¿Somos sólo amigos, Mateo? (2)

Tras la bromita de Mateo, Santi y él dan un paso más: ahora ya son capaces de mantener una larga e intensa conversación mientras que sus manos van por libre. Las ideas más excitantes pueden surgir de momentos como ese...

A mí también me hizo gracia la bromita de Mateo, que había colocado su slip sudado bajo la sábana de mi cama para que lo encontrara, pero jugué un poco mi papel de amigo ofendido.

—Perdona que te lo diga, colega, pero me parece que eres un poco cerdo.

—Sí, lo que tú quieras, princesa, pero no soy yo precisamente el que va por ahí manoseando los gayumbos sudados de la peña.

—¿Y se supone que tengo que tumbarme con eso ahí? —le miré.

—Sólo si te da morbo —se volvió a reír Mateo, destapándose ahora para dejarme ver que había sitio a su lado para otra persona—. Aunque también te puedo hacer un hueco en mi cama —estaba ladeado, vestido sólo con los boxer holgados que se había puesto tras la ducha de un rato antes.

—Ni lo sueñes, payaso —atrapé el slip con dos dedos y se lo lancé a su cama—. ¿Ves qué rápido lo he solucionado?

Mateo soltó la sábana, cogió el calzoncillo y se tumbó boca arriba, al tiempo que yo me metía en la cama supletoria y me colocaba de costado, mirándole sonriente. "Se supone que hemos venido a echar la siesta, ¿no?", le recordé. "Pues sí, se supone", dijo él, enigmático, sosteniendo el pequeño gayumbo y observándolo como si estuviera dándole vueltas a algo.

—Estoy intentando averiguarlo —dijo, sin mirarme.

—¿Averiguar qué? —le seguí el juego.

—No sé, tronco, es que por más que lo miro y lo remiro, no le encuentro el morbo a este calzoncillo —soltó, como un científico en busca de respuestas—. Y digo yo, ¿me podrías explicar, como mariconcete fetichista que eres, qué es lo que te excita de él? Porque supongo que algo te excitará, si no, no lo tocarías.

—¿Me vas a joder mucho con ese tema? —suspiré, resignándome a pensar que su curiosidad no era fingida.

—Pues sí, al menos hasta que me respondas. ¿Es por las manchitas de pis, por el sudor del culo...? —me miró—. ¡Venga, tron, que no te voy a juzgar! Sólo es curiosidad.

—Yo qué sé, tío —me puse boca arriba, por tal de evitar su mirada—. Supongo que sólo es el morbo de saber que lo has llevado puesto, nada más. Pensar que ha estado en contacto con tus pelotas, no sé, es algo que no tiene una explicación lógica. Es una fantasía, nada más.

—¿Y qué haces, lo olisqueas como un chucho?

—¡Anda, déjame en paz! —le di la espalda, queriendo dar por finalizada aquella conversación; en el fondo me estaba gustando poder hablar con Mateo sobre ello, pero también me daba un corte que no veas: básicamente le estaba diciendo que mi fantasía era olisquear sus huevos.

—Seguro que sí, que los hueles y te los pasas por la cara... —se rió, divertido al pensarlo—. ¿Y después, qué, los chupeteas, te los pones, o qué haces con ellos?

—Tooodo. Hago todo eso y más —arrastré las palabras.

—¿Ah, sí? Qué cabrón más salido... ¿Y luego qué, te pones el calzoncillo y te haces una pajilla con él?

—Siií —confesé, aún de espaldas a él—. ¿Contento? ¿Eso era todo lo que querías saber? Venga, pues ahora vamos a echarnos esa jodida siesta, antes de que se nos haga de noche.

—¿Y lo haces siempre que te quedas a sobar aquí?

—¡Joder, Mateo! —me volví hacia él, apoyándome en un codo—. ¿Es que no puedes entender que me de palo hablar de eso delante de ti?

—Pero si no pasa nada, colega —me quiso tranquilizar—. Con todo lo que me has contado, aún no te he echado a patadas de mi casa, ¿no? Será porque no me importa.

—¡Pues a mí sí me importa! Fin del tema —caí de nuevo hacia el otro lado, suponiendo que aquella réplica iba a dar por zanjado el asunto de forma inmediata; le oí moverse a mi espalda.

