¿Somos sólo amigos, Mateo? (y 4)

Antes de que este intenso sábado llegue a su fin, Santi va a intentar descubrir dónde están los límites de la relación que tiene con Mateo, hasta ahora su mejor amigo...

Joaco se había descargado a gusto sobre mi cara, Mateo parecía estar enfadado con el mundo, y yo le preguntaba a aquel tipo con apariencia de armario ropero si podía llamarle cuando tuviera ganas de comerle la polla otra vez.

El silencio que se hizo tras mi pregunta dejó claro que el ambiente estaba algo más que tenso en aquel salón, pero nada de aquello lo había provocado yo, y la actitud de Mateo se me antojaba como la rabieta de un niño chico. ¿Qué es lo que le había molestado, que Joaco bromeara y le dijera que si quería probar su gordo cipotón? ¡Venga ya...! Eso era un tontería, una torpe excusa que ocultaba algo que ninguno de los demás entendíamos aún. Joaco miró a Mateo, y luego a mí:

—Claro que puedes llamarme, colega. Vivo en la casa de ahí al lado.

—De hecho, imbécil, te puedes largar con él, porque aquí ya no pintas nada —me escupió mi supuesto amigo con toda la mala ostia del mundo.

—Bueno, tíos —Joaco se acomodó la gorra en la cabeza—, será mejor que me abra, y que os deje aquí, que resolváis vuestros problemitas de pareja.

—Sabes dónde está la puerta, ¿verdad, capullo?

—Dale recuerdos a tu vieja de mi parte —le vaciló el vecino, pasando por su lado sin mirarle siquiera.

De ese modo nos quedamos de nuevo a solas Mateo y yo, que me encontraba en una situación bastante embarazosa. Cuando escuchamos el portazo, mi querido amigo decidió no seguir humillándome. Se movió un par de pasos, pero no hacia mí:

—Vístete y lárgate, Santi. Ahora mismo no me apetece tenerte cerca.

—¡Y una mierda! —le dije, sin elevar demasiado la voz—. Si quieres que me vaya sin hablar sobre lo que ha pasado aquí, vas a tener que echarme tú mismo.

—No me tientes, gilipollas... Además, no pienso ni acercarme a ti mientras sigas pringado con la lefa de Joaco —hizo el ademán de marcharse, pero traté de retenerle, poniéndome en pie.

—Mira, Mateo, no tengo ni puta idea de lo que ha pasado en este salón, pero sí te puedo decir que nada de esto lo he buscado yo. Tú has hecho la propuesta, tú has llamado a tu vecino, y tú le has contado lo que me gustaría hacerle. El resto, tus movidas mentales, también te las has buscado tú.

—Lo sé perfectamente, Santi, y por eso estoy mosqueado.

—Pues cuéntame entonces qué cojones te pasa...

—¡Mírate, coño! ¿Cómo crees que me puedo poner a hablar en serio contigo mientras aún se te escurre el semen de Joaco por el pecho?

—Entonces deja que me de una ducha, y luego hablamos —tanto el tono de mi voz como el suyo habían rebajado la furia contenida del principio; yo estaba convencido de que Mateo recapacitaría y hablaría conmigo sobre lo que le estaba ocurriendo.

—Está bien —aceptó al final, lo que le agradecí sinceramente.

Mi mayor temor siempre había sido que mi amistad con Mateo se viese afectada por algo como lo que habíamos hecho a lo largo del día en su casa. Saber que al menos estaba dispuesto a hablar sobre el tema hizo que me sintiera mucho más tranquilo.

..........

Fue una ducha rápida. Agua aquí y allá ¡y listos!, que era la segunda del día, y aparte de la corrida de Joaco sobre mí, no era mucho lo que me podía haber manchado en las últimas horas. Me envolví en la toalla y salí al pasillo, donde me encontré a Mateo, al que suponía en su habitación.

