Somos una pareja joven

Somos una pareja joven, nos queremos y solemos compartir momentos con nuestros amigos...

Somos una pareja joven, normal, nos queremos y solemos compartir muchos momentos con nuestros amigos.

Como el caso de Carlos y Liliana, que vinieron un domingo de verano a comer un asado. Son un matrimonio casi adolescente, rubio él, de cuerpo atlético, y ella, que no le va en zaga con su porte, morocha y de ojos verdes.

El calor de Misiones se hacía sentir en nuestros cuerpos, por lo que, luego de la comida regada con un generoso vino, tomamos un baño en la pileta y decidimos correr a ver una película en la video al ¨abrigo¨ del aire acondicionado.

La video esta en nuestra pieza (el aire también) por lo que con los cuerpos todavía húmedos del baño nos instalamos en nuestra cama matrimonial a disfrutar de la misma. Para hacerla completa llevamos un extra brut y nos acomodamos los hombres en los extremos y las mujeres al medio.

La película perdió rápidamente interés, las anécdotas de viajes compartidos ganaron el espacio y el champagne llenaba nuestras copas sumándonos en chanzas y risotadas. Pronto se acabó y nuestra invitada se ofreció a buscar otro, a lo que solícito me ofrecí a acompañarla.

Quizás nos demoramos más de lo debido cargando la frapera con los hielos o descorchando la botella, quizás fue la circunstancia o el alcohol de más, pero al abrir lentamente la puerta de la habitación, nuestros ojos quedaron absortos al observar a mi mujer y mi amigo fundidos en un abrazo apasionado.

Liliana casi gritó, pero mi mano derecha rápida tapó su boca mientras la izquierda la tomaba por la cintura y la retenía para no interrumpir lo que veíamos.

Cosa extraña, mi sangre italiana que bullía de odio si alguien posaba la mirada sobre mi hermosa mujer, se encontraba sorprendentemente en calma, y mis ojos querían absorberlo todo en un instante.

Mi mujer es de por sí recatada, aunque en la cama busca el placer mutuo con ahínco, pero quizás por ese recato es que la sorpresa se convirtió en intriga por ver su actitud con otro hombre. Lo besaba con fuerza entregada a sus brazos, Carlos recorría su cuerpo siempre bronceado con sus manos y ella con los ojos cerrados se dejaba hacer perdida en la delicia de las caricias.

Por extraño que parezca, su placer fue mi placer.

Arrodillados en la cama juntaban sus cuerpos y yo sentía a su vez, que el gesto de sorpresa de Liliana, daba paso de la rigidez inicial a una entrega calma, y poco a poco la presión de mis manos en su cuerpo se tornó vana pues ella reclinaba el suyo contra el mío entregada al contacto.

Solté mi mano derecha y busqué la frapera para apoyarla sin ruido en la mesita que se encuentra al lado de la puerta. Ambos espiábamos por la rendija, aunque mi amigo y mi mujer no parecían tener miedo a la interrupción, solo parecían dejar volar sus mentes en el juego de los cuerpos.

Las manos de Carlos tomaron el corpiño y lo soltaron con delicadeza, su boca beso sus pezones como tantas veces lo hice yo y ella extasiada murmuró como gata en celo como tantas otras veces la sentí yo. Suavemente se dejo caer sobre las sábanas y la boca masculina bajo hasta el lampiño pubis arrancando movimientos trémulos. Pero ella no estaba estática, sus manos tocaban el pene con delicadeza y en un momento apartó con las mismas la cabeza de sus labios para iniciar ella una mamada suave, recorriendo con la lengua toda su dureza, mientras sus manos dibujaban los músculos, con calculada suavidad que daba paso a vehementes pelliscones.

Liliana había dejado caer su mano sobre su bombacha y deslizó sus dedos buscando su placer mientras mi verga se erguía clamorosa buscando el destino de sus nalgas. Nos tocábamos, nos sentíamos, yo pasaba mis labios y mi lengua por su cuello, ella con la mano hacia atrás acariciaba mis genitales, pero nuestros ojos fascinados estaban atrapados por esa cama donde nuestras pertenencias dejaban de serlo y se perdían en un gozo indescriptible.

Las posiciones se habían invertido, mi mujer tenía su blonda cabellera sobre la almohada mientras recibía el embate masculino. El se movía con ritmo y ella acompañaba gustosa; sus ojos entornados se abrieron y se encontraron con los míos que espiaban desde la puerta. Los dos cerramos los párpados en señal de consentimiento y el frenesí se apoderó de mi amada. Al igual que antes, invirtió las posiciones y paso de dominada a dominadora cabalgando sobre mi amigo con una lujuria atrapante.

Si mi mirada estaba fija en la cama, no sucedía lo mismo con mi cuerpo, especialmente con mis dedos que estaban húmedos del néctar de Liliana. Ya a punto de correrme, (Liliana lo había hecho casi enseguida) abrí totalmente la puerta y sin soltar a mi ocasional pareja la conduje al centro del cuarto para sumarnos al juego.

Busqué a mi mujer con mi cuerpo, me subí a horcajadas por detrás y mientras la acariciaba vi como Liliana besaba sus pechos mientras agradecía el embate de la lengua de su marido en su concha caliente. Mi mujer buscó con sus manos mi pene, y me desplazó de tal manera que el mismo quedó en su boca y mis nalgas en la de Liliana.

Solo falta decir que llegamos los cuatro juntos, que el grito unísono apagó los jadeos y el éxtasis se hizo dueño de nuestros cuerpos.

Rendidos nos fundimos en un abrazo y logramos un pasajero sueño entre caricias.

Quién despertó primero no puedo asegurarlo pero me vi sobre mi mujer, mientras a nuestro lado nuestros amigos nos imitaban. Nuestras miradas se cruzaron y tomados de la mano entre parejas otra vez cruzamos el límite del placer.

Nos intercambiamos una y otra vez, bebimos nuestros cuerpos, nos poseímos, nos abrazamos, nos mimamos, nos tomamos, hasta que la noche cerrada dio paso a un nuevo día y tomamos conciencia de la rutina de nuestras vidas.