Sonia, trabajos manuales - El vecino retrasado

Sonia es una gran masturbadora, le gusta ordeñar a los hombres. Nos cuenta lo que le ha pasado hoy, la penúltima paja que ha hecho.

Desde muy jovencita me ha gustado siempre sentir el poder de mis manos sobre los hombres. Soy, digámoslo así, una pajillera: me encanta hacer pajas y notar como el pene de un hombre se hincha en mis manos y como palpita mientras eyacula su semen. Me gusta ver como esos machos se excitan mientras, sin dejarles que me toquen y, muchas veces, sin siquiera mostrarles mi cuerpo, bombeo rítmicamente su miembro y voy cambiando a mi antojo la cadencia, la presión de mi mano o la longitud del recorrido. Y más me gusta aun observar las caras que van poniendo conforme les voy masturbando, y como se tensan momentos antes del orgasmo, y la expresión que tienen mientras eyaculan, y como me piden que detenga mi mano cuando ya han acabado de correrse. Me encanta notar, mientras las últimas gotas de leche resbalan entre mis dedos, como la erección va disminuyendo y el pene que acabo de pajear va quedando ridículamente arrugado en mi mano.

Normalmente me excito como una perra con solo tener un miembro en mis manos, pero si mientras realizo mi labor el sujeto me va diciendo groserías, o lo que me haría si me dejara hacer algo más, o las cochinadas que se le pasan por la cabeza para excitarse más que con una simple mano, me pongo como una auténtica moto. Aunque varias veces me he corrido mientras masturbaba a alguien, lo normal es que al acabar meta la mano dentro de mis bragas y, con solo acariciar unos segundos mi clítoris, tenga un estupendo orgasmo. Son mis mejores y más poderosos orgasmos; ni masturbándome yo ni con sexo oral o vaginal he conseguido nunca correrme como cuando acabo de hacer una manuela.

Me masturbo desde antes siquiera de que supiera que era eso, pero ya os explicaré mis inicios otro día. Actualmente tengo 28 años y vivo con mi novio desde hace tres. No creo que sea importante el físico para lo que os cuento, pero os diré que soy más bien bajita, morena de piel, pelo oscuro, ojos claros y bien proporcionada. Aunque en un tiempo estuve acomplejada por tener poco pecho, ahora estoy orgullosa de mis tetas, no muy grandes, pero duras y firmes; mejor eso que tenerlas caídas. En fin, que soy de las personas que, sin ser una sex simbol, estoy contenta con lo que la naturaleza me ha dado y yo me encargo de cuidar.

Lo que os voy a contar me ha pasado esta misma tarde:

En mi escalera vive un chico retrasado. Trabaja en un taller especial. Es bastante grandote y tiene cara de bruto, pero sus rasgos son perfectamente normales. Debe ser más o menos de mi edad. En ocasiones me lo encuentro por la tarde, cuando ambos llegamos de nuestro trabajo y en el ascensor siempre saluda e intenta mantener una conversación; a parte de su retraso es muy educado y agradable. La semana pasada, subiendo solos en el ascensor me pidió un beso y yo, no encontrando nada malo en ello, le besé en la mejilla.

  • No, no, así no. Un beso de novios, como en las películas.

  • Pero Alberto, yo ya tengo novio - le respondí - deberías buscarte una chica que estuviera libre.

  • Tu me gustas, ¿sabes?

  • Gracias, eres muy amable, pero no puedo darte besos de esos, sino mi novio se enfadaría.

  • Bueno, pero un abrazo sí, ¿verdad? - casi me imploraba

  • Un abrazo sí, bonito.

Le di un abrazo y el casi me estruja entre contra su pecho, al tiempo que agachaba la cabeza para darme un beso en el cuello. Llegábamos al quinto, mi piso, así que soltó su presa y se despidió diciéndome otra vez que le gustaba mucho y que era muy guapa.

Mientras buscaba las llaves en los bolsillos de mi chaqueta me preguntaba si lo que había notado presionando contra mi vientre era su miembro o sólo mi calentura me lo hacía imaginar. Decidí no pensar más en ello.

