Sometiendo a la bibliotecaria. (Relato integro)

—Texto completo de esta historia——Lo integran: Cap.º1,Cap.º2,Cap.3,Cap.4 Para quien desee leerlo seguido, gracias.

Siempre he sido una mujer muy dominante y aficionada a leer escritos de sumisión y dominación, pero hasta ahora nunca había doblegado a una sumisa a mi voluntad.

Desde hace un mes acudo a la misma biblioteca a preparar mi tesis, y cada día me siento más atraída por la bibliotecaria; por su mirada segura de sí misma, por su pelo cortito al estilo Lulú, ¡ahí de mí! "Mi chocho se pone húmedo cuando entro a la recepción" y la veo allí sentada, con su falda a cuadros y sus firmes muslos sin medias que resplandecen tras el dibujo a cuadros de su prenda de vestir.

La chica de la biblioteca tiene treinta y tantos años, yo tengo veintiséis. Cuando entro a la recepción, para pasar desde allí a la sala de lectura, veo como ella me mira con deseo. "Cada vez voy más provocativa a estudiar para atraer su atención": llevo suelta mi melena rubia, que me llega hasta la mitad de la espalda; y mis firmes pechos bien marcados dentro de camisetas muy ajustadas y, los vaqueros muy cortitos, "tan cortitos que dejan ver parte de los cachetes de mi culo por detrás". Su mirada en mí me dice cosas...

Nos estamos haciendo muy amigas, ella es muy culta, tiene tres carreras universitarias, yo solo tengo una; cada dos por tres salgo de la sala de estudio para, como quien no quiere la cosa, hablar con ella, preguntándole por libros y contándole mis aventuras.

Recuerdo cuando le hablé de cómo una vez azoté a Lorena, una compañera de facultad que me ligué, y como me divirtió ver su culo colorado tras darle azotes "con la mano abierta". Lulú se emocionó al escucharme relatar cómo crujía el culo de Lorena al compás de la palma de mi mano. Se le veían las mejillas muy coloradas y, los ojos muy abiertos; entonces se sinceró conmigo diciéndome.

—Isabel, que casualidad oírte hablar de azotes, ¡sabes!, desde siempre mi fantasía "cuando me toco" es que soy sumisa de otra mujer, ¡pero solo cuando me masturbo!, ¡no vayas a pensar!, y me ha excitado mucho oírte hablar de azotes, "estoy mojada"—dijo en voz baja. Cuando me lo confesó con esa preciosa carita de pija le di un buen repaso visual, pensando que ella podía ser mía. Olía a un perfume de Chanel, su cabello corto color castaño claro era precioso… ¡Coño que buena estaba!; tras "su confesión" le pregunté.

—Entonces, siempre te han gustado las mujeres Lulú o solo es un deseo de sumisión.

—No, no me entiendes Isabel, me gustan los hombres y nunca he estado con otra mujer; las mujeres me gustan "solo un poco", pero cuando me toco abajo, solo fantaseo con ser sumisa "de otra mujer", y me corro imaginándolo. ¡Esto es un secreto Isabel!, te lo cuento porque ya somos amigas, ¿verdad?, pero es algo irreal.

—No te preocupes Lulú, se guardar un secreto.

—Gracias Isabel, no esperaba menos de ti, pareces legal, por eso me he confiado a ti, no sé, me siento bien contigo, eres muy simpática y me agrada que hablemos.

—Lulú, ¿desde cuando trabajas aquí? —le pregunté.

—Pues desde que cumplí los treinta, hace cuatro años.

—Lulú, yo también voy a ser sincera contigo; a mi si me gustan las mujeres más que los hombres y me atrae dominarlas. A veces, cuando le como el chocho a alguna mujer la azoto un poco y me siento muy bien haciéndolo, pero nunca he tenido una sumisa, solo juegos entre mujeres.

—No sabía que eras lesbiana, no lo aparentas, tan femenina, ¿Isabel que se siente al comerle el chocho a otra mujer?

—Una plenitud muy íntima, es algo muy dulce Lulú, "si lo deseas, claro está". No todas las lesbianas lo aparentamos, eso son estereotipos Lulú, a algunas también nos gustan los hombres, yo personalmente estoy "abierta a todo", me encanta la libertad.

