Somos o no somos

¿Lo somos?

1

Julieta bajó al centro de la ciudad y aparcó su flamante Mercedes CL 65 AMG de 200 mil euros en el estacionamiento privado de la empresa de su marido. Estaba aburrida, como todos los días, mortalmente aburrida. Su marido solo le dedicaba unos minutos al día para interesarse por su ánimo (siempre le engañaba diciendo que estaba todo OK) y unas horas los fines de semana para compartir una comida con los amigos. Para su marido solo Importaciones Transido, S.A. merecía toda su atención. Era su niña bonita, la niña que les hacía ser inmensamente ricos y que no les faltara de nada: chalet en una selecta urbanización de lujo de 2.500 metros construidos, mayordomo, cinco criadas, jardinero, chaufer, cinco coches, barco en Puerto Banús, vacaciones de invierno esquiando, dinero, dinero, dinero... pero a Julieta algo le faltaba. Cuando se casó con un hombre veinticinco años mayor que ella todo el mundo le avisó y ella sabía que iba a ocurrir pero el dinero le deslumbró. Para él, ella era un objeto precioso más que adquiría para su colección: Julieta fue siempre la más guapa, la más divertida, el cuerpo más deseable, la mejor conversadora... Julieta era la mujer 10. Pero hacía tiempo que había descubierto que el dinero no lo es todo. Tenía ahora 40 años, seguía siendo la más guapa y su cuerpo seguía cautivando a los hombres, pero su alegría se estaba apagando. Un marido viejo, 65 años, impotente y que pasaba de ella, una vida rutinaria y aburrida la estaban convirtiendo en una momia parlante. Había intentado poner salsa a su vida con amantes, había hecho el amor con todos los ejecutivos de su marido que le atrajeron, todos jóvenes y con energía, deseosos de complacer a la mujer del patrón pero también aquello terminó por aburrirla. Viajó, leyó, escribió... nada le divertía ya.

Aquel día bajó a la ciudad para ir de compras, como casi todas las mañanas. Unas horitas por la calle de moda y se gastaría 3.000 o 4.000 euros para volver a casa con la misma sensación de vacío. Deambuló por Channel, Diorita, Hermés... y se aburrió. Salió a la calle cargada de bolsas, lo mejor sería recoger el coche y volver a casa. ¿Que hacía la gente para divertirse? Ella no sabía que en la ciudad nadie se divertía una mañana de lunes, todos trabajaban. Miró a una muchacha de unos veintidós años que parecía llegar tarde a alguna parte. Vestía moderna, con un traje de chaqueta negro, blusa blanca, medias cristal con un fino bordado negro en los lados y zapatos también negros. En la mano llevaba un portapapeles marrón y un bolso negro. Andaba sin mirar a nadie como si quisiera que nada ni nadie le distrajera de su destino. 'Por ejemplo, aquella mujer, ¿donde iría?, ¿sería ejecutiva en una empresa como la de su marido?, ¿sería abogado?, ¿estaría escapando de la oficina para tener un breve encuentro con su amante?, ¿tendría amante, marido, novio?'. La siguió con la mirada hasta que se detuvo en la parada de autobús donde su puso en la cola tras un hombre mayor que la observó con descaro. Le divirtió la situación y quiso seguir indagando sobre ella por lo que se puso junto a ella haciendo que también esperaba el autobús. La miró con discreción. Era una mujer guapa, algo mayor a lo que parecía de lejos, veinticuatro o veinticinco años, de cara pecosa y ojos verdes claro: preciosos. Melenita castaña, ¿o era casi pelirroja? Tenía una cara agradable. Boca carnosa, pómulos firmes, barbilla cuadrada. La mujer miró a Julieta brevemente, solo el tiempo suficiente para comprobar quién se ponía junto a ella luego se volvió a ensimismar en sus pensamientos con la mirada perdida en el horizonte.