Las dos siguientes veces que subimos juntos en el ascensor no íbamos solos y Alberto se comportó muy educadamente. Esta tarde volvimos a coincidir solos los dos. Tan pronto como se cerró la puerta automática del ascensor se giró hacia mí y me rodeó con sus brazos.

  • Que guapa eres. Me gustas Sonia. Ya sé que no me puedes dar un beso de novios, pero si me puedes gustar, ¿verdad?

  • Sí, claro, sí, pero no me aprietes tanto, hombre, que me ahogas - bromeé un poco incómoda

El se agacho un poco la cabeza para besarme en la mejilla. Ahora sí que no tenía duda, lo que sentía presionar contra mi vientre era que llevaba el martillo de trabajar en el pantalón o que tenía una erección de campeonato. Noté como me humedecía y un mal pensamiento que no podía reprimir cruzaba mi mente.

  • ¿Te esperan en casa, Alberto?

  • No, no. Yo espero a mis papás mientras veo la tele. Ellos vienen cuando cierran la tienda.

  • ¿Me acompañas un momento al trastero?

  • ¿Quieres que te acompañe al trastero?

  • Sí, te he de explicar un secreto, ya verás - mentí.

En aquel momento la puerta acababa de abrirse en mi rellano y, sin esperar su respuesta pulse el botón del décimo, donde están los trasteros del edificio. Mi mente intentaba ordenar los sentimientos encontrados. Por un lado pensaba que lo que iba a hacer era una bellaquería, era abusar de una persona legalmente incapaz. Por otro existía el miedo a que pudiera contar cualquier cosa a sus padres. Pero por otro estaba mi excitación y un morbo increíble por la situación, amén de las ganas que tenía de ver la tremenda tranca que prometía calzar el muchacho.

  • Mira, sube conmigo y así podrás abrazarme tranquilamente, ¿te parece?

  • Vale, pero no mucho rato, que no quiero que lleguen mis papas a casa si yo no estoy. Se preocupan si no he llegado antes que ellos. Un día me perdí, ¿sabes?

  • Pero eso debió ser cuando eras más pequeño...

  • Sí, ahora ya conozco los autobuses que tengo que tomar - respondió orgulloso

  • Muy bien, mi chico grande

Se abrieron las puertas y saqué nerviosamente las llaves del bolsillo de mi abrigo. Abrí mi trastero, encendí la desnuda bombilla que colgaba del techo y volví a cerrar la puerta una vez hubo entrado Alberto. Es un cuarto sin ventana, de unos 6 o 7 metros cuadrados, con la pared sin pintar y lleno de cajas polvorientas, los cacharros de ir a la playa y trastos que no uso. Yo estaba muy nerviosa; tenia esa sensación de estar haciendo algo que no debía, con la boca seca, las manos frías y sentía mi corazón latir acelerado.

Alberto volvió a abrazarme, esta vez de forma menos impetuosa, mientras intentaba besarme el cuello. Debido a nuestra diferencia de estaturas, tuvo que inclinarse y despegar su bulto de mi cuerpo. Ladeé mi cabeza y dejé que se fuera dedicando a sus besos mientras yo le iba acariciando primero la cabeza, luego el cuello, la espalda, el pecho, las caderas, hasta llegar a mi punto de interés. Lo acaricié suavemente sobre la ropa para que no se asustara y poco a poco fui tomando consciencia de su tamaño... ¡aquello parecía enorme!

Como Alberto parecía no inmutarse, se la agarré y le dije:

  • ¡Vaya! ¿Que tenemos aquí, chico?

  • Es mi pajarito - medio rió tímidamente

Pajarito... un avestruz es eso. Bueno, en cada casa le llaman de una forma.

  • Está duro y grande este pajarito, Alberto.

  • A veces se pone así...

  • ¿Cuándo se pone así?

  • Por las mañanas y cuando me acerco a una chica que me gusta.

  • ¿Cómo yo?

  • Sí, tu me gustas mucho - dijo mientras intentaba volver a su labor de darme besos.