En esto entraron tres personas a entregar unos libros y dos señoras salieron de la sala de lectura. Se veía la tensión en el rostro de Lulú, pensativa y sensible respecto a lo que habíamos hablado. Cuando la gente nos dejó solas de nuevo cogí fuerzas, y me lancé a hacerle una oferta que había deseado hacer muchas veces, pero que nunca había llegado a proponérselo a nadie.

—Lulú, ahora voy a entrar a estudiar, cuando salga quiero que me respondas a una propuesta que te voy a hacer, antes una pregunta, ¿tienes novio?

—No, ahora mismo no.

—Mejor así Lulú, te propongo gozar de grandes placeres, que tu mente y tu cuerpo vivan el vértigo de la libertad y del deseo; te propongo que cumplas tus fantasías de sumisión: Lulú, ¿quieres ser mi sumisa?, no me digas nada ahora piénsatelo mientras estudio, te prometo hacerte sentir profundamente si me dices que sí.

— ¡Que dices Isabel!, estás loca.

—Lulú, contéstame luego por favor, piénsalo con calma.

Entré a estudiar, dejándola con la cara roja como un tomate por la vergüenza que le dio escuchar mis palabras. Al salir de la sala de estudio pasé por la recepción, y me dijo que no, "que ni muerta". No se lo volví a preguntar (adoro la libertad de elegir) cada día le daba las buenas tardes sin ni siquiera pararme a hablar con Lulú, ella me devolvía el saludo pero tampoco decía nada más, aunque yo veía como parpadeaba y se ponía colorada al saludar. Hace veinte días, al llegar a la biblioteca la encontré llorando, le pregunté que le pasaba y esto me contestó.

—Estoy muy confusa Isabel, y eso que soy una mujer muy segura de sí misma. Ayer me masturbé pensando en ti, y te imagine dándome azotes; en mi fantasía estabas desnuda y me hacías lamerte el chocho, ¡me corrí tres veces!, mirando la foto de tu perfil en Facebook. Te deseo con tu insistencia y con tu dominio pero tengo miedo, no quiero que me dejes señalada, pero a la vez te imagino en mis fantasías marcándome como al ganado, ¡con un hierro candente!, entonces me corro imaginando llevar tu marca; sé que lo deseo, "pero no debería desearlo", ¡no sé qué hacer Isabel!

—Nada, no harás nada; "cambiaré de biblioteca" y no me volverás a ver más; y perdona por haberte hecho sufrir, ¡hasta siempre Lulú!

— ¿Pero qué es lo que dices?, no te vayas Isabel, ¡no me puedes dejar ahora!, es que no ves que es todo lo contrario, ¡que deseo ser tu sumisa!, pero no sé cómo dar ese paso.

—Es fácil Lulú, solo dime que sí, pero hazlo sin miedo porque si aceptas ser mi sumisa nunca te marcaré y tampoco te dejaré señales permanentes, ¡te lo prometo!; si dices que si no podrás desobedecerme en nada, esto será un compromiso formal. Por última vez Lulú, ¿quieres ser mi sumisa?

— ¡Sí!, quiero ser tu sumisa Isabel, sin condiciones.

Entraron varias personas y disimulamos la tensión del momento, cuando se fueron cogí un folio de su mesa y le dicté a Lulú lo que tenía que escribir.

—Escribe: Yo Lulú acepto ser la sumisa de Isabel por el tiempo que ella desee, prometiendo no desobedecerla en nada —después de escribir ella lo que le dicté, le ordené.

— ¡Fírmalo sumisa! —y lo firmó.

Luego cogí el papel, y ante sus ojos escribí: Yo Isabel, prometo no dejar marcas permanentes en el cuerpo de Lulú y aceptarla como mi sumisa fiel — y también lo firmé.

Después guardé el papel en un sobre y lo metí en mi bolso. Me sentía muy satisfecha sabiendo que ya era mía; me ajusté el pantalón corto a la cintura con los cachetes saliéndoseme por detrás, me giré hacia ella y le dije.

—Sumisa, bésame el culo antes de entrar a estudiar —ella obediente me dio dos besos, uno en cada cachete, sus labios cálidos me hicieron humedecer; entonces le pregunté.

— ¿Estás mañana disponible sumisa?, o tienes algo importante que hacer.