Mi mejor amigo estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, las rodillas dobladas contra su pecho y la cabeza hundida entre ellas. Me quedé junto a la puerta, observándole sin saber qué hacer. "¿Estás bien?", le pregunté, más por romper el hielo que por ser original, eso está claro. Me pregunté si estaría llorando, pues desde mi posición no le veía la cara. Por suerte no lo estaba, ya que eso hubiera sido aún más incómodo.

"¿Ya te has quitado el olor a Joaco de encima?", elevó la cabeza hacia mí lentamente, clavándome esos ojitos que tanto me gustaban. Di un paso y me senté frente a él, con las piernas cruzadas y la espalda contra la otra pared. "¿Te puedo preguntar si estás celoso?", dije, arrancándole una leve sonrisa.

-Eso es trampa, Santi. No me puedes preguntar "si me puedes preguntar", porque entonces ya has hecho la pregunta...

-¿Y lo estás? ¿Ha sido por eso que has montado esa escenita abajo?

-Pues si te tengo que ser sincero, la verdad es que no me ha gustado verte con Joaco. Y ya sé que ha sido idea mía, no hace falta que me lo recuerdes -me alucinó que no apartara sus ojos de los míos, que se atreviera a hablar sin tapujos y sin ocultarse mirando para otro lado-. Pero no me ha jodido que fuera con él. Lo gracioso es que seguramente me hubiera molestado lo mismo con cualquier otro.

-No quiero parecer un listillo, pero eso son celos -me quedé un instante en silencio, y luego me lancé-: Ya que estamos de confesiones, yo hace días que le estoy dando vueltas a una pregunta, ¿somos sólo amigos, Mateo?

Volvió a hundir la cabeza entre sus rodillas, sólo un par de segundos; luego estiró las piernas, arrastrándolas hasta que sus zapas quedaron reposando a ambos lados de mi cuerpo. Empezó a darme suaves toquecitos con los pies en los muslos. "¿Por qué no respondes tú, Santi? Creo que yo no lo tengo demasiado claro", me dijo, elevando los hombros. "Eso también es trampa, Mateo. No me puedes pasar la pregunta como en un concurso de la tele...", y aunque le sonreí, esperaba que no insistiera en pedirme una respuesta, pues yo tampoco la tenía.

-Está bien, pues digamos que no, que no somos sólo amigos. ¿Qué es lo que somos, entonces?

Planteó una buena pregunta, que navegó hasta el paraíso de las preguntas sin responder. Se escuchó la puerta de la calle, luego las voces de Silvia y Carlitos, que volvían de visitar a la tía Luisa de Carabanchel. Mateo y yo nos sentimos un poco incómodos con aquella irrupción, pero enseguida me puse en pie y fui hasta la habitación para cambiarme.

"¡Hola, enano!", le oí decir a Mateo en el pasillo, con esa voz que pone una persona cuando quiere fingir que no está preocupado. "¡Hola, tete! ¿Qué haces ahí sentado?", le preguntó el chiquillo. Yo me apresuré en secarme bien para poder vestirme antes de que la madre subiera al piso de arriba. "Estoy descansando, chaval... A ver, ¿dónde están los 20 euros de la tía Luisa para mí?", le oí decir, suponiendo que empezarían una nueva batallita de cosquillas, como aquella mañana.

Yo lo tenía muy claro: sentía algo especial por Mateo; me gustaría que pudiéramos estar juntos de un modo diferente al que habíamos llevado hasta entonces. Pero eso no dependía de mí.

Me puse la misma ropa de la noche anterior. Me peiné un poco con las manos frente al espejo del armario, y me decidí a salir. Mateo tenía a Carlitos sentado entre las piernas, y éste le enseñaba una bolsa repleta de chucherías. "Si las bolas negras son de chocolate, de qué son las blancas?", le estaba preguntando el crío cuando abrí la puerta. "Pues de chocolate blanco", me adelanté. "¡Hola, Santi! Mira que montón de chuches me he comprado con el dinero de mi tía. Te puedo dar alguna, si quieres", me las mostró con absoluta felicidad e inocencia.

