidos, contrastaba con su blanca tersura el color marron de sus aureolas y el grosor de sus pezones. Me gustaron sus tetas. Tome una con mis manos, acerque mis labios, lamí toda la aureola y comencé a chuparle el pezón que reacciono al estimulo poniéndose bien duro en mis labios. Le di un pequeño pero doloroso mordisco, Nuevamente esgrimió una mueca de dolor pero no se quejó. Mi polla palpitaba fuera de mi pantalón.

-¡Desnúdame! –le ordene

Ella se acercó a mi y mirándome a los ojos, desabrocho los botones de mi camisa, me la quitó, yo no me movía, era ella, la que se movía solicita en su tarea alrededor de mí, me quito la camiseta dejando mi torso desnudo y se inclinó para soltar mi cinturón y quitarme el pantalón.

-¡De rodillas –le volví a ordenar

Se arrodilló ante mí, mi verga ya estaba empalmadisima, a escasos centímetros de su cara, me quito los zapatos y los calcetines, soltó mi cinturón, desabrocho el botón del pantalón y me los quito, después me libero de los slips, allí de rodillas solo tuve que hacer una ligera presión en su coronilla para que introdujera mi polla en su boca y comenzara una sabia mamada. Lo de Sor Teresa no tenia que ver, ni por asomo, con el vicio agreste y rústico de Sor Rocío. En su forma de besar, lamer y chupar mi polla descubrí a una mujer que le gusta mamar polla, a una puta viciosa sedienta de sexo y morbo. Tomaba mi verga con una mano por la raíz mientras con la otra sobaba y acariciaba mis pelotas. Su lengua se paseaba por el tallo de mi verga y sus labios succionaban, con oficio, su cabeza. Menuda perra mamona, sabia lo que hacia.

Le saqué la polla de la boca, dibujo una pequeña mueca de disgusto. Mientras me tumbaba en su cama le dije:

-¡Fuera sujetador y bragas pero no te quites los ligueros y las medias!

Ella vino a la cama, se sentó al borde, tomo mi polla, a la que miraba fijamente como hipnotizada, en sus manos y prosiguió masturbándome. La tomé del pelo y la bese. Respondió. Su boca tenia sabor a incienso fresco. Su lengua buscó la mía. Sus pezones, totalmente pitonudos, respondían a las caricias, duros a reventar.

-¡Clávate tu sola!

Se incorporó sobre mí, abrió sus piernas, primero rozó y restregó su sexo en mi sexo, después incorporándose, apunto mi polla en la entrada de su coño, introdujo el prepucio y se dejo caer sobre mi empalándose hasta la raíz.

-¡Aaaarrrgggghhhhh! –Un ronco quejido regalo a mis oídos.

Mirándonos a los ojos, mientras yo le retorcía los pezones ella dibujaba círculos sinuosos con su coño sobre mi polla y se echaba hacia atrás para recibir la penetración bien profunda. La sensación de tabú, de tomar un fruto prohibido, de profunda transgresión de lo establecido me invadía y me gustaba. Juraría que a ella también. Estabamos en comunión folladora pero a mí me apetecía mostrar mi poder, dominar la situación, así que de un movimiento, que entendió a la perfección la muy zorra, cambiamos de posición, ella abajo y yo arriba. Comencé un mete y saca de follada enérgico, embistiendo profundo mientras manteníamos el desafío de nuestras miradas. Manteniendo su mirada altiva me invitaba a acelerar el ritmo de la penetración y la fuerza de la embestida. A la puta monja le gustaba que la follaran duro.

-¡Quiero que me digas que te estoy haciendo!

-¡Me estas follando!

Nuestras miradas se mantenían, era un vicio total.

-¿Qué te estoy metiendo?

-Una buena polla

-¿Dónde?

-En el coño

-¿Qué eres?

-Una puta asquerosa

-¿Qué quieres?

-Que me pegues, que me hagas sentir sucia, que hagas conmigo lo que tu quieras, que me insultes.

Mantuve el equilibrio apoyando el peso de mi cuerpo con una sola mano y con la mano libre le solté otro mamporro, con el puño cerrado, sangró por el labio, se chupo la sangre mirándome con una cara de zorra increíble y arreció el ritmo de la follada. La tome de la nalga y le metí el dedo en el culo.

-Me gustará sentir tu hermosa polla dentro de mi culo pero antes, si no te importa, me gustaría que me complacieras en algo.