  • Espera, espera. ¿Quieres que te haga una cosa que te gustará mucho?

  • ¿Que?

  • Es una cosa que les hacen las novias a los novios, pero me tienes que prometer que nunca se lo dirás a nadie. Si no se enfadarían con nosotros.

  • ¿Que es?

  • Un masaje en el pajarito. ¿Tu nuca te lo tocas?

  • Cuando hago pipí.

  • Y cuando lo tienes así, hinchado, ¿no te lo tocas?

  • No...

  • Verás como te gustará que te lo toque como si fuera tu novia. Pero promete que será nuestro secreto.

  • No lo diré a nadie. Palabra. Yo sé guardar secretos. Ya no soy un niño.

  • Muy bien - dije mientras empezaba a desabrocharle los pantalones.

Abrí la cremallera de sus pantalones y los bajé hasta debajo de su ingle. Menudo bulto carga el cabrón. Separé la goma de sus calzoncillos y la coloqué bajo sus testículos. Ante mí quedaba una maravilla de la naturaleza. Sin ser la más grande que he visto, esa polla debe llegar a los 19 centímetros, ancha, muy gorda, con un bonito y carnoso prepucio cubriendo un glande que se adivinaba majestuoso. Un nabo surcado por gruesas venas que palpitaba en mi mano, caliente, duro, suave, aterciopelado. En la base, elevados por la goma del calzoncillo, quedaban dos testículos de tamaño mediano en un escroto oscuro y con abundante pelo. No me gustan las pollas demasiado grandes, pero esta es especialmente bonita. Cerré la mano alrededor del pene del chaval y dirigí mi mirada a su cara. Estaba embobado mirando mi mano.

  • ¿Te gusta que te toque la polla? - dije olvidándome de que la había llamado 'pajarito'

  • Polla... - dijo riéndose a medias - Así la llamamos con los amigos

  • Claro que sí, polla y cojones. Y el masaje que te voy a hacer se llama paja. Pero recuerda que es un secreto. No se lo cuentes ni a tus amigos.

  • No... Sí me gusta. Tienes la mano un poco fría.

  • Tranquilo, enseguida se calentará, ya lo verás. Ven, apóyate en este estante, mirando a la pared e inclínate hacia adelante.

Iba a hacerle una paja desde atrás, así me evitaba tener que pararle las manos si se excitaba demasiado e intentaba manosearme. No conocía sus reacciones y no quería más riegos de los que ya corría. Él obedeció sin chistar. Le hice separar un poco las piernas para que quedara más abajo su manubrio, recargué mi cuerpo sobre el suyo, agarré su miembro firmemente y empecé el vaivén de mi mano. Con la izquierda me desabroche el pantalón para poder acceder a mi coñito cuando llegara el momento de acabar yo. La tenía durísima y su respiración era rápida y profunda. Tenía en mis manos una enorme y preciosa polla que nunca nadie había ordeñado antes. Mi cabeza estaba ladeada hacia la derecha para poder observar mejor el trabajo que estaba realizando. En un momento dado, descapullé totalmente su miembro para poder observar ese enorme glande, rojo y de piel suave y tensa. Al notar que mi mano se detenía, Alberto empezó a mover sus caderas como un perro caliente.

  • ¡Hey! Para. Déjame hacer a mí. Si no te estás quieto paro y nos vamos.

  • No, no, ya me estoy quieto.

Por si acaso rodeé su cintura con mi brazo izquierdo, quedando mi mano plana sobre su estómago y pegando mi cuerpo fuertemente al suyo, mientras con mi cabeza ladeada podía ver como mi mano derecha continuaba con la paja que le estaba hacienda al chico. Con un ritmo cadencioso, aunque no demasiado lento, y sin ejercer demasiada presión, notaba como la piel de ese miembro se deslizaba suavemente arriba y abajo del fuste de esa verga, sin necesidad de ninguna lubricación adicional. Su respiración era cada vez más profunda y acelerada, podía notar su excitación y su proximidad al orgasmo.

  • Muy bien, mi chico, ¿ves que bueno? ¿Verdad que te gusta lo que te hago?