-¿No te he dicho que las dejes para mañana, Carlitos? -oímos a Silvia subiendo por las escaleras-. ¡Te las voy a quitar, eh! Ay, hola, Santi, pensaba que ya te habrías ido...

-No, aún no, pero me iba a marchar ya.

-¡Sólo se las estaba enseñando al tete! -se defendió el pequeño.

-Venga, campeón, haz caso a la mama y llévalas a la cocina -Mateo, tan encantador como siempre con su hermano, le ayudó a ponerse en pie y le dio una palmada en el trasero antes de que Carlitos saliera corriendo escleras abajo; luego me dedicó la mirada más tierna del mundo-: ¿Entonces te vas?

-Sí, ya tendremos tiempo de charlar -miré hacia el fondo del pasillo; Silvia se había metido en su habitación.

Mateo estiró una mano hacia mí para que le ayudara a levantarse. Lo hice, quedamos frente a frente y me clavó sus ojos sin compasión. "¿Por qué no te quedas esta noche, Santi? Sin salir de marcha ni nada. Sólo una cena en familia y luego nos metemos en la habitación y hablamos de lo que sea", casi susurrando, pues la puerta de su madre estaba abierta. Le solté la mano, pasé por su lado sin decir nada y entré en el cuarto de baño para colgar la toalla. Se quedó en el umbral.

-Ya no sé si quiero ser sólo tu amigo -le dije, plantado en mitad del aseo-. Me gustas, Mateo, y aunque entiendo perfectamente que tú puedas no sentir lo mismo, creo que ya no me conformo con lo que tenemos.

-Vaya... -desvió la mirada hacia el suelo-. Eso ha sido muy directo.

-Será mejor que me largue -caminé hasta él, que en vez de apartarse me cerró el paso.

Estábamos tan cerca, que si no lo hubiera hecho él lo hubiera hecho yo. Me dio un pico largo, sólo pegó sus labios a los míos y los dejó allí un momento eterno. Me acarició la mejilla, volviéndome loco con aquel gesto tan íntimo. "No te vayas... por favor", casi suplicante. "¿Vas a cenar con nosotros, Santi?", nos separamos, intuyendo que Silvia iba a salir de su habitación de un momento a otro. Mateo sonrió, la mujer se acercó a nosotros, supongo que para ir al baño, y entonces lo volvió a preguntar:

-¿Te quedas a cenar? Prometo preparar algo más elaborado que unas pizzas congeladas... -sonrió, todo amabilidad, con apariencia de "simpática suegra".

-Sí se va a quedar -respondió Mateo por mí-. También se quedará a dormir.

-Ah, pues muy bien -le cedí el paso, para que entrara en el cuarto de baño-. ¿Y saldreis de marcha hasta tan tarde, como ayer? Recuerda que mañana vendrá a buscaros tu padre para llevaros a no sé dónde...

-Creo que quiere llevarnos a la sierra, a Rascafría o por ahí... Pero no te preocupes, mama, que hoy Santi y yo nos quedaremos en casa, tranquilitos.

Sólo un segundo antes de cerrar la puerta, Silvia nos miró a los dos y esbozó la sonrisa más agradable que nunca le había visto. Simpática y cómplice sonrisa.

..........

Mateo se tumbó a mi lado. Ambos frente a frente.

Eran más de las doce; Carlitos ya dormía y Silvia se había quedado un rato más a ver la tele. Los dos estábamos desnudos, con las luces apagadas, y enseguida se volcó un poco sobre mí: una pierna sobre las mías, su mano sobre mi pecho y su cabeza sobre mi hombro. En el silencio de la noche, escuché su respiración agitada, noté los latidos de su corazón contra mi cuerpo; los dos ardíamos, éramos puro verano caluroso, un contacto de pieles de fuego.