—Nada importante Ama, estoy disponible para ti Isabel.

— ¿De qué color llevas las bragas sumisa?

—Blancas con encajes, "mi Ama".

Miré que no había nadie cerca y le dije.

—No me llames Ama, no me gusta esa definición; "llámame dueña" y trátame de usted, ahora bájate las bragas, Lulú.

— ¿Cómo?, ¿aquí en el trabajo?—respondió rompiendo todas las reglas.

—La palabra "cómo" elimínala de tu boca, ¡Ya!, y todas las que suenen igual, tu no opinas, opino yo por ti; ¡venga bájate las bragas!

Se bajó la braguitas muy deprisa, ¡casi se cae!, se las sacó por debajo de sus botines de moda. Se puso de pie y extendió una mano para entregármelas; yo en lugar de cogerlas de las manos de Lulú alcé una pierna, poniendo el tacón de mi zapato encima de su mesa de madera y diciéndole.

—Lulú, guapa, líalas a mi tobillo como si fueran una esclava tobillera, y aprieta bien el nudo que no quiero ir restregando el olor de tu coño por toda la biblioteca.

Sus manos "temblorosas" ataron muy bien las braguitas a mi tobillo; sin decirle nada más entré a la sala de estudio luciendo sus bragas en mi pie.

Juan, uno que casi siempre estudia junto a mí, me dijo que era muy bonita mi tobillera de encajes. Terminé de estudiar, y antes de salir me acerqué a uno de las ordenadores de la sala, metí mi pendrive y lo formateé, después escribí con Word un texto y lo guardé en mi lápiz de memoria con forma de hueso para perro. Salí de la sala de estudio y vi que Lulú estaba sola, me acerqué situándome detrás de ella y le dije al oído con un susurro.

—Sumisa, ponte de pie e inclínate sobre la mesa, y abre bien las piernas, ¡rápido!, que no nos sorprendan —lo hizo al instante.

Me situé detrás de ella viendo sus bellos muslos bajo la falda, le metí mi mano derecha entre las piernas y "agarre su coño", muy peludo y suave, ¡estaba empapado!; separé sus labios externos y acaricié el interior de su vagina, frotándola con mis dedos muy deprisa, "antes de que alguien entrara en la recepción y nos sorprendiera"; mientras ella gemía en voz baja, con la mano izquierda saqué de mi bolso el pendrive con forma de hueso para perro, lo unté con mi mano derecha empapada como estaba con

el flujo de su coño, acaricié el ojete de su culo con su propio flujo y puse a la vista de sus ojos el aparatito, para que supiera lo que iba tener adentro, luego se lo metí entero muy despacio (del tamaño de un dedo índice ) dejando fuera de su culo solo el cordoncito para el llavero.

—Ahora Lulú, ¡aprieta bien el culo!, no vayas a perder el pendrive que he metido en tu ojete, que le tengo mucho cariño. Cuando llegues a tu casa sácatelo en dos partes, primero el tapón y después el resto; luego lo miras en el ordenador, encontraras las instrucciones que tendrás que seguir.

—Si mi dueña, así lo haré —dijo muy dócil; entonces le pregunté.

—Cómo te sientes ahora Lulú.

—Me siento muy bien siendo sumisa, aunque me encuentro extraña sabiendo que mi culo es paloma mensajera, "pero a la vez me gusta" y no me ha dolido Isabel, ¡anda que si lo supieran las compañeras de pádel!, se quedarían de piedra. También me siento vulgar, ¿eso es normal?, mi dueña.

—No es vulgaridad lo que sientes Lulú, es entrega a mí, pero como no estas acostumbrada no lo sabes ver. Me alegro de que te encuentres bien siendo sumisa, pero habrá veces que tendrás que sentir dolor para ser una sumisa plena y feliz.

—Si mi dueña.

El texto en el pendrive decía lo siguiente:

—Lulú esta noche dormiré con tus bragas tobilleras puestas en mi coño, restregándolo con tus manchas, eres especial. Mañana sábado, como no trabajas y me has dicho que estás disponible te vienes a mi casa, aquí tienes mi dirección y mi teléfono. Trae una bolsa de viaje con lo que necesites, te quedaras a dormir en mi casa. Este sábado será especial, tu primer sábado como mi sumisa, después solo te veré a ratos, no quiero interferir en tu trabajo ni en tu vida, quiero que esto sea algo especial para ti. Tu eres muy inteligente y eso te hará disfrutar aún más de ser sumisa, eso sí, sin desobedecer, y sin voluntad. Esta noche quiero que descanses, no te arrepentirás de haberte convertido en mi perra Lulú, "ya te he dado tu hueso y todo", ¡verdad! Besos de Isabel.