—Está bien, Santi, si te vas a mosquear por esto... —noté que se estaba poniendo en pie—. Voy a dejarlo otra vez en el cubo. Y que sepas que sólo es una información, que no pretendo decirte que lo puedes ir a buscar cuando te apetezca.

—Capullo... —murmuré, sin poder retener una sonrisa.

Aproveché los segundos a solas para suspirar con fuerza. Aquella situación superaba el grado de intimidad más alto que hubiéramos alcanzado hasta entonces; mi mejor amigo acababa de descubrir que le utilizaba en mis fantasías como objeto de deseo, y eso, sin duda, podía hacer variar de algún modo nuestra amistad, algo que yo esperaba que no sucediese nunca.

Los segundos a solas dejaron de serlo pasado el primer minuto. ¿Qué coño estaba haciendo Mateo? ¿Cuánto se podía tardar en ir a dejar la ropa sucia al baño? Inmóvil sobre la cama, empecé a pensar si no estaría haciendo alguna guarrada, o preparándome otra de sus bromitas. Aún tuve que esperar un minuto más para encontrar la respuesta.

—Todo arreglado —le oí decir, girándome enseguida sólo para constatar que no traía nada en las manos.

Sus manos estaban vacías, pero no fue eso lo que más llamó mi atención cuando le vi entrando de nuevo al cuarto. Fue su indumentaria; porque sí, el muy cabronazo de mi amigo Mateo se había "uniformado" para mí. Llevaba puesto un pantalón de chandal verde azulado y a pelo, con el rabo medio morcillón y bien marcado bajo la tela suave. Y las putas zapas en los pies, sin calcetines y con los cordones perfectamente abrochados, todo el conjunto buscado con premeditación y alevosía para provocarme.

De hecho eso es lo que hizo: "provocarme". Porque, a pesar de haberme pajeado con ganas sólo una hora antes, en ningún momento de nuestra amistad había encontrado a aquel mamón tan atractivo como con aquellas pintas. Su torso cincelado parecía brillar ahora por la presencia del pantalón deportivo cubriendo desde más abajo de su ombligo hasta las zapatillas.

Me la había cascado en multitud de ocasiones, fantaseando con vivir un momento como aquel, pero sólo al verle allí con el chándal sentí de repente el deseo de arrodillarme frente a él y empezar a ensalivarle el rabo por encima de la tela azulada. "A lo mejor es que soy un poco fetichista", le había dicho un rato antes. Ahora ya se lo podía confirmar, aunque en vez de eso, lo que hice fue poco menos que ignorar su amistosa y bien hallada dedicatoria.

—Deja de hacer el moñas, Mateo. Anda, no seas payaso y quítate eso —le medio ordené, mientras mi mente encendida parecía suplicar todo lo contrario.

—¿Es que no te gusta mi regalito? —se despojó del pantalón de apariencia sedosa, y éste quedó tirado en mitad del cuarto, mientras que Mateo caminaba hacia mí tan solo "vestido" con las deportivas blancas; me dijo que no pensaba quitárselas, que ahora "a él le daba morbo" saber que "a mí me daba morbo" verle con ellas puestas.

—Eres un idiota —le reproché su actitud sin mucho convencimiento, mientras que esos 12 ó 13 centímetros de polla medio inflada se bamboleaban en dirección a mi cama.

Nunca antes se la había visto, y mi primer contacto con ella fue aquel momento en que la notaba tensándose, arrancándole centímetros al aire con cada pequeño paso que Mateo daba. Se adentró en el pasillito que había entre las dos camas, y quedó de pie junto a la mesita de noche; luego se sentó sobre su colchón, sabiendo que había llamado mi atención lo suficiente como para que no volviera a darle la espalda. Estaba claro que ya no íbamos a echar la siesta.

—Bueno, creo que es justo que tú también me enseñes la tuya —comentó sin levantar la voz, echando un rápido vistazo a la sábana que cubría mi cuerpo.

—Yo no te he pedido que te despelotaras.

—¿Ah, no? Hace un momento me has dicho "No hagas el payaso y quítate eso". Pues bien, ya me lo he quitado, y ahora te toca a ti. Como comprenderás, no me va a importar si la tienes algo dura. De hecho, me extrañaría que no fuera así.

—¡Claro que la tengo dura! —afirmé, apartando la sábana y mostrándole, ya con algo menos de vergüenza, que en mi boxer se delimitaba perfectamente una polla bien crecida—. La verdad es que no necesito demasiado para que se me ponga así.

