Sometiendo a la bibliotecaria. Cap.º 4 Final
Lulú antes de irte te voy a castigar por lo de la moqueta con mi zapatilla, agárrate a la mesa con el culo mirando hacia mí.
Me duché, luego me puse mis zapatillas de paño y mi pijama, después le ordené que se duchara ella también; cuando salió de la ducha estaba preciosa con su pelo cortito y mojado, entonces le hable así.
—Lulú antes de irte te voy a castigar por lo de la moqueta con mi zapatilla, agárrate a la mesa con el culo mirando hacia mí.
— ¡Con la zapatilla no por favor!, que tiene que doler mucho mi dueña.
—Vamos a ver, ¿con la zapatilla no por favor?, esa frase no es para ti puta; si te digo salta tu saltas, ¡entendido!, y si te da miedo la zapatilla espera a probar el látigo otro día.
—Perdón Isabel, lo siento mucho.
Después de decir esto se agarró a la mesa exponiendo hacia mí su bello, robusto y poderoso culo bajo una cintura de avispa. Me quité una zapatilla, la alcé en el aire y ¡con fuerza!, la estampe contra se cachete izquierdo, gritó de dolor, la alcé nuevamente cruzado con el mismo zapatillazo sus dos cachetes a la vez; ¡¡como crujió!! Como si le hubiera partido una tabla en el culo; gritó más fuerte aun. Me quité la parte de abajo del pijama y me saqué las bragas. Hice una bola de trapo con mi pequeña prenda íntima y le dije.
—Abre la boca, "zorra chillona", que te van a oír los vecinos.
—Si mi dueña, perdón, ¡es que me duele mucho! —dijo mientras le caían dos lagrimones de los ojos.
Abrió la boca de par en par, metí mi tanga en su cavidad bucal dejando desnudo mi bello y abultado coño afeitado. Alcé la zapatilla y le di cuatro zapatillazos más, sus cachetes saltaban en el aire "como las boyas en alta mar", rojos y brillantes como la piel de una manzana. En ese momento me corrí de gusto "intensamente" con un chorro como hizo antes Lulú, pero menor que el de ella, gimiendo; le saqué el tanga de la boca y la puse de rodillas delante de mí, abrí mucho las piernas poniendo mi carnoso y clarito bollo "de par en par", goteando aun mi chorro de flujo le dije a Lulú.
—Perra, ¡cómemelo!
—Si dueña, ahora mismo.
Metió su cara entre mis piernas abiertas y empezó a morder suavemente mis carnosos labios externos, chupando y tragando los restos de mi orgasmo, ¡que placer más grande sentí!, abrí más las piernas por instinto, agarrando a la vez la suave melenita corta de su cabeza y apretándola contra mí, ¡ella me sorprendió! "Me metió una lengua larguísima en la vagina", la sacó y la vi en el aire, "más larga que la palma de mi mano", mi sumisa era como una serpiente.
—Destrózame con tu lengua zorra, hazme gozar —le dije muy excitada.
Su lengua se paseaba por mi raja ondulando entre mis labios internos, ufff, la deslizó hacia abajo y abarcó mi ano y la tensa piel entre mi chocho y mi culo. Su cabeza estaba levantada hacia arriba y sus ojos sumisos miraban a los a míos con dulzura, ¡no pude más!, y tuve un gran orgasmo, soltando un intenso chorro a presión dentro de su boca abierta, no derramé nada fuera de su boca, luego paseó su lengua por mi raja limpiando de mi coño todos los restos de mi flujo.
Después le dije que se vistiera y se fuera a su casa. Mientras se vestía observé el dibujo de la suela de goma de mi zapatilla señalado en su culo.
Pasaban los días y en la biblioteca solo le decía hola al entrar, ella se ponía de pie en señal de respeto y esperando alguna orden, pero no le daba ninguna.
Hace dos días, al salir de trabajar me aseé en casa, metí en mi bolso algunos objetos y fui a la biblioteca; al llegar vi a Lulú en la recepción y le pregunté.
—Lulú, ¿a qué hora cierras hoy la biblioteca?
—A las once, mi dueña.
— ¡Esta noche cerraras desde adentro la puerta!, yo me quedaré la última estudiando, allí te esperaré.
—Como usted ordene mi dueña Isabel.
