SONIA (Las perversiones de Sonia 17)

En el capitulo anterior, Sonia contaba con todo lujo de detalles a su bella amante mestiza cómo de irreverente y blasfemia se había comportado y de como había llegado a dominar y a esclavizar a Sor Andrea y al capellán de la colonia hasta el punto de entregarse completamente a Ella.

SONIA (Las perversiones de Sonia 17)

-         ¡Entonces tendré que hacer una visita al Señor Obispo para rogarle que tenga la amabilidad de decretar un cambio de destino y os designe a los servicios religiosos de Mi Castillo!. ¡Jajajajajajajajajajaja!!!. Dije sarcásticamente con boca de risa.

¿Y..... fuiste a ver al Obispo?. Pregunto curiosa la hermosa mestiza.


-         ¿Acaso Dudas?. ¡Jajajaajajajajajajaja!. ¡Por supuesto que fui….!.

-         Me puse escandalosamente sexy con un mini vestido de encaje blanco repleto de provocativas transparencias y sugerentes bordados que tan solo escondían lo mas mínimo de mis excelentes atributos.

-         Mangas largas pegadas a mis brazos, luciendo un inmenso escote trasero que dejaba al descubierto toda mi insinuante espalda y por supuesto, la pervertida diablesa Ashtoreth tatuada en mi hombro.

-         Cubriendo las manos unos manguitos, igualmente de encaje blanco, sobresaliendo de ellos mis anillados dedos coronados de largas uñas carmesí.

-         Un insinuante escote delantero dejaba asomar parcialmente mis pechos, marcando pezones a través de la fina transparencia blanca.

Completaba el tentador atuendo una minúscula falda de volantes de tul, ceñidísima a mi cintura y algo acampanada, que apenas si llegaba a tapar mis atractivas nalgas, asomando por debajo de ella un diminuto tanga de blonda blanco transparentando mis sonrosados labios vaginales y sobresaliendo con todo su esplendor, mis broceadas y estilizadas piernas acabadas en unos blancos stilettos de vertiginosos tacos aguja de metal dorado.

-         Cruce resuelta y cantoneando los largos y anchos pasillos del Palacio Episcopal hasta llegar a un gran despacho donde el Obispo aguardaba mi visita. No sin antes tener que sortear a un pesado y molesto cura secretario que se le antojo querer impedir mi entrada al Santo edificio excusándose en mi provocativa y ataviada vestimenta.

-         ¡Buenos días!. ¡Ilustrísimo Reverendo!. Salude respetuosamente al dignísimo Prelado.

-         ¡Buenos días!. ¡Excelencia!. Respondió educadamente el Obispo quedando embebido con mi fascinante y descarada apariencia.

-         ¡Por favor!. ¡Condesa!. ¡Tome asiento!. Me invito cortésmente a sentarme en un confortable sillón de piel, cosa que hice cruzando sensualmente mis tórridas piernas.

-         ¡Usted dirá!. ¡Excelentísima Señorita!. Dijo Monseñor Justino, que es el nombre del dignísima Prelado.

-         ¡Monseñor!. Dije yo. ¡Venia a pedirle!. Más bien a rogarle, que destine a los servicios religiosos de Mí Castillo al párroco de la Colonia y a la Dominica Sor Andrea.

-         ¡Señorita!. Mucho me temo que no va a ser posible. Esta medida dejaría sin la atención religiosa adecuada a muchos feligreses.

-         ¡Mí almaaaa!. Dije entonces runruneando con la voz algo ronca como si estuviera poseída por el mismísimo diablo. Me levante lascivamente de mi sillón acariciándome suavemente con las manos las voluptuosas nalgas y moviéndome sensual, felina y orgullosa cual bailarina de striptis. Avancé lentamente hacia él manoseándome mi sutil cintura y palpando con las manos por todo mi cuerpo hasta llegar a mis incitantes pechos, que magreé frenéticamente con un semblante de  deseo y pasión desenfrenada.