Al momento dos hombres jóvenes se pusieron tras Julieta en la cola, venían hablando de no se qué partido de fútbol. Luego una señora mayor, un hombre que parecía jubilado... en pocos minutos doce o trece personas formaban en la cola esperando el autobús. Cuando este llegó, Julieta pensó en dar media vuelta y desaparecer pero un estúpido sentimiento de vergüenza, de que pudieran pensar que era tonta por esperar un autobús que no pretendía coger, la hizo subir al mismo. El autobús venía lleno, los que iban detrás empujaban a los de delante con el objetivo de no quedarse fuera. Julieta se encontró emparedada entre la joven y los chicos. Ella no pretendía empujar pero los de atrás poco menos que la obligaban. Cada roce con la muchacha le obligaba a murmurar un perdón no esperado que les fue llevando hasta el centro del autobús. Allí quedaron las dos muy apretadas la una contra la otra y, juegos del destino, frente a frente, sin apenas espacio para moverse, cada una mirando hacia un lado para evitar el sofoco de tener sus caras una encima de la otra. Julieta se volvió a disculpar.

  • No tiene que disculparse por cada empujón -le dijo ella sonriendo- en la empresa municipal de transportes no sirve de nada la educación.

A Julieta le sorprendió que se dirigiera hacia ella. No supo que decir, simplemente contestó con otra sonrisa.

  • De lo único que debe preocuparse -continuó ella bajando la voz intentando que solo Julieta le oyera- es de que no le abran el bolso o le metan mano al trasero... si es que no quiere... -Julieta se sintió estúpida cuando se sonrojó. La última frase estaba dicho en un tono irónico y pareció que le llamó la atención que la mujer se sonrojara por semejante comentario.− ¿Nueva en esto?

  • ¿Nueva en qué?− consiguió decir.

Tan estúpida conversación se prolongó durante diez minutos hasta que le anunció la joven que la siguiente parada era la suya. Julieta no tenía ni idea de donde se encontraba pero se apresuró a contestar que la suya también. ¡Que casualidad!, ¿no?

Ambas mujeres bajaron tras los correspondientes empujones. La mujer miró su reloj y le anunció que tenía media hora libre que la invitaba a un café. Julieta no supo porqué pero aceptó de inmediato, aquella chiquilla le gustaba. Ella se presentó como María.

Sentadas en la barra de un bar próximo a la parada de autobús continuaron su charla, bueno más bien María continuó hablando y Julieta escuchando.

  • Tú no usas mucho el autobús, ¿verdad? -aseguró mirándola con aquellos preciosos ojos verdes-. Hay días que es angustioso con tanto sobón metido detrás de ti intentando sobarte el culo -río con franqueza-. A mi no me importa, un tiento mañanero te espabila para todo el día pero hay auténticos cerdos que no merecerían ni tocarse su propia polla. Cuando te soban, más vale no mirar quién está detrás de la mano... por lo menos te haces la ilusión de que es George Cluney con su mirada de soltero conquistador.

  • ¿Te dejas tocar en el autobús? -preguntó Julieta extrañada por la franqueza de su nueva amiga.

  • Bueno, no es que me deje, sino que no monto un escándalo cada vez que lo hacen, tendrías que estar todo el día gritando a los tíos -añadió entre risas- pero reconozco que a veces sí que hay tíos que no me importaría que me tocaran... no se porque te cuento estas cosas, no te conozco de nada.

  • Te lo agradezco, no estoy muy habituada a este tipo de vida.

  • ¿Escapaste de un convento?

  • No -Julieta río la broma-, pero casi. Escapé de una jaula de oro.

  • Suena romántico. ¿Soy la primera pájara que conoces en libertad?

  • ¿Pájara?, no suena muy respetuoso. Pero en realidad, sí, eres mi primera pájara

Ambas mujeres rieron.

  • Tengo una reunión con un cliente y en una hora quedaré libre. Si me esperas te demostraré lo romántica que soy.

2

Sentada en una mesa junto a la ventana esperó pacientemente durante una hora y media a que saliera María de su reunión. No estaba acostumbrada a lugares tan poco 'elegantes' y miraba sorprendida todo lo que ocurría. Los clientes del bar también le inspeccionaban a ella, una mujer tan elegante no encajaba en un ambiente tan 'obrero'. Se tomó un café pero cuando empezó a preguntarse cómo era posible que estuviera esperando allí a una mujer que acababa de conocer, decidió pedir algo más fuerte para desinhibirse un poco. Eligió entre las botellas de güisquis una que conociera.