A las once de la noche solo quedaba yo en la sala de lectura, al oír como Lulú cerraba la puerta de entrada a la biblioteca, saqué del estante de historia un montón de libros y los extendí sobre el frio suelo. Comencé a desnudarme quedándome solo con mis medias negras (nada de pantis) y mis zapatos de tacón, también negros. Mis bragas de encaje negro las enrollé a mi tobillo derecho.
Al llegar Lulú a la sala de estudio y lectura hablamos las dos.
—Lulú, aun deseas ser mi servicial sumisa.
—Por supuesto mi dueña, yo soy de su propiedad; por cierto, es usted preciosa, me encanta su piel clara y su pelo rubio Isabel; se lo tenía que decir.
—Gracias mi sumisa; bien, hoy quiero hacerte sentir el dolor y el placer de ser mía.
—Estoy en sus manos Isabel, haga conmigo lo que deseé.
—Para empezar desnúdate como he hecho yo, lía tus bragas a mi tobillo izquierdo y después ponte de rodillas "a cuatro patas", ahí en el suelo, sobre esos libros que he extendido.
Su belleza desnuda resplandecía en la biblioteca entre los estantes de libros, "mi cuerpo también". Saqué su collar de perra y se lo puse al cuello, después cogí dos pinzas de madera, de las de tender la ropa, y se las puse en los pezones a Lulú.
— ¡Agg!, me duele Isabel.
—Es normal.
Después saqué un pequeño látigo con varias cintas de cuero. Acaricié su firme culo con las dos manos; proseguí dándole lengüetazos en las posaderas, mientras con una mano magreaba su delicado coño como si acariciara un gatito.
—Me gusta mucho lo que me hace usted, mi dueña.
Me puse de pie junto a ella con el látigo en mi mano diestra, lo levanté en el aire y comencé a azotar su culo con él. Las cintas de cuero negro crujían en su culo con fuerza y alguna golpeaba también sus muslos por la intensidad de mi ímpetu, y tras diez latigazos su trasero lucia líneas de un tono entre rojo y morado, "no gritó ni una vez", solo escuché sonidos contenidos dentro de su boca.
Cogí de mi bolso un vibrador compuesto de dos penes de látex color carne. Los penes del invento estaban enfrentados el uno al otro. Con la vaselina unté mi coño y después me clavé en él una de las pollas de látex. La otra polla artificial parecía brotar de mi suave y afeitado coño; me acerqué a las posaderas de Lulú y resbalé el aparato hasta su coño, y la penetré con la polla de látex. Pulsé uno de los dos botones del mando a distancia y mi chocho comenzó a vibrar, ¡me temblaban hasta las caderas!, pulsé el otro botón del mando y los cachetes de mi sumisa comenzaron a vibrar como si le hubiera metido una batidora de cocina en el coño. Me moví un poco y agarré su delgada cintura, sintiendo como su gran culo hacia vibrar mi vientre al apretarme contra ella, al meterle a fondo el pene de dos cabezas.
—Mi dueñ…a…aaa…gg.
Después de correrse ella lo hice yo también, soltando mi esencia sobre la portada de un libro de la antigua Grecia, que estaba debajo de mí. La portada era un acto de penetración que parecía hablarnos desde el pasado. Me situé delante de ella y le acerqué mis pechos a la cara, ella los alternó en su boca chupándomelos muy bien, ¡cuánto placer! Al final quité las pinzas de sus tetas y chupé despacio sus pezones, con mucho mimo, hasta que recuperaron el color.
Hoy al llegar a la biblioteca Lulú me ha pedido que vaya con ella al aseo. Una vez allí se ha puesto de espaldas a mí, se ha quitado la falda, se ha bajado las bragas y me ha mostrado una quemadura reciente en su culo, en la cual se dibujaba la palabra ISABEL. Sorprendida de que ella hiciera lo que yo le prometí no hacer, le he preguntado él porqué.
—Mi dueña, usted nunca habría faltado a su palabra dada de no marcarme, y como yo lo deseaba intensamente, ayer en una fragua de otra ciudad encargué un hierro con su nombre y convencí al herrero para que me marcara él. Quiero llevar siempre su nombre en mí y no olvidar la plenitud que el hierro al rojo me provocó.
—Gracias Lulú, me siento excitada sabiendo que siempre llevaras mi nombre en ti, te has portado como una autentica sumisa.
La besé en la boca comiéndole los labios y la lengua, mientras a la vez mis manos la rodeaban acariciando la quemadura con mi nombre en su trasero.
—Fin—
© Isabel Nielibra 2017