-         Las ajustadas prendas que vestía no hacían mas que resaltar mi esbelta y provocativa figura y mis preciosos zapatos de alto tacón de aguja lograban estilizar mis esplendidas piernas

-         Incline mi divino cuerpo sobre la mesa del Obispo para que este pudiera contemplar en primer plano la raja que separa  mis preciosos senos.

-         ¡Mi almaaa!. ¡Mi alma esta perdida!. ¡Monseñor!. ¡Siento un ardor que penetra por mis genitales y como una serpiente recorre excitando todo mi erótico cuerpo!. ¡Por favor ayúdeme!. ¡Ilustrísimo Reverendo!. ¡Ayúdeme!. Mientras hablaba, con la mano me acaricié el sexo y con la lengua relamí mis brillantes labios.

-         El Obispo se quedo alucinando, pasmado y babeando con la boca abierta sin poder mediar palabra. Mientras yo, desvergonzada e inmoral, seguía toqueteándome mi majestuoso cuerpo con licenciosa lujuria.

-         ¡No puedo parar!. ¡Señor Obispo!. ¡Estoy ardiente!. Le hablé con ronca, pero sensual y melosa voz. ¡No puedo parar de manosearme!. ¡Monseñor!. ¡No puedo parar hasta que….!. Tome de nuevo asiento y abriéndome de piernas deje al descubierto mi diminuto tanga que con los voluptuosos movimientos se me había encajado entre los mojados labios de mi vulva.

-         ¡Aiggggg!. ¡Aigggggg!. Metí dos de mis maravillosos  y enjoyados dedos en el coño y empecé a masturbarme y a mirar al Obispo con deseo carnal, relamiéndome con la lengua sugestivamente mis carnosos labios.

-         ¡Padre Nuestro que estas en los cielos sant…………!.Cuando el Prelado pudo reaccionar, visiblemente sofocado, empezó a proferir rezos y a bendecidme. Yo seguía pajeandome impúdica y descaradamente ante él, revolcándome en el holgado sillón, agitándome y estremeciéndome de puro placer

-         ¡Uaaa!. ¡Uaaa!. Uaaa!. ¡Aaaaa!. ¡Aaaaaa!. Mis gritos y jadeos de gozo eran sonoramente explosivos, seguro que se podían oír desde otras dependencias del Palacio Episcopal.

-         ¡Por favor!. ¡Condesa!. ¡No grite!. ¡Se lo ruego!. ¡No grite!.  ¡Me compromete!. Complica enormemente mi respetuosidad. ¡Tranquilícese!. ¡Por favor!. Me rogó visiblemente nervioso y alterado el Señor Obispo.

-         ¡Uaaaaaaaa!!!. ¡Uaaaaaaaaaa!. ¡Me corrooooo!. ¡Me corrooooooo!. ¡Uaigggggg!. ¡Que gustazooo!.  Grite aun más provocadoramente fuerte.

-         ¡Pam!. ¡Pam. ¡Pam!. ¡Ilustrísimo Reverendo!. ¿Ocurre algo?. Pregunto llamando a la puerta uno de sus asistentes.

-         ¡Nooo!. ¡Nooo!. ¡No ocurre nada!. Contesto sonrojado, inquieto y angustiado Monseñor Justino.

-         ¡Necesito ayuda!. ¡Monseñor!. ¡Necesito ayuda!. Rogué insistentemente haciéndome la apenada pero aguantándome por todos los medios mi bribona sonrisa. ¡El capellán y la monja de que le he hablado me conocen!. ¡Monseñor!. ¡Me comprenden e inspiran serenidad y paz en mi poseído espíritu!. ¡Tenga la bondad de asignarlos al servicio religioso de mi castillo!. ¡Se lo ruego!. Dije con fingida humildad. ¡Solo con ellos a mi lado podré superar mi diabólica adicción y encontrar la paz interior!.

-         El pobre Obispo ya no sabia que cara poner, estoy segura que pese a su edad su polla estaba tremendamente tiesa y a punto de explotar.

-         ¡Jajajajajajajajajajaja!. ¡Jajajajajajajajajajaja!.

