Sometiendo a la bibliotecaria. Cap. º1
Siempre he sido una mujer muy dominante y aficionada a leer escritos de sumisión y dominación, pero hasta ahora nunca había doblegado a una sumisa a mi voluntad.
Siempre he sido una mujer muy dominante y aficionada a leer escritos de sumisión y dominación, pero hasta ahora nunca había doblegado a una sumisa a mi voluntad.
Desde hace un mes acudo a la misma biblioteca a preparar mi tesis, y cada día me siento más atraída por la bibliotecaria; por su mirada segura de sí misma, por su pelo cortito al estilo Lulú, ¡ahí de mí! "Mi chocho se pone húmedo cuando entro a la recepción" y la veo allí sentada, con su falda a cuadros y sus firmes muslos sin medias que resplandecen tras el dibujo a cuadros de su prenda de vestir.
La chica de la biblioteca tiene treinta y tantos años, yo tengo veintiséis. Cuando entro a la recepción, para pasar desde allí a la sala de lectura, veo como ella me mira con deseo. "Cada vez voy más provocativa a estudiar para atraer su atención": llevo suelta mi melena rubia, que me llega hasta la mitad de la espalda; y mis firmes pechos bien marcados dentro de camisetas muy ajustadas y, los vaqueros muy cortitos, "tan cortitos que dejan ver parte de los cachetes de mi culo por detrás". Su mirada en mí me dice cosas...
Nos estamos haciendo muy amigas, ella es muy culta, tiene tres carreras universitarias, yo solo tengo una; cada dos por tres salgo de la sala de estudio para, como quien no quiere la cosa, hablar con ella, preguntándole por libros y contándole mis aventuras. Recuerdo cuando le hablé de cómo una vez azoté a Lorena, una compañera de facultad que me ligué, y como me divirtió ver su culo colorado tras darle azotes "con la mano abierta". Lulú se emocionó al escucharme relatar cómo crujía el culo de Lorena al compás de la palma de mi mano. Se le veían las mejillas muy coloradas y, los ojos muy abiertos; entonces se sinceró conmigo diciéndome.
—Isabel, que casualidad oírte hablar de azotes, ¡sabes!, desde siempre mi fantasía "cuando me toco" es que soy sumisa de otra mujer, ¡pero solo cuando me masturbo!, ¡no vayas a pensar!, y me ha excitado mucho oírte hablar de azotes, "estoy mojada"—dijo en voz baja. Cuando me lo confesó con esa preciosa carita de pija le di un buen repaso visual, pensando que ella podía ser mía. Olía a un perfume de Chanel, su cabello corto color castaño claro era precioso… ¡Coño que buena estaba!; tras "su confesión" le pregunté.
—Entonces, siempre te han gustado las mujeres Lulú o solo es un deseo de sumisión.
—No, no me entiendes Isabel, me gustan los hombres y nunca he estado con otra mujer; las mujeres me gustan "solo un poco", pero cuando me toco abajo, solo fantaseo con ser sumisa "de otra mujer", y me corro imaginándolo. ¡Esto es un secreto Isabel!, te lo cuento porque ya somos amigas, ¿verdad?, pero es algo irreal.
—No te preocupes Lulú, se guardar un secreto.
—Gracias Isabel, no esperaba menos de ti, pareces legal, por eso me he confiado a ti, no sé, me siento bien contigo, eres muy simpática y me agrada que hablemos.
—Lulú, ¿desde cuando trabajas aquí? —le pregunté.
—Pues desde que cumplí los treinta, hace cuatro años.
—Lulú, yo también voy a ser sincera contigo; a mi si me gustan las mujeres más que los hombres y me atrae dominarlas. A veces, cuando le como el chocho a alguna mujer la azoto un poco y me siento muy bien haciéndolo, pero nunca he tenido una sumisa, solo juegos entre mujeres.
—No sabía que eras lesbiana, no lo aparentas, tan femenina, ¿Isabel que se siente al comerle el chocho a otra mujer?
—Una plenitud muy íntima, es algo muy dulce Lulú, "si lo deseas, claro está". No todas las lesbianas lo aparentamos, eso son estereotipos Lulú, a algunas también nos gustan los hombres, yo personalmente estoy "abierta a todo", me encanta la libertad.
En esto entraron tres personas a entregar unos libros y dos señoras salieron de la sala de lectura. Se veía la tensión en el rostro de Lulú, pensativa y sensible respecto a lo que habíamos hablado. Cuando la gente nos dejó solas de nuevo cogí fuerzas, y me lancé a hacerle una oferta que había deseado hacer muchas veces, pero que nunca había llegado a proponérselo a nadie.
—Lulú, ahora voy a entrar a estudiar, cuando salga quiero que me respondas a una propuesta que te voy a hacer, antes una pregunta, ¿tienes novio?
—No, ahora mismo no.