Por fin apareció María. La recibió con una sonrisa. Se disculpó por el retraso.

  • Pensé que te habrías marchado.

  • No me pienso ir sin que me cuentes lo de los tíos guapos del autobús -dijo procurando parecer picarona.

María se río con ganas. Tenía una risa bonita, agradable.

  • Mira, cariño, la mejor enseñanza la da la práctica -dijo mirándola con sorna-. ¿Te atreves?

  • ¿Atreverme a que me toquen el culo en el autobús?, creo que no, me moriría de vergüenza.

  • ¿Porque?

  • No se, si alguien me conociera...

  • Julieta, no te engañes, ¿cuantos de tus amigos usan el transporte público?

3

María no estaba segura de que fuera tan sencillo toparse con un 'sobón' en el autobús. De hecho, esta especie de 'conquistadores' huyen de las mujeres decididas, sus  víctimas deben ser mujeres poco propensas a montar escándalos. Cuando estaban ya a pocas paradas de llegar a la que se conocieron y comentaban divertidas lo poco afortunadas que eran o bien el poco atractivo que tenían para los hombres, sin ningún pez en el anzuelo, María le hizo la propuesta más insólita de su vida.

  • Para que te hagas una idea y no te vayas decepcionada sin probar tu primera experiencia, yo haré de tío guapo en el autobús.

-Y yo, ¿que debo hacer? -susurró a su oído una ofuscada y dubitativa Julieta.

  • Poner el culo y parecer una mujer indefensa.

Estaban rodeadas por gente que les apretaban la una contra la otra. Julieta no sabía muy bien si seguir adelante con la pantomima cuando sintió una mano que reptaba por su retaguardia. Abrió los ojos sorprendida y miró a los ojos de María que brillaban con vicio.

  • ¿Ves, cariño? -le susurró junto al oído-, esto es lo que se siente.

La demostración no se detuvo y Julieta pudo sentir la mano de la joven acariciando sus nalgas, de vez en cuando, un amplio apretón parecía sopesar la firmeza de su culo. ¿Que estaba haciendo?, ¿como era posible que se dejara tocar el culo por aquella desconocida? El problema fue que descubrió que le daba morbo sentirse así tocada por la pelirroja pecosa. También ella hubiera querido tocar sus nalgas. Seguro que era una delicia tocarla... un extraño placer le amodorró... no, no podía pensar en eso. Se abstuvo lanzar sus manos a acariciar las nalgas de la joven. Hacía tiempo que no sentía aquel placer en la entrepierna, hacía mucho tiempo...

María parecía no cansarse de tocar sus nalgas y seguía sometiéndola a un examen exhaustivo sin dejar de mirar en ningún momento sus ojos. De repente, retiró su mano. No dijo nada y tomándola de la mano le hizo bajar del autobús: habían llegado a su parada. Caminando por la calle hablaron sin mirarse.

  • No me ha gustado -dijo María.

A Julieta sí pero prefirió no revelarlo. Se sentía un poco decepcionada por la afirmación de la mujer, esperaba -deseaba- que también a ella le hubiera gustado.

  • Quiero decir -se apresuró a añadir María- que sí me ha gustado y es eso precisamente lo que no me ha gustado. No soy lesbiana, ¿sabes? Es la primera vez que le toco el culo a una mujer en el autobús y pensé que no me gustaría hacerlo, en el autobús ni en ninguna otra parte, pero...

Julieta la miró ilusionada, ¡confesaba que le había gustado!, a ella también le había gustado pero no le preocupaba descubrir ahora, a los cuarenta, que era lesbiana o no, es más ni se le había pasado por la cabeza detenerse a pensarlo. No podía ponerse a razonar los pocos sentimientos verdaderos que le nacían en el corazón. Estaba siendo el día más divertido y fascinante de los últimos años de su vida y no pensaba amargarlo poniéndose a pensar sobre si su sexualidad era la correcta o no. Desde que se casó la sexualidad había desaparecido de su vida, ¡que coño importaba si aparecía en forma de mujer! Decidió que debía lanzarse o María se volatilizaría en el recuerdo.

