Sometiendo a la bibliotecaria. Cap.º 3
¡Si mi dueña!, aunque la verdad es que no esperaba esto, esperaba otros juegos; lo intentare hacer bien pero yo tengo asistenta en casa y nunca limpio, pero me esforzare Isabel. La sumisión es algo más que lo que sale en las películas, he leído a fondo sobre el tema; lo demás ya llegara.
— ¡Si mi dueña!, aunque la verdad es que no esperaba esto, esperaba otros juegos; lo intentare hacer
bien pero yo tengo asistenta en casa y nunca limpio, pero me esforzare Isabel.
—La sumisión es algo más que lo que sale en las películas, he leído a fondo sobre el tema; lo demás ya llegara. Quiero ponerte un adorno para realzar tu figura al limpiar.
Saqué una cola de gata de pelo artificial, de pelos largos y blancos como los de mi gata; la cola terminaba en un extremo grueso de látex negro con forma de pene, rematado con forma de huevo de gallina; cuando vi esa cola en la tienda por la mañana sabía que sería para Lulú; le ordené.
—Desnúdate completamente y ponte de rodillas, con la cabeza baja y el culo bien levantado.
—Si mi dueña.
Se desprendió de toda la ropa, incluida la ropa interior y los zapatos. Cogí de la bolsa un tarrito de vaselina y unté el extremo de la cola delante de su cara, para que viera lo que luciría en su culo; después me situé detrás de ella y comencé a untarle el ano con vaselina, "con un solo dedo", metiéndolo y sacándolo, adentro para untar y afuera para recargar; mientras lo hacía le hablaba así.
—Vas a quedar preciosa con tu cola de gata metida en el agujero del culo.
Proseguí con dos, luego con tres dedos; después los giré dentro de su ano, apretando a los lados para dilatarlo un poco. Mientras ella gemía le apreté el "invento" contra su culo forzando que entrara la punta, pero como me
costaba, cogí la cola con las dos manos y apretando "se la colé entera", al entrarle la gruesa punta gritó. Cogí un collar de cuero verde con pinchos, como de perro y se lo puse al cuello, enganché a él una correa metálica de eslabones y la llevé puesta de rodillas hasta el espejo del baño, frente a él le dije.
—Sumisa mueve el culo para que veamos las dos la bonita cola que llevas, ¡zorra!
Movió sus firmes cachetes haciendo que la cola de pelos blancos se moviera a derecha y a izquierda; le pregunté cómo se veía en el espejo y me respondió.
—Mi dueña, con mi clase y mi educación la verdad es que me siento humillada viéndome en el espejo como una autentica zorra, pero me gusta que me humille usted.
Desnuda, y con su cola blanca en el culo se puso a limpiar toda la casa; ¡daba alegría!, ver su culo desnudo con la cola clavada en él, moviéndose culo y cola al compás de la fregona en sus manos. La mañana la pasamos muy tranquilas, ella limpiando mi casa y yo estudiando en mi cuarto. Almorzamos algo ligero. Después de comer quise darle un postre especial, la llevé a la sala de estar y até su correa a la lámpara de pie; cogí a mi gata y la saqué al pasillo cerrando la puerta tras de sí, y ordené a mi sumisa.
—Sumisa, ponte en pompa que te voy a sacer la cola, cuando te la saque siéntate en esa banqueta bajita con las piernas muy abiertas, que te voy a afeitar el coño con leche condensada.
Cogí la cola con las dos manos y di un tirón, ¡agggh!, gritó; después se sentó en la banqueta, a una altura de una cuarta del suelo, con sus muslos claritos muy separados. Su coño peludo y suave era una delicia, cogí la lata
de leche condensada del mueble y la derramé sobre su vientre, después con una mano le restregué la leche por el pubis y por su carnoso bollo, extendiéndola y aclarándola con un chorreón de agua de la jarra, restregué se vello intimo como si fuera cabello de ángel. Con la maquinilla de afeitar (modelo íntimo femenino) afeité una línea en el centro de su monte de venus, sin llegar a los bordes, agarrándome mientras lo hacía a su chocho abierto para tensar su piel. El recorte quedo como una calva central en forma de i, i de Isabel, después le pasé la lengua por su generoso coño, sintiendo como se perdía mi lengua entre los pliegues dulces y pegajosos de su ser, me habló gritando de gusto así.
— ¡Mi dueña Isabel!, ¡que placer más grande!, es que me coma el coño otra mujer, más aun siendo usted…unnn —dijo al tiempo que yo le daba el ultimo chupetón, que dulce, que rica mi sumisa, toda para mí. Me puse de pie y le dije que se quedara así sentada, entonces le expliqué.
—Lulú mi gata te chupara los restos de leche condensada, no muerde y está muy limpia, así que, ¡abre bien las piernas zorra!
—Me da no sé qué que me chupe un animal, pero la dejaré chupar si es lo que desea usted mi dueña.
—Mi gata no es un animal, es mi gata.
Acto seguido abrí la puerta dejando entrar a mi gata Clara, que al olor del dulce corrió a hocicarse en Lulú.
La estampa: Sus muslos temblaban, su cara muy sonrojada tenía una mueca de miedo y asco; su coño a una cuarta del suelo, y manchado de blanco tenía dos rajas; una la calva con la i en su pubis y la otra la carnosa raja de su dilatado coño. Mi gata le daba con la lengua "con tanta intensidad" que yo veía, sentada como estaba en la butaca, como su coño temblaba y daba
como saltos, arrastrado por la áspera lengua de mi gata Clara pegada a su pegajosa piel. Lulú comenzó a convulsionar los muslos y vientre, "alzando el culo en el aire" y gritando a la vez.
Mientras ella se movía mi gata seguía su coño con agilidad, sacando más aún su áspera lengua; cuando le lamia el ojo del culo Lulú dio un grito y se corrió, "con el chorro más grande que jamás he visto; ese chorro caudaloso como un grifo salió disparado a más de un metro de distancia, arqueándose en el aire, y aterrizando después sobre el lomo de mi gata (que salió corriendo diciendo miau), también cayó en mi moqueta y mancho la tapicería del sofá, ¡que fiera!, jadeando y casi sin respiración me miraba confundida y como mareada, le quité el collar de cuero del cuello y le dije.—Sumisa, coge un trapo húmedo y límpialo todo a fondo, que eres una cerda, ¿siempre te corres así?
—Mi dueña, ¡jamás he soltado una gota fuera de mi chocho! Antes de hoy, cuando me corría solo me humedecía; perdón Isabel, pero la gata, ¡es mucha gata!, parece que estuviera enseñada.
—No digas tonterías pija y límpialo todo bien. —le dije, no tenía que saber tanto.
(continuara en el capítulo 4)
(c) Isabel Nielibra 2017