El sábado por la mañana estuve de compras, buscando lo necesario para someter a mi sumisa. Esa tarde, al llegar Lulú a mi casa se la veía nerviosa, le dije que se relajara, que la haría muy feliz. Ese fin de semana mi vecina estaba de viaje y no vendría a limpiar, mi sumisa me preguntó.

—Mi dueña, ¿puedo hablarle?

—Si

—Mi dueña Isabel, esto tiene que ser secreto por favor, yo me relaciono con personas importantes de mi ciudad, mis estudios me han proporcionado amigos y amigas de prestigio donde vivo, pero muy conservadores en el pensar; si se supiera que tengo una dueña todo mi mundo se derrumbaría; por favor, ¡tranquilíceme usted!

—Lulú, esto también es nuevo para mí, que seas mi sumisa me está cambiando hasta la forma de pensar, pero esta sumisión solo será temporal, y te prometo que nunca desvelaré tu identidad, ni diré jamás en que ciudad vives; ¡ni antes!, ¡ni después de ser mi sumisa!, mi honestidad es muy importante para mí (por cierto su verdadero nombre no es Lulú).

—Gracias mi dueña, ahora me siento reconfortada; es usted tan buena conmigo y siendo tan joven es tan correcta en el trato, "además guapa", su cabello rubio me embriaga la vista. Soy inteligente y culta, pero no me gusta tomar decisiones, y ahora, con usted no tendré que decidir, lo hará usted por mí y eso me gusta, ¡me siento tranquila!

—Gracias sumisa, eres muy amable, tú también eres preciosa. Empezaras doblegando tu posición social; hoy limpiaras mi casa, y lo harás desnuda; ¡quiero que reluzca!, ¡vale!

— ¡Si mi dueña!, aunque la verdad es que no esperaba esto, esperaba otros juegos; lo intentare hacer bien pero yo tengo asistenta en casa y nunca limpio, pero me esforzare Isabel.

—La sumisión es algo más que lo que sale en las películas, he leído a fondo sobre el tema; lo demás ya llegara. Quiero ponerte un adorno para realzar tu figura al limpiar.

Saqué una cola de gata de pelo artificial, de pelos largos y blancos como los de mi gata; la cola terminaba en un extremo grueso de látex negro con forma de pene, rematado con forma de huevo de gallina; cuando vi esa cola en la tienda por la mañana sabía que sería para Lulú; le ordené.

—Desnúdate completamente y ponte de rodillas, con la cabeza baja y el culo bien levantado.

—Si mi dueña.

Se desprendió de toda la ropa, incluida la ropa interior y los zapatos. Cogí de la bolsa un tarrito de vaselina y unté el extremo de la cola delante de su cara, para que viera lo que luciría en su culo; después me situé detrás de ella y comencé a untarle el ano con vaselina, "con un solo dedo", metiéndolo y sacándolo, adentro para untar y afuera para recargar; mientras lo hacía le hablaba así.

—Vas a quedar preciosa con tu cola de gata metida en el agujero del culo.

Proseguí con dos, luego con tres dedos; después los giré dentro de su ano, apretando a los lados para dilatarlo un poco. Mientras ella gemía le apreté el "invento" contra su culo forzando que entrara la punta, pero como me costaba, cogí la cola con las dos manos y apretando "se la colé entera", al entrarle la gruesa punta gritó. Cogí un collar de cuero verde con pinchos, como de perro y se lo puse al cuello, enganché a él una correa metálica de eslabones y la llevé puesta de rodillas hasta el espejo del baño, frente a él le dije.

—Sumisa mueve el culo para que veamos las dos la bonita cola que llevas, ¡zorra!

Movió sus firmes cachetes haciendo que la cola de pelos blancos se moviera a derecha y a izquierda; le pregunté cómo se veía en el espejo y me respondió.