  • Pues tendremos que investigar lo que ocurre, ¿no te parece? -dijo riendo divertida a una María que la miraba sin entender nada-. ¿Tendremos que saber si somos o no lesbianas?

  • ¿Me estás pidiendo acostarte conmigo?

  • No lo había pensado pero no me importaría. Te puedo asegurar que tu mano en mi culo me ha hecho sentir cosas que hace mucho que no sentía.

  • Para eso no hace falta acostarse -dijo divertida María- bastará con que nos demos un beso.

  • ¿Tú crees que un simple beso bastaría?

  • Te puedo asegurar que hay besos muy guarros.

En ese momento pasaban por delante de una tienda de lencería. Decidida, María tomó de la mano a Julieta y le hizo seguirla. “Vamos a probarlo”, dijo. Julieta le siguió sin oponer resistencia. Entraron en la tienda y, antes de que ninguna dependienta les prestara atención, tomó un par de sujetadores de una balda y se encaminó a los probadores, seguida por una atónita Julieta a la que no soltó de la mano en ningún momento. Encerradas en el pequeño habitáculo, dejó bolso, cartera y las prendas que había cogido en una silla solitaria que había dentro y lo mismo hizo con el bolso de Julieta. Luego se encaró con la mujer.

  • ¿Preparada?

Julieta no estaba segura de estarlo pero lo que era indudable es que estaba deseando dar el paso.

María muy despacio, abrazó a su amiga mirándola fijamente a los ojos y lentamente aproximó su cara hasta que sus bocas estuvieron a centímetros. Tímidamente sacó la lengua y empezó a lamer los labios de Julieta. Esta sintió un chisporroteo en la entrepierna que le empezó a preocupar pero no se rebeló ni tampoco puso nada de su parte hasta que notó la lengua de su joven amiga intentando entrar en su boca. Se comieron la boca con pasión. María había desplazado sus manos desde la espalda a su trasero y le apretaba el culo para aproximarla más aún a ella. Ella se decidió a hacer lo mismo, ¡por fin iba a tocar el culo de la pelirroja! Estuvieron besándose un buen rato, conteniendo la respiración hasta que no podían más y entonces estallaban en la boca de la amiga buscando aire que les ayudara a sumergirse otro minuto en el interior de la otra. A los cinco minutos, María alejó la cara. La miraba intrigada intentando adivinar que pasaba por la mente de Julieta.

  • ¿Y? -preguntó con voz queda.

  • Me ha gustado -contestó Julieta en el mismo tono de voz-, ¿somos lesbianas?

  • No lo se, supongo que sí, tendremos que seguir investigando... -añadió con una deslumbrante sonrisa en el rostro.

Julieta se dispuso a abrazar de nuevo a la mujer pero ésta le alejó.

  • Hagámoslo bien, ¿no querrás que piensen que somos dos tortilleras metiéndose mano en los probadores?, voy a buscar otros sujetadores, mientras vuelvo, vete quitándote el sostén.

Julieta se quedó sola intentando asimilar las palabras de la amiga, ¿pretendía que se desnudara para ella?, se moría de vergüenza pero supo que iba a obedecer. Rápidamente se quitó la chaqueta del traje que dejó en una percha y se desabotonó la blusa que puso sobre ella. Decidida se echó la mano a la espalda y buscó el corchete que liberaba el sostén. Dejó que este cayera al suelo y se abrazó el pecho ocultándolo mientras esperaba la llegada de María, ¿como podía haber llegado a eso?

María volvió a entrar mirando con ansiedad su pecho protegido por sus brazos. Llevaba media docena de prendas entre las manos.

  • ¿Te da vergüenza? -le preguntó.

  • Un poco... no se muy bien de donde he sacado valor.

  • Espera, esto te animara -le dijo quitándose también ella la chaqueta del traje, blusa y sostén.