-         ¡Ilustrísimo Reverendo!. ¿Basta con seis mil para sus buenas obras de caridad?. Hablé ingenuamente con mi sensual boquita de piñón haciéndome la inocente y piadosa buenachona largándole un fajo de billetes con picara sonrisa.

-         El Obispo se deslumbró, agarro el dinero con una ligera sonrisa de agradecimiento y dijo.

-         ¡Por favor!. ¡Condesa!. ¡No tema por su alma!. ¡Ahora mismo digo a mi secretario que redacte el documento y tendrá la compañía de los dos religiosos que velaran por su atormentado espíritu!.

-         ¡Gracias!. ¡Monseñor!. ¡Gracias!. Contesté con desvergonzada hipocresía.

-         ¡Por favor!. ¡Excelencia!. ¡No me de las gracias!. ¡Es mi cristiano deber ayudarla!. Añadió Monseñor Justino besándome atentamente la mano.

-         Tres capellanes se habían juntado frente la puerta del despacho del Prelado ávidos de saber a que se debían los ruidosos gemidos y chillidos que del interior de la estancia provenían. Salí victoriosa, engreída y altanera.

-         Mire maliciosamente a los curillas y sonriendo al Señor Obispo le lance un cariñoso beso dejándole ruborizado y desconcertado ante sus discípulos.


¡Pero……..!. ¡Que ocurrencias tienes!!!!. ¡Sonia!!!. ¡Jajajajajajajajajajajajajaja!!!!. Expreso picara y divertida la bellísima mulata.

¡Divertidas!!!!. ¿No?. Añadió la Condesa. ¡Me lo pase de lo mas lindo abrumando e incomodando al Ilustrísimo Reverendo!. ¡Jajajajajajajajajajajajajajaja!. Me gustaría saber cuantas veces se masturbó a mi salud. ¡Jajajajajajajajajajajaja!!!!!.


-         ¡Rojas disecciónese hacia el convento de la Dominicas!. Ordene a mi chofer nada mas salir del Palacio Episcopal con el documento de traslado de los dos clérigos en mi poder.

-         ¡Madre Abadesa!. Anunció una anciana monja que me guió hasta el lugar. ¡Su Excelencia la Condesa de Lyss!. Me sentí enormemente orgullosa al oír el aristocrático trato que me dispensaban las monjas.

-         ¡Por favor!. ¡Excelencia!. Hablo con respeto la Abadesa mirando con asombro y estupor mi poderío y desparpajo por atreverme a presentar en un Santo lugar como el convento de la Dominicas ataviada con mi provocativa y sexy vestimenta.

-         ¡Siéntese!. ¡Se lo ruego!.  La Superiora era una asquerosa y babosa vieja que me daba repulsión nada mas verla, y sin apetecerme disimularlo la mire con cara de asco y repugnancia, creo que la monja se dio cuenta de mi percepción pero hizo caso omiso de ello.

-         ¡Estoy al corriente de sus propósitos!. ¡Condesa!. El Obispo había puesto ya sobre aviso a la Superiora del convento sobre mi concluyente e insólita visita, así que la Abadesa me esperaba prevenida en su despacho.

-         ¿Sabe que Sor Andrea es algo retrasada?. ¿Verdad?. Interpelo la repelente vieja intentando persuadirme para que renunciará a mis propósitos y abandonará la idea de llevarme a la monjita conmigo.

-         ¡Oh!. ¡Sí!..... ¡Queeee lástimaaa!. ¿No?. Dije con rintintín. ¡Pobrecitaaaa!..... ¡Soy consciente de ello!. ¡Señora Abadesa!. ¡Pero en mi castillo estará adecuadamente atendida!. ¡Además!. ¡Habrá también el capellán!. Dije burlándome en el fondo de mis malvadas entrañas.

-         ¡No se si debo……..!. Dudo unos instantes la Superiora. ¡No se si debo de permitir que Sor Andrea se marche del convento!. ¡Entró muy joven y prometí a su madre que cuidaría siempre mas de ella!.

-         ¡Pero!. ¡Abadesa!. Insistí. ¡Monseñor Justino me ha firmado este documento….!. Dije enseñando la carta a la Superiora.