-¿En que?

-Permíteme un momento – me dijo sacando mi polla de su raja y levantándose en dirección al escritorio, abrió un cajón y saco una fusta de cuero, gruesa en la empuñadura, fina en el otro extremo. Mirándome con cara de perra desvergonzada me la dió.

-Por favor dame fuerte –me dijo poniéndose en cuatro sobre la cama.

Le di. Carecía de experiencia, a esa edad, en golpear y humillar a quien le gusta pero le estaba pillando el gusto a hacerlo, siempre he sido un tipo dominante.

Teresa levantaba su hermoso trasero respingón cada vez que percibía la proximidad del golpe, al tercer fustazo sus nalgas ya estaban amoratadas y los labios de su sexo y el agujero de su culo se abrían y cerraban. Acerqué mis dedos a su raja, estaba empantanada la muy cerda. Lo que la hacia mojarse viva era la caña dura. La tome del pelo y le metí la verga en la boca haciendo movimientos de follada, lo aceptó de buen grado y se esmero en complacerme cuando comprobó que los golpes no cesaban.

Tenia ganas de encularla y yo estaba allí para ser satisfecho así que me deje de juegos dolorosos y me sitúe tras sus nalgas, la vista era maravillosa, ese tipo de nalgas blancas, redondas de ciertas mujeres rubias, apretadas, con el coño sobresaliendo como si fuera el mollete de una hamburguesa McDonald.

Apunté la verga en su ojete y la penetré, me sorprendió moviéndose ella hacia atrás y buscando una penetración rápida y dolorosa. No supe negarme, ella empujaba hacia atrás. Yo lo hacia delante, embistiendo con decisión, la monja cerraba y relajaba su esfínter con autentica maestría añadiendo a la ya de por si excitante presión de su tripa en mi verga este movimiento como de ordeño. La tenia tomada de sus abultados pezones, estirándolos y retorciéndolos cada vez que le daba una metida de verga hasta las pelotas, ella, esta vez si, comenzó a abandonarse, a gemir, a gritar, a provocarme.

-¡Rómpeme cabron hijo de puta! ¡Parteme en dos y tienes zorra para la eternidad! ¡Redime mi maldad y mi pecado! ¡Enculameeeeeeeeeeeeeeee!

La tome de su larga melena rubia, le daba tirones, arreciaba el mete y saca en su trasero y volvía a pellizcar sus pezones y amasar sus tetas si mucha delicadeza, mas caliente y excitada se mostraba.

-¡Aaahhhhhh! ¡Dame duro! ¡Poséeme maldito diablo! ¡Lo siento! ¡Lo sientoooooooo! ¡Yaaaaaaaaaaaaaaaaa!

Esta vez el que apretaba los dientes era yo, dándole una enérgica encalada, sintiendo el calor del roce de mi polla en sus entrañas, sabiendo que era mía, que la poseía, que era su dueño y ella se entregaba. Se la saque entera, pude ver su agujero abierto un segundo, se la volví a meter hasta los huevos, embestí, con toda la verga clavada en su ojete. Hasta sentirla tan dura y empalmada que parecía que tenia vida propia independiente de mi cuerpo. Me corrí, golpeándole una nalga con la mano abierta y estirándole un pezon hasta lo imposible.

-¡Uuuuuffffffffffffffff! ¡La he sentido toda! – dijo la muy perra

Le di un fuerte pellizco en la nalga y le saque la verga del trasero, hizo flop, la perra estaba como ida, le di un buen guantazo y volvió en si aplicándose a su tarea, chuparme y lamerme la verga hasta dejarla bien limpia mientras yo me deleitaba con la vista de su esfínter abierto, enrojecido y rebosante de leche que chorreaba hacia los labios de su coño y la parte interior de sus muslos.

Eran las cuatro de la madrugada, fue por eso que me sorprendió ver a Teresa tomar el viejo teléfono de la mesita de noche y hacer una llamada.

-¡Te quiero ver en mi habitación ya! – fue lo único que dijo

La monja tomo uno de mis pies y empezó a chuparme el dedo gordo y a lamer la plante del mirándome con esa cara de guarra que no por familiar dejaba de resultarme excitante. Alguien llamó a la puerta. Teresa bajo a abrir, le seguí, era Sor Rocío, vestida con su camisón blanco.