María no se cubrió, dejó los brazos a lo largo del cuerpo para que su amiga pudiera ver bien su pecho delicado. No tenía grandes tetas, sus pechos firmes y frágiles eran pequeños lo que hacía resaltar aún más sus rígidos pezones oscuros. Julieta se avergonzó taparse mientras su amiga se mostraba desnuda y también ella dejó caer los brazos a lo largo del cuerpo. Tenía las tetas más grandes, igual de firmes (bendita cirugía) y unos pezones tan excitantes que se mostraban erectos por la excitación y los nervios. Ambas mujeres se abrazaron sin dejar de mirarse a los ojos, entonces los cerraron y se comieron la boca.

4

Tomaban café en un bar cercano cuchicheándose en el oído entre grandes risas.

  • Pues definitivamente -sentenció Julieta-, somos lesbianas.

  • No diría yo tanto, puede que solo sea tortillera contigo. Es la primera vez que me siento atraída por una tía.

  • No te apetecería acostarte con... -Julieta observó a las mujeres sentadas cerca de ellas en la cafetería. Eligió una joven rubia, de grandes pechos que los mostraba por un generoso escote-, por ejemplo, aquella mujer, la rubia.

María la miró con detenimiento y negó con la cabeza. Julieta le señaló otra joven y su respuesta fue la misma. Igual ocurrió con dos más.

  • A lo mejor -aventuró- es que solo te gustamos las mayorcitas.

  • No lo creo pero es verdad que me está apeteciendo cantidad meterte mano en ese cuerpo mayorcísimo que tienes. ¿Que vamos a hacer?, quiero decir, ¿estás ahora dispuesta a acostarte conmigo?

  • Supongo que sí. No nos queda más remedio que terminar la investigación... -dijo intentando parecer graciosa y que no se notara el nerviosismo que le axfisiaba.

  • Me tengo que pasar un momento por la oficina pero luego estoy dispuesta a abrirme de patas para ti.

Julieta se sonrojó. Le gustaba el lenguaje burdo de su amiga pero no estaba acostumbrada a crudeza semejante y le daba cierto placer morboso oírla expresarse así, ella, en cambio, no podía hacerlo, la vergüenza le atenazaba. María sonrió cuando notó el sonrojo de la mujer.

  • Tía -le dijo divertida-, nos acabamos de comer la boca frotándonos las tetas en pelotas y ¿te sonrojas porque te digo que estoy deseando comerte el coño?

  • Sí... se que parezco estúpida... pero no estoy acostumbrada...

  • ¿Y yo sí?, ¿te crees que le voy diciendo a todas las tías que se me abran de patas que quiero comerlas el coño? -añadió entre grandes risas.

  • No, ya supongo que no pero...

  • A ver, dime que estás deseando que te coma el chocho.

  • ¡No seas bruta!

  • ¡Dímelo!

  • Estoy... deseando... que me comas... -era muy fuerte para ella.

  • El chocho. Di el chocho. ¿Como le llamas tú al coño?, di el coño, el conejo, como diablos lo llames.

  • Estoy... deseando... que me comas... la vagina -dijo con una voz que María apenas oyó.

  • ¿Vagina? No seas estirada... ¡hostias! Di chocho.

  • Estoy deseando que me comas el chocho.

  • Ahora mismo, cielo -bromeó María comprobando divertida el embarazo de la mujer-. Vete abriéndote de patas que te voy a contar los pelos del coño.

El rubor de Julieta le cubrió hasta los hombros. Bajó la vista, avergonzada por no poder contener su reacción. María se encontraba fascinada por la timidez de su amiga. Comprobó que donde estaban mantenían cierta intimidad con el resto de comensales y metió la mano bajo la mesa. Acarició la rodilla de Julieta que dio un respingo cuando sintió su mano.

  • Abre los muslo, cariño -susurró.

  • ¡Aquí!

  • Sí, aquí y ahora.

Lentamente, como haciendo un gran esfuerzo, la mujer abrió los muslos hasta permitir que la mano de su amiga se colara entre ellos y acariciara las paredes interiores. No pasó apenas de la altura de las rodillas, quizás un poco más, pero el placer que a Julieta le embargó la hizo sentir algo que tenía olvidado. Ambas mujeres se miraban a la cara como queriendo saber que pasaba por la mente de la otra.

  • ¿Te gusta?

  • ¡Oh, sí!, me gusta mucho pero me da una vergüenza terrible.

  • Pues espera que llegue hasta el coño, te vas a derretir.