-         ¡Lo sé!. ¡Y se cuanto necesita del consuelo espiritual de un alma casta y pura como ella!. Manifestó dubitativa la repugnante e ignorante vieja.

-         Saqué de mi pequeño bolso otro fajo de billetes. Si con el Obispo funciono como no con la monja. ¿Quizás…… unos tres mil euros ayudaran a convencerse?. ¿Abadesa?. Puse encima de la mesa el montón de billetes.

-         ¡Haga con este dinero obras de caridad!. ¡Se lo ruego!. Dije entonces en un tono afligido.

-         ¡Oh quizás……pueda  con ello pagar alguna misa para la salvación de mi torturada almaaaa!. Añadí irónica mirándola fijamente y sonriendo cínica y traviesa.

-         ¡En fin!. Expreso resuelta la Superiora. ¡Si el Ilustrísimo Reverendo Monseñor Justino no ha puesto trabas, tampoco yo voy a ponérselas!. Añadió ya algo más convencida agarrando silenciosamente el fajo de dinero. ¡Jajajajajajajajajajajaja!!! Carcajeé descaradamente ante ella con tales muestras de piadosa caridad.


¡Que morbo!. ¡Rosalí!. ¡Los estaba prostituyendo!. ¡Estaba prostituyendo con mi dinero nada mas i nada menos que al Señor Obispo y a la Madre Abadesa!. ¡Jajajajajajajajajajajajajaja!, y ellos caían inocentes en mis garras. ¡Jajajajajajajajaja!!. ¡El dinero es poder!. ¡Querida! ¡Y yo tengo mucho!. ¡Jajajajajajajajajajajajajaja!!. ¡Y el poder me pone!. ¡Es un potente afrodisíaco!. ¡Jajajajajajajajajajaja!. ¿No es así?. ¡Rosalí!.

¡Eres única!. ¡Sonia!. Contesto la cubanita dando lengua a su bella amante.


-         ¡Por favor!.... ¡Haga que se presente ante mi a Sor Andrea!. Mando la Abadesa  a una de sus monjas asistenta.

-         Sor Andrea nada mas poner pie en el despacho de la vieja Superiora quedo silenciosa admirándome apasionadamente.

-         ¡Sor Andrea!. ¡Sor Andrea!. Tuvo que llamarla varias veces la Superiora para sonsacarla de su estado de enajenación. ¿Esta de acuerdo en marcharse con la Condesa?. Pregunto la Abadesa.

-         ¡Sí!. ¡Madre!. Contesto ella sin titubeos y aun sumamente encandilada con mí sexy figura.

-         Me acerque a ella y simulando un beso en la mejilla le susurre al oído. ¡Arrodillate y básame los pies!. ¡Esclava!.

-         Sor Andrea obedeció al instante y pego sus labios a mis empeines sin que yo disimulará mi desvergonzada satisfacción.

-         Impúdicamente me lamía la aguda punta de mi blanco stiletto recorriéndolo hasta el fino tacón e introduciendo luego la lengua en el hueco que se forma entre el arco del pie y el lateral del zapato.

-         ¡Pero……!. ¡Sor Andrea!. ¡Que hace!......Grito sorprendida y desesperada la Abadesa poniendo cara de estupor ante el también descomunal asombro de otras religiosas que habían acudido a despedirse de ella.

-         ¡Sacrilegio!. ¡Esto es un sacrilegio!. ¡Virgen Santa!. ¡Dios mío!. Vociferaba santiguándose la vieja y repelente Superiora.

-         ¡Como es algo retrasadaaaa!. Exprese cariñosamente con boquita de piñón. ¡Igual se cree que soy una Santa, la Virgen, o tal vez una Diosa. ¡Jajajajajajajajajajajajaja!. ¡Jajajajajajajajajajaja!. ¡Jajajajajajajajajajajajaja!!!!. Añadí entonces con inmoral y depravado descaro, riendo diabólicamente divertida mi propia gracia ante las inquisitorias miradas de las monjas allí reunidas.