"Estás ardiendo", me dijo en un susurro, notando yo su aliento sobre mi cuello. Le tomé de la barbilla y moví su cabeza para besarle los labios. No teníamos ninguna prisa porque le habíamos alquilado esa noche a la vida, y queríamos descubrir qué sentíamos en realidad el uno por el otro. Mi lengua se unió a la suya, las dos salidas de nuestras respectivas bocas, confluyendo a medio camino.

Con el brazo que tenía bajo su espalda, tiré de su cuerpo para montarlo encima del mío, notando enseguida la presión de su polla medio erecta contra mis muslos. Separó un poco las piernas y yo elevé las rodillas por entre medio de ellas, para que él sintiera como si me fuera a cabalgar. Lamíamos nuestros labios con sed apasionada, ahora te los doy, ahora te los quito... Le empecé a chupar el cuello, recordando que tenía un punto débil junto a las orejas. Eso era lo bueno de conocernos tan íntimamente.

-Uff, tío, eso... eso me encanta... -intentó decir, con mi lengua recorriendo la zona adecuada.

-Lo sé -suspiré, volviendo a la carga, moviendo mis manos sobre su espalda tensa y fibrada.

Deseaba llevarle al límite del deseo, demostrarle lo maravilloso que es practicar el sexo con alguien a quien quieres de verdad. Sin prejuicios. Levantó la cabeza para que pudiera chupar su nuez de Adán, notoriamente salida. ¡Ojalá hubiera en el mercado un alimento con aquel excitante sabor! Le puse las manos en el culo y tiré de él hacia mí. No habíamos hablado de límites, ni de normas. Nos habíamos tumbado el uno junto al otro en silencio, y todo aquello era producto de la improvisación.

Él sabía mis intenciones, por eso plantó las rodillas sobre el colchón, se cogió la polla y le dio varias sacudidas para endurecerla. Se dobló sobre sí mismo y me besó con dulzura, como queriendo apartar de nuestras mentes el recuerdo de la primera y única mamada que hasta entonces le había hecho. "Nada de violencia esta vez", Mateo me ofreció aquella verga perfecta y mil veces deseada por mí. Él mismo la plantó sobre mis labios y dejó que me encargara de ella.

La cogí del tronco y empecé a sorber el glande, que tenía algo de precum brotando de él. Le volví a tomar del culo para tentarle a que me follara la boca moviendo sus caderas sin prisas, entrando y saliendo con cuidado, dejando que me deleitara con aquella experiencia. Mateo apoyó las manos en la pared, se elevó un poco y empezó a efectuar aquellos movimientos sinuosos y penetradores.

Así estuvimos algunos minutos, él gemía de vez en cuando, se acariciaba el pubis, sacaba el rabo para meneárselo y volver a la carga, se agachaba para besarme, me susurraba que se lo estaba pasando "como un cabrón", o me daba las gracias, como si no fuera yo el que tenía todo que agradecerle... Yo también me la cepillaba en la penumbra, hasta que noté que Mateo estiraba un brazo y atrapaba mi cipote.

Aquella fue la primera vez que alguien que no fuera yo me lo cogía, y la sensación fue extraña. Aparté mi mano y sentí las ligeras sacudidas de sus dedos echando la piel hacia abajo y de nuevo hacia arriba. "No se me da muy bien, ¿no?", me dijo en voz baja. Supongo que esperaba que yo le dijera que lo estaba haciendo de puta madre, pero como la sinceridad era una condición "sine qua non" en nuestra relación, simplemente me reí y le dije: "Principiante...", antes de volver a engullir su falo.

Noté que me la cogía ahora con toda la mano, y empezaba a meneármela con algo más de ganas. Imaginé que sólo estaba tratando de tomar contacto con aquella presencia inexplorada hasta entonces. Como agradecimiento, también yo atrapé su verga con la mano y empecé a sacudirla apretando con fuerza.

-Oohh, Santi, joder... cómo molas, tío... -se volvió hacia adelante, me cogió de las mejillas y tiró de ellas hasta que tuve que deslizar mi espalda almohada arriba-. Creo que toda la vida he sido marica, colega, porque nunca había estado tan a gusto con nadie... -siguió tirando de mi cara hasta que pegó sus labios a los míos.

