Sor Inocencia 2

Aventuras y desventuras de una monja del sXIX

Mariano el vaquero

Fueron tales los deleites que me provocó mi hermana aquella noche que todos los días procurábamos compartir cama y en cuanto las voces de mis hermanos se apagaban los dedicábamos ambas a dar placer a la otra y es que hacía tiempo que Rebeca había exigido de mi la devolución de los favores que ella me había dado. Fue una gran suerte descubrir que colocándonos una sobre otra, con sus pies a la altura de mi cabeza y los míos a la de la suya, el placer era mayor porque podíamos dar y recibir sin interrupciones. Más tarde descubriríamos que tal posición estaba ya descubierta y que respondía al curioso nombre de 69. En realidad pocas cosas hicimos que no estuvieran ya descubiertas pero el sentir sus dedos y su lengua entrando en mi chocho y mi ano me trasportaba a un mundo de placer que me hacía descargar mis flujos de forma tal que más parecía que me estaba meando y es que yo siempre he gozado soltando largos chorros en forma de meados.

De ahí llegaron las penetraciones con más de un dedo pero que siempre tropezaban con una barrera que les impedía entrar más allá de donde nosotras hubiéramos querido. Ingenuas de nosotras pensábamos que esa era la longitud de nuestra agujerito y que más allá acababa y no se podía penetrar.

Una noche en que mi hermana estaba con la menstruación me tuve que contentar con solo dedicar mi atención a su ano porque ella se negó tajantemente a que le comiera su coño ensangrentado pese a que yo estaba más que dispuesta.

Descansando de nuestro esfuerzo se me ocurrió preguntarle si al vaquero tampoco le dejaba tocarla cuando estaba sangrando y ella me contestó escandalizada que no.

  • ¿Y que hace el pobre Mariano entonces? – dije compungida pensando en el viejo vaquero.

  • Le hago una paja y ya está – sentenció mi hermana.

De repente una idea empezó a brillar en mi cabeza.

  • ¿No podría esos días ocupar yo tu lugar?

Desde hacía varios días mi mente pugnaba por encontrar la manera de que Rebeca me mostrase la polla del viejo. Había visto pollas de animales en muchas ocasiones pero no me imaginaba como sabía que la del hombre tenía que dar un gusto especial verla. Rebeca sonrió con picardía. Bien sabía ella de lo que yo hablaba.

  • ¿Te gustaría que Mariano te tocara el chochito?

A la tarde siguiente ambas vimos la cara de sorpresa que el vaquero puso cuando nos vio aparecer a ambas ante su presencia agarraditas de la mano. Poco tardó en comprender la situación y mucho menos en tener mi chocho entre sus manos mientras mi hermana le abría el pantalón y le sacaba la polla. Al placer de sentir una mano en mi coño se unía el morbo de que fuera un desconocido el protagonista y casi olvidé mi intención de saber cómo era una polla. Me corrí sobre sus dedos a mi manera y el pervertido viejo se llevó su mano empapada a la boca para lamer mis jugos. Luego me hizo besarle en la boca y sentí su lengua hurgando en la mía lo que también me dio un gusto particular. Y de repente le vi la polla y como loca me lancé a atraparla anhelante con mi mano. No me tuvieron que dar muchas explicaciones para saber como ordeñar aquel instrumento y en pocos momentos lo estuve escupiendo un cálido y espeso líquido que empapó mi manita. Incrédula por lo que veía no dudé en saborear con mi boca aquel líquido espeso y lo estuve haciendo hasta que dejé mi mano limpia. Luego, sin que nadie dijera nada, me arrodillé entre las piernas del viejo y empecé a chupar su polla que perdía su energía con la intención de limpiar también de ella la leche que le impregnaba. Cual sería mi sorpresa cuando sentí como el manubrio del hombre poco a poco empezó a tomar vigor dentro de mi boca. Esta vez le masturbé con la mano a la vez que metía y sacaba su polla de mi boca hasta que se corrió de nuevo llenando mi interior con su espeso líquido el cual, sin que nadie me dijera nada, tragué pese a que su sabor era totalmente insulso.

Y lo que son las cosas, un día en que estábamos placidamente descansado después de que los tres nos habíamos corrido los unos a mano de los otros oíamos hablar por primera vez de el delicioso arte del follar.

  • Es el mayor de los placeres que te da la polla –sentenció el pervertido viejo.

Le planteamos nuestras dudas porque sabíamos que era imposible que su largo pene entrara en nuestro pequeño chocho. Él nos explicó que las mujeres antes de la primera vez tenían una pequeña membrana que protegía la entrada al Paraiso. Nos advirtió que la primera vez, romper esa membrana podía ser dolorosa para ella pero nosotras quisimos llevar a la práctica de inmediato tan novedosa acción: si era placentero para la polla, ¿cómo no iba a serlo para el chocho? Él adujo que su polla era demasiado larga y gruesa para coños tan infantiles como los nuestros y que el destrozo podía poner en guardia a nuestros padres y causarle un disgusto enorme. Pese a todo, y ante nuestra persistente insistencia, no pudo evitar que intentáramos empalarnos sobre su delicioso ariete. Pero era verdad su grosor apenas permitía que entrara en nuestro coño que lo dilataba hasta el punto que pareciera que lo iba a desgarrar. Después de entrar solo el capullo ambas desistimos frustradas pero con tan solo la puntita dentro nos dimos cuentas de que aquello de una polla en el coño prometía mucho.