Somos muy buenos amigos (1) - Polvo de discoteca
Su polla entraba y salía de mi culo haciéndome gemir sin parar. A pesar de la alta música en la discoteca, estoy seguro que cualquiera que entrase en el baño podría escuchar perfectamente mis gritos de placer y los del macho que me estaba perforando.
Su polla entraba y salía de mi culo haciéndome gemir sin parar. A pesar de la alta música en la discoteca, estoy seguro que cualquiera que entrase en el baño podría escuchar perfectamente mis gritos de placer y los del macho que me estaba perforando. Con la camisa sobre el váter y mis pantalones y calzoncillos por los tobillos, al igual que él, pero su fuerte pecho con vello muy recortado – que pinchaba, vamos – lo sentía apretar contra mi espalda con cada estocada de su inmensa polla de casi veinte centímetros; mientras que mi pecho apoyaba sudoroso sobre la fría pared, amortiguado por mi gran mata de vello negro que lo cubría. Con su diestra agarraba mi polla de dieciséis centímetros, masturbándome enérgicamente mientras me follaba; con su boca mordía mi cuello de forma erótica, dando como resultado uno de los polvos más salvajes de mi corta vida de veintiún años.
Pero bueno, está feo eso de empezar una historia por el final, ¿no? Me presento: me llamo Marcos, como he dicho tengo veintiún años y estoy a punto de entrar en mi último año de derecho. Soy el típico chico universitario al que le gusta el deporte: mucho gimnasio, mucho fútbol, muchas cervezas con los colegas y muchas fiestas. De cuerpo atlético, metro setenta y cinco, con los músculos marcados, pero sin llegar a estar súper petado, ya sabéis, algo tonificado sin más. Moreno de ojos verdes, sonrisa perfecta, con barba bien cuidada y mucho pelo en el cuerpo. Pero mucho. Me encanta el pelo, me da un aspecto varonil que me encanta. Bien cuidado, eso sí, pero abundante. Salvo en la espalda, que me la depilo, pues me da sensación de cuerpo descuidado que no va nada conmigo. Se puede ser peludo y tener un cuerpo cuidado, a ver cuando la gente se entera. Tengo como ya he dicho una polla de unos dieciséis centímetro, nada mal, con unos huevos gordos y siempre llenos de leche. Todo esto me llevaba a tener fácil el hecho de ligar, pero tampoco voy a presumir de ser lo que no soy. Sí que follaba con bastante frecuencia, pero tampoco era uno cada día. Ni siquiera uno por semana. Tenía mis más y mis menos, pero desde que perdí la virginidad a los diecisiete mi período máximo sin follar ha sido de tres meses. No, no puedo quejarme.
Para darle contexto a esta historia os describiré de forma genérica a mi grupo de amigos, y en concreto al protagonista de la historia. El típico grupo de amigos que nos conocemos desde el instituto, tíos y tías de todos los colores de pelo, de piel, de todas las alturas, pesos. Vamos muy variopintos, pero los mejores amigos que uno puede tener. Eran Luis, Mario, Sara, Gabriel, María Luisa, Cecilia y el pequeño del grupo, y protagonista de esta historia, Lorenzo. Muchos nos conocimos en primaria, y a lo largo del instituto fueron llegando los otros, y desde tercero éramos inseparables. Con nuestros más y nuestros menos, con idas y venidas de otros por el grupo, nosotros formábamos un núcleo inquebrantable, como el de un átomo. Desde que entramos en la adolescencia yo me di cuenta que no me fijaba en las tías como el resto de mis amigos, aunque disimulaba. Pero llegó un momento que no pude mentir más, y era tal la amistad que teníamos que se me quitó el miedo y a los diecisiete años salí del armario. Fue tal la aceptación que lo normalizaron hasta el punto de ni siquiera darle importancia, cosa que les agradecí. Simplemente cuando hablábamos de romances a mi me preguntaban por tíos, pero sin mayor relevancia, ni sorpresa, ni matices especiales. Para mi familia tampoco supuso ningún problema, así que desde ese momento mi felicidad fue máxima y empezaron mis años dorados.
