Soñé contigo
El cómo hemos llegado a esta situación carece de importancia, el por qué ya lo olvidé, solo nos queda disfrutarla.
Estás en la cama, desnuda, atada y con los ojos vendados, tal y como hemos imaginado tantísimas veces, es algo que deseábamos.
La habitación iluminada por velas, apenas una en cada esquina, más que suficiente para que el cuarto esté inundado del olor que tanto nos excita.
Mis manos tiemblan, deseosas de recorrer cada una de tus curvas, con caricias suaves, sigilosas, que apenas sientas, y que no sepas de dónde vengan. Pero debemos esperar.
Es algo que habíamos acordado, hace ya mucho tiempo. Desde ese día siempre me he ocupado de preparar la comida. Al principio te hizo desconfiar, pensaste que era extraño por mi parte, que pretendía drogarte. Yo lo aduje a un placer por la comida que había mantenido escondido. Sabías que era mentira, que te drogaría. Lo que no sabías, era qué día. Y lo olvidaste. Pero yo me dediqué poco a poco a cocinar lo que esta noche será mi cena. Tú.
Ya está empezando a afectarte. No puedes evitar intentar intensificar las sensaciones. Por eso eran necesarias las restricciones. Es hora de empezar.
Mi mano recorre la parte interna de tu muslo, pero al contrario de lo que pensaste, no lo hace de forma suave, sino posesiva. Y cuando sientes que ya ha llegado el momento, que no te voy a hacer esperar más, desaparece.
Empiezas a sentir una pluma acariciarte sobre el ombligo. De forma pausada aumentando el tamaño de las circunferencias que realiza, acercándose a tus zonas más erógenas. Te exasperas, la sensación es placentera, pero insuficiente. Lo sabemos, por lo que no te extraña que ante tu suspiro, la caricia desaparezca para ser sustituida por otra que no logras identificar. Frio. Tu seno de repente se siente inmerso en una caricia rápida, suave, y fría. Mi boca. Mientras sentías las caricias de la pluma yo tomaba hielo, que sabía que aumentaría tu sensación de placer cuando bebiera de tus senos.
Tu cuerpo se estremece al sentir la caricia, y cuando dejas de sentir el frio, alejo mi boca. Oyes como estoy dando la vuelta a la cama, y supones que voy a repetir el mismo tratamiento. Qué equivocada estás. Esta vez sientes una sensación de excesivo calor en tu otro pezón. En segundos, el miedo se torna placer al reconocer otra vez a mi boca como causante de esas sensaciones.
Ya no puedes controlarte, tus suspiros dejaron de ser tal, para convertirse en gemidos, aunque todavía demasiado apagados.
Pronto sientes que mi boca abandona la suavidad de tus senos para descender de forma rápida por las curvas de tu cuerpo. La expectación te controla, levantas el cuerpo todo lo que las ataduras dan de sí buscando motivarme para que no detenga mi avance.
Y sientes otra vez que mi boca se aleja de tu cuerpo. Al contrario de otras veces, antes de que pueda escapar de tus labios un suspiro de pura frustración, sientes mis manos donde tanto deseas. Apenas dan suaves toques, no podría llamarlo caricias por lo suaves y fugaces que son.
Y entonces vuelve otra vez esa sensación, esta vez no te dejas engañar, sabes que es mi boca… lo que no sabes es por qué sientes una sensación tan refrescante y distinta a la vez. Y lo que no esperabas es sentirlo en la parte más íntima de tu ser.
Poco importa, el placer que estás sintiendo nubla cualquier otro pensamiento. Esta vez no me controlo, el final está tan cerca que no puedo detenerme.
Mientras mi boca no deja de beber de ti, mis manos suben hasta tus pechos, luchando por aumentar las sensaciones de placer. Tu cuerpo tiembla anticipándose a lo que se acerca.
Y entonces, despierto. Otra vez has invadido mis sueños.