—Mi dueña, con mi clase y mi educación la verdad es que me siento humillada viéndome en el espejo como una autentica zorra, pero me gusta que me humille usted.

Desnuda, y con su cola blanca en el culo se puso a limpiar toda la casa; ¡daba alegría!, ver su culo desnudo con la cola clavada en él, moviéndose culo y cola al compás de la fregona en sus manos. La mañana la pasamos muy tranquilas, ella limpiando mi casa y yo estudiando en mi cuarto. Almorzamos algo ligero. Después de comer quise darle un postre especial, la llevé a la sala de estar y até su correa a la lámpara de pie; cogí a mi gata y la saqué al pasillo cerrando la puerta tras de sí, y ordené a mi sumisa.

—Sumisa, ponte en pompa que te voy a sacer la cola, cuando te la saque siéntate en esa banqueta bajita con las piernas muy abiertas, que te voy a afeitar el coño con leche condensada.

Cogí la cola con las dos manos y di un tirón, ¡agggh!, gritó; después se sentó en la banqueta, a una altura de una cuarta del suelo, con sus muslos claritos muy separados. Su coño peludo y suave era una delicia, cogí la lata de leche condensada del mueble y la derramé sobre su vientre, después con una mano le restregué la leche por el pubis y por su carnoso bollo, extendiéndola y aclarándola con un chorreón de agua de la jarra, restregué se vello intimo como si fuera cabello de ángel. Con la maquinilla de afeitar (modelo íntimo femenino) afeité una línea en el centro de su monte de venus, sin llegar a los bordes, agarrándome mientras lo hacía a su chocho abierto para tensar su piel. El recorte quedo como una calva central en forma de i, i de Isabel, después le pasé la lengua por su generoso coño, sintiendo como se perdía mi lengua entre los pliegues dulces y pegajosos de su ser, me habló gritando de gusto así.

— ¡Mi dueña Isabel!, ¡que placer más grande!, es que me coma el coño otra mujer, más aun siendo usted…unnn —dijo al tiempo que yo le daba el ultimo chupetón, que dulce, que rica mi sumisa, toda para mí. Me puse de pie y le dije que se quedara así sentada, entonces le expliqué.

—Lulú mi gata te chupara los restos de leche condensada, no muerde y está muy limpia, así que, ¡abre bien las piernas zorra!

—Me da no sé qué que me chupe un animal, pero la dejaré chupar si es lo que desea usted mi dueña.

—Mi gata no es un animal, es mi gata.

Acto seguido abrí la puerta dejando entrar a mi gata Clara, que al olor del dulce corrió a hocicarse en Lulú.

La estampa: Sus muslos temblaban, su cara muy sonrojada tenía una mueca de miedo y asco; su coño a una cuarta del suelo, y manchado de blanco tenía dos rajas; una la calva con la i en su pubis y la otra la carnosa raja de su dilatado coño. Mi gata le daba con la lengua "con tanta intensidad" que yo veía, sentada como estaba en la butaca, como su coño temblaba y daba como saltos, arrastrado por la áspera lengua de mi gata Clara pegada a su pegajosa piel. Lulú comenzó a convulsionar los muslos y vientre, "alzando el culo en el aire" y gritando a la vez. Mientras ella se movía mi gata seguía su coño con agilidad, sacando más aún su áspera lengua; cuando le lamia el ojo del culo Lulú dio un grito y se corrió, "con el chorro más grande que jamás he visto; ese chorro caudaloso como un grifo salió disparado a más de un metro de distancia, arqueándose en el aire, y aterrizando después sobre el lomo de mi gata (que salió corriendo diciendo miau), también cayó en mi moqueta y mancho la tapicería del sofá, ¡que fiera!, jadeando y casi sin respiración me miraba confundida y como mareada, le quité el collar de cuero del cuello y le dije.—Sumisa, coge un trapo húmedo y límpialo todo a fondo, que eres una cerda, ¿siempre te corres así?

—Mi dueña, ¡jamás he soltado una gota fuera de mi chocho! Antes de hoy, cuando me corría solo me humedecía; perdón Isabel, pero la gata, ¡es mucha gata!, parece que estuviera enseñada.

—No digas tonterías pija y límpialo todo bien. —le dije, no tenía que saber tanto.