-Eso está bien -le dije, ya medio sentado, luchando por liberar mi boca de aquel beso apasionado-. Supongo que es porque nunca has estado con alguien que te importara de verdad.

-Claro que sí, tronco -nuevo lengüetazo repleto de saliva caliente-. Me importas mogollón, Santi... Mogollón...

Al dejar caer su culo sobre mis muslos, nuestras pollas quedaron casi tocándose y aproveché que él estaba ocupado en agarrarme de las mejillas, como si quisiera que jamás nos despegásemos, para llevar una de mis manos hasta esa zona y atrapar ambos cimbreles con ella. Los descapullé a la vez, los manejé como si fueran uno solo. Nos jadeamos el uno al otro, su aliento entraba en mi boca tan caliente como el mío debía entrar en la suya.

-¿Qué crees que dirían los chicos... si nos vieran así, eh...? -sonrió entre gemidos, mirándome a los ojos en la semi oscuridad de la habitación.

-Puede que más de uno... que más de uno me tuviera envidia... -le dije, masturbando ambas pollas cada vez con más intensidad.

-¿Tú crees, colega... crees que alguno de ellos...?

-Shh, Mateo, solos tú y yo; ahora. Quiero correrme contigo...

-Yo también, tío, estoy preparado, oohh...

-¡Bésame, Mateo...! -con la mano libre le atrapé de la nuca y le obligué a pegarse aún más, los dos sudando entre jadeos, a punto de corrernos.

Fue una culminación de éxtasis, comiéndonos las bocas de un modo salvaje y aguantando la eyaculación hasta sentir que el otro estaba preparado. Yo creí que no lo podría resistir más, pero entonces escuché un "yaaahhh..." premonitorio escapando de sus labios, Mateo se empezó a contraer sobre sí mismo, echando las caderas hacia adelante; zarandeé ambas pollas con toda la velocidad que pude, convulsionándome hacia arriba y golpeándole el culo con mi pelvis...

Y los chorrazos empezaron a brotar de las dos fuentes casi como si de una coreografía se tratara, trallazos de semen espeso que me cayeron en el estómago, algunos suyos contra el pecho e incluso el cuello, pues se había elevado sobre sus rodillas y le quedaba la verga borboteando a escasos centímetros de mi cara. Me dejé resbalar hacia abajo cuando él se había hecho con el control de su trabuco recién disparado, y no dudé en limpiárselo con la lengua.

Tras algunas chupeteadas más, Mateo se movió un poco hacia atrás, se sentó de nuevo sobre mis muslos, cayendo su polla descargada sobre el lago de semen que impregnaba mi estómago, y me volvió a besar, sin importarle que aún quedara algo de su lefilla viscosa en mis labios. "Sabe raro", dijo con una sonrisa extasiada tras lamerlo de mi cuello. Se incorporó y empezó a pasar una mano por mi estómago, moviendo la punta de su rabo morcillón por encima de todo el charcazo provocado por las lechadas.

-¡Qué corrida más buena, tío! -exclamó con un profundo suspiro; al mismo tiempo, supongo que generosamente, decidió compartir lo que embadurnaba sus dedos y para eso me los llevó a la boca-. Nunca había probado el semen. Sabe bastante asqueroso, macho...

-¿Ni siquiera el tuyo? -cogí su mano y empecé a chupar aquellos dedos de un modo despreocupado; no me dejó disfrutar mucho de ellos, porque enseguida me descabalgó y se puso de pie en mitad del pasillito.

-Me voy a ir a echar un agua. Tú será mejor que te levantes, antes de que se pringuen las sábanas, ¿no? -sonrió-. Como está toda la cama sudada, y eso, podemos dormir los dos en la mía, si quieres...

-Claro -me levanté costosamente y me coloqué frente a Mateo, a quien no le importó volver a acariciar mi estómago bañado en semen-. Me encantará dormir contigo.