  • Pero nos pueden ver… ¡qué más da!, estoy deseando que me toques la va... el chocho.

  • Lo que han de comerse los gusanos, que lo aprovechen los humanos.

Su mano reptó entre sus muslos hasta sentir el calor intenso de su entrepierna. Aquella jodida estaba caliente pero caliente de verdad. Debía tener las bragas húmedas por sus flujos.

  • No me digas que te vas a correr solo porque te toque el coño.

Julieta sonrió dulcemente.

  • Como sigas así, no va a hacer falta que ni me toques el... -dijo con un leve gémido.

  • Coño. Di coño. -Se impacientó María.

  • … el coño.

  • Eso es, entonces, cuando te coma el coño con la boca y te meta dos dedos en tu conejo húmedo y un dedo por el ano, ¿que vas a hacer?, ¿te derretirás entre mis manos como un polo de fresa?

Aquello era demasiado, no hacía falta ser tan soez... pero extrañamente sintió que le gustaba, le daba placer que le hablara con tanta crudeza.

  • Seguro.

María siguió durante un instante acariciando la parte interior de los muslos pero, salvo por el morbo de hacerlo en público, no le daba mayor satisfacción ya que las medias de Julieta le quitaban todo el encanto al asunto.

  • ¿Que prefieres, irte ahora al baño y quitarte las medias y las bragas y que te toque el coño aquí o esperar a que termine una cosa en la oficina y que busquemos un lugar tranquilo para que yo misma te las quite?

A Julieta le preocupó saber que la cosa estaba ya decidida, solo faltaba elegir el lugar. Se imaginó yendo al cuarto de baño y quitándose las prendas que su amiga consideraba un estorbo y no pudo evitar volver a sonrojarse como una colegiala.

  • Me encantarían las dos cosas, que me tocaras ahora y que durara todo el día.

  • Pues, venga, al baño y quítate todo eso -ordenó su amiga.

Indecisa Julieta se levantó y se marchó hacia la zona de servicio. Estaba convencida de que todo el mundo la miraba y que cuando volviera sin medias todos lo descubrirían, sabrían que se había desnudado bajo la falda para que su amante le tocara la entrepierna. Era muy fuerte pero solo de pensarlo sintió placer.

Volvió como le habían ordenado. El caminar sintiendo el roce de sus muslos y sin bragas le hizo sentirse desnuda... y deliciosamente libre. Se sentó nuevamente y, sin que María dijera nada, abrió ligeramente los muslos ofreciéndose a ella. Su mirada circuló alrededor de donde estaban sentadas intentando comprobar si alguien las podía ver pero parecía que no, su mesa parecía estar casi oculta al resto de clientes. Inmediatamente sintió la mano de María avanzando por donde antes lo había dejado.

  • Ahora sí -le dijo ésta-, me gusta sentir tu piel suave entre mis dedos. ¿Te afeitas el coño? -le preguntó de sopetón. Julieta la miró aterrada, ¿tenía aquello importancia? Dijo no imperceptiblemente con la cabeza. Solo se lo arreglaba para que la pelambrera no desbordara las bragas. − Así me gusta, prefiero los coños peludos, son más guarros, yo tampoco me afeito. Me horroriza esa moda de las tías con el coño afeitado intentado parecer niñas impúberes.

María se inclinó sobre la mesa haciendo ver que mantenía una conversación secreta con su amiga, cuando en realidad lo que pretendía era llegar más lejos bajo la falda de la mujer. Cuando Julieta sintió la mano de María avanzando entre sus muslos y como indefectiblemente le iba a llegar hasta la entrepierna, se apoyó en el respaldo de la silla y avanzó ligeramente el culo en el asiento para facilitar que su amiga llegara hasta el final. Los dedos de la joven jugaron con los pelos ensortijados de su coño y creyó que le faltaba hasta el aire para respirar. La miraba a los ojos, concentrada en adivinar que demonios estaba pensando, solo podía pensar que ella era una puta por dejarse tocar de aquella manera pero no le importó. En ese momento, haría lo que su amiga le pidiera. Cuando sintió la mano sobre la pepita de su clítoris un escalofrío le recorrió su cuerpo. Quiso separar más los muslos, quería que metiera sus dedos en su coño encharcado, pero las patas de la mesa se lo impidieron. Sin embargo, María consiguió meter un dedo en su interior.