Me duché, luego me puse mis zapatillas de paño y mi pijama, después le ordené que se duchara ella también; cuando salió de la ducha estaba preciosa con su pelo cortito y mojado, entonces le hable así.

—Lulú antes de irte te voy a castigar por lo de la moqueta con mi zapatilla, agárrate a la mesa con el culo mirando hacia mí.

— ¡Con la zapatilla no por favor!, que tiene que doler mucho mi dueña.

—Vamos a ver, ¿con la zapatilla no por favor?, esa frase no es para ti puta; si te digo salta tu saltas, ¡entendido!, y si te da miedo la zapatilla espera a probar el látigo otro día.

—Perdón Isabel, lo siento mucho.

Después de decir esto se agarró a la mesa exponiendo hacia mí su bello, robusto y poderoso culo bajo una cintura de avispa. Me quité una zapatilla, la alcé en el aire y ¡con fuerza!, la estampe contra se cachete izquierdo, gritó de dolor, la alcé nuevamente cruzado con el mismo zapatillazo sus dos cachetes a la vez; ¡¡como crujió!! Como si le hubiera partido una tabla en el culo; gritó más fuerte aun. Me quité la parte de abajo del pijama y me saqué las bragas. Hice una bola de trapo con mi pequeña prenda íntima y le dije.

—Abre la boca, "zorra chillona", que te van a oír los vecinos.

—Si mi dueña, perdón, ¡es que me duele mucho! —dijo mientras le caían dos lagrimones de los ojos.

Abrió la boca de par en par, metí mi tanga en su cavidad bucal dejando desnudo mi bello y abultado coño afeitado. Alcé la zapatilla y le di cuatro zapatillazos más, sus cachetes saltaban en el aire "como las boyas en alta mar", rojos y brillantes como la piel de una manzana. En ese momento me corrí de gusto "intensamente" con un chorro como hizo antes Lulú, pero menor que el de ella, gimiendo; le saqué el tanga de la boca y la puse de rodillas delante de mí, abrí mucho las piernas poniendo mi carnoso y clarito bollo "de par en par", goteando aun mi chorro de flujo le dije a Lulú.

—Perra, ¡cómemelo!

—Si dueña, ahora mismo.

Metió su cara entre mis piernas abiertas y empezó a morder suavemente mis carnosos labios externos, chupando y tragando los restos de mi orgasmo, ¡que placer más grande sentí!, abrí más las piernas por instinto, agarrando a la vez la suave melenita corta de su cabeza y apretándola contra mí, ¡ella me sorprendió! "Me metió una lengua larguísima en la vagina", la sacó y la vi en el aire, "más larga que la palma de mi mano", mi sumisa era como una serpiente.

—Destrózame con tu lengua zorra, hazme gozar —le dije muy excitada.

Su lengua se paseaba por mi raja ondulando entre mis labios internos, ufff, la deslizó hacia abajo y abarcó mi ano y la tensa piel entre mi chocho y mi culo. Su cabeza estaba levantada hacia arriba y sus ojos sumisos miraban a los a míos con dulzura, ¡no pude más!, y tuve un gran orgasmo, soltando un intenso chorro a presión dentro de su boca abierta, no derramé nada fuera de su boca, luego paseó su lengua por mi raja limpiando de mi coño todos los restos de mi flujo.

Después le dije que se vistiera y se fuera a su casa. Mientras se vestía observé el dibujo de la suela de goma de mi zapatilla señalado en su culo.

Pasaban los días y en la biblioteca solo le decía hola al entrar, ella se ponía de pie en señal de respeto y esperando alguna orden, pero no le daba ninguna.

Hace dos días, al salir de trabajar me aseé en casa, metí en mi bolso algunos objetos y fui a la biblioteca; al llegar vi a Lulú en la recepción y le pregunté.

—Lulú, ¿a qué hora cierras hoy la biblioteca?

—A las once, mi dueña.

— ¡Esta noche cerraras desde adentro la puerta!, yo me quedaré la última estudiando, allí te esperaré.

—Como usted ordene mi dueña Isabel.

A las once de la noche solo quedaba yo en la sala de lectura, al oír como Lulú cerraba la puerta de entrada a la biblioteca, saqué del estante de historia un montón de libros y los extendí sobre el frio suelo. Comencé a desnudarme quedándome solo con mis medias negras (nada de pantis) y mis zapatos de tacón, también negros. Mis bragas de encaje negro las enrollé a mi tobillo derecho.