Con los últimos años de instituto, y el inicio de la universidad no solo yo, sino que todos fuimos descubriendo los placeres carnales. Todos menos el pequeñajo de Lorenzo. ¿Qué por qué era el pequeñajo? Era muy listo. Muy, muy, pero que muy listo. Tan listo que de niño, con solo cinco añitos lo adelantaron un curso, y pasó a segundo de primaria directamente, sin hacer primero. Por eso aunque siempre fue del grupillo y estaba en nuestra clase, era un año menor. Como digo al empezar la universidad fue Mario el que se echó novia y le llevó a perder la virginidad, quedando solo Lorenzo por probar el placer de un buen polvo, pues no había pasado de inocentes besos con alguna chica, pero nunca querían ir a más, y nunca nos quiso decir el motivo. Más adelante lo descubrí, vaya que si lo descubrí. Procedo ahora a describirlo. A pesar de ser el pequeñajo por edad, las ironías de la vida lo hacían ser el más alto y grande del grupo. Metro ochenta y nueve, ancho y musculoso, pues no solo era inteligente y bueno en los estudios, sino que le encantaba el deporte y practicaba natación, así como muchas horas de gimnasio. Castaño claro, ojos marrón-miel y un tono de piel bronceado, lo hacían un tío muy atractivo. Era muy peludo como yo, pero solía depilarse, o al menos recortarse al mínimo, dotándole de un aspecto aún más buenorro. Me ponía a mil el capullo. Pero era su personalidad tímidad lo que le hacía entre otras cosas ligar menos. Era despreocupado y no mostraba mucho interés en las relaciones, y como digo más adelante descubrí que su enorme polla de veinte centímetros y bastante gorda es lo que echó para atrás a más de una tía en sus efímeras relaciones de instituto. Ellas se lo perdieron.
La historia con la que comenzaba el relato ocurrió en verano, un verano muy especial ya que el grupo se reencontraba tras un año en el que tres de ellos estuvieron de Erasmus: Sara en Amsterdan, Luis en Varsovia y Lorenzo en Dublín. Varios nos dividimos para visitarlos a lo largo del curso. Concretamente en febrero María Luisa y yo fuimos a Dublín e hicimos turismo por allí, y sobre todo, muchas fiestas universitarias. Allí nos dimos cuenta de que el pequeñajo se había soltado muchísimo tras conocer a mucha gente. Ya nos había contado que había perdido la virginidad y que estaba follando bastante, pero allí lo vimos en su apogeo y la verdad que nos entusiasmó verlo tan suelto. La sorpresa me la llevé yo pues, en ese pequeño viajé me follé a su compañero de piso, un italiano que me ponía cachondo como pocos. En uno de nuestros encuentros me confesó, pensando que lo sabía, sobre la bisexualidad de Lorenzo, que llevaba todo el curso cepillándose indistintamente a tíos y a tías. La noticia me sorprendió, no por el hecho en sí, sino porque no lo hubiese contado, teniendo de precedente la buena reacción que hubo al confesar yo que era gay, pero sus motivos tendría el chaval, y no fui yo el que reveló su secreto. Pero sí que empecé a mirarlo con otros ojos, porque es que joder, de verdad que está buenísimo el niñato.
Pero regresamos a ese verano. Ya volvían todos a España y llevábamos una semana de vacaciones quedando casi a diario y, en una de esas quedadas, Lorenzo nos confesó lo que yo ya sabía. Al igual que conmigo, como si nada, lo más normal del mundo. Y es que es normal, joder. Que cada uno se acueste con quien quiera. Todos contentos de poder volver a salir juntos, planeamos una noche loca de discoteca en una de las famosas de la ciudad. Bien vestidos y dispuestos, nos tomamos unas copas antes en casa de Cecilia, que vivía cerca, y nos fuimos a pasar una buena noche dándolo todo. Yo no tenía más intención que beber y pasármelo bien con los colegas, pero otros si que iban a por todo, ya me entendéis: Gabriel y Cecilia hacía poco que habían cortado con sus respectivas parejas y querían buscar una noche de buen sexo. Mario venía con la novia, por lo que en algún momento desaparecerían para echar el polvo de rigor. Y lo que más me chocó ese día fue, poco antes de salir de casa de Ceci, que Lorenzo ya algo contentillo por el alcohol me dijera “pues si no encuentro a quién follarme lo mismo empiezo a mirarte con otros ojos”. Típico comentario de coña, pero que algo en lo más profundo de su mirada me hizo tomarme en serio. Y tan en serio que lo dijo.
Pasaban las cinco de la mañana y solo quedábamos Luis, Sara, María Luisa, Lorenzo y yo. Como predije, los otros tres estaban ya probablemente follando. Yo, bastante borracho ya, decidí ir al baño como por octava vez esa noche, no paraba de mear de tanto alcohol que había bebido. Entré al baño y sorprendentemente no había nadie, así que entré en uno de los cubículos cerrados. Cuando tiré de la cadena y procedí a salir del cubículo, lo vi ahí, parado en la puerta. Lorenzo me sonrió y me empujó hacia dentro, entrando él detrás y cerrando la puerta. No me dio tiempo a decir nada, pues ya tenía su lengua en mi boca y su enorme y creciente bulto restregándose sobre el mío. Para que mentir, me puso hipercachondo. Cuando nos separamos por fin pudimos hablar:
- Joder, que ganas tenía de hacer esto, hace años que buscaba besarte – dijo Lorenzo con una amplia sonrisa en su cara.
- ¿En serio? – dije sorprendido – Siempre me pareciste atractivo, pero hasta febrero te hacía hetero, por eso ni se me pasó por la cabeza.
- ¿Hasta febrero? Si os lo conté la semana pasada.