—Bájate el calzoncillo, anda.

Lo hice, no porque fuera una orden directa de aquel ser superior, si no porque lo pidió con la misma naturalidad que si quisiera que le acercase la sal en la mesa. Colocado boca arriba, elevé las caderas, me deshice del boxer y sentí que me caía el rabo contra el estómago al tratar de sacar la prenda por mis pies.

—Es grande, cabronazo —me piropeó, y sin venir mucho a cuento, preguntó—: ¿Te has enrollado con muchos tíos?

—No muchos, la verdad —me la toqué un poco, por darle algo de vidilla; había empezado a perder el pudor, sobretodo al ver que Mateo sonreía—. ¿Por qué lo preguntas?

—Simple curiosidad de amigo —seguía sentado sobre su cama, y se daba pasaditas con la mano sobre su propio rabo—. Tú nunca hablas de esas cosas, y yo, que no sospechaba que fueras gay, simplemente pensaba que eras un poco pardillo con las pibas. Creyendo que tenías mucho que aprender.

—Del Gran Maestro, supongo —bromeé.

—Claro —deslizó el culo para atrás y acabó sentándose con la espalda apoyada en su almohada—. A "calculín" no te gano, eso está claro, pero en lo de follar seguro que te saco mil vueltas.

—Con tías desde luego —admití, sin sonrojo alguno—. Creo que me besé con una chavala cuando estábamos en quinto, pero de ahí no he pasado con ninguna.

—Ah, ostias, me acuerdo de aquello... —sonrió—. Se llamaba Marta, ¿verdad? Nosotros nos reíamos de ti, porque se te ponía cara de tonto cada vez que la tenías cerca. ¿Quieres que te cuente un secreto?

—Bueno, colega, estamos los dos aquí, tocándonos las pollas sin vergüenza el uno delante del otro... Creo que nuestra amistad podrá soportar que me "confieses" un secreto.

—Pues que sepas que aquella tarde Marta te besó porque yo le dije que lo hiciera. Ella quería enrollarse con un amigo mío, y le dije que para conseguirlo antes tenía que besarse contigo.

—¿En serio hiciste eso por mí? —a mi cabeza vinieron vagos recuerdos de aquella escena; Mateo y yo ni nos hablábamos por aquel entonces: en esa época yo era mucho más pardillo—. Siempre pensé que os caía como el culo.

—Y así era —cada vez que miraba hacia él, Mateo tenía la mano agarrando su polla; resultaba curioso que estuviéramos manteniendo aquella conversación intrascendente mientras nos masturbábamos sin prisas—. Nos reíamos de ti todo lo que podíamos, pero supongo que ya entonces había algo en ti que me gustaba. Por supuesto que nadie más que Marta y yo supimos lo del trato. Fue nuestro secreto.

—Esa es la gran pregunta —dije—: ¿qué puede tener un pardillo como yo para que un bakala con mala leche como tú se fije en él? Ni siquiera recuerdo por qué empezamos a ser amigos.

—No sé, supongo que algo me decía que años después acabaríamos en esta situación —se rió.

—¿Cómo, pajeándonos?

—Eso mismo —resbaló un poco hacia abajo, hasta que su nuca acabó reposando sobre la almohada—. ¿Lo estás pasando bien? —utilizó un tono de voz demasiado formal para la situación en la que estábamos.

—¿A qué viene esa pregunta? -miré mi entrepierna-. Es evidente que sí.

—No sé, es que pienso que seguramente preferirías estar así con alguien que no dejara un pasillito de por medio, alguien con el que no tuvieras que estar pajeándote tú solo.

—No seas tonto, Mateo —le tranquilicé—. Te puedo asegurar que no cambiaría este momento por nada.

—¿Ni por echar un polvo con un bakala chandalero de esos que tanto morbo te dan...?

—Ni por eso —sonreí, mientras empezaba a frotarme cada vez a un ritmo más rápido; él me miraba, acompasando sus movimientos con los míos.

—No te vayas a correr, eh.

—¿Por qué no? —fruncí un poco el ceño, mirando hacia su cama; Mateo dejó de cepillársela—. Creí que esa era la idea...

—Sí, lo sé, pero es que se me ha ocurrido algo —vaciló, volviendo a sentarse en el borde de la cama—. Y prefiero proponértelo antes de que te corras, para que no se te pase el calentón.