-         ¡Vamos!. ¡Sor Andrea!. ¡Ya me adorara mas tarde!. Dije aun sonriendo escandalosamente cachonda y con ánimo de lacerar a las viejas religiosas y en especial a la repugnante Superiora.

-         ¡Dios le bendiga!. ¡Dios se apiade de Usted y de su alma!. ¡Condesa!. Seguían persignándose las escandalizadas religiosas ante mi irreverente y perversa actitud.

-         ¡Sor Andrea!. ¡Que el Señor le acompañe!. Dijo con cara de espanto la Superiora al despedirse de la monjita.

-         Unas novicias ayudaron a la religiosa a llevar su equipaje a mi vehículo. Por expreso deseo mío, la monjita se sentó junto a mí en la amplia y cómoda zona trasera de mi lujoso Rolls-Royce.

-         Nada mas aposentarse le desabroche la parte alta del hábito y coloque en su cuello una dorada gargantilla a modo de collar de perra dándole seguidamente un ligero beso en sus rosados labios, beso que ella agradeció cerrando sus azulados ojos e inspirando placenteramente.

-         ¡Voy a insertarte este plug en tu ano!. ¡Perra!. Le musite en voz baja mostrándole un consolador metálico de forma ensanchada con 12 centímetros de largo y de 1 a 7 de ancho, rodeado de tres anillos  que permiten una penetración y sujeción intensa y una base que actúa como tapón, acercándoselo a la boca la obligue a lamerlo.

-         Aparté su hábito convencida de que iba a tener que cortar las grandes bragas, y quizás los gruesos leotardos que llevaban puestas las castas monjas en el convento. ¡Pero no fue así!. Sor Andrea no llevaba prendas interiores.

-         ¡Jajajajajajajajajajajajajajajaja!. Además, no se como lo hizo, pero la retrasada monjita se había depilado las piernas y rasurado el coño y el culo.

-         ¡UAaaaaaaaaaaaigg!. Gimió de dolor en el momento en que le introduje el dildo en su estrecho ano, sonriéndome luego satisfecha y gozosa.

-         ¡Siéntate!. ¡Puta!. ¡Viajaras con el pulg clavado en tu culo!. Excitada me dispuse a sobarle los pechos. En mi honor, la monjita, se había colgado en el pequeño aro de oro que le inserte días atrás en su pezón una cruz al revés, idéntica a la que llevo puesta en mi cadenita tobillera.

-         ¡Muy bien!. ¡Sor putita!. Susurre sonriente y entusiasmada a su oído. Moje mis dedos en mis jugos vaginales y se los metí enteros en la boca.

-         ¡Chupa!. ¡Chupa mis lujuriosos dedos!. ¡Esclava!. Sor Andrea se tragaba obscenamente mis deditos saboreando mis flujos.

-         Presione con mis dedos fuertemente sus mejillas zarandeándole la cara y escupiendo de lleno en su boca. Ella me miraba complacida y suplicante, pidiéndome a gritos que la maltratará y la humillará.

-         ¡Paf!. ¡Paf!. La abofetee con saña y  situándome algo alejada de ella le acerque mi stiletto a la boca.

-         ¡Descálzame!. ¡Zorra!. Yo estaba excitada, fogosa.  Sor Andrea agarro con sus labios la aguda puntera del zapato y tirando de ella lo extrajo de mi delicado pie.

-         Cogi entonces el stiletto en mis manos y penetre el afilado taco en su coño. ¡Aig!. ¡Aig!. ¡Aig!. La muy puta gemía de placer.

-         ¡Uaaauuuu!. ¡Aiiiiiiggggg!. Continué masajeando suavemente su vulva. De vez en cuando, sorprendiéndola, apretaba fuerte el afilado taco hacia el fondo de su coño con la despiadada intención de ocasionarle daño. ¡Uaaaauuuu!. Suspiraba entonces gimiendo levemente de dolor y abriendo sus bonitos ojos me miraba sonriente agradeciéndome mi refinada crueldad.

-         Sus espasmos de gozo se intensificaron, fraccione con frenesí el taco en su clítoris y no pare hasta hacerla eyacular.