Al llegar Lulú a la sala de estudio y lectura hablamos las dos.

—Lulú, aun deseas ser mi servicial sumisa.

—Por supuesto mi dueña, yo soy de su propiedad; por cierto, es usted preciosa, me encanta su piel clara y su pelo rubio Isabel; se lo tenía que decir.

—Gracias mi sumisa; bien, hoy quiero hacerte sentir el dolor y el placer de ser mía.

—Estoy en sus manos Isabel, haga conmigo lo que deseé.

—Para empezar desnúdate como he hecho yo, lía tus bragas a mi tobillo izquierdo y después ponte de rodillas "a cuatro patas", ahí en el suelo, sobre esos libros que he extendido.

Su belleza desnuda resplandecía en la biblioteca entre los estantes de libros, "mi cuerpo también". Saqué su collar de perra y se lo puse al cuello, después cogí dos pinzas de madera, de las de tender la ropa, y se las puse en los pezones a Lulú.

— ¡Agg!, me duele Isabel.

—Es normal.

Después saqué un pequeño látigo con varias cintas de cuero. Acaricié su firme culo con las dos manos; proseguí dándole lengüetazos en las posaderas, mientras con una mano magreaba su delicado coño como si acariciara un gatito.

—Me gusta mucho lo que me hace usted, mi dueña.

Me puse de pie junto a ella con el látigo en mi mano diestra, lo levanté en el aire y comencé a azotar su culo con él. Las cintas de cuero negro crujían en su culo con fuerza y alguna golpeaba también sus muslos por la intensidad de mi ímpetu, y tras diez latigazos su trasero lucia líneas de un tono entre rojo y morado, "no gritó ni una vez", solo escuché sonidos contenidos dentro de su boca.

Cogí de mi bolso un vibrador compuesto de dos penes de látex color carne. Los penes del invento estaban enfrentados el uno al otro. Con la vaselina unté mi coño y después me clavé en él una de las pollas de látex. La otra polla artificial parecía brotar de mi suave y afeitado coño; me acerqué a las posaderas de Lulú y resbalé el aparato hasta su coño, y la penetré con la polla de látex. Pulsé uno de los dos botones del mando a distancia y mi chocho comenzó a vibrar, ¡me temblaban hasta las caderas!, pulsé el otro botón del mando y los cachetes de mi sumisa comenzaron a vibrar como si le hubiera metido una batidora de cocina en el coño. Me moví un poco y agarré su delgada cintura, sintiendo como su gran culo hacia vibrar mi vientre al apretarme contra ella, al meterle a fondo el pene de dos cabezas.

—Mi dueñ…a…aaa…gg.

Después de correrse ella lo hice yo también, soltando mi esencia sobre la portada de un libro de la antigua Grecia, que estaba debajo de mí. La portada era un acto de penetración que parecía hablarnos desde el pasado. Me situé delante de ella y le acerqué mis pechos a la cara, ella los alternó en su boca chupándomelos muy bien, ¡cuánto placer! Al final quité las pinzas de sus tetas y chupé despacio sus pezones, con mucho mimo, hasta que recuperaron el color.

Hoy al llegar a la biblioteca Lulú me ha pedido que vaya con ella al aseo. Una vez allí se ha puesto de espaldas a mí, se ha quitado la falda, se ha bajado las bragas y me ha mostrado una quemadura reciente en su culo, en la cual se dibujaba la palabra ISABEL. Sorprendida de que ella hiciera lo que yo le prometí no hacer, le he preguntado él porqué.

—Mi dueña, usted nunca habría faltado a su palabra dada de no marcarme, y como yo lo deseaba intensamente, ayer en una fragua de otra ciudad encargué un hierro con su nombre y convencí al herrero para que me marcara él. Quiero llevar siempre su nombre en mí y no olvidar la plenitud que el hierro al rojo me provocó.

—Gracias Lulú, me siento excitada sabiendo que siempre llevaras mi nombre en ti, te has portado como una autentica sumisa.

La besé en la boca comiéndole los labios y la lengua, mientras a la vez mis manos la rodeaban acariciando la quemadura con mi nombre en su trasero.

—Fin—

© Isabel Nielibra 2017