  • Mmm… sí… - casi mugió desde lo más profundo de sus pulmones.

  • Te estás portando bien, guapo. Y tienes una polla muy bonita para hacerle masajes. Verás como te gustan las pajas.

Empecé a besarle en la espalda mientras aumentaba la presión de mi mano sobre su polla y aceleraba un poco el movimiento. Noté como, entre suspiros, su nabo incrementaba su dureza y rigidez y crecía en mi mano. Sabía que ya estaba ahí su orgasmo, su primer orgasmo con una chica, su primer orgasmo consciente. Le agarré fuerte de la cintura mientras aumentaba más el ritmo de la masturbación.

  • Ahora verás como te gustará lo que vas a notar. Te dará mucho placer. Así, guapo, así, relájate y deja que tu cuerpo goce.

El miembro de Alberto se puso rígido como una barra de hierro, su respiración se convirtió en un agonizante y profundo jadeo y sentí en mi mano la primera contracción de su polla que llenaba los conductos de semen, acompañada de un discreto gemido. Noté como sus piernas flaqueaban mientras una segunda contracción arrojaba un grueso y potente chorro de semen contra las cajas que estaban en la estantería donde se apoyaba el chaval. Una vez comenzado su orgasmo, mis movimientos se hicieron más pausados y bruscos; le estaba ordeñando. Su polla continuaba palpitando en mi mano y yo podía sentir como el semen hinchaba rítmicamente su uretra para salir violentamente despedido fuera de su cuerpo, produciendo un leve ruido al chocar contra el cartón de las cajas.

Aun no había acabado de correrse Alberto y sentí como se me venía encima mi propio orgasmo. Apresuradamente retiré la mano de su polla y, mojada por la leche que se había escurrido por ella, la introduje en mis bragas y alcancé mi clítoris, justo en el momento en que me empezaba a correr como una cerda, sujetándome ahora yo a Alberto.

  • ¡Siiií! ¡Me corro! ¡Ohhhhhhh! – ni me molestaba en evitar hacer ruido

Mi orgasmo no se acababa nunca; hacía tiempo que no me corría tan a gusto.

Retiré mi mano de mis bragas y volví a asir esa poderosa barra de carne que prácticamente no había perdido la erección. La mayor parte de su leche había impactado sobre una caja que rezaba ‘camisetas verano’. Eran goterones abundantes y espesos y se podía apreciar que había algunos grumos; el pobre debía tener el deposito a reventar de lleno. Alberto aun estaba intentando recuperar el aliento, al igual que yo.

  • ¿Te ha gustado, Alberto?

  • Sí, mucho. Me ha gustado. Gracias.

  • Bueno, si te portas bien y evitas que nadie se dé cuenta de lo que hemos hecho, a lo mejor lo podemos repetir otro día.

  • Sí, por favor. ¿Mañana?

  • No, no… no es bueno hacerlo tan seguido, - mentí - ya te avisaré yo cuando sea el momento.

  • Vale - respondió con voz resignada.

Salimos del trastero, volvimos al ascensor, le dejé en su piso y me dirigí a mi casa. Me sentía nerviosa y todavía excitada. Me saqué el abrigo, los zapatos, los pantalones y las bragas y me senté en el sofá a masturbarme desesperadamente, alcanzando rápidamente un segundo orgasmo. Me acabé de desnudar y me dirigí a mi habitación, donde, ayudada de uno de mis vibradores, continué dándome placer hasta arrancarme dos orgasmos más.

Esta misma noche, mientras pajeaba a mi novio antes de ir a dormir, estaba pensando en si debía contarle lo que había hecho hoy o no. Finalmente he decidido que es un poco fuerte, por muy abierto que sea él a mis experiencias, así que, después de limpiar la leche que ha eyaculado sobre su pecho y estomago, le he dado un beso de buenas noches y he venido al ordenador a escribir este relato. Necesitaba sacar de dentro de mí esta emocionante experiencia, necesito explicárselo a alguien.

Creo que aun voy a masturbarme una vez más antes de irme a la cama. Que tengáis felices y calientes sueños.