-         Entonces le agarre la toca y le acerque mi coño a la boca. Sin tener que decir nada, la muy puta empezó a chuparme el clítoris hasta que me corrí en su boca.


-         ¡Soberbia!. ¡Sonia!. ¡Eres soberbia!. Expreso Rosalí. ¿La trajiste?. ¿Trajiste a la monja?. Pregunto apasionada la bella cubanita.

-         ¡Jajajajajajajajajajajajaja!. Se carcajeó con ganas la preciosa Condesa al comprobar la inocente y espontánea reacción de entusiasmo de su graciosa amante.

-         ¡Tilín!. ¡Tilín!. Hizo Sonia sonar la campanilla que sirve para llamar al servicio.

La puerta de la estancia se abrió y apareció la religiosa portando en sus manos una dorada cajetilla.

Rosalí sentaba encogida de piernas reposando descalzos sus morenazos pies de blancas uñas francesas encima de la piel del mullido sillón, contemplando deslumbrada como Sor Andrea avanzaba de rodillas hacia ella.

Sonia aprovecho su encantamiento para situarse tras la espalda de la bella mestiza, y apartando con sus eróticas manos el sedoso batín de satén negro adornado con plumillas que cubría los hermosos senos de Rosalí, acarició y pellizcó con sus largas uñas los  marrones pezones de la linda cubanita.

La monja se postro ante la esbelta mestiza, abrió la cajetilla y le mostró un grueso anillo de piedras preciosas. Sujetándolo fuerte con los dientes lo encajo en el anular del pie derecho de Rosalí, besando apasionadamente el empeine y lamiendo con la punta de la lengua entre los sutiles deditos de la sensual cubanita.

-         ¡Uauuu!. ¡Soniaaaa!. ¿Y estooooo?. Dijo Rosalí abriendo sonriente y sorprendida su perfecta boca de dientes blancos, destellando su brillante piercing encima de los carnosos y púrpuras labios.

-         ¡Para ti!. ¡Mi bella amante!. Contesto enardecida la Señorita Blanco dándole un entusiasmado beso con lengua en la boca.

-         ¡Yo la desfloré!. ¡Tú puedes desvirgarle el culo!. ¡Disfrútala Cariño!. Dijo entonces la Condesa musitando y sonriendo al oído de la cubanita alejándose de ella mientras las dos bellas Damas se lanzaban apasionadas miradas de lujurioso deseo.

-         ¡Vamos!. ¡Mayordomo!. Exigió mi preciosa Ama para que la siguiera.

Sonia cedió la monja a Rosalí para que gozará de ella según sus perversas y caprichosas fantasías. Al día siguiente, Sor Andrea, andaba con el culo escocido, las nalgas marcadas por los salvajes azotes que le propino la linda mestiza y con algún que otro quemazón de cigarrita en sus blancos pechos.


-         ¡Mayordomo!.¡Estoy organizando una espectacular fiesta para celebrar, junto a mis distinguidas amigas y amigos, el reciente nombramiento como Condesa de Lyss!.

-         ¡Le ordeno confeccione y me presente con la mayor brevedad, una minuciosa lista de candidatos a posibles sumisos y sumisas disponibles para prestar servicio en dicha celebración!. ¡Claro esta!. ¡Aceptando sin reservas las duras condiciones que exijo para tales fines!.

-         ¡Sí!. ¡Divina Majestad!. Contesté sin objeción alguna animado de participar de nuevo de la confianza de mi Señora.


Enfundada en sus sexys leggyns de cuero negro y taconeando sobre los altísimos tacos aguja de sus encantadores stilettos, Sonia pavoneaba escoltada por su chulo y presumido guardaespaldas que blandía sin contemplaciones bajo la oscura americana de su traje  la culata de su temido revolver, de un costado a otro de su Rolls aparcado frente la portalada principal de la iglesia de la colonia.

La Condesa cubría sus ojos con oscuras gafas, resaltando sus perfilados labios carmesí que calaban fuerte de un perfumado cigarrito de tabaco rubio.