Algo contrariado por aquella actitud desconcertante, empecé a pensar que Mateo me iba a proponer algo de lo que yo había imaginado en los últimos tiempos. Detuve mis movimientos y me quedé observándole, expectante, ansioso porque me diera permiso para acercarme a él, derribar la barrera del pasillito que de un modo natural e inconsciente habíamos creado para protegernos del temor de ir más allá.

—¿Qué me vas a proponer, guarrete? —oculté mi nerviosismo con una sonrisa pícara.

—Nada de lo que estás pensando, colega —me echó un jarro de agua fría—. Lo que pasa es que me ha venido a la cabeza una cosa, y he pensado que te podía apetecer.

—Joder, tío, no le des más vueltas y dilo de una puta vez...

—Vale —se pasó la mano por el cuello—. Oye, ¿a ti te apetecería enrollarte con un tío ahora?

"¡¿Cómo dices?!", solté. Me acababa de decir que su propuesta no era nada de lo que yo estaba "pensando", pero "eso" era precisamente en lo que yo pensaba. A no ser, claro, que se tratara de enrollarme con un tío que (evidentemente) no fuera él. Claro, eso era. ¿Cómo podía yo ser tan tonto de creer que...?

—¿Ahora mismo? ¿Y con quién, macho? Porque, a no ser que tengas a un maromo escondido bajo la cama, creo que tú y yo estamos solos en la habitación. Y en la casa, vamos.

—Tengo un vecino que es maricón; Joaco se llama. Es coleguita del barrio desde hace tiempo. No lleva el mismo rollo bakala que los chicos, pero le puedo decir que se ponga un chándal, para que te de más morbo.

—A ver, a ver, un momento, que te veo muy emocionado...

—No te lo pienses, tronco —se puso en pie, con su rabo trempado danzando a medio metro de mi cara—. Estás ahí, caliente y con la polla tiesa, ¿no? Tampoco te estoy proponiendo algo tan extraño.

—Pero... ¿y tú qué? —fue lo único que se me ocurrió preguntarle.

—Por mí no te preocupes. ¿Cuántas veces has tenido que agunatarme tú mientras me enrollaba con alguna piba? Creo que no me molestará ver que te lo estás pasando bien.

—¿Como si estuviéramos de nuevo en quinto? —sonreí.

—Bueno, sí, más o menos, pero algo más creciditos, ¿no crees? —caminó hasta su chándal y se lo puso—. Ya verás como Joaco te va a gustar. Es algo mayor que nosostros, así grandote...

—No te esfuerces, Mateo —le susurré—. Confío en tu criterio. ¿Pero estás seguro de que va a decir que sí, así sin más?

—Si está en casa, cuenta con ello.

—Pero... —empecé a decir, y ahí se acabaron los "peros"; Mateo salió del cuarto en penumbra en el que nos habíamos estado masturbando durante unos minutos, y desapareció de mi vista.

Yo empecé a notar un gusanillo en el estómago. Cuando él me había preguntado con cuántos tíos me había enrollado, la respuesta correcta hubiera sido "ninguno". Por mi mente calenturienta habían pasado cientos, pero en el mundo real no tenía ni de lejos el mismo atrevimiento que en mis fantasías. Y mi círculo social nunca había sido un terreno propicio para los ligues homo. ¡Si ni siquiera salía de fiesta, antes de ser amigo de Mateo! Oí su voz enseguida y de lejos: "Ey, ¿qué pasa, Joaco?". No quise oír más. Me tapé la cara con la almohada, algo húmeda por el sudor, y me alegré de pensar que, al menos, Mateo estaría conmigo cuando "eso" sucediera.

—Todo arreglado —esa parecía ser su frase del día, entrando en el cuarto y sonriendo—. En cinco minutos está aquí. Será mejor que te despejes un poco, y que airee la habitación.

—¿Ya está, así de fácil? —le vi avanzar por el pasillito entre las dos camas.

—¿Y qué quieres? No le voy a pedir el curriculum, ¿no?

—¿Pero ha dicho que sí, sin más?

—Sólo le he preguntado si le apetecía conocer a un colega mío que seguro que le iba a caer "muy bien". ¿Por qué iba a decir que no?

—¿Y si no le gusto? —me puse en pie y me coloqué mis boxer enseguida; el rabo, evidentemente, me había decaído por el nerviosismo—. ¿Y si no se me levanta?

