Somos lo que somos. Cp1. En las calles de París.

Sigue la historia por su senda más adecuada.

Esta fue mi aventura vital que más cambios supuso en mi modo de vida, hasta entonces insustancial.

Deambulaba por aquellas calles de la ciudad francesa, que más tarde descubrí que era París al ver la famosa torre en el fondo de un sinfín de postales, cuando la suerte quiso que me topara con la que sería mi salvadora, una chica de tez blanca sin ser de tono pálido, más bien un blanco con un deje de moreno, prueba de su exótica vida bajo el sol. Esa chica de pelo cobrizo casi pelirrojo y de esos ojos intensos, verdes, me hipnotizó. No mediría más de metro setenta, demostrando con ello además su aparente juventud, bamboleaba su fino cuerpo casi de mármol al andar y con unas curvas de ensueño me fue a llevar hasta el fin de la calle sin apartar un segundo la vista de esa escultural figura que se adivinaba bajo el vestido azul cielo, ceñido a su cuerpo, y que mostraban un culo de revista y unos pechos que, aunque un tanto pequeños, tenían todo lo necesario para llevar a cualquiera a la locura.

En ese momento lo decidí, ella sería mía.

Yo no era precisamente guapo, pero me las apañaba bastante bien. Decían las que habían estado conmigo que tenía una personalidad peculiar, casi podía parecer una persona que padecía un trastorno de doble personalidad; pues si cuando entablaba una relación con una de ellas, parecía un tipo graciosillo, que podía pasarse de listo a veces con un sentido del humor agudizado, afable y simple. Cuando me conocían más y cogían una mayor confianza, yo aparentaba ser una persona totalmente distinta, pues aunque preservara la frescura y vitalidad típica de mi juventud, era yo un tipo serio, maduro, de carácter fuerte y misterioso.

Patrañas de mujeres enamoradas de una ficción. Sí, eso era yo, una eterna mentira. Siempre me he preciado de adaptarme a cada mujer con la que he querido acostarme; mintiendo, falseando información, contando medias verdades, omitiendo otras tantas cosas, llámese como se prefiera. Pero más que por mentiroso patológico me debía a una única motivación. Acostarme con ellas. Si lo conseguía, perfecto. Si no, a otra cosa.

Pero el caso es que esa mujer me llevó a su terreno como si de un pirata me tratase y fuese tras la pista de mi tesoro.

Era extraño, pues no parecía asustarle que un hombre de más de metro ochenta, con una interesante apariencia de matón, fuera tras ella. Es más, parecía como si me estuviese guiando y que supiera que yo iba a seguirla a donde fuera.

En un momento, cuando sus tacones sobre la calzada empedrada resonaban más por la aparente solitud de las callejuelas de París, vi aparecer de la nada cinco hombres de estatura media y algo delgaduchos, con palos y porras que me rodearon.

Entonces lo comprendí, ella era el señuelo y yo el tonto pez que había picado el anzuelo, atraído hacia el cebo que me brindaban los cazadores.

(Traduzco directamente todo lo que escuché en esa tierra de ladrones y villanos)

-         ¡Ey! ¡Tú! Danos todo lo que lleves encima y te dejaremos marchar.-

Escudriñé cada bolsillo de mis pantalones, cumpliendo la petición del que parecía el cabecilla de los atacantes-

-         Está bien, tomen cinco céntimos.- dije con una sonrisa lacónica, mientras se los lanzaba con un chasquido de dedos, haciendo rodar la moneda.

-         ¿Te estas burlando de nosotros? No nos creemos que un turista como tú tenga tan poco.-

-         Pues creéroslo, no tengo más.-

-         Si no es por las buenas, será por las malas.- dijo a la vez que enviaba a sus compañeros a por mí con un movimiento de cabeza.

No sé si hice bien, pero cuando se acercó corriendo el primero, se topó con mi puño yendo directamente hacia su cara. Y puesto en guardia de boxeo, empecé a soltar mis combinaciones, que no se limitaban solo a los puños, y que evitando cualquier regla de artes marciales iba directamente a por los lugares más dolorosos. Esta gente si no cayó inconsciente huyó despavorida, recogiendo a sus compañeros que tirados en la calle dejaban un reguero de sangre al ser arrastrados por estos que emprendían la huida.

Creo que fue una buena idea la mía de apuntarme a aquellos cursos de defensa personal.

Los hombres que huyeron, olvidaron una cosa, a su cebo. Ella, con los tacones en la mano, corría tan rápido como su vestido le permitía, subido ya más de la cuenta debido a las zancadas de la mujer.

Con velocidad me abalancé hacia ella y la atrapé. Me debía cinco céntimos.

Lejos de querer violarla, por lo buena que estaba, allí mismo. Guardé la compostura y con violencia le hice que me mirara a los ojos. Y en ella no vi temor, ni miedo de ninguna clase, ni desprecio. Solo vi que tenía las mejillas sonrojadas, y que su mirada era de excitación.

Con tono grave le pregunté el por qué parecía excitada, y no estaba asustada. Muda, le volví a preguntar, acompañando con mi pregunta un tirón para aproximarla a mí y mirarla directamente a los ojos, agarrándola también por el cuello.

-         Ghhgghghgg.- Aflojé un poco la presión en su garganta.

-         Porque me vas a violar, ¿No? - dijo con una mirada de perrito babeando por su comida.

-         No, no te voy a violar. Y menos aquí.-

-         ¿Por qué no?-

-         ¿Quieres que te viole?- dije de broma.

Ella se quedó callada y bajó la mirada. Entonces lo comprendí, ella disfrutaba siendo tratada como un objeto, como una posesión. Y entonces con una sonrisa demoníaca le hice mirarme hasta que perdió cualquier atisbo de rebelión que podría tener.

Sabía que iba a ser usada, humillada, tratada como algo, no como alguien. No sabía por cuanto tiempo, pero seguro que intuía que sería durante bastante. Pero lo mejor de eso es que le excitaba sobremanera.

-         Llévame hacia tu casa, hoy seré tu invitado.- dije interrumpiendo sus pensamientos, claros por la expresión de su cara.

Y así fue como un viaje a París se convirtió en una gran aventura.

_______________________________

Por favor comenta, ayudará a mejorar mi memoria. Y si quieres que tu nombre aparezca en el relato, no lo dudes, comenta.

Gracias.

Atte. Jason