Llevaba su lacia melena rubia recogida en un desgreñado moño, dejando a la vista unos largos y delgados pendientes que colgaban de sus finos lóbulos reposando sobre los hombros, cubiertos por una corta torera de cuero a juego con sus leggyns, debajo de la cual, Sonia, llevaba puesta una holgada camisa blanca con el cuello alzado.

Yo aguardaba perfectamente uniformado de chofer al pie de la puerta de su opulento auto.

Los fieles devotos empezaron a salir del templo quedando visiblemente sorprendidos por la presencia de su bella dueña.

-         ¡Buenos días!. ¡Excelencia!. Decían los más atrevidos acercándose unos metros a Ella sin recibir respuesta alguna de la glamorosa, orgullosa y arrogante Dama.

Un numeroso grupo de ellos se concentro a una cierta distancia para curiosear cual era el motivo de la presencia en la colonia de la concupiscente y altiva Señorita Blanco.

-         ¡Excelencia!. ¡No esperaba……….!.  Al fin, tras el ultimo feligrés, salio del templo vistiendo sotana el vicioso capellán que al ver a su diabólica y venerada Condesa se abalanzo a besarle la mano.

-         ¡He venido en su busca!. ¡Estúpido!. ¡Genuflexionese ante Mí!. ¡Esclavo!. Sonia, sin recato ni pudor alguno, humillo al sacerdote ante la multitud que se concentraba a cierta distancia.

-         ¡Espero haya cumplido con mis ordenes de celebrar las misas con tan solo la sotana cubriendo su cuerpo!. ¿Verdad?. ¡Curilla!. Dijo la Señorita Blanco con una pose petulante y despreciativa.

-         ¡Sí!. ¡Excelencia!. Contesto el sacerdote postrado a los pies de la hermosa aristócrata.

-         ¡Veamos si es verdad!. Manifestó burlona Ella.

-         ¡Perooooo…. Aquí!!!!. Pregunto exaltado el párroco.

-         ¡Jajajajajajajajajajajajajajajaja!!!!. Sonia lanzo una diabólica risotada.

-         ¡Sí!!!!!. ¡Curilla!. ¡Aquí y ahora!. ¡Jajajajajajajajajaja!.

El capellán desabrocho la sotana y ante los sorprendidos y boquiabiertos feligreses mostró su desnudo y rasurado cuerpo sobresaliendo su enorme pollon que se alzaba erecto saludando a la hermosa Condesa.

-         ¡Jajajajajajajajajajaja!!!. ¡Perfecto!. ¡Rojas!. Grito secamente. ¡Acerque la grapa!. Ordeno luego alegre y divertida.

El musculoso Rojas ofreció a la Señorita Blanco un artilugio compuesto de dos barras cuadradas de acero con un encaje ovalado en el medio y dos tornillos a ambos lados.

-         ¡Sujete al curilla!. Mando Sonia a su petulante guardaespaldas.

Rojas inmovilizó al sacerdote amarrándole de los brazos, mientras las enguantadas manos de la Condesa tiraban de sus testículos haciéndolos salir pegados al culo, por la parte trasera de las piernas.

-         ¡AAAaaaaaaaaaa!. Chillo fuerte el capellán al aplastarle la Señorita Blanco los cojones encajados en el ovalado de la prensa.

-         ¡Jajajajajajajajajajajaja!!!!. Reía jovial la cruel Condesa ante los escandalizados devotos y beatas que observaban de cerca sus malvadas ocurrencias con el sacerdote.

La barra quedo fijada pegada a las nalgas del capellán tirando y oprimiendo sus huevos produciéndole un ligero, pero continuado y tormentoso dolor.

-         ¡Uuuaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!!. Grito de nuevo cuando Sonia le propino un azote con su fusta en los castigados testículos. Azote que de nuevo repitió hasta dejárselos completamente morados, clavándole luego en ellos el fino taco de su stiletto.

El curilla fue obligado a viajar postrado en el suelo del auto, a los pies de la Condesa que lo estuvo torturando con las agujas de sus zapatos hasta llegar al Castillo de Lyss.

(Continuará)