—Mejor así Lulú, te propongo gozar de grandes placeres, que tu mente y tu cuerpo vivan el vértigo de la libertad y del deseo; te propongo que cumplas tus fantasías de sumisión: Lulú, ¿quieres ser mi sumisa?, no me digas nada ahora piénsatelo mientras estudio, te prometo hacerte sentir profundamente si me dices que sí.
— ¡Que dices Isabel!, estás loca.
—Lulú, contéstame luego por favor, piénsalo con calma.
Entré a estudiar, dejándola con la cara roja como un tomate por la vergüenza que le dio escuchar mis palabras. Al salir de la sala de estudio pasé por la recepción, y me dijo que no, "que ni muerta". No se lo volví a preguntar (adoro la libertad de elegir) cada día le daba las buenas tardes sin ni siquiera pararme a hablar con Lulú, ella me devolvía el saludo pero tampoco decía nada más, aunque yo veía como parpadeaba y se ponía colorada al saludar. Hace veinte días, al llegar a la biblioteca la encontré llorando, le pregunté que le pasaba y esto me contestó.
—Estoy muy confusa Isabel, y eso que soy una mujer muy segura de sí misma. Ayer me masturbé pensando en ti, y te imagine dándome azotes; en mi fantasía estabas desnuda y me hacías lamerte el chocho, ¡me corrí tres veces!, mirando la foto de tu perfil en Facebook. Te deseo con tu insistencia y con tu dominio pero tengo miedo, no quiero que me dejes señalada, pero a la vez te imagino en mis fantasías marcándome como al ganado, ¡con un hierro candente!, entonces me corro imaginando llevar tu marca; sé que lo deseo, "pero no debería desearlo", ¡no sé qué hacer Isabel!
—Nada, no harás nada; "cambiaré de biblioteca" y no me volverás a ver más; y perdona por haberte hecho sufrir, ¡hasta siempre Lulú!
— ¿Pero qué es lo que dices?, no te vayas Isabel, ¡no me puedes dejar ahora!, es que no ves que es todo lo contrario, ¡que deseo ser tu sumisa!, pero no sé cómo dar ese paso.
—Es fácil Lulú, solo dime que sí, pero hazlo sin miedo porque si aceptas ser mi sumisa nunca te marcaré y tampoco te dejaré señales permanentes, ¡te lo prometo!; si dices que si no podrás desobedecerme en nada, esto será un compromiso formal. Por última vez Lulú, ¿quieres ser mi sumisa?
— ¡Sí!, quiero ser tu sumisa Isabel, sin condiciones.
Entraron varias personas y disimulamos la tensión del momento, cuando se fueron cogí un folio de su mesa y le dicté a Lulú lo que tenía que escribir.
—Escribe: Yo Lulú acepto ser la sumisa de Isabel por el tiempo que ella desee, prometiendo no desobedecerla en nada —después de escribir ella lo que le dicté, le ordené.
— ¡Fírmalo sumisa! —y lo firmó.
Luego cogí el papel, y ante sus ojos escribí: Yo Isabel, prometo no dejar marcas permanentes en el cuerpo de Lulú y aceptarla como mi sumisa fiel — y también lo firmé.
Después guardé el papel en un sobre y lo metí en mi bolso. Me sentía muy satisfecha sabiendo que ya era mía; me ajusté el pantalón corto a la cintura con los cachetes saliéndoseme por detrás, me giré hacia ella y le dije.
—Sumisa, bésame el culo antes de entrar a estudiar —ella obediente me dio dos besos, uno en cada cachete, sus labios cálidos me hicieron humedecer; entonces le pregunté.
— ¿Estás mañana disponible sumisa?, o tienes algo importante que hacer.
—Nada importante Ama, estoy disponible para ti Isabel.
— ¿De qué color llevas las bragas sumisa?
—Blancas con encajes, "mi Ama".
Miré que no había nadie cerca y le dije.
—No me llames Ama, no me gusta esa definición; "llámame dueña" y trátame de usted, ahora bájate las bragas, Lulú.
— ¿Cómo?, ¿aquí en el trabajo?—respondió rompiendo todas las reglas.
—La palabra "cómo" elimínala de tu boca, ¡Ya!, y todas las que suenen igual, tu no opinas, opino yo por ti; ¡venga bájate las bragas!
Se bajó la braguitas muy deprisa, ¡casi se cae!, se las sacó por debajo de sus botines de moda. Se puso de pie y extendió una mano para entregármelas; yo en lugar de cogerlas de las manos de Lulú alcé una pierna, poniendo el tacón de mi zapato encima de su mesa de madera y diciéndole.
—Lulú, guapa, líalas a mi tobillo como si fueran una esclava tobillera, y aprieta bien el nudo que no quiero ir restregando el olor de tu coño por toda la biblioteca...
(continuara en el capitulo 2)
(c) Isabel Nielibra 2017