-¡Pasa perra y arrodíllate!

Puso cara de sorpresa que no me creí cuando al verme desnudo en la escalera de caracol, se quito el camisón quedando en bolas y se arrodilló en el reclinatorio. Sor Teresa se puso la toca de monja aunque permaneció con los ligueros y las medias negras puestos, era todo un lujo verla así, dándose fustazos en el mismo mientras increpaba a la vieja monja:

-¡Eres una perra vieja! ¡Zorra pecadora que le pierde la lujuria!

-¡Noooo! –musitó con voz queda

-Le chupaste la polla y te tragaste toda su leche

-¡El me obligó!

El fustazo que la vieja se llevó en las nalgas atronó en la habitación, la vieja en vez de quejarse levanto su inmenso trasero exponiendo los labios de su coño.

-¡Mira que eres guarra! ¡Te gusta sentir la fusta por el coño! –y con un excepcional tino le pego un fustazo entre los labios y tomando la fusta del revés le metió todo el mango por el coño. -¿Has visto lo fácil que es hacer confesar a esta vieja pécora? ¡Dale un buen par de bofetadas! El otro día me confesó que se le puso el coño como un río cuando la golpeaste.

La vieja que permanecía con la cabeza agachada, levantó altiva el rostro al oír esto, el lenguaje del cuerpo, me estaba diciendo "aquí estoy hijo puta dame una buena hostia que me corro de gusto". Me acerqué, me puse al otro lado del reclinatorio, tome impulso con el brazo y la mano abierta y le solté una buena bofetada, le deje varios dedos marcados en las mejillas, Teresa metía y sacaba el mango de la fusta y los pelos blancos del coño de la monja se veían brillantes de flujo. Mirándome a los ojos tomo el pequeño pezón de la inmensa teta de la vieja monja y lo retorció hasta lo imposible. La orgasmica cara de vicio de la vieja la delató. Teresa la tomo del pelo y con la fusta metida en el coño la arrastro por la sala, la subió por la escalera de caracol y la puso a cuatro patas sobre la cama.

-¡Ni te muevas! –le advirtió

Mi verga ya andaba dispuesta pero alcanzo su punto culminante cuando la directora se arrodillo ante mí, me gustaba verla con ligueros y la toca de monja en la cabeza, y me pego una mamada de un par de minutos.

-¡Ahora le vas a romper el culo a esta perra! Me encantara verlo.

Ella se puso en el cabezal de la cama y le ordeno a la vieja monja:

-¡Come coño perra! –la vieja obedeció, levanto sus mastondonicas nalgas ofreciendo su trasero y hundió su lengua en la raja de su superiora.

El camino y la forma me resultaban familiares, la rechoncha panocha de la vieja palpitaba, sus labios apretaban el mango de la fusta, se la saque y la metí en su culo, grito:

-¡Arghhhhhhhhhhh!

La saque como la metí, me sitúe tras ella que seguía afanosa comiendo coño mientras le pellizcaban las tetas y la insultaba:

-¡Ensarta a la vieja zorra!

Fue tremendo clavarla de un solo golpe y meterle casi media verga en su orondo trasero, grito de nuevo:

-¡Aaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhh!

Se tragó el grito, de otra embestida se la ensarté hasta la base.

-¡Pídele que te rompa el culo y te de duro cacho de guarra!

-¡Mátame! ¡Castígame! ¡Parteme! ¡Hazme lo que quieraaaaaaaaaaaaasss!

Ver la mirada azul de Sor Teresa clavada en mis ojos mientras la vieja le comía el coño y recibía mi verga en su culo me lleno de energía, morbo y mala leche, la enculada era bestial, cuando se quejaba Teresa apretaba la cara de la vieja en su coño hasta casi asfixiarla.

Le aserré verga en el trasero durante mas de veinte minutos. Cuando estuve a punto para la corrida se la saque, me puse de pie sobre ella y acerque mi verga bamboleante a la boca de Sor Teresa que no le hizo ascos a que le follara la boca y le soltara varias andanadas de leche, directo a la campanilla.

Sin decirles nada me fui al baño, me vestí y me largué sin despedirme, eran mas de las seis, amanecía, la vieja seguía comiendo coño mientras la rubia directora le daba fustazos en la espalda y en las nalgas.

(Continuara.......si lo demandáis)

mrlaverga@hotmail.com