  • ¡Estás empapada, cariño! -dijo sorprendida-, ¿estás cachonda?

  • Como no te puedes hacer una idea.

  • Yo también y eso que aún no me has tocado el chocho.

La joven sacó la mano de debajo de la mesa y se olió los dedos sin disimulo.

  • Me gusta como hueles. Hueles a mujer. Me parece que no voy a pasar por la oficina, estoy deseando olerte ese coño de cerca.

Buscó en su bolso y extrajo un teléfono móvil. Hizo una llamada sin dejar de mirar a Julieta. 'No puedo ir, unos asuntos urgentes me retienen... mañana a primera hora lo resuelvo'

  • Tendremos que buscar un sitio donde te pueda homenajear ese chocho de reina, ¿vives cerca?

Julieta le dijo que en su casa era impensable, quizás sería mejor buscar un hotel.

  • ¡Uy, no! Te puede parecer que soy una puta pero me moriría de vergüenza ir a un hotel para pasar unas horas.

  • ¿Y en tu casa?

  • No creo que a mi maridito le gustara que le estuviera comiendo el coño a una tía mientras él ve la televisión.

¡Casada!, Julieta se sorprendió. En ningún momento imaginó que una mujer como aquella estuviera dependiente de un hombre. Parecía imposible que no tuvieran un lugar donde pudieran estar solas.

  • Pues te aviso, que como no se nos ocurra nada, nos volvemos al probador y te dejo en pelotas. ¡Dios, no me creerás, pero te juro que estoy deseando meter mi lengua en tu coño y saber por primera vez en mi puta vida a que sabe el coño de una tía!

Parecía imposible que no se les ocurriera ningún lugar. María empezó a pensar que la única solución era buscar un hotel pero le avergonzaba terriblemente pasar por la humillación de que todos los empleados de recepción les observaran como si estuvieran cometiendo un crimen. Si al menos fuera para acostarse con un hombre... ¡pero con una mujer, era demasiado! Julieta le convenció, sería fácil, reservaría ella la habitación y no hacía falta que a María la vieran, luego ella subiría... ¡Como era posible que estuviera haciendo planes para acostarse con una mujer!

5

Julieta despidió al botones que le había subido las bolsas -fue el único equipaje que se le ocurrió para aparentar- dándole una buena propina. Pensó que el dinero le haría olvidar que la había visto pero tuvo que soportar la mirada lasciva del chaval indagando que coño hacía una señora tan estupenda a hora tan extraña para reservar una habitación.

Luego se sentó nerviosa en una butaca esperando que Julieta subiera. Le dio el número de habitación por el móvil. Cuando llamaron a la puerta, abrió apresuradamente. Nada más cerrar Julieta se abrazó a ella con fuerza y la besó en la boca.

  • No te puedes imaginar como estoy, me estoy corriendo de gusto solo de pensar en que lo estamos haciendo -le dijo empezando a desabrocharle la blusa.

María quería tomarse el asunto con más calma pero no pudo impedir que le quitara el sostén. La volvió a abrazar y acariciaba con una de sus manos el pezón de una de sus tetas mientras que con la otra mano le subió las faldas y le medio bajó las bragas. Se dedicó a masturbarla mientras le comía la boca. Julieta no sabía si ella también debería desnudar a su amiga pero indecisa esperó acontecimientos.

  • ¡Joder, Julieta! −decía María− no me puedo creer como me pones. Me encanta tocarte el coño, las tetas, los pezones.

La joven fue llevándola hasta la cama y la hizo tumbarse de espaldas. Le quitó del todo las bragas y se quedó observando su coño peludo. No podía creerse que estuviera a punto de comerle el chocho a una mujer, peor aún, no podía creerse que estuviera muriéndose de ganas de hacerlo. Julieta se dejaba hacer sin saber muy bien como actuar ante aquel torbellino de mujer. Abrió los muslos para permitir la inspección y tampoco ella podía creerse que se moría de ganas por sentir su lengua acariciando su pepita.