—Ey, ey, Santi, relájate. Yo voy a estar contigo —se me acercó y me tomó de los hombros—. En serio, colega, respira hondo y no te preocupes por nada.

Lo hice, respiré profundamente, lanzando una bocanada de aliento en dirección a su abdomen perfecto. Aún prefería estar con él sin que pasara nada, antes que enrollarme con cualquier otro, por muy bueno que pudiera estar; pero la ocasión me la había puesto en bandeja, y tampoco me podía permitir el rechazarla. Lo mejor de todo era su promesa de no dejarme solo. Con eso me bastaba para llegar a tranquilizarme.

—¿Le vas a recibir en calzoncillos? —sonrió.

—Debería ponerme algo más, ¿verdad?

—No, no, tú mismo. Sólo te lo preguntaba.

—Sí, será mejor que me vista...

Como una Bridget Jones adolescente y queer, me preparé para enfrentarme a uno de esos momentos que se supone que te acompañan el resto de tu vida. Mi primer rollo con otro pibe (a los diecisiete años escasos y tras una vida de pajillas a escondidas), y encima ofrecido por una de las personas más importantes de mi vida en ese momento: mi amigo Mateo.

..........

El vecino Joaco fue bastante puntual.

Aunque no llegué a cronometrarlo, cuando sonó el timbre no creo que hubieran pasado mucho más de los cinco minutos previstos. Yo había tomado la firme determinación de no preocuparme más por tonterías, de no buscar excusas torpes para no disfrutar del momento presente, como hacía en muchos otros ámbitos de mi vida.

Como mi única ropa en la casa eran los pantalones de vestir con los que salí de fiesta la noche anterior, y el pantalón de deporte con el que había jugado a fútbol por la mañana, Mateo me prestó el chándal verde azulado que llevaba puesto: "Así será como si una parte de mí estuviera también metida en el meollo", bromeó, quitándose el pantalón y dejándome ver de nuevo su bonita polla. Él se enfundó sus boxer holgados y una camiseta de tirantes, y así se quedó.

Le esperábamos en el salón cuando escuchamos aquel potente timbrazo en la entrada. No tardé mucho en reaccionar, poniéndome de nuevo nervioso cuando oí las voces que se saludaban en el descansillo. Me puse en pie y escuché saludos efusivos y risas. Al instante entró mi querido amigo seguido del tal Joaco.

La primera impresión fue impactante.

Para nada me esperaba que Mateo apareciese con un bigardo como aquel. Tal vez si le hubiera prestado atención cuando me había dicho que era algo mayor que nosotros y "así grandote", en ese momento no le estaría mirando con cara de alucine. Era altísimo y muy ancho, un auténtico gigante. Tenía la piel blanca y con pecas, y su gorra dejaba entrever su pelo rubio y corto. Tal vez veinte o veintidos años, con expresión ceñuda, cuando yo me había imaginado a un típico vecino gay amanerado. ¿Por qué coño no había escuchado a Mateo cuando me lo quería describir?

De todas formas, he de decir que mi anfitrión de aquella jornada sabía muy bien lo que se decía al insinuar que Joaco me iba a gustar, pues aquel pedazo de maromo se nos presentaba con un pantalón rojo de chándal de algodón, unas zapas negras y anchas, y una inmejorable camiseta de tirantes verde bastante holgada. Pelillos dorados asomando por los sobacos, un par de mazas enrojecidas como brazos, y pinta de jugador de rugby medio zumbado. Eso, como poco.

A su lado, Mateo sonreía sin tapujos, tal vez por mi cara de flipado, quizá al comprobar que había dado en el clavo al porponerme aquella aventura... "Este es Joaco", me lo presentó. "Hola, colega", dijo el chico, también sonriendo con su angulosa mandíbula, y echándome un vistazo con el que claramente me desnudó de arriba a abajo; debió darme un aprobado, porque enseguida me tendió una mano, fijándome yo en que tenía las mejillas coloradas a causa del calor, o de que le había dado demasiado Sol recientemente.

—Encantado, chaval.

—Igualmente —respondí muy natural, aunque al mismo tiempo pensando: "¿en serio que tú y yo nos vamos a enrollar?".

De hecho, no sólo lo pensé, si no que empezaba a apetecerme más de lo que imaginaba en un principio.

Continuará...