- Jejeje bueno, sí, pero cuando estuve en Dublín con Filippo (su compañero de pisó al que me follé) me comentó tu secretillo – comenté con picardía – pero no te enfades con él, que pensaba que yo ya lo sabía.
- Oh, vaya, no tenía ni idea– se sonrojó un poco, me pareció adorable.
- Pero, bueno, ya lo hablamos otro día, ahora no puedes dejarme así – dije agarrándome la polla por encima del pantalón.
Volvió a sonreír, y me vi venir lo que pasó segundos después. Otra vez nuestras lenguas batallaban en nuestras bocas, pero esta vez empezó a quitarme la camisa. No era mi primer polvo de discoteca, y parece que tampoco el suyo, por lo que rápidamente estábamos los dos desnudos con las camisas sobre el váter y los pantalones y calzoncillos por los tobillos. Me quedé a cuadros cuando vi su enorme pollón.
- Pero, ¿y este pedazo de polla tío?
- Jajajajajajajajaja – rió agarrándola con su mano derecha - ¿Es bonita a qué sí? Pues este monstruito es el culpable de que no perdiese la virginidad hasta el año pasado. Mis rolletes de instituto se asutaban al verla y no querían pasar a mayores. Sólo Paula intento comérmela y tuvo que desistir porque no le cabía en la boca, y asumió que mucho menos entraría por abajo.
- Joder, es que es normal, me está dando miedo a mí jajajajaja – dije para romper la tensión.
- Ya, tío, es normal. Pero cuando conocí a Filippo todo cambió. Me ayudó a abrirme, pues eran muchas las dudas que tenía sobre mí mismo. Y me enseñó a disfrutar del sexo, y así me abrí mucho más durante este año, gracias a él – comentó sonriente y con cierto aire de nostalgia – Pero no quiero hablar de eso, ya lo comentaremos tranquilamente. Ahora lo que quiero es follarte a tope.
Dicho esto me agarró y me empujó contra la pared, dejando mi culo a la vista. Me metió un dedo, dos y hasta tres. Esa misma semana había quedado con uno de mis follamigos habituales, así que estaba bien abierto. Rápidamente me mordió suavemente el cuello, agarró mi polla con su diestra y colocó la suya en mi agujero, y poco a poco empezó a empujar. Joder, como dolía. Era demasiado gorda, pero no pensaba decirle que parara. Así me la metió hasta el fondo, y gemí a tope. Empezó un mete y saca pausado, suave, y a masturbarme lentamente. Pero poco a poco aceleró el ritmo. Su polla entraba y salía de mi culo haciéndome gemir sin parar. A pesar de la alta música en la discoteca, estoy seguro que cualquiera que entrase en el baño podría escuchar perfectamente mis gritos de placer y los del macho que me estaba perforando. Con la camisa sobre el váter y mis pantalones y calzoncillos por los tobillos, al igual que él, pero su fuerte pecho con vello muy recortado – que pinchaba, vamos – lo sentía apretar contra mi espalda con cada estocada de su inmensa polla de casi veinte centímetros; mientras que mi pecho apoyaba sudoroso sobre la fría pared, amortiguado por mi gran mata de vello negro que lo cubría. Con su diestra agarraba mi polla de dieciséis centímetros, masturbándome enérgicamente mientras me follaba; con su boca mordía mi cuello de forma erótica, dando como resultado uno de los polvos más salvajes de mi corta vida de veintiún años.
Y llegó lo inevitable ante tanto placer: el orgasmo. Suena a tópico, pero es que estábamos sincronizados como un reloj. El empezó a bombear mucho más fuerte, por lo que sabía que estaba a punto de correrse. Y coincidió cuando yo gemía al máximo que daban de sí mis pulmones, porque estaba corriéndome llenando de semen la pared en uno de los orgasmos más intensos de mi vida. Con cada espasmo y trallazo de lefa, mi culo se cerraba, aprisionando la polla invasora, causándole más placer aún al pequeñajo, que me había demostrado que ya no era tan pequeño, sino todo un macho empotrador que me había llevado al paraíso. Llegó al orgasmo y empezó a gritar de placer en mi oreja, acompañando los gemidos de pequeños mordiscos que acompañaron mi éxtasis aportando más placer. Por supuesto, cada uno de sus gemidos iba acompañado de esa maravillosa sensación de la corrida en mi culo, que fue tal la cantidad de lefa que notaba como aún con su polla dentro rebosaba de mi abierto culo. Se quedó cerca de un minuto con su polla dentro mientras ambos jadeábamos sudorosos tras el placentero esfuerzo que supone un polvazo de tal calibre. Cuando salió de mí sentí un tremendo vacío, me giré para mirarle a los ojos, y me besó, pero esta vez de forma muy tierna, casi romántica.
- Me ha encantado, espero que podamos repetir – dijo tras separar nuestros labios para agacharse y subirse los calzoncillos y pantalones.
- Eso espero, pequeñajo – dije con tono cariñoso mientras le revolvía el pelo – Eso espero.