-Ha estado de puta madre, Santi -me dio un pico, y luego se giró hacia la puerta y se aseguró de que no estaba su madre por allí antes de salir.

..........

Aquel había sido el sábado más largo e intenso de mi vida.

A la mañana siguiente, domingo, volví a despertar más o menos igual que el día anterior: con unos golpes insistentes en la puerta, y la misma sensación de resaca, aunque esta vez no era el alcohol sino la euforia quien me la provocaba.

-¡Hijo, que son las nueve...! -Silvia arrastró las palabras y dio tres toques más contra la madera-. ¡Tu padre ha llamado, que ya viene para aquí! -y eso pareció suficiente aviso como para tomarse la licencia de entrar en la habitación.

Mateo y yo estábamos acostados en su cama, desnudos; mi torso contra su espalda, pero ambos tapados con la sábana: "Uy, perdón...", dijo la buena mujer, algo sorprendida pero sin cerrar por ello la puerta. Mi amigo y compañero de cama aquella noche se medio incorporó, mientras que yo sentí que mi cuerpo se clavaba contra el colchón, medio asustado, como si nos hubieran cazado cometiendo alguna barbaridad.

Una vez más, mi apreciada "suegra" demostró ser una persona discreta, sutil y encantadora: "Venga, chicos, levantaos y airead un poco la habitación; antes de que llegue tu padre, anda", y pasó por enmedio del pasillito que había entre las dos camas, una de ellas vacía. La misma escena que la mañana anterior, con Silvia subiendo un poco la persiana del cuarto y abriendo la ventana, sólo que en esta ocasión yo no estaba "al otro lado de la frontera".

-Joer, mama, qué pesada... -Mateo se frotó las legañas de los ojos, mirando hacia la entrada de la habitación-. ¿Y tú qué, enano, hoy no me das los buenos días?

Al oírle, deduje que Carlitos debía estar junto a la puerta, tal vez preguntándose qué hacíamos los dos en la misma cama. Apoyé los codos en el colchón y también me medio incorporé. Silvia se nos quedó observando, yo mirándoles a ella y al pequeño como si les quisiera pedir perdón por algo. "Buenos días", fue lo único que pronuncié, con los ojos entelados. La mujer caminó hasta la puerta, acarició la cabeza del crío y le dijo en voz baja: "Hijo, puedes acercarte, que no te van a morder...", lo que nos provocó una sonrisa a ambos.

Carlitos caminó hasta los pies de la cama, con esa mirada de niño sorprendido ante algo que no acierta a comprender demasiado. Pero lo que nos suele suceder a esa edad es que no tardamos en asumir aquello que se nos presenta con normalidad, como algo natural. Mateo le tendió los brazos a su hermano, y éste enseguida trepó por nuestras piernas y acabó sentándose sobre él.

-¿Qué pasa, peque? -le dio un cariñoso beso en la mejilla-. ¿Te sorprende ver a Santi en mi cama?

-Sí -el niño asintió con la cabeza, mirándome como si me viera por primera vez; apoyó su frente en la de Mateo, con la súbita timidez de los niños antes los desconocidos, y susurró-: Es que no sabía que fuera tu novio...

No pude más que sonreír ante aquella aseveración tan curiosa, y Mateo hizo lo mismo: "Yo tampoco lo sabía", pronunció despacio, para después acercar su cara a la mía y darme un beso suave en los labios. "Buenas días, Santi", me sonrió, cómplice.

-Buenos días, Mateo -le devolví el beso, y después me estiré para besar también la mejilla del pequeño-. Buenos días, Carlitos...

Y aunque seguía sin tener una certeza sobre el tipo de relación que me unía a Mateo, ni sobre lo que iba a ser de nosostros después de aquel intenso sábado, sí podía decir que aquella mañana me sentía muy feliz de estar allí, en aquella cama y con aquel atractivo... ¿qué?: ¿compañero?, ¿amigo?, ¿amante?, ¿novio...?

FINAL de la Serie "¿Somos sólo amigos, Mateo?".