Sor Inocencia 3

Aventuras y desventuras de una monja del sXIX

Robertito

Durante varios días le dimos vueltas al asunto. Tiempo disponíamos de todo el del mundo. Por las noches nos esforzábamos en meter nuestros deditos más allá de donde se nos permitía pero el dolor nos impedía seguir. Hasta que se me ocurrió a mí el uso de Robertito.

Robertito era el hermano que nos precedía en el orden de la familia. Tenía por aquella época quince años y era un niño apacible y obediente que jamás se metía en líos. Cuando comenzamos la deliciosa tarea de pervertirle mis placeres alcanzaron cúspides inimaginables solo imaginando el momento en que me desvirgara.

Una tarde en que toda la familia volvíamos en procesión de laborar en los campos, mi hermanita y yo convencimos a Robertito de que se metiera con nosotras entre los arbustos haciendo que jugábamos al escondite.

Lejos de miradas indiscretas, Rebeca anunció que se meaba y sin preocuparse de nuestra presencia se remangó la falda hasta la cintura y sin molestarse de acuclillarse en el suelo, se hizo a un lado la braga y se puso a mear con fuerza. Su chorro de pis atraía a Robertito de forma magnética y el niño en varias ocasiones empezó a frotarse la polla.

Cuando acabó Rebeca, anuncié que yo también me moría por mear y sin rubor alguno me puse frente a Robertito y levanté como mi hermana la falda hasta la cintura. No contenta con eso me bajé las bragas y abrí los muslos todo lo que la prenda enrollada en mis tobillos me permitía. Comencé a mear sin dejar de mirar a mi hermanito. Este solo tenía ojos para mi chocho surtidor de meados. Desgraciadamente yo también concluí sin que Robertito hiciera la menor intención de tocarme el chumino así que, si Mahoma no va a la montaña… Rebeca se arrodilló junto a nuestro hermano y le preguntó si él no tenía ganas de mear. Robertito estaba rojo de vergüenza pero nos confesó que sí. Rebeca, en lugar de sacarle la polla a través de la bragueta, le bajó los pantalones hasta los tobillos. Yo me lancé presurosa y antes de que mi hermanita pudiera reaccionar, ya le había atrapado la polla entre mis dedos. Su tamaño, desde luego, era el adecuado para nuestro fin, lejos del monstruoso pene de Mariano el vaquero. Manipulé con su miembro haciendo como que jugaba a lanzar el pis en arco ante las risas de todos pero con la perversa intención de empezar un disimulado juego de masturbación. Antes de que acabara de mear, mi hermanito tenía su herramienta de un tamaño más que adecuado y entre risas empecé a lamerlo anunciando que lo iba a limpiar. Luego se lo limpiaría Rebeca y para postre él se ofreció a limpiarnos nuestros coñitos. La batalla estaba ganada sin apenas lucha.

Esa misma tarde la polla de nuestro hermanito nos desvirgó a las dos. Es verdad que el dolor al principio parecía que iba a ser inaguantable, pero por dios les juro que lo soportamos encantadas adivinando que pasado un momento íbamos a alcanzar cotas de placer inmensos.

Robertito se corrió numerosas veces en nuestros coñitos y parecía que su polla nunca se rendía ante nuestros embates. Al día siguiente Mariano el vaquero nos explicaría de los peligros que corríamos dejando que eyaculara en nuestro interior sin las debidas precauciones.

A partir de ese momento, Robertitio se tuvo que contentar con follarnos pero justo antes de eyacular le obligábamos a salir de nosotras y escupir su simiente sobre nuestro cuerpo o, si daba tiempo, en nuestras bocas. Mi pobre hermanito protestaba diciendo que no era lo mismo pero le avisamos del peligro que corríamos y que de seguir así era posible que una de nosotras quedara embarazada y se nos acabara la fiesta. Por aquel entonces el uso de preservativos quedaba muy lejos de nuestras posibilidades y conocimientos.

Pero Robertito era avispado y comprobó que tanto mi hermanita y yo disfrutábamos como locas cuando nos metía sus deditos por el ano mientras nos estaba follando. Había veces que la hermana que no estaba siendo follada era quién se ocupaba de masturbar el culo de la otra. Decidió que era el momento de nuevas prácticas y un día, en que me estaba follando a mí con su miembro entrando y saliendo como un pistón de mi chocho, sin avisarme, extrajo su polla ya de tamaño apreciable y de un golpe preciso me la introdujo por el culo. Fue un dolor terrible pero más que nada por la improvisación. Quise protestar y expulsarle pero él insistió con grandes culadas sobre mis nalgas. Poco a poco me empezó a resultar placentero sentir su pollita en mi sucio agujero y permití que siguiera bombeando más aún cuando mi hermanita puso su cara entre mis piernas y empezó a lamerme la pepita.

Tampoco le dejé correrse en mi culo hasta que no comprobara con Mariano el vaquero si también en aquella cavidad había algún tipo de riesgo.